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Marcelo Charpentier, un rebelde del tenis: el pelo pintado, el Nadal de 16 años, su vida en Italia y qué hubiera hecho en los ‘90 con las redes sociales
Talentoso e innovador, el Chapu fue protagonista en una época austera del tenis argentino; radicado desde hace 25 años en Europa, mira hacia atrás y analiza el futuro
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La foto del perfil de WhatsApp de Marcelo Chapu Charpentier es inconfundible y simbólica. La imagen es de hace 27 años, de su época de tenista profesional, con el pelo teñido de celeste y blanco, y la remera con un novedoso diseño de cadenas que le cruzan el cuerpo. Pertenece a su único partido en la Copa Davis. Fue en julio de 1997, en la caída 3-1 ante Ecuador, en el Buenos Aires Lawn Tennis Club. Eran tiempos difíciles para el equipo nacional, en una década en la que no lograba superar la Zona Americana y los repechajes del Grupo Mundial. Zurdo, astuto y con buena técnica, rebelde, innovador y algo anárquico, nació en Colegiales, comenzó a jugar al tenis en el club Chacarita y se desarrolló sobre el polvo de ladrillo de River, con Daniel Palito Fidalgo (formador de Gabriela Sabatini) como guía.
En 1991, en Miami, ganó el Orange Bowl en la categoría Sub 18, uno de los torneos más prestigiosos del circuito juvenil. El título encumbró su imagen y proyección internacional. Luego, su carrera profesional tuvo altibajos y su mejor posición fue 114° (en junio de 1997). No ganó títulos en el ATP Tour (sí dos Challengers), fue semifinalista del ATP de San Marino 1996, actuó una vez en Wimbledon (en 1997; cayó en la 1ª ronda con Cedric Pioline) y dos en Roland Garros (en 1997 y 2000; en este último año perdió en la 2ª rueda con Guga Kuerten, luego el campeón). Su manera de ser (y de lucir) rompió el molde en un ambiente local no tan colorido ni expresivo. Respetado por su talento; también era incomprendido por algunos. “Por cómo era yo, si hubieran existido las redes sociales en mi época, habría juntado bastante plata, je. Yo era ideal para las redes; hubiera tenido muchos followers, hecho videos entrando en la cancha, rompiendo raquetas y, tal vez, me hubiese hecho famoso”, sonríe hoy Charpentier, desde Italia, comunicado con LA NACION.
Campeón del prestigioso Orange Bowl, en 1991
Cumplió 50 años en julio pasado y desde hace 25 está radicado en Italia. Vive en el norte, en Carugo, una pequeña localidad de la provincia de Como. Casado desde 2000 con Corinna Cappelletti (artista en el campo de la pintura y el dibujo), tienen dos hijos: Nahuel, de 20 años, y Maia, de 15. “Los dos hablan español bastante bien. Nahuel es fanático de Argentina; le gusta ir. Los dos juegan al tenis, pero ninguno quiso hacerlo seriamente. Nahuel estudia Química; mejor que se encargue de hacer algo que no sea correr detrás de la pelotita”, apunta. Gestiona, junto con un socio, la escuela de tenis (para niños y adultos) del Circolo Tennis Giussano, a dos kilómetros de su casa, trayecto que diariamente suele hacer en bicicleta.
“Doy clases y me vuelvo a mi casa, duermo una siesta y vuelvo a laburar hasta la noche tarde. El año pasado entrené a un chiquito suizo categoría 2009, que era muy bueno. El padre me lo traía o yo iba para allá. Así por dos años, pero no tenía ganas de acompañarlo en el circuito. Prefiero estar en mi casa, con mi mujer, mis hijos. En algún momento, tal vez, decida volver, pero no extraño para nada. Cuando prendo la TV y veo que están mis amigos en el circuito, en Australia, como el Niño (Mariano) Hood, (Diego) Moyano… tengo cero ganas de estar viajando. Me aburrí de estar dando vueltas. Juego interclubes para Italia; está bueno competir cada tanto, más allá de los dolores, je. El año pasado, en el Mundial +45 de Turquía, jugué contra Argentina. Fue una sensación rara”, describe Charpentier, que, radicado en Europa, tomó cierta distancia de los medios argentinos en los últimos años. No por descortesía, sino porque asumió un camino distinto en su vida personal/profesional, alejado de las luces que en algún momento lo enfocaron.
“¿Cómo veo a Argentina a la distancia? Demasiado empeorada; cada vez peor. A los de acá siempre les digo que no se dan cuenta cómo viven. Por más que la situación económica esté jodida, porque lo está, no hay pobreza en cada esquina. Hay buena calidad de vida. Con un salario normal podés tener todas las comodidades. Hay que laburar mucho, obvio, pero te da posibilidades. La gente de acá protesta por la inflación, pero se habla de un 7% anual, entonces es difícil tener discusiones con los italianos. Durante la pandemia empecé a aprender de bitcoin y criptomonedas; me gusta la tecnología y los proyectos que pueden servir. Pelotitas voy a seguir tirando, pero no por mucho tiempo… Me estoy programando el futuro y eso lo veo como una oportunidad”, expresa, inquieto.
-¿Cómo te llevabas con el dinero siendo tenista?
-Tenía un budget muy chiquito. Trataba de ahorrar por todos lados. El mundo del tenis siempre fue difícil y exigente. Imaginate: vos ponés tu sueldo arriba de la mesa y yo el mío, jugamos un partido, el que gana se lleva el de los dos y el otro nada, entonces hay una parte competitiva muy feroz. Si lográs sobrevivir a todo eso, el resto te parece fácil. Que ahora me saltee una clase del club me parece una tontería. El problema era cuando perdía en una gira, me quedaba sin un mango, tenía que dormir en el piso de una habitación prestada o en una estación de tren. La presión era grande. Nos pasaba a casi todos. Era raro el que tenía plata para ir al hotel. En mi generación, la mayoría dejó porque encontró otra solución para dejar de competir. A Carlitos Tarantino, por ejemplo, le ofrecieron un trabajo en Alemania y se quedó. Y así muchísimos. Habiendo jugado bien en los juniors y ganado el Orange Bowl fue un poco más fácil hacerme un nombre y conseguir algún sponsor que me diera una mano.
-¿Tuviste ayuda económica?
-Mis viejos tenían una óptica y hubiese estado muy difícil poder viajar sólo con el apoyo de ellos. A mí me salvó la vida Palito Fidalgo, ayudándome a crecer, dándome una mano. Incluso antes de ganar el Orange me ayudó a viajar, a organizarme. Su familia casi que me adoptó. Después, una vez que empecé a ganar algo de dinero, pude mantenerme, pero en vuelo bajo. Por algún período tuve entrenador, pero la mayoría de las veces lo hacía todo solo. Me la banqué jugando solo. Incluso al Orange Bowl de Miami fui solo, porque iba a venir Palito, pero él tenía vuelo por Pan Am, y justo ese año la compañía quebró y se quedó sin pasaje. En cambio, Juan Garat, Hood y yo fuimos antes a jugar un torneo en Yucatán, México, y de ahí a Miami, con otra línea aérea. Tuve suerte. Llegamos, el torneo era espectacular, competí, se terminó la semana y no me ganó nadie. En la final le gané al marroquí Karim Alami, pobre… las tres veces que jugamos le gané, pese a que tenía mejor ranking. Ahí, en un Satélite y en la primera ronda de Roland Garros 2000; él estaba 30 del mundo y yo era 230°.
-En 2002, en el Challenger de Barcelona, te enfrentaste con un tal… Rafael Nadal, que tenía 16 años y te ganó 6-3 y 6-4. ¿Qué recordás?
-Yo había jugado tres buenos partidos en la qualy, incluso ganándole a un muchacho que se llama Roberto Menéndez Ferre, que es el actual número 1 mundial de +45. En primera ronda del main draw me toca con este chico… un tal Nadal. Era medio gordito, pero alto, no se movía muy bien. Jugamos el primer punto, tac, tac, tac, le tiro una cruzadita de derecha y llega, tira un winner cruzado y me grita ‘¡Vaaamos!’. Yo digo: ‘¿Qué mierda quiere este pendejo?’. Era 15-0, viejo. ¡15-0! Ya estaba a full. Yo no quería acelerar porque sentía que jugaba contra un nene y que en los momentos importantes se iba a asustar. Pero en los momentos valiosos no erró nunca. Después me enteré de que ya había ganado varios Futures; de haberlo sabido, lo hubiera enfrentado con un poco más de respeto. Yo venía jugando bien, te enfrentás con un chico, no se te puede ocurrir salir así. Pero cuando pierdo y salgo de la cancha, el Niño Hood, que había visto el partido, me dice: ‘Este flaco es muy bueno, vas a ver que va a ser top ten’. Y mi respuesta fue: ‘Naaa, andá a cagar, no puedo creer que perdí con este pendejo’, jaja.
-Tenías revés a una mano. ¿Te salió en forma natural?
-Tuvo su historia. Empecé a jugar al tenis con una mano, porque se enseñaba así. A los 14-15 años fuimos con Palito a practicar a la academia de Nick Bollettieri en Estados Unidos y cuando vi jugar a todos los americanos con dos manos, me encantó. Volví y le dije que quería pegar igual. Encima, los mejores de la Argentina, que eran Carlos Tarantino y Lucas Arnold, golpeaban con dos manos; quise copiarlos. Me autoentrené. No había YouTube ni nada. Compraba la revista Tennis y pegaba las fotos en mi habitación para ver cómo era el gesto técnico. Y contra todos los pronósticos, a los seis meses estaba con buen nivel y ganando mi primer torneo Nacional pegando con dos manos. Lo usé desde los 15 a los 17, más o menos, pero me salió un quiste en la mano derecha… cosas de familia, lo tiene mi hermana y mi viejo. Me dolía, me tenían que operar, pero si lo hacían ningún médico me podía asegurar que iba a salir bien, entonces volví a pegarle con una. Hacía cada ensalada… incluso en el Orange Bowl le pegaba con una y con dos. Yo jugaba de una manera distinta a la argentina: lo hacía rapidísimo mientras todos tiraban muchas pelotas, por eso me decían que estaba loco. Yo quería cerrar los puntos cuando todos querían pelotear. Me gustaba ser ofensivo.
-¿Te genera melancolía que haya pocos jugadores con revés a una mano en la elite?
-No, no me importa. Incluso, estoy esperando que pasen cosas distintas. Que venga un jugador que juegue con dos derechas. Hay videos de chiquitos, lo sé, pero eso va a pasar cuando venga un jugador que nazca en África, por ejemplo, y nadie le haya dicho cómo hacer las cosas. Ahora está todo tan estructurado, estudiado por videoanálisis…
Una acrobacia de Charpentier
-¿Te aburre el tenis actual?
-No. No me aburre. Es decir, nunca me divirtió mucho verlo. Me gusta jugarlo. Ir al Buenos Aires Lawn Tennis a ver tenis era sentarme un rato, bajar de la tribuna, comerme un pancho, dar vueltas, ir a los stands, caminar. Reconozco que hoy se juega muy rápido, demasiado rápido tal vez para controlar la pelotita. Van a una velocidad que parece un videojuego y automáticamente te limita la cantidad de cosas que podés hacer. Hacer saque y red cuando la pelota te vuelve a 150 y adentro, es difícil; el cuerpo humano no va más rápido. La pelota viaja más fuerte porque los materiales mejoraron mucho también. Antes, con las raquetas de 360-370 gramos, que temblaban más, le tenías que pegar con un caño. Era con lo que yo crecí, con cada cacerola... Agarré la época de las raquetas de aluminio, que eran una cosa increíble. Pasamos de las buenas raquetas de madera al peor prototipo de la raqueta moderna. Ahora, cualquier raqueta mediocre es buena.
-¿Cómo valorás haber jugado la Copa Davis?
-Fue un período de mierda…
-En aquel partido que perdiste con Nicolás Lapentti (6-3, 6-4 y 6-3) se te acalambró la mano izquierda. Por entonces hacías una dieta especial. ¿Eso tuvo que ver?
-Fui vegetariano por dos años. Por lo que ahora es normal, a mí me volvieron loco. Nadie conocía nada. En el grupo de Copa Davis, incluso el doctor, me estaba atrás y me decía: ‘Dale, comé carne, dale’. Yo había empezado un tratamiento en Alemania porque estuve con una úlcera que no se me pasaba. Pero siendo vegetariano, más que nada frugívoro, y con acupuntura, se me pasó y me enganché con ese tema a full, pero me trajo otros problemas. Ahora hasta en las casas de hamburguesas tenés menú vegetariano. En ese momento mantener una alimentación balanceada siendo vegetariano era muy difícil. Y se ve que la dieta no la hice bien, empecé a tener problemas de alimentación que derivaron en depresión, estuve medicado, físicamente me puse demasiado flaco, me faltaba información. Pero en casi todos mis sectores fui innovador.
-¿Y cómo te afectó en la semana de la Davis?
-Ese momento era de mucha presión. En Argentina, tenísticamente estaba todo mal y se necesitaban ganar partidos. Yo acepté jugar la Copa Davis y entré en un grupo que estaba todo estructurado, eran amigos, se conocían. Pablo (Albano), Lobito (Luis Lobo), (Hernán) Gumy, Daniel García como capitán, se entrenaban todos juntos y yo era como el colgado que venía de afuera a bancarse lo que hacían los demás. Y con el carácter que tenía yo… no era fácil. Ahora tengo 50 años, pero antes era muy difícil, porque siempre hice lo que se me cantó, para bien o para mal. Siempre empujé mucho para ser independiente, tomé decisiones estando solo y aprendí. Me costaba viajar con entrenador porque me costaba la convivencia. Siempre quise decidir todo.
-También innovaste al teñirte el pelo y utilizando ropa con diseños artísticos.
-Era parte del proceso de rebeldía. Las remeras las hice porque me ofrecieron jugar con una marca local que no me gustaba y me diseñé la ropa. Aceptaron hacerme diez remeras y pantaloncitos para ese partido de la Davis. Podría haber seguido todo bien, pero ese año quemé el cerebro y dejé de jugar. Pero si yo hubiese seguido jugando y subiendo, se hubieran creado muchas cosas.
-¿Te involucrabas en el diseño? Por ejemplo, en la remera con cadenas.
-Sí, opinaba. Cada uno le dio un significado distinto a las cadenas. Dijeron que eran porque me sentía encarcelado y cosas así... Pero a mí me parecía un símbolo de fuerza, de lucha, de gladiador.
-¿Y a qué respondían los colores del pelo?
-Lo del pelo comenzó antes de la Davis, en el 96. En ese momento yo tenía una novia polaca y cuando estaba por arrancar la pretemporada para pensar en un 97 a full, me peleé con ella, me puse mal. Me fui a Tandil a empezar el entrenamiento con Maurizio Salvatti y (Mariano) Zabaleta, pero tuvieron problemas con Rául Pérez Roldán y Salvatti se volvió para Italia. Entonces, de un día para el otro me quedé sin novia y sin entrenador; todo el orden que había agarrado, se desarmó. Necesitaba cambiar algo de la onda y empecé cortándome el pelo, porque lo tenía largo. Después me lo pinté. Y la primera gira con el pelo de colores fue en marzo a Miami; me llamaban purple hair (cabello purpura). Y ese año, en la Davis, decidí hacérmelo celeste y blanco. La noche previa a jugar con Lapentti fui a la peluquería, iba a estar una hora y media, pero a la peluquera no le salió bien y estuve tres horas. Al principio me quedó la cabeza amarilla y azul, como Boca, ¡me quería morir! Fue una tortura. Pero lo tomaba como un juego. Me seguí pintando por un tiempo hasta que me quisieron hacer firmar un contrato con un sponsor y decía que tenía que seguir haciéndolo por dos años. Eso me molestó, porque pasaba de hacerlo por rebeldía a encarcelarme con la idea del marketing y de vender más en caso de que no ganara partidos. ¡Era como si salieran a vender a Madonna! No había manera de pararme. Sigo igual: si me encapricho con algo, listo. Es más: no suelo entrenar a gente buena porque empiezan con caprichos y los mando al carajo.
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En 2003, con casi 30 años y tras haber superado distintos problemas de salud (apendicitis, por ejemplo), Charpentier se sentía liberado, jugando bien, listo para lograr el añorado salto en el top 100. Empezó bien la temporada, pero le surgieron dolores en el hombro izquierdo. En la qualy de Roland Garros se desgarró un gemelo y estuvo inactivo durante tres semanas, período en el que no le prestó demasiada atención a la molestia en el brazo... al volver a jugar no podía moverlo: vio a un médico, se hizo estudios y le diagnosticaron una severa lesión en el húmero.
“Cuando quise volver no lograba sacar. Estuve tratando de recuperar todo ese año, hice fisioterapia y en 2004 finalmente me operé. Estuve un año sin jugar y, cuando quise volver, ya casi no funcionaba. En 2006 ya estaba jugando torneos por plata, tenía mi academia, estaba casado y con Nahuel de dos años. Tuve que jugar interclubes sacando de abajo para poder ganar dinero, darle de comer a mi hijo y pagar el alquiler. Todo el año jugué sacando de abajo para subsistir; mandé a mucha gente al psiquiatra porque le gané sacando así de mal”, recapitula Charpentier.
-¿Perdiste los ahorros?
-Todo lo que tenía lo había usado para pagar las primeras cuotas de una casa y no me quedó ni un mango. Mi mujer terminó la universidad, quedó embarazada de joven y no pudo trabajar, así que fue un período bastante difícil. Traté de volver al tenis porque no me quería retirar así. En 2007 me inscribí en unos Futures, hice cuartos, semifinales y gané el último torneo que jugué, en Torre del Greco (Italia). Dije: ‘Bueno, por lo menos gané mi último torneo. No juego más’. Así fue. Sabía que no iba a volver al nivel que quería.
-¿Te quedó como cuenta pendiente no haber sido top 100?
-Si la vida que tengo hoy fue porque vine a Italia cuando estaba lesionado y eso hizo que conociera a mi mujer, te digo que no. Si me hubiese metido en el top 100 antes de conocerla, quizás nunca hubiese agarrado para este lado. Y hoy soy muy feliz. En 2003 sentía que estaba para subir, pero me paró el problema del apéndice y del hombro. En la primera parte de mi carrera no estaba listo para dar el salto. Encima no jugaba tan bien como después y me hice un poco famoso…
-¿Cómo te trató la popularidad a fines de los 90?
-En ese momento todas mis anécdotas y mis cosas quedaban entre los amigos y la familia; no había redes sociales, obviamente. En general, estando en Buenos Aires, el que me reconocía me gastaba por los pelos de colores, cosa que no me pasaba en Nueva York. Estando en Buenos Aires me rompían los huevos, siempre había alguien para decir algo. La crítica argentina es muy cruel si sos sensible. Si no te importa, vas para adelante. Yo sufría bastante el tema. Además, me criticaban porque no era 20 del mundo, yo quería que me fuera mejor para poder demostrar y no me salía, el tiempo fue pasando. Hubo cosas que me terminaron cansando.
-¿Qué representó Guillermo Vilas para vos?
-Nos indicó cómo había que trabajar para crecer. Jugué una vez con él, después de ganar el Orange Bowl, y me dijo cosas que entendí mucho tiempo después, porque tenía una manera de ser muy diferente a la mía, entonces es como que no lo seguí al principio. Me decía que pasara más horas adentro de la cancha, que no importaba nada más, pero a mí me aburría, me entrenaba un par de horas, hacía gimnasia, después a otra cosa. Él era exagerado, estaba seis horas en la cancha. Lo que entendí con el tiempo es que tenía claros los objetivos y yo, en cambio, era intuitivo. A mí me decías de hacer un ejercicio, me ponía y de diez pelotas, ocho me salían bien. Entonces para mí ya estaba. Después me aburría y las terminaba tirando afuera, terminaba perdiendo la sensibilidad. Lo que más me costaba era mantener el equilibrio, estar fresco de la cabeza y entrenarme en los distintos tiros.
-¿Cómo observás al tenis argentino actual?
-Como no entreno a jovencitos, pierdo un poco la línea. Veo los resultados, veo quién lo entrena, un poco de información. De (Facundo) Díaz Acosta sí puedo decir, porque el Niño Hood me preguntó qué pensaba sobre su saque. Cuando estuve en Buenos Aires los fui a ver, lo filmé y se los hice ver. A mí la técnica me gusta mucho y tengo buen ojo. Nadie se esperaba que Facundo ganara el ATP de Buenos Aires, pero eso te hace ver lo que provoca la voluntad y el trabajo. Hace la preparación física con Jorgito (Rodríguez), que es la persona con la que yo trabajé desde los 14-15 años; fue mi primer profe y el de muchos jugadores de nuestra generación.
-¿Cuál es el secreto del tenis italiano?
-Eh… culo, jeje. Culo. Toda la vida fue igual. ¿Qué hizo Chile para tener a Ríos, Fernando González y Massú al mismo tiempo? Nada. Eran tres chicos que jugaron muy bien, se juntaron, fueron creciendo y salieron en ese período histórico. ¿Qué es lo que tienen ahora? Ni uno de ese nivel. ¿Qué hizo Suiza de distinto para tener a Roger (Federer) y Wawrinka? Nada. Trabajan bien en la federación, pero también hacen muchas cagadas. Después, las federaciones dicen que los jugadores salen gracias a ellos y no siempre es así. En Italia, la federación se subió al carro en el período de Flavia Pennetta, Roberta Vinci y Francesca Schiavone, pero ellas crecieron por privados. ¿Pensás que la federación italiana hizo a Jannik Sinner? Creció en la academia de Roberto Piatti, otro privado. Con (Lorenzo) Musetti fue igual: se entrenaba acá cerca, con un entrenador privado, el mismo que tiene ahora [Simone Tartarini].
-¿Sinner te maravilla tanto como a todos?
-Pocas veces escribo cosas sobre jugadores. Si vas hacia atrás en mis redes sociales, fue sobre el único jugador que escribí un posteo cuando tenía 17 años. ‘Este es bueno de verdad’. Había ganado el Challenger de Bérgamo 2019, lo vi por TV, lo escuché en la entrevista y en ese momento me llamó la atención. Después cuando lo vi subir y subir, dije: ‘Tiene todas las cartas para ser bueno de verdad’. Lo fui a ver al torneo Next Gen, en Milán, y me di cuenta de que iba a ser número 1. Tiene todas las características tenísticas, pero además tiene una gran tranquilidad, no desilusiona. Lo que no sé es cuánto va a durar. Me da miedo porque juega a 200 km/h todo el tiempo y no se cuida, no mide para nada. Lo ves que siempre llega con las piernas abiertas, tira fuertísimo, no defiende casi nunca…
-Bueno… Carlos Alcaraz no especula nunca en el juego y ya tuvo varias lesiones.
-Tiene la misma idea que Jannik, sí; pero ya le dijeron que tenía que calmarse un poco, encontrar los tiempos justos, pero igual me parece mucho más elástico, más parecido a Djokovic. En cambio, a Sinner lo veo como un gigante que le pega fuertísimo y juega como si fuera mucho más bajo. Tengo miedo de que con esas palancas, apenas se le rompa algo, empiece a tener problemas. Espero que estos chicos duren mucho tiempo porque lo que veo detrás de ellos no aparece como una camada muy interesante. Si ves el último Next Gen no es una generación parecida a esta.
-¿Conservás algo de tu vida como tenista que cada tanto te haga viajar en el tiempo?
-Tengo de todo. Tengo una remera del modelo de las cadenas. Tengo otra de Roland Garros 2000, que era marrón y blanca. Ese modelo lo hicimos con mi abuela, que era sastre: fuimos a una fábrica textil, hicimos las estampas, los colores, ella cortó la tela y las fuimos armando. Mi hija se pinta de violeta el cabello porque mi mujer es artista y mis hijos crecieron así, entre colores. En mi casamiento me vestí de blanco con la cabeza celeste, je. Siempre fui un poco rebelde. No voy a cambiar.
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