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Memorias de un campeón de la Copa Davis: Leo Mayer, a cinco años del título argentino en Croacia
“Para todos fue lo máximo. Nunca lo olvidaremos”, rememoró uno de los protagonistas de 2016
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Hace cinco años, el 27 de noviembre de 2016, en el Arena Zagreb, Croacia, la Argentina se despojó de la última gran cuenta pendiente que tenía el deporte grande de nuestro país. El equipo capitaneado por Daniel Orsanic venció a los balcánicos por 3-2 y conquistó, por primera vez en la historia, la bendita Copa Davis (y en su formato original, antes de que la Federación Internacional de Tenis y Gerard Piqué le cambiaran el sentido).
El logro, paradójicamente y tras cuatro finales perdidas entre 1981 y 2011, llegó luego de cuatro series disputadas de visitante (además del último viaje a la tierra croata, ante Polonia en Gdansk, Italia en Pesaro y el campeón, Gran Bretaña, en Glasgow), con una figura sobresaliente (Juan Martín del Potro) y otras tres espadas muy destacadas pero con perfil más bajo que respondieron cada vez que se las necesitó (Federico Delbonis -ganador del quinto punto en Zagreb-, Guido Pella y Leonardo Mayer). Este último construyó un vínculo fortísimo con la competencia y, un año antes de la gloria, fue protagonista de un partido que cambió las reglas de la competencia al vencer, en 6h43m, al brasileño Joao Souza, 15-13 en el quinto set (a partir de ello la ITF dispuso que el último parcial no fuera “largo” y se resolviera con tie-break).
“La verdad que antes de ser sparring del equipo en 2004 y antes de debutar en 2009 no tenía mucho vínculo con la Copa Davis. Lo gané, realmente, cuando fui a Sydney, cuando le ganamos a Australia de visitante [fue sparring en el 4-1 de los cuartos de final de 2005]. A partir de ahí fue como que dije: ‘Qué bueno esto’. Me empezó a gustar. No había jugado nunca por Argentina, no clasificaba porque no jugaba en los torneos de COSAT (Confederación Sudamericana de Tenis), no tenía ranking y a los torneos iban los que estaban adelante mío”, narra Mayer (34 años), ante LA NACION, en esta fecha especial.
El Yacaré, que en octubre pasado anunció su retiro, sigue el relato: “Cuando jugué esa presión me gustó. Era distinta a la del circuito. No tenía miedo de perder. Le pegaba fuerte. No importaba cómo llegara a la semana. Me encantaba la Davis, lo hacía bien en singles y en dobles. Jugaba con mucho corazón. En la Copa Davis no tiene mucho que ver el ranking: es el torneo en el que más sorpresas hay. Terminaba cansado la semana, parecía que había terminado el año. Porque yo le ponía mucha intensidad, quería ganar, jugar bien. Me iba con todo mi equipo a la Davis. No iba a media máquina”.
-Orsanic asumió en 2015 y tuvieron mucha química. ¿Ya tenías relación con él?
-Sí, un poco sí. Lo conocía de cuando él estaba con Chucho (Acasuso) y entrenamos algunas veces. Lo conocía, pero poco. Sabía que era buen tipo, pero no mucho más. Orsa trató de mantener un buen equipo, un orden, tener buena gente. El Niño (Mariano Hood, el subcapitán) también era buena gente. En realidad todo el cuerpo técnico siempre estuvo ordenado, hablando con la verdad. Para ganar el título hubo muchas claves. Primero, la suerte. No la de: ‘Uh, mirá qué cu…’. Sino la suerte de tener la oportunidad y agarrarla, no soltarla. No la dejamos pasar ninguna. En 2015 nos había ido bien, porque estuvimos en las semifinales de visitante en Bélgica 2-1 arriba, con un (David) Goffin que la rompía. Y cuando empezó 2016 decíamos: ‘¿Quién va a Polonia, a la primera serie?’. Y estaba duro, eh. Nadie quería ir a Polonia. Pasa que antes estaba la gira de Sudamérica. Yo no fui al polvo, fui a Dubai para jugar en rápida y acercarme. En Gdansk jugamos en una cancha que era de hielo, con velocidad antirreglamentaria. Ni bien entré le dije a Orsa: ‘Esto está mal, no se puede jugar’. ‘Si, si, está bien. Tiene velocidad reglamentaria’, me decía Orsa. ‘No se puede jugar’, le decía yo. Después de ganar la serie (3-2) nos contó la verdad. Ganamos con Charly (Berlocq) y dos debutantes (Pella y Renzo Olivo). Ellos tenían a (Hubert) Hurkacz.
-¿Qué pasó después de Polonia, con miras a los cuartos de final?
-Yo no fui a Pesaro, contra Italia. Me jugaba el ingreso a los Juegos Olímpicos de Río y tenía mal el hombro, no podía jugar y perdía muchos partidos en el tercer set. El Niño (Hood) y Orsa me hablan. ‘Vamos, Leo’, me dicen. No, yo no quería ir al 50%. Les dije que fuera otro que estuviera mejor. Delpo volvió al equipo y también fueron (Juan) Mónaco, Fede (Delbonis) y Guido (Pella). Gran triunfo (3-1) y después en las semifinales nos tocó ir a Glasgow.
-Contra Gran Bretaña, los campeones vigentes.
-Sí, así es. ‘Leo, vamos’, me dicen. ‘¿Yo? Bueno, vamos’. Y desde el primer día jugué impresionante, las tocaba todas bien. Fue una serie que la pasamos muy bien, el lugar era de lujo, la gente de allá increíble. Nos atendieron cien puntos. En ese momento a (Andy) Murray no le podías jugar: era el jugador del año [NdR: era 2°, pero llegaría al 1° en un mes]. Solamente Juan Martín le podría haber ganado como lo hizo el primer día [6-4, 5-7, 6-7 (5-7), 6-3 y 6-4]. Murray, el último día contra Pella, parecía que estaba en el primer punto; tenía un físico abismal. El sábado, estando nosotros 2-0 arriba [Pella venció a Edmund], jugué el dobles con Juan Martín, contra los hermanos Murray. Estuvimos set iguales y break arriba; con Juan Martín era fácil jugar, metía todas las devoluciones. Pero terminamos perdiendo. Y al otro día sabíamos que Pella, Fede o yo no le podíamos ganar a Murray en el cuarto punto; era casi imposible.
A la noche me dice Orsa: ‘Vas a jugar vos mañana el quinto punto’. Sabía que Juan Martín estaba muerto, pero teníamos la esperanza de que hiciera la heroica y jugara igual, jaja. El quinto punto de ellos era contra Edmund o Evans, que estaban 40 o 50 del mundo. ‘Bueno, si vos me tenés confianza, juego. Pero sepan que la pelota la voy a explotar. Me van a tener que aceptar que le pegue a todas’, le dije a Orsa. Me fui a dormir, estaba en la habitación y pensaba: ‘Nooo, cómo voy a jugar mañana. ¿Para qué me metí en esto?’. Era muy estresante la situación. Igual estuvieron bien en decirme ahí, porque yo me preparaba mejor, me sacaba el cagazo a la noche. Guido le puso una garra de locos en el cuarto punto, pero no pudo; Murray estaba a otro nivel. Entro en calor perfecto, juego contra Evans, en el primer set juego más o menos y pierdo (6-4). Pero empezó el segundo set, le empecé a pegar cada vez más fuerte y…, no sé: lo maté a palos (6-3, 6-2 y 6-4). Impresionante. Terminó todo en algo espectacular.
-¿El partido del viernes entre Del Potro y Murray fue de los mejores que viste en vivo?
-Sí. Ese partido fue el mejor partido que vi en mi vida. Esos dos tipos…, se me pone la piel de gallina al recordarlo porque esos dos eran buenos en serio, eh…, cracks. Eso era jugar bien al tenis. Vos decís: ‘¿Qué es jugar bien al tenis?’. El Rey (Nalbandian), Federer, Nadal, Djokovic y ese partido. Una cosa… Yo miraba desde afuera y no hacían nada mal, todo era bien ejecutado, los puntos eran ganados, no eran perdidos. Habrán hecho ocho errores en cinco sets. Todos eran saques buenos, defensas, slice corto, slice largo, revés cortito bien por abajo para que el otro no lo pudiera atacar, derechas cruzadas. Hubo un smash de Murray que Juan Martín lo leyó y le metió un bombazo de derecha... Todo era encantador. Era para decir: ‘Bueno, ¿nosotros para qué vamos a jugar? Acá se terminó la serie. Ganó Argentina 1-0′. Cinco horas jugaron a un nivel que nunca vi en mi vida. Impresionante.
-Para la mirada externa fue una sorpresa que Del Potro, que ese año estaba recuperando su físico y su nivel, jugara el primer día contra Murray.
-Sí, pero era el único día que podía ganarle. El último día no lo iba a hacer y tampoco se cruzaba por el ranking. Todo lo que decidía Orsa, salía. Él habló con Juan Martín, le preguntó y Juan Martín le dijo que sí. Jugó Guido y le ganó a Edmund, jugué yo y le gané a Evans. En Italia ganó Delbonis los dos puntos, durísimos. Nosotros ganamos en Polonia. Siempre lo que ponía Orsa, ganaba. Entonces, el equipo se hizo muy fuerte. Después en la final con Croacia, Juan Martín ya era él, el de siempre; estaba en otro nivel. Y de nosotros cualquiera podía jugar.
-Después de estar casi retirado en 2015, Del Potro en 2016 terminó construyendo un regreso cinematográfico. A la distancia, ¿cómo lo describirías?
-Tuvo un mérito enorme, porque cuando vuelve a jugar lo hace mano a mano con todos sin un golpe: el revés. Yo creo que eso no lo puede hacer ni Federer, imagínate lo que te digo. Que vos juegues con un golpe menos al tenis… Cambió la forma de cómo encarar los partidos para que le jueguen al otro lado, al drive. Antes de la lesión (de muñeca izquierda) no se invertía; ahora jugaba todo invertido y se movía mucho más que antes. Tenía un revés con slice de pasapelotas y terminó siendo un slice de locos. Sacaba cada vez más fuerte. O sea, todo mejoró para suplantar su revés. Fue algo increíble. Pero no sólo de tenis: tenés que tener un nivel mental enorme para generar ese cambio. Si no lo tenés no lo podés hacer. Porque, primero, tenés que cambiar todas tus cosas. Segundo: no sabés si te va a ir bien. Y tercero, hay que ejecutar, que es lo más difícil.
-Con la clasificación para la final, ustedes, los jugadores tuvieron una reunión en la que Del Potro habló sobre los errores que se habían cometido en la conflictiva final contra España en Mar del Plata 2008 y lo que no debían repetir si querían ser campeones.
-Sí, hicimos una reunión. Juan nos contó lo que habían hecho, lo que él vivió en realidad. ‘Tratemos de vivirla diferente y disfrutarla’, dijo. Hicimos eso. Con Fede (Delbonis) y Guido (Pella), lo que yo sentí, es que nos corrimos a un lado, en el buen sentido, y lo dejamos a Juan Martín, que fuera el número 1. Él hacía todo. Y a su vez es muy difícil ser el número 1. Tenés mucha más presión, tenés que ganar sí o sí y él ganó todos los partidos. Y nosotros, que éramos tres jugadores a los que nos tocó jugar en distintas series, también rendimos. Entonces eso nos dio una gran seguridad.
-¿Qué recuerdos tenés del último capítulo de la historia: el triunfo 3-2 ante Croacia?
-Recuerdo que estábamos con Guido (Pella) viendo el cuarto punto, el partido de Juan Martín, que iba dos sets a cero abajo contra (Marin) Cilic. Estábamos en la cancha y decimos: ‘Vamos al vestuario’. Y Juan Martín empezó a levantar. ‘¿Qué hacemos?’. Nos quedamos, nos quedamos, empezó a levantar, nos quedamos. Nos acostamos. Teníamos dos colchones en el piso y lo mirábamos por la tele. Empezó a ganar. Nos tapamos, no mirábamos los puntos y escuchábamos a la gente. Y terminó ganando. Lo esperamos ahí adentro, no fuimos a festejar ni nada. Vino y todos a los gritos. Nosotros sabíamos que había sólo una pared que nos separaba del vestuario de Croacia. Yo había ido al baño y lo vi blanco a (Ivo) Karlovic; estaba pálido antes del quinto punto. Le explotábamos el tímpano con los gritos. Y lo veías a Fede (Delbonis) y estaba como si fuera a jugar una primera ronda de un ATP común, estaba tranquilísimo.
-¿Y volvieron al court para ver a Delbonis o mantuvieron la cábala?
-No nos fuimos a la cancha, ni un punto vimos. Todo el partido estuvimos tapados con una sábana. No lo podíamos creer. Y cuando Fede va a sacar 5-2 en el tercero, que ya sabíamos que era casi imposible que perdiera, fuimos. Cuando vamos caminando ya iba 40-0 y apenas gana (6-3, 6-4 y 6-2) nosotros estábamos metiéndonos en la cancha. Yo no pude ni ver el partido. Estaba escondido, tapado. Fue impresionante. Al otro día estábamos muertos, casi no pudimos festejar. Entre las conferencias de prensa, los compromisos, que esto, que aquello. Cenamos en el hotel: el equipo solo, después vinieron los familiares de cada uno y después los amigos, los dejamos pasar a un salón. Estábamos solos nosotros. Al otro día re temprano viajamos a Buenos Aires y en todos los vuelos había argentinos. Nunca vi eso. Había cuatro vuelos en Croacia y estaban llenos de argentinos. Iban todos cantando en el avión. Llegamos a Londres, estuvimos como ocho horas de escala, no queríamos ver a nadie, queríamos dormir, nos quedamos en un costado en el VIP. Cuando llegamos a Argentina dimos toda la vuelta, fuimos a la Casa Rosada y desaparecí del mundo.
-¿Cómo siguieron tus días como protagonista del único título grande que le restaba al deporte nacional?
-Fueron agotadores. Mi mujer, Mili [Milagros Aventin], estaba con la panza de embarazada, nos alquilamos una casa lejos y desaparecí. Me llamaban, me llamaban. Me consumieron la batería únicamente con la cantidad de llamados que entraban y no atendía. Fue terrible. Después todo fue empezando nuevo. Pero fue muy agotador. Es que a los tres que no habíamos vivimos muchas cosas así -Fede, Guido y yo-, nos costó. Hasta perdimos ranking. Y a Juan Martín no le pesó tanto, porque había sido campeón del US Open, jugado el Masters… Para él fue muy natural asimilarlo. Pero para todos fue lo máximo. Nunca lo olvidaremos.
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