Ya no luce dos colitas en el cabello, como cuando empezó a pelotear en Núñez, en el frontón de River, empuñando, como podía, una raqueta Cóndor de acero, pesada para una nena que todavía no había cumplido siete años. Tampoco tiene la inocencia que lucía en junio de 1984, cuando enamoró en el Bois de Boulogne, conquistó Roland Garros junior y se mordía los labios, tímida, durante la premiación.
Pero sí atesora la misma esencia, la misma frescura y calidez. Este sábado, Gabriela Sabatini cumplirá 50 años. Nada la hace perder la simpatía. Fue muy grande como deportista en una época de oro.
Contemporánea de leyendas verdaderas, de carne y hueso, que parecían salidas de películas de ciencia ficción. Sensible y sin malicia, brilló en un circuito cargado de exigencias, que tenía sus porciones de arrogancia y egoísmo, claro. En el court de tenis, mientras lograba "jugar", en el significado más romántico de la palabra, Gaby se transformaba y liberaba su poesía.
Cuidadosa de su intimidad y protectora de su familia, Sabatini siempre se mantuvo lejos de los conflictos. Fue una gran atracción publicitaria: mientras estuvo activa, análisis de marcas internacionales comprobaron que su figura dentro de la cancha generaba un profundo contagio, ganas de practicar tenis y de comprar los objetos que ella utilizaba. Seducía por su belleza, pero también por su forma de ser, por su calidad natural.
Ya lo escribió Monica Seles en su biografía, From Fear to Victory (Del Miedo a la Victoria), al referirse a la actitud de la argentina luego de que un fanático de Steffi Graf la apuñalara en Hamburgo. Las mejores tenistas de la WTA decidieron que no se congelaría el ranking de la yugoslava nacionalizada estadounidense (era N° 1). Las rivales le dieron la espalda con el voto, menos una que se abstuvo.
"Gaby fue la única jugadora que me apoyó después del ataque. Ella pensó como persona, no en el ranking, no pensó en los sponsors ni en el negocio. Ella es una persona diferente al resto de las jugadoras que estaban en el tour", explicó Seles. Allí hay que hurgar, también, para entender por qué Gabriela es tan querida.
Ganadora de 27 títulos y número 3 del mundo en 1989. Pero enemiga de la fama y la exposición. En 2013, en una charla con LA NACION, contó: "Cuando era chica y pensaba que al ganar un torneo tenía que hablar, muchas veces perdía en semifinales para no hacerlo". Prolija en sus acciones. Desde que se retiró, en 1996, con apenas 26 años, no dejó de colaborar, en silencio, sin alardear. Lo hizo con numerosos tenistas jóvenes; lo hace como embajadora de una fundación que lucha contra el cáncer de mama. Lo hace porque lo siente. Y se compromete. Es que así vive desde que se despojó del tenis profesional antes de que empezara a odiarlo.
Hoy combina su tarea como empresaria con la vida sana: diariamente practica deportes (adora el ciclismo) y come en forma saludable (muchas frutas y verduras). Se permite algunos gustos más pesados, claro: helados, macarrones, chocolate caliente o cappuccinos, dependiendo la estación. En Zurich, una de las tres ciudades en las que vive durante el año (Buenos Aires y Miami, las otras) hizo talleres para aprender más sobre el origen y la preparación del café. Asegura que podría quedarse horas en una cafetería.
Hoy se encuentra en Miami, aunque ya debería estar preparando el festejo de cumpleaños en Suiza. Eso tenía proyectado junto con sus familiares y amigos, pero el coronavirus la tomó por sorpresa en la Florida. "Acá, aguantando un poco estos días tan raros que estamos viviendo, difíciles de manejar, porque pasan muchas cosas por la cabeza –le contó a LA NACION–. No me puedo quejar de nada, estoy en una situación o en un lugar muy cómodo, en Miami, donde se puede salir, hacer deporte afuera, que eso está muy bueno. Estoy acá esperando de irme a Suiza en algún momento. ¿Cómo me afecta en lo anímico? Es tratar de parar un poco la cabeza, porque el ser humano está acostumbrado a proyectarse, a pensar en el futuro, a planear. En mi caso lo mismo, estoy permanentemente moviéndome, entonces la cabeza empieza a pensar todas estas cosas y se hace difícil, más que nada a la noche. A veces me cuesta un poco dormirme, como creo que le pasa a todo el mundo. La gente que la está pasando realmente muy mal por su situación económica, son todas cosas que están en la cabeza y cómo hacés para parar todo eso y no pensar".
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El tenis le abrió las puertas del mundo y le cambió la vida a Sabatini. Como persona, como atleta, como empresaria. Pero también le provocó disgustos. Algunas derrotas y las críticas la llenaron de angustias. ¿Valió la pena vivir todo eso o hubiera preferido ser anónima y sentirse más libre?
"No, a mí el tenis me dio mucho más de lo que me pudo haber quitado. Soy una afortunada de haber vivido todo lo que viví. Me dio la posibilidad de viajar a tantos lugares, de conocer el mundo, de conocer gente, de tener amigos por todos lados. Todo eso, quizás, de otra forma no lo hubiese podido hacer. Me dio un crecimiento y una madurez. Yo era una persona muy introvertida, muy tímida, tenía mis experiencias en el colegio que marcaban una persona con mucha timidez. Y, bueno, el tenis, el tener que empezar a expresarme y ser un poquito más para afuera, me ayudó un montón en mi personalidad. Por supuesto que siempre elegí ser una persona privada, porque ese es mi perfil y es donde me siento más cómoda. Pero me hizo crecer un montón el tenis, todo lo que me dio es maravilloso. El contacto con la gente. Disfruto esta etapa".
-En el documental The Last Dance, Michael Jordan dice: ‘Muchos quieren ser Jordan un día o una semana, pero que sean por un año a ver si les gusta’. ¿Te representa el concepto por la fama y las presiones que recibiste?
-No vi el documental y lo voy a ver, porque fue una de las leyendas más importantes que tuvo el deporte. Creo que no al nivel de suyo, obviamente, pero una sintió esa presión, esas exigencias con las cuales tuve que ir trabajando. Quizás es la parte más difícil, porque una no está acostumbrada a tener una vida más pública, esas presiones. Entonces, sí, yo creo que es lo que más me costó en su momento: tener que lidiar con eso, tener que separar las cosas, porque por ahí había muchos comentarios que no me hacían sentir bien, me hacían sufrir, entonces tuve que separar y concentrarme más que nada en el juego, en el tenis, en mis objetivos y eso fue lo que me fue ayudando. Pero no sé si debe estar tan bueno estar en los pies de Jordan por unos días, ¿no? Porque hay que saber sobrellevar eso. Debe ser un trabajo increíble a ese nivel.
-Una vez dijiste que la "fama y la exposición tuvieron algo que ver" con que no fueras número 1. ¿Por momentos esa exigencia se te hizo irrespirable?
-Sí, y más que nada al principio, porque eso era cuando yo tenía 16, 17 años y empezaban con esto de la fama, de que la prensa hablara más de mí y a veces duele cuando son cosas sin conocimiento. Entonces, ahí es donde una tiene que empezar a separar y a entender de qué se trata eso, y a no salirse del lugar donde está, seguir el camino de los objetivos, de la profesión y eso es lo que siempre me permitió mantener el foco.
-Intentaste blindarte, como para que te afectara lo menos posible.
-Sí, es como encontrar un equilibrio. Tratar de separar, aislar esa parte sin dejar de ser una y que no afecte todo lo demás.
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La carrera tenística de Sabatini fue una obra de arte, con grandes picos de inspiración y, también, obstáculos sobre el final. Uno podría echar mano en el baúl de los recuerdos y escoger al azar, que la elección no defraudaría. En 1985 se convirtió, por ejemplo, con sólo 15 años, en la semifinalista más joven de la historia de Roland Garros, cayendo con Chris Evert, entonces 2° de la WTA.
"Sí, sí, me acuerdo, es increíble, me lo pongo a pensar ahora: con 15 años estar en el estadio de Roland Garros es increíble. Yo en ese momento no tenía noción creo que de dónde estaba, contra quién estaba jugando. Aunque eso sí, porque Chris Evert era para mí…, cuando yo empezaba a agarrar la raqueta, que de hecho tuve una de ella, estaba muy arriba. Pero, sí, estar ahí jugando, a esa edad una no es tan consciente y no piensa en esas cosas. Yo disfrutaba tato de estar ahí, de poder llegar a una semifinal, en un torneo como es Roland Garros, en una ciudad como París. Creo que una no tiene consciencia de esos momentos, pero a veces miro fotos y digo: ‘Guau, qué chica que era’", reconoció.
-¿El espíritu olímpico de Seúl 1988, cuando ganaste la medalla plateada, te marcó? De hecho, seguís siendo una referencia para los deportistas argentinos en esas competencias.
-Sí, fue una experiencia única, porque los tenistas no tienen la posibilidad, primero, de representar a tu país. No hay muchos eventos, salvo la Fed Cup. Y este [los Juegos Olímpicos] es el otro. En ese momento no había puntos para la WTA, pero era tan valioso y gratificante estar llevando los colores de Argentina y poder compartir con los otros atletas. Estás en el mismo edificio con los atletas argentinos, con los que te ves todo el tiempo, era como una familia, íbamos a comer todos juntos. Lo que me dio fue muchísima energía. Recuerdo que me levantaba a la mañana, estaban todos entrenando, preparándose para sus competencias y a una le daba muchas ganas, también, de entrenarse. Salí de ahí con unas pilas y unas ganas como nunca. Entonces, fue muy gratificante y hasta el día de hoy lo guardo en un lugar muy especial. Es donde respirás el deporte, te das cuenta y valorás todo el esfuerzo que hacen muchos atletas, porque la mayoría son, quizás, amateurs y se preparan solamente para ese momento. Ese es él momento, que por ahí dura dos minutos o un día. Eso me marcó mucho y hasta el día de hoy, que me gusta seguir ligada a los demás deportistas, alentarlos, acompañarlos y es hermoso. Me llena mucho.
-Es imposible no referirse a Nueva York y Roma, dos lugares donde te energizabas y conseguiste tus mejores resultados [US Open 1990, dos Masters en el Madison Square Garden y cuatro títulos en la capital italiana].
-Sí, creo que eso influía mucho en mi juego, en mi estado de ánimo. Y claramente, Nueva York, Roma, eran lugares donde afuera de la cancha ya me sentía bien. Son lugares de mucha energía. Bueno, Italia, Roma, todo, una se siente como en casa porque tiene las mismas costumbres. Estamos hablando también de los públicos, porque en las dos ciudades eran públicos muy fervorosos, muy expresivos, se involucraban en los partidos y eso estaba bueno también, provocaba una situación de más energía y entusiasmo.
-Inclusive en Roma tenías familiares que te iban a ver, ¿no?
-Sí, hasta el día de hoy, tengo familiares por parte de mi padre, que se acercaban al torneo porque ellos están más en la costa este, en Marche. Cuando venía el torneo se acercaban, así teníamos la posibilidad de vernos y también era lindo compartir con ellos. Fui al pueblo, después de haber dejado de jugar, tengo pasaporte, me dieron la llave de la ciudad, fue lindo conocer la casa donde vivía la abuela de mi padre.
-Amás viajar. ¿Te pasó, ya retirada, ser reconocida en sitios donde no te imaginabas que tu tenis era popular?
-Me pasó cuando había dejado de jugar, que tuve que ir a promocionar mi perfume a lugares como Varsovia, Polonia, que nunca había ido. Fui a un shopping a firmar autógrafos y había una cola larga de gente esperando que yo le firmara. Increíble. En otro lugar: Budapest, Hungría, que me pasó un poco lo mismo. Y en Bratislava, Eslovaquia. Me pasó eso en lugares en los que yo no había ido a jugar y me conocían más por los perfumes que por ser jugadora de tenis. Entonces fue muy curioso y sorprendente.
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-Gaby, te parás frente al espejo el 16 de mayo. Mirás un poco hacia adentro, recorrés tu vida en flashes. ¿Qué ves? ¿Qué te gusta? ¿Qué no?
-Siento que soy una privilegiada de la vida, hice todas las cosas que quise hacer, las sigo haciendo y tener esas posibilidades ya es mucho. Lo importante es sentirse bien. Y trato de hacer una vida sana también, son todas cosas que a una la dejan tranquila. Me siento feliz de estar donde estoy, de haber vivido lo que viví. Obviamente que una dice: "Uy, bueno, ciertas cosas que podrían haber sido un poco diferentes".
-¿En qué sentido?
-Puede ser en lo profesional, puede ser en lo personal, pero también siento que tomé las decisiones que me parecieron correctas en ese momento y me sentí y me siento bien. No es que me arrepienta de algo, para nada. Siempre me tomé el tiempo necesario para decidir, no apresurarme y estar segura. Estoy feliz, me siento bien por estar donde estoy, por lo que tengo y me siento agradecida.
-Te tocó perder a seres queridos. ¿Qué te pasa en tu relación con la muerte? ¿Cómo reaccionás en el momento de pensar en eso?
-Son duros, como que cuesta mucho poder entenderlos, más que nada. como que de repente esa persona no está más. A mí, particularmente, no me gusta tener que enfrentar todas esas situaciones, pero lo viví muy de cerca con mi padre [Osvaldo, que falleció en marzo de 2016]. Yo creo que de todas maneras lo peor que puede existir es ver sufrir a alguien. Eso es peor, todavía. Pero, sí, hablando de la muerte, es parte de la vida, nuestra continuación y eso sí que no lo podemos controlar. Pero cuesta un poco entenderlo: por qué hoy está o no, o por qué hay muertes tan injustas. Eso también es difícil de poder elaborar psicológica y anímicamente.
-¿En tu carrera tuviste la ayuda de psicólogos?
-Yo hice terapia muchos años, más allá del tenis. Por otro lado, también trabajé con psicólogo deportivo, porque sentía que en su momento necesitaba tener esos trabajos, ese apoyo. El psicólogo deportivo me ayudó mucho, yo había trabajado en un momento de mi carrera y volví en el final. Ahí, más que nada, porque no podía identificar lo que me estaba pasando dentro de la cancha, sentía que no estaba disfrutando, me costaba mucho ir a entrenar. No sabía si era un momento pasajero que tenía que atravesar o era algo definitivo. Y por eso trabajé con el psicólogo y me ayudó a entender que sí, que era el final.
-Aquellos que te conocen bien dicen que desde hacía mucho tiempo que el tenis no te producía una sonrisa como la que luciste al entrar en el Madison para jugar la exhibición con Seles, en 2015. Inclusive tenés la foto como perfil en redes sociales. Después de años sin disfrutar del tenis, ¿allí te amigaste?
-Sí, sí, me habían ofrecido jugar en el Madison el año anterior, no estaba preparada, yo no jugaba, no juego, quizás una vez cada tanto, pero creo que ahí habían pasado tres o cuatro años que no jugaba y había rechazado la propuesta, pero me había quedado un poco la idea, más que nada porque se trataba de volver al Madison, Nueva York. Cuando me lo preguntaron otra vez, lo pensé un poco y dije: "Ok, me comprometo a hacerlo, voy a empezar a entrenar". Entrené cuatro meses antes del partido. Sí, yo me había quedado con una sensación un poco como de no disfrutar tanto del tenis y en esos meses volví a disfrutarlo como cuando era chica. Inclusive, [en el final de mi carrera] me costaba un poco el saque y ahí me sentí tan, tan bien, pegándole a los golpes, tan cómoda. Porque traté de tomármelo más tranquila. Siempre me tomo las cosas muy en serio. Dije: "Si no tengo ganas de entrenar un día, no lo hago". No entrenaba todos los días, lo hacía día por medio. Con tenis, ¿no? Porque físico siempre hice y nunca dejé de hacerlo, lo que fue una ventaja. De lo contrario, me hubiese costado mucho más. Entonces empecé a hablar con Monica, me acerqué otra vez a ella, entrenamos juntas. El proceso fue todo muy lindo. Y el día del Madison, estar ahí otra vez, había cambiado bastante, parecía otro lugar, pero lo disfruté un montón.
-Una de las razones de estar tan saludable a los 50 años es que nunca dejaste de hacer deporte, ¿verdad?
-Todo lo que tiene que ver con deportes me encanta, me hace sentir bien. Yo lo siento también como un cable a tierra, como que lo necesito, no solo por lo físico sino también en lo mental. Ya con empezar el día de esa manera me da otra energía. Me hace sentir bien. Ya es parte de mi vida.
-¿Qué le dirías hoy a la Sabatini tenista?
-(Sonríe) No tengo nada que decir más que me siento orgullosa de quien fue esa persona, de todo lo que dejó esos años, todo lo que entregó por el tenis.
-¿Y, acaso, que se tome alguna acción del juego con más tranquilidad?
-Sí, sí, bueno, si vamos al detalle, puede ser, que las derrotas no las sienta como si fueran el fin del mundo. Más que nada, que sea algo positivo y no negativo, porque cuando perdía no quería saber nada con nada y creo que yo me exigía demasiado muchas veces y me jugaba en contra. Trataría de tomármelo con un poco más de tranquilidad, trataría desde el principio de buscar otras cosas para hacer. Lo había empezado a hacer más al final y me ayudó a sacar mucho la presión, tener otro entretenimiento, o saber que en la vida también se pueden hacer cosas sencillas. Eso trataría de incluirlo más en el tenis.
-Alguna vez Gastón Gaudio contó que en el final de su carrera, por las noches, salía a fotografiar. ¿Vos qué hacías?
-Sí, en un momento a mí también se me dio por la fotografía y viajaba con la cámara. En un momento viajaba con la guitarra, lo que no era cosa fácil, era un poco grande para viajar (sonríe). Me acuerdo que estábamos en Amelia Island, en ese momento Carlos Kirmayr era mi entrenador e insistió mucho en esa parte, me ayudó mucho a sacar toda esa presión. Yo decía: "Uy, qué bueno sería ir a andar a caballo por la playa". Y Carlos, después de que terminaba el partido, me decía: "¡Vamos! Vamos a andar a caballo en la playa". Y así con muchas cosas, sencillas, pero que se podían realizar. Carlos insistía y estaba bueno.
-¿Cuáles son las primeras cosas que harás una vez que recuperemos un poco la normalidad después de la pandemia?
-Abrazarme con mis seres queridos, ir a tomar un café o un helado con amigos. Pero más que nada, ver a mis seres queridos y poder abrazarlos.
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