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Los 50 años de Andre Agassi: las polémicas de un talentoso irreverente, su histórico triunfo ante un argentino y la obsesión con el peso de Coria
Talentoso, carismático, y por qué no también, polémico. André Agassi cumple 50 años este miércoles. Ya hace catorce almanaques que dejó el tenis, pero el Kid de Las Vegas -apodo que se esfumó cuando la madurez hizo lo suyo- dejó una huella profunda en el planeta tenis. Fue estrella juvenil y desenfadada, número 1 del mundo, conquistó los cuatro torneos de Grand Slam, el Masters, tres veces alzó la Copa Davis y obtuvo el oro olímpico en singles en Atlanta 1996. Todo dentro de una carrera memorable, única, singular. Nada mal para alguien que en la primera página de sus memorias afirmó: "Juego al tenis para ganarme la vida, aunque odio al tenis, lo detesto con una oscura y secreta pasión, y siempre lo he detestado". Dejó algunas manchas en el cuaderno, cómo no. Nadie es perfecto y el propio Agassi reconoció sus deslices; lejos de ser un número 1 intachable, más de una vez desnudó sus debilidades y contradicciones.
André Kirk Agassi nació el 29 de abril de 1970 en Las Vegas. Era el menor de los cuatro hijos de Emmanuel "Mike" Agassi, un boxeador olímpico de antepasados armenios y nacido en Irán que trabajaba en un casino de la "Sin City". Rita, Philip y Tamara eran sus hermanos mayores. Mike no quiso que el nene se dedicara al deporte de los puños, pero eligió otra disciplina solitaria: el tenis. Por eso, apenas pudo le regaló una raqueta que se convirtió en una compañera inseparable; odiada a veces, cuando el pequeño era obligado a golpear las 2.500 pelotitas por día que le arrojaba una máquina lanzabolas modificada por su padre para disparar con más velocidad. Así, en una cancha construida en el patio de su casa, en el desierto de Nevada, Agassi comenzó a forjar la que aún es, para muchos, la mejor devolución de la historia, y un revés de dos manos que aprendió a pegar con agresividad.
Los excelentes resultados en sus primeros torneos lo llevaron de una punta a la otra de los Estados Unidos. Nick Bollettieri lo recibió en su legendaria academia de Florida. Allí explotó la rebeldía adolescente: cresta mohicana, aritos y bermudas de jeans gastados, en lugar de los tradicionales shorts para jugar, acaso una forma inconsciente de querer llamar la atención más allá de su habilidad con la raqueta. Con apenas 14 años, disputaba torneos satélites, los de menor rango en el circuito por aquel entonces. A los 16 disputó su primer torneo oficial y en el segundo ya llegó a la final, en Schenectady. Considerado un prodigio, con poco más de una temporada en el circuito ya estaba dentro de los 20 mejores del tour; pero además de lo que llamaba la atención su talento, lejos estaba de pasar inadvertido por su vestuario y su melena de mechas decoloradas por el que era considerado un punkie.
En 1988, por la Copa Davis, en el Buenos Aires Lawn Tennis, protagonizó uno de esos episodios controvertidos: vencía con facilidad a Martín Jaite, dos sets arriba y 4-0 en el tercero, y, acaso aburrido, en vez de devolver un saque del argentino, tomó la pelota con la mano, una actitud ‘canchera’ que fue tomada de mal modo por los espectadores y hasta por el capitán de su propio equipo. Años después, explicó: "En lugar de defenderme, reaccioné con arrogancia, y respondí que siempre había tenido ganas de hacer algo así. La verdad es que tenía mucho frío y no pensaba. Esa reacción mía fue producto de la estupidez, no de la arrogancia".
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"La primera vez que lo vi a Agassi fue en 1987, en Roma. Era muy jovencito, venía con (Nick) Bolletieri, que insistía con que iba a ser la próxima megaestrella del tenis mundial. Era muy flaquito, caminaba muy rápido por la cancha, pero, sobre todo, les pegaba a todas las pelotas. A todas, eh. Por ahí, entonces, hacía unos puntos brillantes o la tiraba directo al alambrado. Ya se lo veía muy carismático. Esa vez en Roma le gané; después, me costó un poco más. Cuando todavía no era un crack, me ganó una semifinal en Itaparica, en Brasil (en noviembre de 1987). Ese fue el primer ATP que conquistó", recuerda Jaite, casi 33 años después. La víctima de aquel gesto en la Catedral porteña.
En una charla con LA NACION, el ex Top 10 y capitán argentino de la Copa Davis, considera: "Creo que marcó una época. Empezó con los pantalones de jean, cuando nadie jugaba con eso, con muchos colores, con vincha. No pasó inadvertido, seguro, más allá de que fue un grandísimo jugador. Siempre me pareció un tipo diferente. Agassi dejó una marca. Más allá de ser marquetinero, tenía una personalidad fuerte, importante".
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El Kid de Las Vegas agrandó su leyenda de enfant terrible con la decisión de no querer jugar en Wimbledon, espantado con la velocidad del césped, pero más disgustado aún por el código de vestimenta dispuesto por el All England, que aún hoy mantiene la obligación de jugar de blanco; la tradición, claramente, era un muro infranqueable para un Agassi amante del colorido, y desafiante de las reglas de etiqueta y la rigidez. Por años se saltó la gira de césped.
Más allá de haber crecido como jugador de canchas rápidas, se desenvolvía muy bien en polvo de ladrillo. En 1989 llegó a la final en Roma. "Me enfrento a Alberto Mancini. Fuerte, corpulento, con unas piernas como troncos, golpea la bola con una fuerza tremenda, penetrante, y con un efecto de tornado que hace que, cuando la pelota impacta contra tu raqueta, parezca uno de esos balones de goma que se usan en rehabilitación. En el cuarto set llego a disponer de un match-point, pero lo dejo escapar. Y me desmorono. No sé cómo, pero pierdo el partido", relata el propio Agassi en Open, su autobiografía.
Hoy, Luli Mancini apela a la memoria: "Lo recuerdo con cariño porque Roma era un torneo que me gustaba muchísimo, y estar en la final contra Agassi lo evoco como un momento de muchos nervios, pero también con bastante ilusión; venía con confianza, jugando bien, y sentía que tenía una chance de poder ganar. Agassi ya era una personalidad que atraía, era una estrella y con un juego agresivo, diferente en toda su manera de ser y eso llamaba mucho la atención. No retrocedía nunca, atacaba al límite, fueron pasando los minutos y se me fueron los nervios, me solté. Fue un partido parejo, levanté un punto de partido con su saque, y en el quinto set él se vino muy abajo de físico. Es un gran recuerdo".
En 1990 conoció a Gil Reyes, un preparador físico universitario que se convirtió en el ‘gurú’ que necesitaba para enfocar su carrera, que alternaba un carisma creciente con tres derrotas en finales de Grand Slam (Andrés Gómez, en Roland Garros 1990; Pete Sampras en el US Open de ese año; Jim Courier, en el abierto francés de 1991). Más allá de su talento innato, empezaba a ser visto como un perdedor.
Agassi admitió que jugó aquella final contra el ecuatoriano Gómez con extensiones capilares, angustiado ante la posibilidad de revelar la caída incipiente de pelo a los ojos de todo el mundo. Hay que tener en cuenta que su melena y su look, además de su talento, le habían generado un contrato millonario con Nike y otras empresas. Así se popularizó un comercial en el que Agassi terminaba diciendo: "La imagen lo es todo". Una frase más comercial que una declaración de principios, que le traería más de un dolor de cabeza.
El año pasado, en LA NACION, Gómez recordó: "Leí en su biografía ese tema, sí. Lo tomé como algo periférico al tenis. En la parte que se refiere a Roland Garros, sobre todo al partido conmigo, tiene palabras muy buenas hacia mí, para mi carrera y lo que significó ese torneo. A veces hay libros que hay que venderlos y se crean polémicas para eso. Ahí tuvo polémicas con Becker, Connors, McEnroe y obviamente con Sampras. Lo tomo como lo que es: una anécdota más. El resultado es el que queda y eso es lo que realmente importa".
Como una de tantas contradicciones, el primer gran título llegó donde menos lo esperaba: Wimbledon, el torneo que despreció por años, en 1992. Conquistó el US Open en 1994, y poco después, el Abierto de Australia 1995, en su primera participación. Melbourne, ese torneo al que faltó por años, terminó por convertirse en "su" Grand Slam, con cuatro coronas.
Fuera de las canchas, protagonizó un romance con la cantante y actriz Barbra Streissand, y luego conoció a Brooke Shields, con la que se casó en abril de 1997. El matrimonio duró mucho menos que el noviazgo; deprimido, cayó en el consumo de sustancias. En Open admitió haber dado positivo de metanfetamina (crystal meth), por lo que debió ser sancionado, pero envió una carta de disculpas a la ATP, que aceptó su explicación; el episodio quedó oculto por muchos años y recién se destapó cuando Agassi contó en su libro cómo le mintió a la ATP. El fracaso matrimonial y el descenso a los abismos se vio reflejado en su ranking, del número 1 al puesto 141°. Como en los días de pelo largo, pero ahora con la calva reluciente, empezó de nuevo en un challenger en la Universidad de Nevada, en las mismas canchas en las que jugaba a los 7 años.
Las segundas partes sí pueden ser buenas
La ruta de regreso a la cima incluyó un stop decisivo en París: en 1999 se consagró campeón de Roland Garros por primera vez, nueve años después de aquella final perdida contra Gómez, ahora con victoria sobre Andrei Medvedev y tras estar dos sets abajo; así completó el Grand Slam, al conquistar los cuatro grandes. Así se convirtió en el primer hombre en 30 años que ganaba los cuatro torneos de Grand Slam, aun cuando no fuera en la misma temporada. Un torneo que empezó con un triunfo que el propio Agassi considera indispensable dentro de su carrera.
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A 21 años de ese duelo de primera rueda, Franco Squillari le cuenta a LA NACION. "A ese Roland Garros yo llegaba muy bien. Estaba jugando bárbaro, había ganado el torneo de Munich, venía de hacer cuartos de final en Roma contra (Alex) Corretja, en el que tuve un match-point... Venía con mucha confianza, pero en el sorteo me tocó Agassi".
En su autobiografía, el estadounidense destaca ese partido como uno de los mejores de su carrera. Respetaba mucho a Squillari, al que tenía visto como uno de los mejores jugadores de polvo de ladrillo en ese momento, y consideraba "terrible" el sorteo que le había tocado. "Nunca supe que él estaba tal vez inseguro, y junto a Brad Gilbert -coach del estadounidense en ese momento- se tenían poca fe, incluso creo que tenían pensado sacar los tickets de regreso... Tuve un set point en el tercero para ponerme dos sets a uno, creo, y perdí una volea muy fácil para llevármelo", rememora el zurdo. Agassi, que llegaba con dolores en el hombro, se impuso por 3-6, 7-5, 7-5 y 6-3.
"Agassi era un apasionado del trabajo físico, de siempre querer ser el que más fuerte le pegaba a la pelota, era ultra competitivo dentro de la cancha. En su época de mejor ranking se lo veía muy poco por el club. Escondía mucho su forma de trabajar. Considero que su mejor momento fue cuando contrató a Gilbert y a Reyes. Pero nunca imaginé que ese partido en Roland Garros estaba entre los tres mejores de su carrera, tal como él menciona. Es un lujo que voy a poder contarles a mis nietos", finaliza Squillari.
Ese título en París alargó por años la trayectoria de Agassi; fue un empujón anímico decisivo para emprender lo que sería una segunda etapa de su carrera muy fructífera. Completó un increíble regreso con la obtención del US Open 1999, su quinto título de Grand Slam, y la vuelta al número 1. Más maduro, más centrado en el tenis, reencontrado consigo mismo, y ahora de la mano de la mujer de la que siempre había estado enamorado en secreto: Steffi Graf. La unión de leyendas con la alemana podía hacer saltar todo por los aires… o podían entenderse como nadie en el mundo: esto último fue lo que sucedió. Pronto llegaron al mundo sus hijos Jaden Gil -hoy es una joven promesa del béisbol- y Jaz Elle. Ninguno siguió los pasos de las dos superestrellas de las raquetas.
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Guillermo Coria, doce años menor que Agassi, tuvo como ídolo al Kid. "Para mí fue siempre un referente, lo veía de chiquito con su look, me llamaba mucho la atención. Después, haberlo enfrentado en varios torneos importantes, fue maravilloso. Por ahí parecía estar en el final de su carrera, pero era el número 2 del mundo cuando le gané en Roland Garros (en cuartos de final en 2003). Estaba sólido, firme, en uno de sus mejores momentos a nivel madurez, además del respeto que generaba dentro y fuera de la cancha, era algo impresionante. Tengo su raqueta, que me regaló cuando le gané", cuenta el Mago.
El ex número 3 del ranking, hoy a cargo de su academia en Rosario, relata también una anécdota de aquellos días: "Más o menos cada dos meses, en los torneos venía y me preguntaba: ¿cuánto pesás? Así una, dos veces. A la tercera, en Madrid, le pregunté a Reyes y me dijo: ‘Vení, te cuento: nosotros dos veces al año nos juntamos con todo el equipo de trabajo y cada uno analiza al jugador que quiere, da su punto de vista y qué le gustaría tener de ese jugador para que lo incorpore André. Y él está obsesionado con tu velocidad y tu coordinación, dice que sos muy rápido y llegás muy bien a cada bola, las que son difíciles. Por eso quiere pesar como vos para ver si puede lograr lo mismo. Yo le digo que eso es imposible, como vos tampoco podrías tener su potencia y su fuerza, son físicos diferentes’. Fue increíble para mí enterarme de eso, que me tuviera como un referente en la parte física y de coordinación". Y algo más: "A fines de 2004, yo iba a trabajar dos semanas después del Masters de fin de año con Reyes. Eran las dos semanas en las que Agassi se tomaba vacaciones, pero cuando se enteró suspendió el descanso y arrancó antes la pretemporada, así que no me pude entrenar con Gil".
Más allá de estas anécdotas, Coria no oculta su admiración: "Enfrentarlo era impresionante. La presencia, el carisma, todo lo que generaba dentro de la cancha era impactante. Un jugador único. Yo estoy feliz de haber compartido circuito con él, aprendí mucho de su revés y su devolución, y la garra y la potencia que mostraba, eran una locura".
A partir del 2005, sus apariciones se hicieron más espaciadas. Llegó a la final del US Open, en la que perdió con un Roger Federer en pleno ascenso a la cúspide. Semanas antes, en Los Ángeles, con 35 años, había alzado el que sería su último trofeo de campeón.
Una derrota contra Benjamin Becker, en la tercera rueda del US Open 2006, fue su último encuentro como profesional. Se retiró agobiado por una lesión crónica en la espalda, tras casi dos décadas como profesional, icono de una época junto a su archirrival Pete Sampras. Hace algunos meses, volvió por un rato al tour como coach de Novak Djokovic y Grigor Dimitrov. Hoy vive aferrado a su familia y a su academia en Las Vegas, y se deja ver muy de vez en cuando. ¿Olvidado? No, jamás. Esa palabra no encaja en el universo de Andre Agassi.
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