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Marco Trungelliti, el tenista que desafió a la mafia, vuelve a jugar en la Argentina tras casi cinco años: “Está arreglado un partido por día”
Después de confesar cómo rechazó y denunció un intento de soborno, el santiagueño es muy crítico con el desbalance del sistema, le apunta a Federer y elogia a Djokovic
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Marco Trungelliti hizo temblar el circuito de tenis en febrero de 2019. Harto de ser señalado maliciosamente como un “soplón”, tomó coraje y confesó cómo rechazó un intento de soborno (entrar en una red de arreglos de partidos y apuestas) que en forma indirecta desencadenaría en castigos para tres tenistas argentinos (Patricio Heras, Nicolás Kicker, Federico Coria). Desde aquella revelación -en LA NACION- con repercusión mundial, el santiagueño endureció su posición crítica sobre las autoridades del tour y un sistema que desprotege y no les permite subsistir a los jugadores que están fuera del top 100. Parte de la prensa internacional lo calificó como “el Colin Kaepernick del tenis” (en alusión al jugador de fútbol americano que inició un movimiento de protesta en contra del racismo) y se convirtió en una suerte de bandera del juego limpio.
Claro que aquella “osadía” no le salió gratis a Trungelliti. Reportar ante la Unidad de Integridad del Tenis (TIU) cómo una persona que supuestamente quería patrocinarlo al final intentó corromperlo (podría, según le aseguraron, ganar hasta US$ 100.000 por match amañado) y, más tarde, destapar una olla a presión hablando sobre un tema tan sensible, como nunca nadie lo había hecho, lo marcó a fuego. Lo desgastó. Lo hizo temer. Lo aisló. Se radicó en el exterior (en Andorra). Tras la denuncia, tuvo poco apoyo público de sus colegas (John McEnroe fue uno de los que hizo una enérgica defensa del argentino) y sintió que muchos pares e instituciones le soltaron la mano. El estrés lo afectó física y emocionalmente; las lesiones lo persiguieron hasta la actualidad.
El mismo día que salió publicado el reportaje en LA NACION (10 de febrero de 2019), Trungelliti jugó por última vez en el país: siendo 117° del ranking, cayó en la 1ª rueda de la clasificación del ATP de Buenos Aires, ante Alessandro Giannessi, de Italia, por 6-4 y 6-1. “No tiene sentido seguir jugando así, con la cabeza quemada”, se desahogó, abrumado. Y volvió, junto con su esposa, Nadir Ortolani, a Andorra. Nunca más tuvo el incentivo de jugar en el país. Es más: en este tiempo sólo regresó una vez, a fines de 2021, para visitar a su familia.
Pero hoy, cuatro años y ocho meses después de sacudir los cimientos del tenis, volverá a jugar en la Argentina. Con 33 años y siendo 216° del ranking, habiendo sido padre por primera vez en diciembre de 2022 (nació Mauna), actuará en el Challenger de Buenos Aires que se disputará, desde este domingo, en el Racket Club, en Palermo. Jugará la qualy en singles (hoy, aproximadamente a las 16.30, frente al brasileño Pedro Boscardin Dias) y el cuadro principal de dobles, en pareja con Federico Delbonis, uno de sus colegas que siempre lo apoyó.
Está sensibilizado, Trungelliti. Volver a Buenos Aires le removió recuerdos (algunos ingratos, por supuesto). Se lo nota reflexivo, pero lejos está de suavizar lo que piensa y dice. Se sienta, como en febrero de 2019, ante LA NACION.
“Aquella confesión la recuerdo con sentimientos encontrados. Nunca desde el arrepentimiento, porque lo hice convencido. Además, había injusticia y se estaban diciendo cosas que realmente no eran. Pero nunca pensé que incluía el precio que pagué. Pensé que las cosas eran distintas, que el sistema estaba preparado para algo así; me refiero a las instituciones, ya sea a la Asociación (Argentina de Tenis), a la Federación Internacional, a la ATP, a la TIU. Pensé que se era consciente de la realidad de la que el tenis en general se enfrentaba. Fue duro a medida que pasó el tiempo y empezó el…, bullying, el señalamiento, un montón de vocecitas que no me gustaron. Y ahí empecé a darme cuenta, entre comillas, del lío en el que me había metido. Es como que todo lo que se veía en las películas lo empecé a vivir: me refiero al miedo que sentía mi familia, a la insensatez general con la que nos encontramos… áspero, áspero. No es un momento de mi vida que lo recuerde con felicidad. Sí el hecho de haber tenido la valentía de abrir la boca. Pero internamente fue duro. Entré en cierta depresión. No fui a un psicólogo que me lo diagnosticó, pero me costaba levantarme, no tenía ganas de entrenar, a partir de ahí empecé a tener lesiones, una detrás de la otra”, describe Trungelliti, cuyo mejor ranking fue 112°, en marzo de 2019.
Sparring del equipo argentino que en 2016 ganó la Copa Davis, prosigue, movilizado: “Haber vuelto para jugar acá después de todo lo mal que me sentí en ese momento, después de romper raquetas, de injusticias, de que me miren mal, etcétera, etcétera…, me ayuda a sanar. Hoy quiero mirarlos a los ojos a mi hijo y a mi esposa y decirles que por lo menos intenté superar ese malestar volviendo al lugar en el que peor me sentí dentro de una cancha. Hay momentos en los que estás más preparado para enfrentar estas cosas. Hoy ya estamos preparados para actuar si pasa algo incómodo, ya sabemos cómo actuar; hay otra madurez y ya conozco los desprecios que me hicieron durante todo este tiempo. Igual, esos desprecios fueron de poca gente; la lástima está en toda la gente buena que no salió a hablar como sí lo hicieron los malos”.
-¿En algún momento, tras denunciar el intento de soborno rechazado, llegaste a temer por tu vida?
-Sí. No volví más y jugaba sólo en Europa, que tampoco me garantizaba una seguridad absoluta. Tal vez en Andorra sí, porque todo es más pequeño. Pero había lugares, incluso en Europa, a los que no iba; jugaba todo en España e Italia. Sólo una vez fui a Banja Luka (Bosnia). Algo que me pasó, ligado a la depresión, es que terminaba el torneo y quería volver cuanto antes a mi casa, que era el único lugar donde me sentía seguro, bien, acompañado. Hoy volvimos al país porque también quiero que mi hijo conozca a los abuelos y a mi abuela. Creo que no me perdonaría nunca que no conociera a su bisabuela porque yo no fui capaz de enfrentar una situación incómoda. Después, puede ser que esté jugando acá, me sienta mal y no quiera volver, pero eso es otra cosa.
-Al margen del padecimiento, tu posición crítica sobre el desbalance en el sistema y los amaños de partidos quedó bien clara ante el mundo del tenis y se te reconoce por eso.
-Sí. Y yo creo que entre lo que la PTPA (Professional Tennis Players Association; una suerte de nuevo sindicato que lucha por los derechos de los jugadores) está argumentando y las cosas que dice Djokovic (encabeza ese gremio), básicamente confirman lo que digo desde hace cuatro años. El sistema funciona mal y hay partidos que se arreglan y que se van a seguir arreglando hasta que las cosas no cambien. Al tenis le interesa que siga habiendo partidos arreglados porque, sino, el nivel Future y muchos Challengers (la tercera y segunda categoría profesional, respectivamente) son insostenibles; no dan los números. Ganás dos mangos y gastás tres; matemáticamente no da. Entonces yo creo que las organizaciones se alimentan de ese sistema y quedó demostrado por cómo actuaron conmigo. Me cansé de cruzarme con jugadores que me dijeron: ‘Es imposible que alguna vez yo reporte algo viendo todo lo que hicieron con vos’.
-¿Eso te pasó seguido?
-Mucho, mucho, muchísimo. O gente que me decía: ‘Yo te banco a full, pero no me voy a meter ni loco’. Entonces, el mensaje que dejaron las organizaciones de tenis fue clarísimo. Después hay otro caso como el de Thiago Tirante, que contó haber rechazado un intento de arreglo y lo reportó; pero son casos puntuales, es un chico con personalidad fuerte. Se tienen que dar muchas cosas como para que los jugadores hagan algo. La parte ética empieza a estar al límite. Yo antes les decía: ‘¿Cómo no vas a reportar si es por el bien de tu carrera?’. Lo sigo pensando: si todo el mundo reportara saltarían tantos casos que ayudarían a mejorar el sistema en sí, porque es insostenible.
-¿Los jugadores de los (ex) Futures hoy están desamparados?
-Completamente. El nivel Challenger mejoró un poquito, pero sigue estando lejos, no dan los números. Pero los Futures son insostenibles. Está arreglado al menos un partido por día. Y me estoy quedando corto. No tengo las pruebas, pero con que vayas a un torneo Future durante unas horas, vas a tener todas las pruebas visuales para darte cuenta. Te sentás y ves a la gente que está apostando ahí, al lado. Uno, como jugador, siendo el protagonista del circo, tiene que pagar por todo: comida, hotel, traslados. Es raro cómo está armado todo.
-¿Qué tan importante para los jugadores más desprotegidos es que Djokovic suela hablar sobre el desbalance del sistema?
-Me parece indispensable. A la gente le puede gustar o no, pero Federer y Nadal nunca dijeron nada. Quieras o no, son cómplices de lo mal que está el sistema, porque no fueron capaces de abrir la boca ni una vez y luchar por los derechos de los jugadores. Si alguna vez lo hicieron fue internamente, pero no cambió nada. Recién este año se cambiaron un poco los premios de los Challengers, pero siguen siendo vergonzosos, cuando supuestamente salimos de la era más dorada de la historia del tenis. No podés ser cómplice de que vivan 80-100 personas en el tenis. Es lo que siempre me jodió y me va a seguir jodiendo. Como jugadores pueden ser buenísimos, pero como humanos tratando de mejorar el sistema en general, me parecen paupérrimos. Es lo que hoy en día están haciendo Djokovic y (Vasek) Pospisil también. Además, todo ese trabajo en la PTPA les saca tiempo y energía.
-¿Pudiste hablar con Djokovic?
-Lo crucé en el US Open y le agradecí por lo que está haciendo por los jugadores. Con Pospisil también hablé: fui a un par de reuniones, le pregunté por qué hipotecó su carrera con algo que es para el bien de todos y me dijo que estuvo lesionado muchos meses, que empezó a pensar cosas y, pese a haber tenido más apoyo que los sudamericanos siendo canadiense, se pudo abstraer y ver la vida en general. Que un loco que estuvo entre los 30 del mundo se encargue de pensar cosas es mucho más respetable que lo que hace Federer, que se fue del tenis y sólo volvió con la Laver Cup.
-¿Cambió algo en estos cuatro años y medio?
-Me gustaría creer que sí, pero…, creo que no mucho. Los jugadores que lo hacen (los amaños) habrán ido con un poco más de cuidado al principio. Siempre digo lo mismo: el foco está en los jugadores, pero hay un montón de entrenadores que lo hacen. Pero hasta que realmente no pongan manos a la obra y la ATP quiera cambiar el sistema, no va a pasar demasiado. Yo diría que este es un sistema casi feudal, de hace 200 años, con un 2% que vivían como ricos y que el resto que se mueran; esto es lo mismo. Porque el jugador que está afuera del número 100 no puede vivir. Y en dobles tenés que estar 60. Están todo el tiempo ninguneando, como que no existís al menos que seas 80 del mundo. El que más me duele, claramente, es Federer. Porque con el peso y el carisma que tiene, si realmente quisiera cambiar cosas, estarían cambiadas.
-¿Te pasó de jugar y notar que tu rival estaba dejándose ganar?
-Sí, sí, sí. Vergonzoso.
-¿Cómo te das cuenta?
-Y…, no podés errarle por cuatro metros. Alguna que otra sí, pero si tirás diez bolas cuatro metros afuera…, va más allá de un mal día. Ves la cara del otro, que le da lo mismo, que no hay gestos.
-¿Seguís siendo acosado por redes sociales?
-Sí, en su momento me hackearon mi Instagram. Pero, después, se hace una rutina que me insulten cada vez que pierdo. Está todo bien hasta que una amenaza pase a mayores. Recibo amenazas de muerte para mí, para mi familia.
-Volviste a cruzarte en los torneos con los tres argentinos sancionados en su momento. ¿Cómo siguió tu relación con ellos?
-Con dos (Coria y Heras) no me hablo para nada, ni cruzo miradas ni nada. Y me da exactamente igual qué hacen de sus vidas. Y con Nicolás ya nos saludamos cada vez que nos vemos; un saludo cordial. Le podés preguntar a él para saber qué piensa, pero yo lo vi en Australia la primera vez que volvió al circuito tras la sanción y mi esposa tuvo una percepción, me dijo que cuando lo viera tenía saludara. Me costó, pero al final me salió natural y es un buen recuerdo. Se rompió un hielo que podía haber quedado ahí durante años. Él había dicho que el problema no había sido yo y creo que lo demostró cuando yo le toqué el hombro, le dije ‘Hola Nico, ¿cómo estás?’ y él me saludó bien, mirándome los ojos. Él asumió su responsabilidad y claramente fue el que más lo pagó.
-¿Pensaste en dejar el tenis?
-Mentalmente estuvo bastante áspero. En 2020 yo ya estaba listo: lo hablamos con mi esposa, no podía más, estaba harto, no quería estar en el circuito. Iba a entrenar por costumbre nada más. Lo solté. Si conseguía algo que me llenara, el tenis se iba a la p… que lo parió. Estaba muy decepcionado con todo; lo sigo estando. El sistema es un desastre. Hay una creencia de que los jugadores de afuera del top 100 somos todos malos y de que hay que dar gracias si cobraste 500 euros. Eso es maltrato, abandono psicológico.
-¿Cuánto te afectó que te tildaran de soplón o de cambiar “libertad” por denunciar?
-Y…, me dolió mucho. Era un dolor profundo por como yo era. Lo que dije se cumplió y siguió todo igual. Djokovic dijo que le habían ofrecido arreglar partidos. Sergiy Stakhovsky, que me había tildado de soplón, después salió a decir que a él también le ofrecieron. Es como que todo se fue acomodando, pero me rompió, básicamente, porque no me lo esperaba. Eso, además de cómo actuó la ATP, la TIU, la Asociación y la ITF, fue un combo tremendo, una puñalada detrás de la otra. Todas estas organizaciones estuvieron muy por debajo de lo que se necesita para que la cosa mejore.
-¿El respaldo de McEnroe qué te generó?
-Fue fuerte. En ese momento yo estaba tan roto que no lo valoré tanto como sí lo hice en el tiempo. De vez en cuando lo veo, lo recuerdo cuando lo veo en la tele y también tuve la posibilidad de cruzármelo en el US Open, pero recién ahora lo valoro porque estoy con los ojos un poco más abiertos. Leo Mayer, Delbonis y Del Potro, en su momento, también me apoyaron. Fueron mimos al alma que me permitieron no dejar el tenis, porque estuve al límite. Nunca pensé en suicidarme, pero sí en alejarme de todo y en no ver nada más de tenis.
-¿Qué proyectás para el resto de tu carrera profesional?
-La idea es, por lo menos, jugar dos años más. Los últimos cuatro años estuve aguantando: fue como estar en el fondo del mar metiendo brazadas. Trabajo con (el kinesiólogo) Diego Rodríguez y la gente de su equipo va haciendo malabares. Tuve problemas en el pie, fractura por estrés, la espalda, intestino, cadera… Me encantaría poder dedicarme dos años para poder competir y, si no me da el nivel, dedicarme a otra cosa. El dinero que voy teniendo lo invierto en los fisioterapeutas porque son los que me mantienen a flote. Eso significa que el preparador físico y el entrenador quedan a un costado, pero no me está quedando opción económica. Necesito estar acompañado por un fisio y tener una seguridad de que me puedo romper el traste en la cancha y que me recuperan o que me ponen en situación de competitividad para el partido siguiente. Si no están ellos, algunas pelotas las dejo pasar. Hoy, si estoy 5-3 arriba y 30-0, y me tiran una pelota a la otra punta, la dejo pasar porque no sé si ahí me rompo. Es un poco nocivo el pensamiento, pero en estos cuatro años es lo que me está pasando y no me deja en paz.
-Si pudieras volver el tiempo atrás, ¿actuarías igual que en 2019?
-Sí, porque con los arreglos de partidos no puedo lidiar. Hay una formación familiar que no concibo quebrantarla. Mi abuelo paterno, Pololo, era muy así. Falleció antes de la pandemia, en 2020, y obviamente lamento no haber tenido más conversaciones al respecto. Era un tipo muy recto, con ética. No le importaba si perdía dinero o no. Sé que estaba muy orgulloso de lo que hice. Sin darme cuenta, a medida que va pasando el tiempo, estoy muy parecido a él, que vivía bastante aislado, en un barrio de Santiago del Estero. Lo cagaron por todos los lados porque era un tipo de bien. Al final son historias familiares… Yo me fui a vivir a Andorra, a la última casa del pueblo y tampoco soy muy social.
-Supongamos que en diez años tu hijo te pregunta por qué decidiste denunciar públicamente algo que el tenis tapaba. ¿Qué le decís?
-Le diría que actué con valores, que puse mi granito de arena para tratar de mejorar algo que está roto y que hay que tener la misma conducta todos los días. Le diría que nunca hay que traicionar por más dinero que te ofrezcan y que, si hay algo que está mal, levante la voz, que se defienda. Lo va a entender.
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