El barrio Larrea de Rosario es un sitio fronterizo. Algunos dicen que el sector pertenece a Empalme Graneros, otros lo anclan como el patio trasero de Fisherton. Pero, este vecindario de casas bajas, carnicerías, mercerías y potreros –que delimita con la avenida Circunvalación y con Provincias Unidas– tiene identidad propia y ahora se duerme la siesta.
A las 12.55 del miércoles 14 de octubre, seis días después del partido por semifinales de Nadia Podoroska en Roland Garros, los comerciantes entran los pizarrones de ofertas de carnes y verduras, las madres regresan con sus hijos y sus perros sin raza ni correas a los hogares, y en la farmacia de avenida Juan B. Justo al 7200 bajan las persianas. Pero antes, Irene y Marcelo, la madre y el padre de la tenista que se crió en el Larrea jugando con los pibes del barrio, posan para una foto más.
–¡Marcelo, maestro! ¡Qué grande la campeona!
Marcelo levanta el pulgar izquierdo en señal de agradecimiento a un motociclista que pasa por la avenida, mientras con el brazo derecho abraza a Irene. Clic. La foto es una postal de un presente repetido. El vecindario está revolucionado porque la rubia, la rusita, la piba que jugaba al fútbol en el campito de enfrente a la farmacia, logró llegar a una instancia histórica en el polvo de ladrillo de la elite mundial del tenis. "La estrella es ella", dice Irene Ceconi, la farmacéutica, la madre, la mujer que hace algunos años atrás pensó que el tenis no era una profesión futura.
Ella es Nadia Podoroska, la ganadora de 14 títulos en individuales y 7 en dobles, la jugadora argentina y latinoamericana que llegó a las semifinales en un torneo de Grand Slam después de 16 años, la número 48 en la clasificación individual desde el 12 de octubre. Pero ahora, a la hora de la siesta, Irene y Marcelo, mientras en el barrio se soporta el calor húmedo de Rosario, recuerdan los inicios de esa piba que empezó a jugar al tenis por una cuestión de salud.
La pronación del pie es el movimiento de rotación que se hace al correr o caminar. Comienza en el talón, continúa recorriendo el arco del pie y termina con la impulsión en el primer dedo. Es la manera en la que se distribuye el impacto al entrar el pie en contacto con el suelo. El diagnóstico del traumatólogo fue contundente: "Si ella no hace deportes toda su vida, ese talón se va a volver a vencer".
Nadia, la niña de 4, necesitaba hacer un deporte. Y para toda la vida. "Siempre quiso hacer tenis. En el patio de mi casa –cuenta Irene– Nadia veía a su hermano mayor Iván jugar con mis dos sobrinos al handball. Tiraban una pelotita de tenis contra una pared. Y ella jugaba siempre con los varones". Todavía no existían grupos de tenis para niños tan pequeños en la ciudad.
La destreza y la habilidad de la rubia fueron siempre un sello. Los pibes de la placita de enfrente a la farmacia iban a buscarla todos los días para jugar al fútbol. "¡Y eran varones!", exclama el padre.
–¿Está Nadia para jugar al fútbol?
Nadia es diestra con la mano, pero zurda con la pierna. "Pateaba con la zurda y hacía todos los goles", recuerda Irene. Más allá de los picados en la placita del Larrea, la primera reminiscencia del tenis fue ese juego inocente en el patio: mano-pelota de tenis-pared-mano-pelota de tenis-pared. Y allí, en el patio de la infancia, ella dijo: "Tenis". En la casa de los Podoroska no había nadie que jugara al tenis.
El origen de su carrera y la vida familiar
El padre de Nadia pertenece a una segunda generación de ucranianos. Él llegó a Rosario en 1975 desde la pequeña ciudad de Canals, ubicada en el sudeste de la provincia de Córdoba, para estudiar Ingeniería. Y de lo primero que habla es sobre el amor. "El amor como primera medida. Después, la educación y el seguimiento para que hagan deportes. Y con los tres hijos fuimos iguales". Iván, de 27, estudiante de ingeniería electrónica; Priscila, de 25, estudiante de antropología y Nadia, de 23, jugadora profesional de tenis. "No nos aburrimos en casa, hay de todo".
"La mentora de todo esto es ella. Yo acompaño, a mí me gustó el deporte toda la vida, sabemos que el deporte aleja a las criaturas de otras cosas nocivas pero la que realizó todo el seguimiento de las actividades extracurriculares siempre fue ella. Una dedicación absoluta y plena de la mamá. La preocupación de que nunca les falte nada", dice Marcelo, quien trabaja junto a Irene en la farmacia. "Vos tenés el aporte como padre. Siempre hiciste deporte y transmitiste esa cultura", responde la madre.
Luego del diagnóstico del traumatólogo no fue sencilla la tarea de conseguirle un espacio a la pequeña para que jugara al tenis. En ese momento apareció Celso Fernández, el profesor de tenis del Club Fisherton, que ya venía trabajando con un grupo de niños, pero no tan chicos como Nadia. Pero accedió. "Si me traen tres o cuatro pibes más, armamos un grupo", les dijo el profe. Y los padres, salieron a buscar adeptos: "¿Quién quiere ir a jugar al tenis?", preguntaron a familiares y amigos.
"Nadie arma una escuelita con una sola alumna, y así empezamos. Y, desde el inicio, se destacó", recuerda Irene.
Cuentan que los socios del club que pasaban por el corredor lateral en donde están las canchas de tenis, mientras se entrenaban los más pequeños, se paraban a mirar maravillados las destrezas y habilidades de la rubia. Nadia llegó a la primera clase con una raqueta Prince de aluminio, mango pequeño, que un tío le había regalado a una prima. Un día la raqueta apareció en la casa de barrio Larrea y así llegó a las pequeñas manos de Nadia. La raqueta la cambió a las pocas clases. La raqueta era más grande que ella. Y en el club Fisherton se quedó entrenando durante cinco años.
"Celso decía que tenía destreza, pero nosotros no somos gente del deporte. Nosotros estábamos con el negocio, la escuela, los chicos y mil cosas. Y pensábamos, bueno, tiene destreza y se destaca, qué bien. Pero nunca lo vimos como una profesión futura", repasa Irene. Celso recordará, 18 años después, tres valores: velocidad, motricidad y predisposición al entrenamiento.
Hay imágenes que son difusas. La madre no recuerda con exactitud cuándo fue la primera vez que Nadia viajó. Es que durante su infancia veían al tenis como un deporte en tránsito. "Seguramente Nadia será doctora o abogada", pensaban. Hasta que un día, Nadia, antes de cumplir los 10, dijo: "Lo peor que me pasó en la vida es el tenis".
La lesión del padre que la marcó
Hay imágenes que no son difusas. Marcelo recuerda con exactitud el día que Nadia dijo esa frase. El padre y la hija estan peloteando en una cancha de paddle. Marcelo estrena zapatillas. Juegan en una cancha cercana al aeropuerto de Fisherton. El padre está feliz de jugar con la hija y devuelve la primera pelota, pero cuando devuelve la segunda, ocurre lo imprevisto.
"Fue el 2 de septiembre 2007, un domingo a las 10 de la mañana. Al devolver la segunda, me patiné con una mancha de rocío de la noche anterior". Al patinar, queda en el aire y cuando cae, cae en la parte seca. La zapatilla nueva se clava y no gira, lo que gira es su pierna izquierda. Por la proximidad con el aeropuerto, la ambulancia llega rápido y lo trasladan de urgencia al Sanatorio Norte. El diagnóstico: triple fractura de tibia y peroné, seis meses con yeso, un año muy complicado y otra vez un traumatólogo: "Si lo agarra un camión no le rompe la pierna así".
Marcelo piensa en voz alta: "Tal vez, ella hasta se sintió culpable, pero eso se me ocurre ahora". La vida familiar se trastocó con el accidente. "Somos dos para todos, con la crianza de los chicos … Y al romperme la gamba yo, todas las actividades extracurriculares se suspendieron". Pero un día lo peor pasó. Y si bien nunca le preguntaron a Nadia por qué dijo lo que dijo sobre el tenis, un tiempo después, mientras Irene estaba en el gimnasio, recibió una invitación. Hay invitaciones que son difíciles de rechazar.
Dijo la madre de Daiana, una niña hermana de un amigo de Iván de la primaria: "Irene, mi hija empezó a jugar al tenis, pero son todos varones: ¿querrá Nadia volver a jugar?"
Y Nadia acompañó a Daiana hasta el complejo de Carlos Rampello, una academia en la ruta 9, camino a Funes. Nadia tomó su primera clase. Luego, Carlos les dijo a sus padres: "Mándenmela, yo no le cobro". Y así, se transformó en su entrenador.
"El nivel actual lo logra gracias a un equipo de profesionales, pero la técnica y el fervor para que ella sea profesional se lo debemos a él –describe Irene–. Trabajó todo un año para cambiarle la toma en la raqueta. El tenis de Nadia es de Carlos Rampello".
"Es que uno le ponía pilas al otro. Charly es médico, tiene un montón de cualidades y pasión por el tenis. Él podía desarrollar su sueño, se juntaron, se potenciaron y lograron algo maravilloso", describe Marcelo. Y eso maravilloso se cristalizó en 2016, cuando logró ingresar en el cuadro principal del Abierto de los Estados Unidos.
"Lo que tratamos de hacer es no frustrarla", dice Irene. Entre las decisiones familiares más difíciles, los padres rememoran el momento en que Nadia tuvo que dejar la secundaria. "Si viene alguien de afuera y un entrenador te dice: ‘No mandes a tu hija a la escuela’. ¿Vos qué haces? No, mis hijos tienen que ir a la escuela. Mis hijos y yo, todos, fuimos a escuelas dependientes de la Universidad, para mí eso era sagrado. Mis padres, mis tíos, mis hermanos todos fuimos o al Superior de Comercio o al Politécnico. Que se formara en el tenis era como romper con la tradición familiar", recuerda Irene.
De hecho, Nadia se preparó todo un verano e ingresó en el Politécnico de Rosario. "La hice preparar. Yo soy tozuda. El tenis no era una profesión de vida, o en ese momento estaba muy lejos de serlo. Después me empecé a dar cuenta que ella se deprimió. El colegio tenía doble escolaridad, no le permitían faltar y fueron inflexibles". A pesar que Irene se reconoce como una persona muy estructurada, admitió que estaba cometiendo un error y llegaron a una conclusión tan simple como compleja: "¿Qué problema existe si no va a la escuela? Lo importante es que sea feliz".
Nadia regresó al barrio, retomó la educación en la Escuela Integral de Fisherton y así y todo tampoco pudo seguir con el ritmo escolar. Luego, accedió a la escuela a distancia del Círculo Militar, donde suelen concurrir los hijos de los embajadores. Y, entre partido y partido, entre viaje y viaje, conectada desde su primera notebook, completó la secundaria. "La llevábamos a Buenos Aires para que rinda los finales e incluso, después, comenzó a estudiar una carrera universitaria a distancia sobre relaciones diplomáticas. ‘No, Nadia, no estudies. Tenés que jugar mañana y estás preparando una materia’, le decía", recuerda Marcelo.
Las charlas de zen que alertaron a Irene
De aquella joven que trataba de hacer una carrera universitaria a distancia a esta promesa del tenis femenino mundial, que actualmente es entrenada por Juan Pablo Guzmán y Emiliano Redondi, no pasó tanto tiempo. Sí, una cadena de acontecimientos que se viven con intensidad y alegría. Y, más allá de las distancias, tanto Irene como Marcelo mantienen una relación fluida con su hija menor. De hecho, cuando se enteraron de la aparición de Pedro Merani, el entrenador argentino de bowling que vive en Doha, conduce al seleccionado de Qatar y guía a Nadia con un método basado en el bompu zen y la neurociencia, procuraron saber de qué se trataba.
"Cuando ella me dijo que estaba hablando por Skype con Pedro, yo le pregunté ‘¿De qué te habla?’. Entonces, me mandó por WhatsApp algunos diálogos y me quedé tranquila porque no es una secta, son preceptos para la relajación y la concentración", dice Irene. Nadia les contaba a sus padres que no podía controlar su mente, que se le cruzaban mil cosas por la cabeza en algunas instancias del juego y cuando se daba cuenta se le iba el partido. "Perdía el foco, sentía que le podía ganar y se desmotivaba", agrega Marcelo.
–¿Si se consolida la carrera profesional de Nadia a ustedes les cambia la vida?
–Al margen de la trascendencia de Nadia, desde que me acuerdo, trabajo. Desde que aprendí la relojería, caminando la calle, con muy poca edad. Lo que hoy quiero es disfrutar. Además de Nadia, los chicos están muy cerca de recibirse.
Marcelo fue relojero y es músico –aunque no lo reconozca–. Irene insiste en que "uno es lo que hace", y refuerza las habilidades innatas de su esposo a la hora de ejecutar cualquier instrumento: piano, guitarra y hasta un bombo. Marcelo formó parte del Noneto Argentino de Jazz de Rosario. Irene es rosarina, criada en las proximidades del Parque Independencia, muy cerca del estadio de Newell´s. Cuando Irene se recibió, compraron una pequeña farmacia en el Larrea y al nacer su primer hijo, se mudaron a este barrio donde se duerme la siesta. La farmacia donde están ahora, la edificaron el año que nació Nadia. "Ella estaba pariendo y yo estaba haciendo la mudanza", repasa Marcelo.
Ahora, con los hijos criados, piensan en tener una vida tranquila. "Tocar la guitarra, jugar un poco más al paddle, leer a los filósofos que ella leyó, disfrutar junto a Irene", dice Marcelo.
–¿Cómo fue el primer diálogo con Nadia después de Roland Garros?
–Yo justo estaba atendiendo y ella dice: ‘Nadia, Nadia está acá’.
–No hubo diálogos. Eran todas caras, las nuestras. Las palabras para las emociones no existen, no alcanzan. Yo te puedo decir la emoción, pero es algo que se siente, que sale de la cabeza, de los ojos.
Irene refuerza la alegría con onomatopeyas y exclamaciones. Ayyyyy. Woww. ¡Viste lo que hice! ¡Hasta dónde llegué!
Rostros virtuales y universos comunicados en una videollamada. París y barrio Larrea, unidos por los gritos y los abrazos digitales. "Se me sale el corazón", dice Marcelo. "Es que ustedes vienen ahora, pero Nadia nos ha hecho una vida emocionante", agrega Irene. Y esas palabras, para reconstruir la emoción, son estas que ahora se dicen, se piensan, se sienten y se escriben, a la hora de la siesta en un barrio de mercerías, carnicerías, perros sin correa y potrero. El barrio donde la piba zurda de pierna y diestra de mano metió sus primeros goles en un arco improvisado con camperas y palos. La rubia del Larrea a la que siempre elegían primero en el pan y queso y que soñaba jugar al tenis con una raqueta más grande que ella.
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