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Los invisibles: la dura historia de Walter, el masajista de la Copa Davis que estuvo a punto de pelear en Malvinas
Nacido en Villa Corina, es uno de los más queridos del equipo que jugará la final en Zagreb; empezó a los diez años y tiene como cliente a Marcelo Tinelli, entre otras personalidades
Villa Corina, uno de los barrios más pobres del partido de Avellaneda. Walter, el Negrito Walter, con no más de nueve, diez años, jugaba con algunos de sus seis hermanos y escuchó un golpe. Su mamá se había caído tendiendo la ropa mojada. Corrió a auxiliarla y, repentinamente, empezó a masajear la rodilla que se inflama. Diez, treinta, cincuenta minutos presionando, amasando. Un día después, el dolor y los quejidos habían disminuido. A los 53 años, Walter Alfonso, el masajista del equipo argentino que en unas semanas jugará la final de la Copa Davis frente a Croacia en Zagreb, tiene grabado ese momento. No lo olvidará por nada del mundo. Allí comenzó todo. Su trabajo lo llevó a cruzar océanos y conocer muchas ciudades, pero nada lo mueve de Corina, el barrio al que llegaron sus padres, desde Corrientes, buscando una salida laboral. Bastante antes de tomar impulso al descubrir un afiche que ofrecía un curso de shiatsu, Alfonso, a los 17 y sin saberlo, estuvo cerca de combatir en la Guerra de Malvinas. “Fui a colimba en el regimiento de caballería 8 de Tanques, en Magdalena. No me tocó ir a Malvinas de casualidad. Nos tuvieron, ya preparados, ocho días en el puerto de Buenos Aires con los tanques alineados para subir a los barcos, esperando que la luz se pusiera verde y salir. No tenía teléfono, nada; todo era por carta. Pasaron los días y nos hicieron volver a Punta Indio en un tren de carga: ahí nos enteramos lo que había pasado. La guerra había terminado y la gente nos tiraba comida, cartas, banderas. Nos agradecían. Cuando supimos la verdad nos mirábamos entre nosotros sin creerlo. Lloré mucho pensando lo que habían vivido los chicos de la camada anterior a la mía, la ‘62, y de lo que me podría haber pasado”, revela Alfonso.
Tras aquel episodio, hizo el servicio militar durante un año más y luego comenzó a trabajar. En mantenimiento de una fábrica, como cadete de banco. Al tiempo, empezó a estudiar, a aprender más de su vocación. Atendía a familiares y vecinos. “Una vez vinieron al barrio algunos ex jugadores de Boca. Y, al enterarse lo que yo hacía, uno me propuso que fuera a laburar al club. Me presentaron a Emilio Nana, que era jefe del departamento médico. Empecé a trabajar, me pusieron una camilla y me puse a atender a la gente –recuerda–. Estuve en el club mientras fueron técnicos Bilardo, Veira y un tiempo con Bianchi. Yo atendía a los del fútbol de salón. Y un día el kinesiólogo Gustavo Liotta me dijo que me iba a presentar a unos amigos: me llevó a la selección mayor de vóley, al Cenard y me encontré con Hugo (Conte), Waldo (Kantor), Marcos (Milinkovic), (Guillermo) Quaini, el Turco Jabif. Daniel Castellani era el entrenador. Ese fue mi gran salto”.
Su energía, optimismo y capacidad como masajista trascendieron en el voleibol nacional. Hasta que un día sonó el teléfono de su casa, atendió y pensó que le hacían una broma. “Me dicen ‘Hola, soy Tinelli, Marcelo Tinelli’. No entendía nada. Me dijo que estaban armando un equipo, que me había visto alentando en la selección y si quería estar en Bolívar. Fue de locos que me llamara uno de los tipos más famosos del país. Obvio, fui. Se me abrieron puertas. Todavía sigo atendiendo a Marcelo en su casa; le estoy muy agradecido. Me empezaron a conocer más y a recomendar, hasta que llegué a la Davis, con Tito Vázquez como capitán”.
Alfonso tuvo “clientes” conocidos y de distintos ámbitos. Guillermo Coppola, Karina Jelinek, María Vázquez, Adolfo Cambiaso. Diego Maradona. “Diego estaba jugando al golf en la quinta de Mastellone en General Rodríguez –rememora– y me llevaron para atenderlo. Ya lo había cruzado en Boca, pero había hablado poco. Tomamos mate, comimos facturas, estuvimos juntos todo el día. No me olvido más: en una pieza grandísima, yo le miraba los gemelos y no lo podía creer. Hasta me nombró a un muchacho que vive acá a dos cuadras, en Corina, que le decían Pelé por cómo jugaba. Diego me dijo que era el único por el que se sacaba el sombrero”.
Los tenistas del equipo de la Davis le tienen mucho cariño a Alfonso. Valoran sus silencios, sus palabras de aliento, su predisposición. Conocen su historia, orígenes y limitaciones. Saben que pasó por la peor situación que puede padecer un padre: el fallecimiento de un hijo. Que en el caso de Alfonso, fue todavía peor. “Mi hija, mi nieta de dos años y medio, y mi yerno. Fue una tragedia; una pérdida de gas en la casa provocó una explosión. Fue hace casi cuatro años”, confiesa. “La gente dice que hay que vivir el presente, pero no se puede olvidar el pasado. ¿Cómo saló adelante? Hablando sinceramente, reconociendo que le di lo mejor que podía a mi hija y eso me hace tirar para adelante. También me ayudó la lucha que uno trae; es como que te vas preparando para los golpes, te vas curtiendo. Los chicos saben mi historia. Pero no soy de... Soy positivo, trato de estar pum, pum. A veces hasta yo me sorprendo”, añade el hombre de cuello y manos que bien podrían ser de boxeador.
Por las características de su función, Alfonso resulta uno de los mayores confidentes de los tenistas durante la semana de acción en la Davis. Y se siente cómodo. “Muchas veces servís de apoyo. Lo fundamental es el respeto, la palabra. Se valora mucho. Los chicos confían. Yo veo los nervios, los triunfos, las derrotas, las charlas del grupo. Uno aprende cuándo hablar y cuándo no. La vida me ayudó a saber valorar las cosas. Vas reconociendo todo, hasta la propia muerte. Cuando reconocés la muerte, empezás a vivir. Muchos viven, viven, y no reconocen que la muerte está ahí, a un paso, a diez, a cien. Me sale así, estar en la lucha constante”.
A Walter lo ilusiona mucho la final contra Croacia. Como a la mayoría. “Los chicos están muy bien. Cuando en un equipo hay buen clima, te obliga a estar con todas las pilas. Así está el equipo ahora. Ojalá se pueda dar”.
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