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Liu Song, el chino que se metió en el corazón argentino por sus logros deportivos en tenis de mesa y hoy cocina en su restaurante en Francia
A los 51 años se alejó del deporte, pero recuerda sus días en la selección y no descarta ser entrenador
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“¿En serio quieres hacer nota conmigo? Mi momento fue hace muchos, me parece que hoy hay chicos más interesantes para contar historia”. El mensaje refleja que él personaje en cuestión no dimensiona lo que representó para el deporte argentino. No sólo por el peso de la conquista, sino porque se metió de lleno en el corazón de la gente. Por su figura, incluso, trascendió el universo del tenis de mesa y por un par de días se transformó en el argenchino del pueblo. Cualquiera que se haya interesado por el mundo del deporte sabe quién es “Songuito”, en realidad Liu Song, porque dio un golpe de los grandes en los Juegos Panamericanos Guadalajara 2011, rebozó de simpatía, festejó como un loco y se transformó en una de esas figuras que resultan imposibles de olvidar.
“Gracias por estar tanto emocional”. La respuesta que abrió el camino para una charla con él fue exactamente así, con esas palabras. Es que Liu Song se comunica con una mezcla encantadora de español, francés, una pizca de inglés y algo de chino. Hace casi 20 años que Francia es parte de su vida (jugó para varios clubes franceses), pero su relación con la Argentina comenzó en 1995, cuando llegó al barrio de Floresta, porque extrañaba a su papá, Liu Zhiguang, que había llegado cinco años antes para montar Ropalim, una tintorería en Bolaños 55, entre Avenida Rivadavia y Ramón Falcón.
Chez Song se llama el lugar que ahora consume su tiempo. Es el emprendimiento gastronómico que tiene en Burdeos desde hace muchos años y es su foco principal, su medio de vida. Lo montó cuando él todavía estaba en actividad (hasta 2020 jugó en la tercera división de Francia), ya que quería que su mujer, Vivian, tuviese una actividad. “Todos lo días estoy en el restaurante. Estoy alejado del tenis de mesa. Ya no juego, después de la pandemia ya no estoy cerca. Mi hijo (Félix) juega un poco y con él me sumo a divertirme, pero ahora me ocupo de la cocina. Tenía cinco personas trabajando, pero no lo pude sostener. Ahora somos mi mujer y yo solos. En Francia, los impuestos son muy pesados y, por eso, cada día necesitamos trabajar más”.
Cuenta más de una vez que ahora está alejado del tenis de mesa, una actividad que comenzó a practicar a los nueve años en Guangxi, la región autónoma del sur de China, en una escuela deportiva. Fue el octavo tenista de mesa en el ranking de China, allá por el 95, pero ahora, a los 51 años, sus momentos de gloria sólo lucen en las paredes de su local de comida oriental. Aunque no se olvida que su hermana, fue la primera que levantó un teléfono y le habló a la Federación Argentina de Tenis de Mesa para presentar a Liu: “Viajé a Argentina por primera vez para ver dónde estaba mi papá, no conocía nada del país. Ni siquiera hablaba español, sólo un poquito de inglés. Mi hermana había aprendido algo de español, ella me llevó al Cenard y me presentó a los chicos de la selección de tenis de mesa. Jugué un ratito con ellos y ahí empezó todo”.
En 1997 arrancó su aventura por Europa para poder competir ante los mejores en el circuito internacional, pero lo que sucedió vestido en celeste y blanco fundió a fuego el vínculo. Como parte del equipo nacional compitió en cuatro Juegos Olímpicos (Sydney 2000, Atenas 2004, Pekín 2008 y Londres 2012) y en los Panamericanos tuvo sus mejores registros, ya que en Winnipeg 1999 ganó la medalla plateada individual y por equipos; en los Juegos de Santo Domingo 2003 obtuvo el bronce en singles y en dobles; en Río de Janeiro 2007, se subió al segundo escalón del podio y se colgó la plata en individual y por equipos. Pero al explosión en Guadalajara 2011 terminó por solidificar los lazos con la Argentina: el avioncito y la paleta al aire tras ganarle al mexicano Andrés Madrid, lo que implicó que se colgase la medalla dorada y el bautismo como Songuito.
En 2015 se retiró de la selección argentina después de 18 años, pero su identificación está intacta: “Todavía tengo la misma paleta con la que gané la medalla de oro en los Juegos Panamericanos, la uso cada tanto. Y también me pongo la ropa de la selección argentina, de la época en la que competía”, le cuenta a LA NACION en una charla en la que contó cómo es vida hoy, ya alejado de los flashes, y en la que aprovechó para remarcar que para la charla se puso la remera con la que jugaba y tiene el escudo de la Federación Argentina y los anillos olímpicos bordados en el pecho.
–¿Extrañás un poco la Argentina?
–Sí, por supuesto. Extraño. Igual sigo en contacto con muchos amigos que tengo allá. Hablo por teléfono con ellos y me cuentan cosas. Yo les cuento cómo estoy acá. Me gusta mucho saber de todos.
–¿Pensaste en ser entrenador?
–En un momento estaba muy interesado, incluso, hasta me ofrecieron trabajar para la Federación Argentina, pero con mi restaurante no tengo mucho tiempo. Hace algunos años que pienso en venderlo, pero no pude todavía. La idea a futuro es poder venderlo y ahí sí podría dedicarme a ser entrenador.
–¿Mirás el momento en el que ganaste la medalla de 2011?
–La verdad que ya pasó mucho tiempo. No lo busco tanto. En algún momento miraba el video, pero ahora ya quedó muy lejos. No esta bien quedarse en el pasado. Recuerdo cuando veo los cuadros que están colgados en el restaurante. Creo que en algún momento mis hijos lo vieron, pero no es algo que estemos tan pendientes.
–¿Qué te acordás del día que ganaste la medalla?
–La verdad que algunas cosas se me olvidaron. Sí tengo presente que tiré la paleta y comencé a hacer el avioncito. Que me tiré al piso. Gritaba atrás de los carteles.
–¿Qué significa para vos la Argentina? Te reís cuando te dicen argenchino...
–Vivo en Francia, pero la emoción y todo lo que tuve de gloria deportiva es con Argentina. Todo lo que aprendí del tenis de mesa fue en China, pero el cariño de la gente de Argentina me encanta, me emociona. Me siento argentino, por eso nunca me molestó cuando me dicen “argenchino”.
–¿Qué costumbres de la Argentina mantenés en Francia?
–La parrilla. Trato de hacerlo acá, en Francia, pero no es fácil. Me gusta mucho comer la carne asada. También el dulce de leche, pero no encuentro. Cuando puedo miro videos de partidos de Boca, porque soy bostero. Cuando vaya a Argentina quiero ir a la Bombonera.
–¿Fue muy difícil ser jugador de tenis de mesa en una época en la que no se ganaba mucho dinero?
–Es difícil comparar desde el dinero. Hay otros deportes como el fútbol, el básquet, tenis donde se gana mucho más. Pero hay deportes que ganan menos que nosotros. Ningún deportista piensa en ganar dinero, no se juega al tenis de mesa porque te podés volver millonario.
–Las grandes estrellas del tenis de mesa sí viven del deporte...
–Sí, pueden vivir. Jugadores como Ma Long (China) o Timo Boll (Alemania) ganan mucho dinero. Con el primer nivel de competición y los sponsors, yo también pude vivir del tenis de mesa. Pero, la verdad, que tampoco se puede comparar con otros deportes.
–¿Le contás a tus hijos cómo fue tu vida en la Argentina?
–No tanto, ellos tienen una vida más francesa que otra cosa. Mi hija (Christine) y mi hijo están estudiando. Los dos nacieron en Francia. No conocen casi nada de la Argentina. Ellos cada tanto nos ayudan en el restaurante, pero dedican su tiempo a estudiar.
–¿Te pasó en Burdeos que te vean otros argentinos y te reconocieran?
–Muy pocas veces. Algunas vienen al restaurante y ahí sí. En el restaurante hay varias fotos mías jugando. La gente viene y me pregunta si soy argentino y si soy el de las fotos. Les digo que sí y se ríen, me preguntan por esas cosas.
-¿Cómo son tus días ahora?
-Me levanto siempre temprano para llevar a la escuela a Félix, después vuelvo a mi casa, desayuno algo y temprano voy a restaurante. Me encargo de las compras y después es tiempo de cocinar.
-¿Vos estás en la cocina? ¿Cuál es tu especialidad?
-Sí, yo ahora estoy en la cocina. Mi mejor plato es el chow fan (arroz frito con huevo), también tenemos otros platos, carnes asadas, chow mien (fideos salteados)... Mi mujer se encarga del salón, de atender a la gente. Yo cada tanto estoy en el salón y hablo con algunos clientes.
–¿Mantenés contacto con tus compañeros?
–Sí, con varios nos mantenemos en contacto y ellos son los que me siguen diciendo Songuito. Me río, me gusta, porque yo sé que para todos soy Songuito.
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