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Los sentimientos íntimos de Guillermo Vilas, a 40 años de su primer gran hito en Grand Slams
El 5 de junio de 1977 logró en París el primer torneo grande para la Argentina; se siente reconocido por la gente, cuenta por qué no formó una familia más joven y, sobre el Nº 1 que nunca le dieron, afirma: “Tarde o temprano se reconocerá”
PARÍS.– Tenía apenas cinco años. Le gustaba nadar, pero un día se metió mar adentro para buscar una pelota de voleibol, subió a una balsa y le costó volver. Ya en tierra firme, la reprimenda del padre no dejó resquicio a negociaciones: “Basta de agua”. Cabizbajo, volvió a la coqueta casa del barrio Caisamar, cerca de Camet, tomó la raqueta y se descargó con su pasión: frontón en el garaje. Pasaba horas y horas ahí. Llegaron las fiestas de fin de año y el escribano Roque Vilas le preguntó: “¿Qué querés de regalo?”. La respuesta fue terminante: “Un profesor de tenis”. Se abría una historia desconocida para el deporte argentino, revolucionaria a futuro.
El Cholo Vilas fue hasta Rosario, contrató a Felipe Locicero y el docente, ya en las primeras charlas con Guillermo, notó que había algo especial: inquietudes y ambiciones. Sobre todo cuando los ojos del niño se asombraron al escuchar lo que podía permitirle el tenis: “¿Jugar en otros países y ser el mejor del mundo? ¿Y qué tengo que hacer para eso?”. La respuesta no era para cualquiera, pero la asimiló: “Tres años de frontón sin pisar una cancha”.
Nacía un campeón. Uno de los mejores deportistas argentinos de todos los tiempos. El hombre que revolucionó un deporte. El primer argentino ganador de un Grand Slam. El inspirador de generaciones futuras. El hombre que hoy, con 64 años, es un emblema mundial y que mira con orgullo aquel 1977. A nada menos que 40 años de su primer hito: ganar Roland Garros.
Criado en polvo de ladrillo, obsesivo, trabajador incansable, peleó por sus objetivos sin claudicaciones. Por eso, tres años antes ganó el Masters en Melbourne sobre césped haciendo saque y red, emulando a uno de sus ídolos: Rod Laver. “Yo copiaba todo lo que me gustaba. Copiar es una forma de rendir homenaje a algo que sirve”, confesó alguna vez. Por eso también tomó su modelo del brasileño Thomas Koch: pelo largo, vincha y hasta su forma de caminar, renguera incluida.
Su victoria en París fue rutilante. Aplastó a sus rivales. El estadounidense Brian Gottfried apenas le sacó tres games en la final (6-0, 6-3 y 6-0, en 1h53m). Cuando terminó el partido su coach, el rumano Ion Tiriac, le dijo: “Ya está, ya cumpliste el sueño de tu vida. Me voy”. Él lo miró fijo y le respondió: “Si me dejás ahora, me retiro del tenis”. La sociedad transitó por muchas jornadas gloriosas más, incluidos otros tres títulos de Grand Slam: US Open 1977 y Australian Open 1978 y 1979.
La vida pasa. Vilas nunca dejó de ser tenista en su espíritu. El deporte marcó su existencia, entremezclado con otras grandes pasiones: la música y la poesía. Siempre escribió. Diarios íntimos, libros, vivencias. “Ese Roland Garros fue increíble: el día que lo gané se me terminaron las horas del cuaderno donde anotaba cada detalle. Pareció a propósito”, reveló en uno de sus tantos recuerdos de la conquista. Hoy padre de cuatro hijos, tres nenas (Andanin, Intila y Lalindao) y un varón (Guillermito), casado con la tailandesa Phiangphathu Khumueang, Vilas vive en Mónaco por propia elección. No es algo nuevo, más allá de que en su carrera vivió saltando de país en país. París misma lo ha tenido como residente en su departamento de la Avenue Foch, a metros del Arco de Triunfo. Es esperado por Roland Garros para el próximo martes. Sin deseos de entregarse a la charla, pero aceptando un breve cuestionario por escrito de la nacion, repasa el impacto de aquel triunfo en el Abierto de Francia y su vida.
–¿Por qué festejaste tu primer Grand Slam, nada menos que Roland Garros, con tan poca euforia en la cancha? ¿En qué pensaste?
–Tenía la meta de ganar un Grand Slam desde que comencé a jugar, cuando supe de qué se trataba un gran torneo. No podía ser bueno en serio si no ganaba en la superficie en la que aprendí a jugar. En esa final sólo pensaba en ganar. Por eso, después de la última pelota, que me pareció un tanto eterno, no salté ni nada por el estilo. Me di vuelta y miré a Tiriac, que estaba sentado en un costado del estadio, abajo, y sonreí. En el video o alguna foto se ve que me río de felicidad cuando lo miro. Fue como decir “por fin pasó”, y no quise exteriorizarlo demasiado.
–¿Qué peso tuvo Tiriac en tu carrera?
–Llegó un momento en el que me di cuenta de algo crucial: solito me daba hasta ahí, no lograría mucho más sin un estratego al lado. Veía que podía caer en un estancamiento y que los rivales ya sabían cómo anularme. Con Tiriac progresé el doble en la mitad del tiempo que yo habría usado, y era probable que jamás consiguiera tanto sin una ayuda. Se ocupó de todo y fue el primer entrenador a tiempo completo del tenis profesional. Yo podía jugar espectacularmente o poner tácticas billantes en la cancha, pero no tenía la capacidad de ir más allá. Tenía límites, y Tiriac se ocupó de sobrepasarlos.
–¿Te sentís reconocido por la Argentina? Sos de los mejores de la historia del deporte nacional.
–Por supuesto. La gente nunca se olvidó de mí. Y es lo más importante, porque cuando uno juega en ese nivel ya no está solo. En la Davis viví grandes momentos en el Buenos Aires, no los olvidaré porque se sentía la vibración del estadio. Fuera del público, con el que siempre me llevé perfecto, no tiene relevancia si me reconoció o no la dirigencia de mi deporte. Hice mi trabajo lo mejor que pudo mi tenis y la gente lo valora a lo largo de los años. Con ese reconocimiento ya me siento feliz.
–¿Te gustaría haber formado una familia más joven?
–Siempre creí en la familia y la responsabilidad que debemos asumir. Por eso, en plena competencia no se me cruzaba por la cabeza formar una porque habría sido un problema para ambos. No veía justo que la persona que estuviese junto a mí sacrificara su vida para seguirme por el mundo. Al dejar el circuito pasé un tiempo para asentarme, si bien la búsqueda de alguien con quien compartir cada momento siempre existió. Es difícil encontrar la unidad. Por fin logré la armonía al conocer a mi esposa, que llegó en el momento en que debía llegar. Hoy soy feliz con ella y mis cuatro hijos.
–¿Por qué te fuiste a vivir fuera?
–Nos pareció un buen momento familiar. No es nuevo para mí viajar y quedarme en tal o cual país. Lo hice siempre, soltero o casado. Ahora, antes del nacimiento de mi hijo, el plan fue radicarnos en Europa y, entre otros motivos personales, aprovechar para que Andanin compitiera y tener todo más cerca. Lo pensamos hace bastante y se pudo concretarlo este año. Nada especial, porque forma parte de mi esencia.
–¿Te molesta el tema del ranking, del número uno no reconocido?
–Es algo que no manejé durante mi carrera. Yo jugaba y sumaba mis puntos, el resto no estaba bajo mi dominio. Cuando sabía que venía bien, que ganaba seguido, me fijaba en las posiciones y siempre era lo mismo. Parecía que no avanzaba. Como se sabe, reclamé a quien correspondía cada vez que creía estar arriba, pero no tenía respuestas consistentes, como en 1975 y 1977. En un momento dije “me meto en interminables negociaciones o juego al tenis”. Sé que en muchos pasajes estuve mejor que el resto. Tarde o temprano se reconocerá.
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