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Monica Seles: a 30 años de la puñalada de un demente que dejó al tenis femenino sin su número 1
El atentado perpetrado en medio de un partido conmovió al planeta
- 7 minutos de lectura'
Monica Seles era brutalmente ganadora y muy joven (19 años). Número 1 del mundo desde los 17, con ocho títulos de Grand Slam en el raquetero y todo un futuro por delante. Nacida en Novi Sad, en diciembre de 1973, cuando todavía pertenecía a Yugoslavia, ya representaba mucho más que una amenaza deportiva para la brillante alemana Steffi Graf y las aspirantes a la cima de la WTA. Hace 30 años, el viernes 30 de abril de 1993, en Hamburgo, a pocas semanas de Roland Garros, Seles vencía por 6-4 y 4-3 a la búlgara Magdalena Maleeva, por los cuartos de final. Parecía una tarde más; sencilla y sin dificultades. Sin embargo, a las 18.50, todo se convirtió en una película dramática. Mientras bebía agua en el descanso y se secaba el sudor con una toalla, recibió una puñalada en el omóplato derecho.
La agresión la desorientó. Se puso de pie, enseguida se acercaron a auxiliarla, empezó a desvanecerse, soltó el vaso que sostenía con la mano izquierda y se desplomó sobre el polvo de ladrillo. A pocos metros, los agentes de seguridad reducían al agresor: Günter Parche. Se especuló con cuestiones políticas [en plena guerra de Yugoslavia, la tenista había recibido amenazas por carta], pero aquel demente tornero desempleado de la ex Alemania comunista, había corrido hacia la baranda para agredir a Seles con un cuchillo de cocina y un objetivo: quitarla de la competencia para que su admirada Graf volviera a dominar.
“Monica ha tenido suerte. Ni el pulmón ni el omóplato han sido dañados. Sólo ha resultado herido un músculo. Ella todavía está en shock y permanecerá en observación”, decía el parte del Hospital Universitario Eppendorf, de Hamburgo. “Tuve miedo de morir cuando vi a Monica gritar”, recordó Maleeva, por entonces 14ª del ranking, citada por el diario francés L’Equipe. Lento en sus movimientos, hasta con apariencia de estar beodo, Parche clavó con la dos manos el cuchillo a Seles. Poco: apenas dos centímetros.
Parche era fanático de Graf al punto del paroxismo. No se perdía un partido; incluso no podía dormir antes de algunos, como así también llorar durante diez minutos si ganaba la tenista y sufrir depresión o ira si perdía. Con su limitado salario llegó a adquirir un magnetoscopio por 10.000 marcos para ver a “la atleta más bella de todos los tiempos”, según citó L’Equipe una frase del tornero enviada a Heidi, la mamá de Steffi. “Podría haber gastado 20.000, y no habría gastado ni 1000 en ninguna otra jugadora”, graficaría. fue más lejos que eso. Mucho más: “Stephanie Graf es la única persona que realmente merece sus millones. Estaría encantado de darle todo lo que poseo. Es lo más hermoso y maravilloso que hay en la Tierra. Por Stephanie atravesaría las llamas. Cualquiera que se atreva a atacar la reputación y el honor de Stephanie afrontará graves represalias”, clamó. Seles nunca despreció a la alemana.
De hecho, sin ser amigas, las grandes rivales sostenían una buena relación. Madeleine Van Zoelen, la fisioterapeuta que asistió a la víctima en plena cancha mientras intentaba apaciguarla en su estado de shock y de dificultad para respirar, contaría tiempo después: “La noche del atentado recibí una llamada de Steffi, que quería visitar a Monica”. Graf concurrió, en efecto. “Las dos lloramos. Nunca habíamos estado tan cerca”, reveló.
Un final anunciado
“No quería matarla. Sólo quería hacerle daño. Éste es su castigo por los últimos tres años”, justificó Parche su ataque. ¿Qué fue de él? Pasó casi seis en prisión preventiva, fue condenado a dos años de cárcel en suspenso y se lo obligó a recibir asistencia psiquiátrica. Pero el cargo de tentativa de homicidio fue retirado y agresor quedó en libertad, el 13 de octubre del mismo año.
El episodio cambió el tratamiento de la seguridad en los certámenes. Los tenistas pasaron a estar más lejos de las tribunas, se multiplicaron los custodios. El año anterior, Roland Garros, que comenzaba tres semanas después de Hamburgo en el calendario, había tenido 430 agentes de seguridad; hoy por hoy se maneja con 1000, según puntualiza L’Equipe. Y Seles volvió a competir, pero no logró despojarse de una lesión más psicológica que física. Luego de la agresión, los médicos diagnosticaron que estaría inactiva durante tres meses. Pero la jugadora nacionalizada estadounidense reapareció en las canchas recién en agosto de 1995. Ganó 21 títulos más, incluido el Abierto de Australia 1996, pero ya nunca volvió a disfrutar.
Le dolió mucho que sus rivales votaran en contra de congelarle su ranking luego de la agresión. La única que se abstuvo de votar fue Gabriela Sabatini, algo que Seles le agradeció. “Siempre pensé en el ser humano. Para mí terminaba el partido y éramos compañeras. No lo veía de otro modo [...] No puedo juzgar a nadie. Es algo muy personal. No sé, en las condiciones que se dio, me consultaron y me pareció lo más justo. Me impactó. Y sentí que me pudo haber pasado a mí, porque en realidad era que Monica iba a pasar o estaba por pasar a Graf, y el que la apuñaló era un fanático de Steffi. Me pudo pasar, me sentí identificada”, reveló Gaby a LA NACION, en 2015. En total en el circuito, Sabatini y Seles se enfrentaron 14 veces, con 11 triunfos para la yugoslava y tres para la argentina, dos de los cuales fueron en las finales de Roma 1991 y 1992.
Tal fue el disgusto de la familia de la jugadora agredida que sus padres entablaron una demanda por daños y perjuicios contra Günter Sanders, el director del torneo de Hamburgo y secretario general de la WTA. Nada menor: 24,4 millones de marcos alemanes. “A los 20 años, sentí que mi vida había terminado”, escribió la eslava en su autobiografía Del miedo a la victoria, de 1996. Seles tuvo ataques de ansiedad y depresión. Padeció sobrepeso y sus gritos ya no fueron feroces como antes del ataque. “La comida era mi única terapia”, confesó. Una lesión en un pie la apartó del circuito en 2003, a los 29 años, pero tardó cinco años más en anunciar oficialmente su retiro.
“Me apuñalaron en una cancha de tenis, delante de miles de personas. Eso cambió mi carrera de forma irreversible y me dañó el alma. Una fracción de segundo me convirtió en otro ser humano”, reconoció Seles. La extenista está radicada en Tampa (Florida), está casada con el empresario Tom Golisano y no tiene hijos. Jugó unas pocas exhibiciones de tenis, brinda charlas para concientizar sobre la adicción a la comida, participó de un programa de baile y disfruta de sus perros. Pero ya nunca fue igual desde aquella tarde en Hamburgo.
¿Hasta dónde hubiera llegado su carrera de no haber sufrido el ataque? Martina Navratilova, una de las mejores tenistas de la historia, afirmó que Seles podría haber sido la más exitosa de todos los tiempos, incluso superior a Margaret Court (24 copas de Grand Slam). Pero Günter Parche tuvo otros planes.
El destino del agresor
El último lunes, pocos días antes de que se cumplieran 30 años del acto que lo hizo tristemente famoso se supo de la muerte de Parche a los 68 años. El diario alemán Bild confirmó la noticia que trascendió el 24 de abril, pero el hecho había sucedido en agosto pasado. El atacante de Seles había vivido en un asilo psiquiátrico en Nordhausen, ciudad alemana de 45.000 habitantes del estado de Turingia (centro-este del país), durante sus últimos 14 años. Permaneció en una habitación individual y, en las últimas cuatro semanas previas a su muerte, no se había levantado de la cama, según el medio germano.
“Durante su estancia en la casa, siempre pasaba inadvertido y participaba en las actividades de ocio: tardes de cine, manualidades y lectura del periódico. El personal de enfermería lo vestía, lo lavaba. Cuando sólo podía acostarse en la cama, había de 20 a 30 minutos de terapia individual. Su hermana Ina era su supervisora oficial”, publicó Bild.
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