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David Nalbandian: "Sin el tenis vivo más tranquilo"
A dos años del retiro, el cordobés está lejos de las raquetas y reemplazó la adrenalina
La terracita del Racket Club, frente al campo de golf de Palermo, luce despoblada. El cielo grisáceo no atrae a los socios a tomar sol y, además, falta una hora para el mediodía, momento en el que el restaurante se suele llenar. Chomba y pantalón de tonos claros, barba rubia de un puñado de días, anteojos oscuros, David Nalbandian, acomodado en una silla, mira las canchas de reojo. Paciente, lejos de la vorágine tenística que abandonó hace poco más de dos años, cuando la cirugía del hombro derecho y una recuperación incierta lo impulsaron a retirarse, el cordobés chequea mensajes en el celular. Hace un mes fue padre por segunda vez: la pequeña Sossie, de dos años y medio, ya tiene un hermano, Teo. "Vengo a Buenos Aires de vez en cuando. Estoy uno o dos días y me vuelvo a Unquillo", cuenta el ex número 3 del mundo, de 33 años, antes de cambiar de mesa y pedirse un cortado.
Nalbandian no fue, precisamente, el tipo de deportista que asumió de forma traumática el final de su carrera. Y no sólo por las limitaciones físicas. "No lo sufrí, no. Soy de mirar hacia adelante más que para atrás. Había iniciado varias cosas antes de retirarme, entonces no tuve un tiempo sin saber qué hacer. Me ayudó a seguir ocupado y con la cabeza activa. Hace pocos días agarré un poco el Twitter. No le daba mucha pelota, soy un desastre en eso. Agarraba la computadora y me electrocutaba (sonríe). Y el otro día leí que pasaron ocho años de los títulos de Madrid y París, y si no lo veo, no lo registro. Para mí, tenista fui en otra vida", sorprende uno de los hombres más influyentes para la Argentina en la historia de la Copa Davis.
"Me había operado la cadera en 2012 y si bien no quedé al cien por ciento, estaba para competir –añade–. Lo del hombro fue mucho peor, contra eso no podía hacer nada. Hoy podría sacar, pero mañana ya tengo el brazo que se me cae. Si sacara de abajo podría jugar perfecto todos los días. El tema es cuando el codo me pasa la altura del hombro, todo lo que sea lanzamiento o movimientos de repetición me molesta. Después, para la vida cotidiana, no tengo ningún problema".
–¿Cuántos emprendimientos hoy te mantienen ocupado?
–Hago las cosas de mis inversiones, temas en los que me fui metiendo. También con el rally, que no me lleva demasiado. Es una vez por mes, de miércoles a domingo, no es mucho. Es la excusa para irme de casa (sonríe). Trato de tener tiempo libre y poder hacer deporte. Juego al golf, al fútbol con amigos.
Djokovic es increíble. Su temporada es comparable con las mejores de Federer y Nadal. Ahora, Nole es capaz de batir cualquier récord
–En abril sufriste un vuelco impresionante en el rally.
–Sí, en el Mundial, nos quedamos sin frenos y fue mi primer golpe fuerte. ¿Si tuve temor? No, estos autos tienen mucha seguridad. A ver..., es un deporte de riesgo, pero es más riesgoso andar en la calle que en un auto que está preparado para eso. Son gajes del oficio.
–¿La adrenalina del rally es similar a la que viviste en el tenis?
–No, no. El tenis era una profesión, con más obligaciones, más presiones. Le dedicaba todo el día. Y esto lo hago como diversión.
–¿Te involucrás en la mecánica?
–Los viernes se juntan a comer en el taller, en Río Ceballos, y trato de ir. Pregunto, averiguo, pero como está armado todo hoy es difícil que uno pueda arreglar el auto si pasa algo; sólo podés salir del paso con alguna pavada. Ahora es todo muy electrónico: enchufan la computadora y te dice todo.
–También estás vinculado con el polo, al margen de tu amistad con Adolfo Cambiaso, ¿verdad?
–Sí, jugamos. También compré un clon de la Cuartetera [una de las yeguas preferidas de la figura de La Dolfina]. Estamos sacando embriones, estamos con la cría, con caballos jugadores. Donde vivo tengo la cancha de polo hecha y jugamos ahí. Y ahora tenemos todos los caballos acá, en Cañuelas, con Adolfito y otros socios. Por eso, en noviembre me instalo unos días en Buenos Aires y veo un poco de polo.
Cuando estás parado por mucho tiempo se generan incertidumbres físicas y tenísticas. Lleva mucho tiempo recuperar la confianza. Nadal levantó en esta última etapa del año y será fundamental la temporada de clay europeo del año que viene. Allí definirá su futuro: si despega o se queda ahí
–Después del retiro, ¿te costó volver a la realidad, al día a día?
–(Piensa) No, no me costó nada, la verdad. Sin el tenis vivo más tranquilo. Antes, tenía que andar con el bolso armado de un lado para el otro. Cuando volvía, en una semana quería hacer todo lo que no hacía en dos meses de gira. Ahora tengo una rutina en la que me organizo como para disfrutar y hacer cosas con la familia.
–¿Tu hija comprende tu pasado como deportista famoso?
–No sé por qué, pero es como que sabe que yo jugué al tenis, porque cuando ve algo dice "Papá, tenis". Lo relaciona. Pero la verdad es que no me vio nunca. Cuando me retiré ella era muy chiquita, tenía un par de meses. Nunca le mostré un video, nada. Soy relajado como padre. Los chicos tienen que disfrutar, que jugar. Tenemos la tranquilidad de vivir en un pueblo, en Unquillo, en un lugar donde la nena puede jugar en el patio y no pasa nada. Por ahí cuando empiece el colegio y demás, de repente sí tenga miedos. Pero hoy no.
–Hace un tiempo, Gastón Gaudio confesó: "Llega un punto que terminás odiando la adrenalina. Pero dejás de jugar y es lo único que extrañás". ¿Tenés sensaciones similares?
–Lo lindo de la adrenalina de la competencia, a lo que creo que se refirió Gastón, es algo que no extraño. Ya la viví, la sentí dos millones de veces en partidos y ahora es época de otra cosa. Es más, juego al fútbol con amigos y ni me caliento. Yo los puteo porque se calientan con el árbitro y se hacen echar al pedo. Les digo "Boludos, estamos jugando un torneo de mierda. ¿Qué hacés renegando con un árbitro? Dejate de hinchar las pelotas que estamos divirtiéndonos". Ese momento ya lo viví, ya lo pasé, ya fue, ya está. De repente, para un tipo que nunca compitió, el partido del fin de semana es todo lo que tiene. Y es entendible.
–No terminaste mal con el tenis, pero está claro que le cerraste la puerta, ¿no?
–Creo que lo primero que dejás de extrañar son los viajes. Si la camada nuestra, la de los argentinos, hubiera vivido en Europa o en Estados Unidos, muchos hubiésemos jugado algún año más. Por ahí yo no por la lesión, pero quizá los que se retiraron jóvenes sí. El viaje era una de las peores cosas. Todas las giras son lejos, largas, incómodas. Me acuerdo de que, después del retiro, los primeros viajes de vacaciones me sentía raro, porque me faltaba el bolso, el raquetero. Pensás que te estás olvidando de algo. Es gracioso. El tenis es una etapa concluida, terminada. Muy buena, pero no la extraño para nada.
–Entonces, ni se te pasa por la cabeza ser entrenador o estar en el desarrollo de los jóvenes...
–Con el desarrollo no sé. La verdad es que la Asociación nunca me llamó, nunca hablé. Como entrenador..., para serlo tenés que estar dispuesto a viajar, porque entrenar un par de semanas acá a un jugador bueno y no viajar, es como no terminar de ayudarlo. Y volver a viajar sería casi la misma vida que tenía como jugador. No me cierra.
Con un revés de dos manos poético, 11 títulos y finalista de Wimbledon, Nalbandian fue una de las joyas de la Legión. Precisamente, hace diez años rompió los pronósticos ganando el Masters de Shanghai. "Creo que lo de la Legión no va a volver a pasar. Inclusive por más presupuesto y plata que haya. Es muy difícil. Hoy, si yo le doy un presupuesto ilimitado a la Asociación, tampoco creo que saque la cantidad de jugadores que hubo en ese momento. Hubo un conjunto de cosas. Mirá, Estados Unidos, Francia, Australia, Inglaterra tienen todo el presupuesto del mundo y no sacan tantos jugadores. No es un tema económico solamente. Todos los fines de semana había un argentino jugando semifinales y finales, en cualquier superficie y en cualquier lado. No era normal. El problema de la sociedad nuestra es que te vas acostumbrando; entonces, cuando pasaron esos tres o cuatro años increíbles, la gente pensó que jugar al tenis era como hacer arroz, que ponías agua en el fuego y salía. Por algo no había pasado antes tampoco.
En general veo que las superficies son más lentas que rápidas. Cuando yo empezaba en profesionales, el pasto era rapidísimo, al igual que algunas canchas indoor. Hoy no encontrás una superficie de ese tipo. Jugar de fondo en pasto prácticamente no existía. Hoy hay mucho más desgaste físico porque los puntos son muy largos. Y veo muchos jugadores que compiten con más potencia, pero con menos cabeza
–Este año la Argentina no sumó títulos individuales de ATP por primera vez en 18 años. ¿Cómo analizás el presente y el futuro del tenis nacional?
–Es parte de la transición. Es normal, porque lo que no fue normal fue la Legión. Éramos cuatro dentro de los diez primeros y había otros ahí nomás. Cuando empezamos nosotros, creo que el mejor era Gumy, 80°. Era el único que jugaba Roland Garros. Me acuerdo de haber visto Gumy-Corretja en la cancha 1, en el 98, el de las cinco horas y pico. Gumy era el número 1 de la Argentina y estaba ciento y algo del mundo. Nosotros mal acostumbramos a todos. Ojalá que sea siempre así, claro. Ojalá que se repita. Pero hoy veo que hay un receso, un cambio generacional. A Pico (Mónaco), por más que vuelva bien, no le va a quedar mucho. Juan Martín (Del Potro) está con el tema de la mano y no se sabe qué va a pasar. Podría jugar bien algunos años más, pero hay que ver cómo queda. Y después, el resto, pueden ser jugadores que pueden estar fluctuando del 100 al 30, como está Leo (Mayer), pero tampoco ves camadas grandes. Es una lástima haber logrado tantas cosas en la Argentina y que hoy no haya ni un título ni un par de jugadores para seguirlos por la televisión.
–¿Te genera cosquilleos cada vez que se juega la Davis?
–No, no, no. Ya está, ya está. Eso era único y eran momentos mágicos. Me pongo un poco nervioso porque quiero que ganen los chicos, obvio. Pero no es lo mismo verlo desde tu casa. Hoy me pongo bastante más nervioso por River, eso sí.
"Terminó siendo un torneo inesperado, increíble..."
El único argentino clasificado en forma directa para la Copa de Maestros 2005, en Shanghai, originalmente, era Guillermo Coria. Sin embargo, en los días previos, Gastón Gaudio ingresó por el australiano Lleyton Hewitt –su mujer estaba a punto de dar a luz– y David Nalbandian lo hizo por el estadounidense Andy Roddick. Mariano Puerta quedó como primer suplente y luego accedió por el español Rafael Nadal –su vencedor en esa misma temporada en la final de Roland Garros–, que acusó una lesión en el pie izquierdo. Sucedió hace una década y Nalbandian, que en el momento en el que lo llamaron a Córdoba para invitarlo a Shanghai estaba por irse a pescar al sur argentino, escribió una página de oro para el deporte nacional consagrándose campeón, tras vencer, ese 20 de noviembre, en la final al por entonces N° 1 del ranking, Roger Federer, por 6-7 (4), 6-7 (11), 6-2, 6-1 y 7-6 (3), en 4 horas y 33 minutos. Para dar otra dimensión del logro, Federer llegaba con 35 victorias consecutivas y había ganado 24 finales seguidas.
"Cómo comenzó la historia ya fue una locura. Yo estaba con el bolso casi preparado para irme a pescar, y si me llamaban un día después no me encontraban, porque iba a estar pescando en un lugar sin señal, sin teléfono, sin nada. Me llamó, si mal no recuerdo, André Silva [actual manager de Juan Martín del Potro, que en ese momento trabajaba en la ATP]. Me llamó cuando se borró Roddick. Yo de suplente no iba ni en pedo, menos a Shanghai. Y terminó siendo un torneo inesperado, increíble...", recuerda el unquillense, que embolsó US$ 1.400.000 y le regalaron un Mercedes CLK 250.
Por el Grupo Rojo del round robin, Nalbandian perdió frente a Federer por 3-6, 6-2 y 4-6, y venció a Guillermo Coria por 7-5 y 6-4, y al croata Ivan Ljubicic por 6-2 y 6-2. Antes de la definición ante el suizo, derrotó 6-0 y 7-5 en las semifinales al ruso Nikolay Davydenko.
"Yo hacía más o menos cinco días que no estaba haciendo nada, porque había perdido en la segunda rueda de París-Bercy con Tommy Haas. Me volví y estábamos preparando el viaje de pesca a Río Pico, más al sur de Esquel. Es decir que ya había empezado mis vacaciones. Volví a Córdoba un jueves, me llamaron un lunes y el martes a la noche viajé a Shanghai, donde se empezaba a jugar el domingo siguiente. Jugué el primer partido con Federer y me acuerdo de que le pedí a la organización que, por favor, me programaran temprano porque a partir de las cuatro de la tarde, con el cambio de horario, andaba a los cabezazos, mal. Y había llegado a último momento. Fue todo increíble. Nunca me costó adaptarme a un cambio de superficie, pero sí al cambio de hora. Si el torneo era en Europa, con cuatro o cinco horas de diferencia, la zafaba. Pero en Shanghai era una locura. Me levantaba a las cinco y media de la mañana y a las cuatro de la tarde era como que me pegaban un tiro. A las siete ya me quería dormir, estaba reventado", detalla Nalbandian, que a China viajó sin entrenador. Lo hizo acompañado por su madre, Alda, y por Victoria Bosch, su pareja. Además, entraba en calor con el español Carlos Costa, que era su manager.
–¿Cómo fuiste evolucionando durante el torneo?
–Desde el primer minuto ya me sentí muy bien, muy cómodo. Cansado por el viaje, obvio, pero bien con la superficie y la pelota. Y todos los días fui mejorando. Es más: me acuerdo de haberme entrenado con Rafa [Nadal], que después no jugó, y le gané fácil. Todavía no había empezado el Masters. Día a día iba adaptándome a la hora. Fue divertido.
–A la distancia, ¿cómo analizás la final con Federer? Porque, además, ganaste después de haber perdido los dos primeros sets.
–Lo que me dio el parámetro de que estaba bien fue el primer partido con Roger, que, si bien lo perdí, no me sentí mal. Al contrario. Ese partido era, en teoría, el peor, por el rival y el poco tiempo que llevaba en Shanghai. Y cuando terminé, pensé "Che, no estuve mal". Me dio esperanza y me llevó a pensar que iba a dar pelea. Después jugué un gran partido con Ljubicic, con Guille [Coria], con Davydenko igual. Partido a partido fui mejorando y al final podía pasar cualquier cosa.
–¿Qué lugar en tu carrera le das a ese partido con Federer?
–Lo pondría dentro de los mejores cinco. Quizá no por nivel, porque fue un partido raro, pero sí por la final del Masters, por Federer y por todo el ambiente.
–Habiendo sido compañero de generación del suizo, ¿te sorprende su nivel a los 34 años?
–Sí, es un animal. No sé, el tipo no se resfría, no sé qué le pasa. ¡Y con cuatro pibes! Es todo muy raro [sonríe]. Hablando en serio, es asombroso, porque de vez en cuando tiene un dolor de espalda o algo, pero para lo que es el tenis son cosas mínimas. Que siga manteniendo el nivel es increíble. Es normal que cada vez le cuesten más los partidos de Grand Slam y a cinco sets. Pero en torneos a tres sets está para ganarle prácticamente a cualquiera. En este Masters En Cincinnati le ganó a Djokovic, por ejemplo. Se ve que le gusta mucho el tenis... Que haga otra cosa [sonríe]. Los cambios que hizo, como el de la raqueta, es un ejemplo de la necesidad que tiene de mejorar para mantenerse. Físicamente, lo lógico es que sea inferior a las camadas nuevas. Es lo lógico. Esa mejoría es lo que lo mantiene motivado.
jt
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