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Leo Mayer se retira del tenis: el campeón sensible y antihéroe que cambió las reglas de la Copa Davis y logró un récord inalcanzable
A los 34 años y tras 18 temporadas, el correntino deja el profesionalismo
- 15 minutos de lectura'
El correntino Leonardo Mayer, de 34 años, tenista profesional durante 18 temporadas, 21° del ranking en 2015 y uno de los protagonistas más influyentes en la histórica conquista argentina de la Copa Davis en 2016, decidió retirarse y “cerrar un capítulo maravilloso” de su vida.
El Yacaré logró dos títulos ATP en singles (Hamburgo 2014 y 2017) y jugó otras tres finales (Viña del Mar 2014, Niza 2015 y Hamburgo 2018), fue campeón de Buenos Aires en dobles (en 2011, con Olivier Marach), alcanzó los 8vos de final en Wimbledon (2014) y Roland Garros (2019), fue 2° del mundo junior en 2005 (ganando el dobles de la categoría en Roland Garros junto con Emiliano Massa), sumó US$ 7.035.089 en premios oficiales y obtuvo un récord de 179 victorias y 197 derrotas.
— Leo Mayer (@YacaMayer) October 7, 2021
Además, disputó el partido de singles más largo en la historia de la Copa Davis: en 2015, tras 6h43m, ante Joao Souza (Brasil) y en Tecnópolis, con victoria por 7-6 (7-4), 7-6 (7-5), 5-7, 5-7 y 15-13, concretado en el undécimo match point. El maratónico partido fue el detonante para que la Federación Internacional de Tenis cambiara las reglas: desde 2016 el quinto set se empezó a resolver en tie-break.
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Leo creció en una familia modesta del barrio correntino de Laguna Seca, siendo el menor de cuatro hermanos (tres varones y una mujer). Su papá, Orlando, trabajó como empleado bancario. Y su mamá, Estela, ejerció como profesora de educación física. La melodía de las mañanas domingueras en la casa de los Mayer nacía de la TV, de las transmisiones de las carreras de autos. Orlando, admirador del Flaco Traverso, le contagió la pasión a Leo. En los 90, durante el furor del pádel, los padres de Mayer recorrieron la provincia jugando torneos y Leo, que los acompañaba, entraba en la cancha con la paleta en los descansos. A los 8 años empuñó una raqueta de tenis y no dejó de evolucionar, sobresaliendo en la región del Litoral. El Corrientes Tennis Club fue su cuna, pero Rubén Ré, destacado formador de la zona mesopotámica y fallecido en 2013, fue su maestro, en Resistencia.
“Yo no jugué el circuito Cosat en América del Sur. Recién lo jugué a los 16 cuando la Asociación Argentina me apoyó. Pero antes, nunca. Era complicado armar las giras (...) A los 15, 16 años empecé a viajar para entrenarme con Rubén; era casi lo mismo que estar en Corrientes, porque eran 20 kilómetros. Me iba en colectivo; me tomaba uno al centro y otro hasta Resistencia. Pero comía siempre en mi casa a la noche”, contó Mayer alguna vez. Como juvenil se benefició por el apoyo que destinó, entre otros/as, Gabriela Sabatini y en esa época compartió giras con Juan Martín del Potro, con quien construyó una amistad que hoy perdura. En 2004, inclusive, a los 16 años, el correntino ganó un título junior de dobles en Chile en pareja con el tandilense.
Con el tiempo y los nuevos desafíos, en la vida de Mayer surgió una persona muy valiosa por el rol que tendría como coach y manager: Leo Alonso. Hoy, a la distancia, emocionado por el final de una gran etapa en la vida de Mayer, rememoró: “Entre 2001 y 2002 empecé a tener a algunos chicos, entre ellos a Charly Berlocq, para entrenar y acercarles financiamiento. Fui al Nacional Sub 18 en Mendoza, mis dos jugadoras llegaron a la final y en la cancha de al lado estaba la definición de Sub 16 entre Mayer y Panchito Pozzi. Ré y Gustavo Luza, que era director de la Escuela Nacional de Tenis de la Asociación, me hablaron de Leo, me comentaron que iba a necesitar un sponsor. Lo conocí, me gustó, empezamos a charlar con su familia, empezó a venir a Buenos Aires y logramos que se lo apoyara económicamente”.
Claro que el camino no fue sencillo. Sensible y tímido, uno de los obstáculos más profundos que Mayer debió resolver en su proceso como tenista profesional fue la mudanza y la adaptación a la Ciudad de Buenos Aires, al ruido y al cemento, al ritmo frenético y a la histeria en las calles. Se sintió asfixiado. “Siempre fue respetuoso y la ciudad lo agobiaba. ‘Acá todo va muy rápido’, decía. Vivió en la casa de una señora que conocía Rubén, muy maternal. Pero después se mudó solo y lo ayudamos a acomodarse en su primer departamento, en Belgrano. Lo aconsejamos, lo acompañamos, pero tardó en acomodarse”, evoca Alonso. Fue un proceso espinoso para Mayer, que también tuvo la asistencia de Juan José Grande, un licenciado en psicología que ya conocía el lenguaje de la alta competencia por su relación con el yachting y el rugby.
“Leo es auténtico y le costaba estar en Buenos Aires -aporta Grande-. Lo ayudó tener un staff sólido y esa estabilidad fue clave para que superara los túneles. ¿A qué llamo túneles? A cuando no estaba cómodo y encima, por los dolores de espalda, ni siquiera podía manejar el auto. Dentro de la cancha tuvo un instinto asesino, pero afuera era extremadamente sensible. Le gustaba estar más en el país que afuera. Sufría estando lejos de su identidad, de su familia, de los asados con amigos, pero aprendió, encontró estabilidad y fue la clave de su éxito”.
A los 21 años, Mayer llegó a evaluar el retiro por los dolores que le provocó un osteofito (mezcla de cartílago y hueso) en la espalda. “Perdí mucho tiempo. Esa lesión me frenó (…) Es lo que más me cuido. Los bolsos y las valijas las levanto poco; en las giras me ayudan. Cuando llego a algún lugar después de un viaje, ese día no entreno fuerte, hago algo muy light, aflojo para que al otro día pueda estar bien. Hice un montón de cosas, como acupuntura. También RPG (Reeducación Postural Global). Trato de mejorar la postura, la respiración, la elongación. Me pasó de no poder dormir durante días por el dolor. Se me caían las lágrimas”, le confesó Mayer a LA NACION, en agosto de 2015, en una entrevista íntima, durante una tarde de pesca en el río Luján.
“Vengo al río para tratar de despejarme un poco del ambiente del tenis. Muchos días, después de entrenarme al mediodía, compro la comida en el club y me la traigo a la lancha. Pongo las cañas, escucho música, tomo unos mates, me como una factura y me quedo tranquilo hasta que cae el sol. ¿Dónde puedo estar mejor? Acá no competís contra nadie; bueno, en realidad sí, contra una caña y algún pez”, admitía el tenista, sonriendo.
La relación con los medios de comunicación, en cierto momento, fue un tema sensible para Mayer. Y no porque fuera antipático. Sino por su perfil bajo y las dificultades en el habla que fue trabajando con profesionales y corrigiendo poco a poco. El crecimiento de la popularidad llegó a abrumarlo. En esas circunstancias incómodas se aferró a sus afectos. Alonso lo grafica con una rica anécdota: “Cuando ganó su segundo Challenger, en 2007, en Puebla, el torneo se transmitió por TV en directo. Antes de la final venía ganando con autoridad, daba notas y las manejaba bien. Pero nos dimos cuenta de que si era campeón iba a tener que hablar frente a todos. Entonces le dije: ‘Tenete listo un machete y cuando ganes sacá el papel, agradecé a los sponsors y a los organizadores, a los ballboys, a la gente y te van a ovacionar’. Ganó el torneo, se paró frente a la tribuna, enseguida la gente empezó a cantar ‘¡Leo, Leo!’ y no hizo falta que dijera casi nada; resolvimos el problema. Siempre intentamos que Leo se sintiera lo más cómodo posible y pudiera enfrentar su timidez ante los micrófonos”.
En un ambiente que muchas veces se rige por el individualismo, Mayer generó consenso, inclusive, entre protagonistas con filosofías disímiles. Ponderado por su calidad humana, por su humor irónico y hasta por su ingenuidad o falta de maldad. Luza, que siendo capitán del equipo de Copa Davis en 2004 llevó a Mayer como sparring a la serie ante Marruecos, en Agadir, lo ilustró con una anécdota: “El hotel estaba frente al mar. Llegamos e hicimos unos movimientos en la playa. Después nos tiramos al mar y lo veo a Leo salir de abajo del agua gritando: ‘¡Está salada, está salada!’. Tenía 17 o 18 años y, claro, nunca se había metido al mar”.
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Alonso no duda: Mayer “se recibió” de tenista profesional durante el torneo de Acapulco 2009, cuando llegó siendo el 110° y alcanzó los cuartos de final tras derrotar al argentino Diego Junqueira (69°) y al español Carlos Moya (48°; N° 1 diez años antes). Esa actuación le permitió ingresar en el Top 100 y empezar a observar el circuito de otra manera. Ofensivo, con buen servicio, potente derecha y revés de una mano, Cañuli -un viejo apodo- dio pasos valiosos durante casi dos décadas. Su primer título ATP, sobre el polvo de ladrillo de Hamburgo en 2014, fue soñado: siendo 46° del ranking, en la final derrotó al español David Ferrer, que era 7° y tenía once trofeos en la superficie lenta.
En esa ciudad alemana, en la que ganó un segundo trofeo y cayó en una tercera definición, Leo jugó muchos de los mejores partidos de su vida. ¿Había una explicación? Las pelotas de origen sueco que se utilizaban allí, de marca Tretorn, eran más duras que las que se usaban en los otros torneos, picaban más y salían despedidas a gran velocidad de raquetas poderosas como la de Mayer. “Esas pelotas lo ayudaban a Leo a tomar la iniciativa. Además, su segundo saque, que solía hacerlo con kick, le picaba muy alto al rival”, descubrió Alonso.
Mayer construyó un vínculo fortísimo con la Copa Davis. Por lo general, en la competencia se potenció. No importaba tanto cómo estuviera en el circuito: se sumaba al grupo, se sentía renovado y se energizaba. Debutó en 2009, en la caída 3-2 frente a la República Checa en Ostrava, por los cuartos de final del Grupo Mundial, con Modesto “Tito” Vázquez como capitán. Entre 2013 y 2016 logró diez victorias consecutivas en singles, tres de ellas en la dorada campaña de 2016 con la conducción de Daniel Orsanic, que junto con su cuerpo técnico lo supieron arropar con maestría (dos en la 1ª ronda frente a Polonia en una cancha rápida con velocidad antirreglamentaria y una por el quinto punto de las semifinales ante Gran Bretaña, en Glasgow, frente a Daniel Evans).
Antes, en 2014, asumió la caliente responsabilidad de ser la mejor carta nacional en el duelo contra Israel, en EE.UU., para tratar de no descender de categoría (los capitaneados por Martín Jaite terminaron ganando 3-2, con dos éxitos de Leo y uno de Berlocq).
En Sunrise, donde se jugó la serie ante Israel, la Argentina se fue al tercer día 2-1 abajo y Mayer debió abrir la última jornada, obligado a vencer a Dudi Sela. Alonso tiene muy presente aquel día: “Era como un deshonor perder la categoría. Y antes del partido con Sela, Leo estaba híper nervioso, no le entraba un arroz en la panza y, si lo comía, lo vomitaba. Lo que más le preocupaba era la gente, que no lo volviera loco. Entonces hicimos una preparación para eso. Lo trajimos a mí habitación, le dijimos que pusiera una silla en el medio, lejos de las paredes. ‘Mientras no te acerques a los bordes nadie te va a molestar, no vayas para los costados, está lleno de víboras y te pueden picar. Cuando la tribuna cante, será música. Si vas y te prendés con los gritos, te van a volver loco. Mirá a nuestro banco únicamente’. Eso hizo. Y ganó”.
Seis meses después, Mayer escribió un capítulo histórico en la competencia, ante Souza, en el match de las casi siete horas, con el corazón en la mano. El 3-2 ante Brasil, además, fue el impulso para un nuevo proyecto en la AAT que terminaría con el título en Zagreb. “En el famoso partido contra Souza quemamos todos los libros en cuanto al coaching; no podíamos mantener la calma -recapitula Alonso-. ‘Dale que lo vas a matar’, le decíamos. Berlocq iba de una cabecera a la otra. Fue cómico porque en el cambio de lado del 14-13, antes de ganar, Leo me empezó a dar toda la ropa sucia, me la tiró y me dijo: ‘Me voy, no se puede más. Guardá todo que nos vamos’. No daba más. Y en el game siguiente, ganó. Terminó deshidratado, se fue de Tecnópolis en ambulancia y lo llevaron al Sanatorio San Lucas para pasarle suero”.
Finalizó con los pies ampollados e infectados; estuvo varios días en ojotas, sin poder calzarse zapatillas; volvió a jugar a las tres semanas y, recién al mes y medio recuperó el buen ritmo.
Leo estuvo en tres de las cuatro series del mágico 2016. Sólo faltó en los cuartos de final, ante Italia. En la final contra Croacia jugó el punto del dobles, con Del Potro (cayeron ante Ivan Dodig y Marin Cilic). Durante esos días en Zagreb disfrutó de charlar con Diego Maradona y le obsequió su raqueta.
“Leo pasó de ser un jugador súper tímido y con perfil bajo a ser al tenista número 1 del país y de Sudamérica, del que dependía el equipo de la Davis. Durante un tiempo se encontró en la punta de la lanza sin buscarlo”, expresa Alonso. Y es que Mayer fue el antihéroe. Con antecedentes, en el tenis nacional, de figuras atiborradas de ego y dilemas, el correntino fue lo opuesto, un líder más humano. Modesto, componedor, positivo. Con sus arrebatos de furia en algún que otro partido (sobre todo en sus últimos años), es verdad. Pero muy querible, sobre todo por sus compañeros.
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Del Big 3, el que más lo irritó a Mayer dentro del court fue Novak Djokovic (H2H: 2-0 en favor del serbio). “Con Nole no sabíamos bien por dónde entrarle; Leo sentía que no le hacía daño con sus tiros, que se los defendía todos. Con Rafa (Nadal) y Roger (Federer), aunque no saliera, Leo tenía claro qué hacer y cómo jugar”, confía Alonso. Mayer no logró vencer al español en seis partidos y tampoco al suizo en cuatro, aunque nunca olvidará el primero de ellos, en el Masters 1000 de Shanghai 2014. Fue por la 2ª ronda: el correntino contó con cinco match points, pero perdió por 7-5, 3-6 y 7-6 (9-7), y se quebró ante Roger en la red. La derrota fue un mazazo y a las pocas horas despertó una situación tragicómica que todavía recuerda Alonso.
“Yo no viajé a China y después de esa gira Leo se fue a Europa a jugar indoor, nos encontramos en Estocolmo, en el hotel, un día y medio después del partido contra Roger. Pensé en todo mi viaje qué decirle. Fuimos a tomar un café el lobby, le dije: ‘En tu CV hubiera sido genial. Pero estás 26 del mundo, jugaste al mismo nivel, perdiste, no te va a cambiar la vida’. Terminamos la charla, lo vi tranquilo, salimos del hotel, cruzamos un puente y llegando al medio un flaco lo reconoce y le dice: ‘¡Mayer, qué partido perdiste con Federer!’. ¡No lo podíamos creer! Me tiró todo el discurso al río en un segundo”, hoy sonríe Alonso, aunque en aquel momento no supo cómo reaccionar.
Mayer, dos veces ganador del premio Olimpia de Plata (en 2014 y 2015), también tuvo como entrenadores a Emiliano Redondi, Francisco Yunis, Javier “Jachu” Fernández, Mariano Hood y Alejandro Fabbri (el último). Grande fue su psicólogo. Mario Duré su inseparable preparador físico y, Diego Méndez, su kinesiólogo. Un grupo en el que siempre se pudo sostener.
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Leo se casó con Milagros Aventín, su gran compañera, en diciembre de 2019. Hace casi cinco años fueron padres de Valentino. Y hace nueve meses nacieron los mellizos, Camilo y Pedro. La casa se revolucionó. Hasta Nelson, el adorado buldog inglés de la familia, perdió protagonismo.
La idea del retiro no fue de un día para el otro, claro. Se trató de una decisión que fue masticando desde hacía meses. Las prioridades en su vida se modificaron. Si nunca amó los viajes y las giras largas, ahora menos. La inactividad de 2020 por la pandemia fue una advertencia. Y esta temporada le costó competir (y ganar): jugó Challengers, no superó las clasificaciones de los ATP de Córdoba y de Buenos Aires, tampoco pudo entrar en los main draw de Roland Garros ni Wimbledon. En la 1a ronda de la qualy del Grand Slam sobre césped británico, el 22 de junio pasado, fue su último match: cayó por 6-4 y 6-2 ante Marco Trungelliti, a quien apoyó con vehemencia en 2019 cuando el santiagueño confesó haber rechazado un intento de soborno y tres argentinos fueron sancionados. Perdió ranking (hoy figura como 283°) y no pudo ingresar en la qualy del US Open.
A mediados del mes pasado, Mayer asistió a la serie de Copa Davis entre la Argentina y Belarús, en el BALTC, para ponerse a prueba. “Fui a propósito, para ver si viendo a los chicos jugar me daban ganas de volver. Y no, no tuve esa sensación. Entonces lo confirmé. Mi tiempo como jugador se terminó. Y quería irme siendo amigo del tenis; no quiero retirarme estando enojado. Por eso, este es el momento indicado. Me voy feliz y agradecido por el camino recorrido”, le contó, en las últimas horas, Mayer a LA NACION. Añora seguir vinculado al tenis como coach y está dispuesto a hacerlo de inmediato.
Aquel chico del Litoral que se trasladó a la ciudad de la furia para tratar de lograr su anhelo hoy es un hombre, un padre de familia en paz dejando atrás una riquísima carrera deportiva. La vida le tiene preparados nuevos desafíos al Yacaré y está preparado para asumirlos.
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