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La metamorfosis de Axel Geller: fue N° 1 y jugó la final de Wimbledon, se graduó en Stanford, dejó el tenis y trabaja en finanzas en Nueva York
Fue una destacada promesa deportiva en la Argentina, pero distintas situaciones lo impulsaron a no inclinarse por el profesionalismo; “Ahora estoy buscando mi nueva pasión”, cuenta
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NUEVA YORK.- Axel Geller empuñó una raqueta por primera vez a los cuatro años, en el Club de Campo Mayling de Pilar. Y catorce temporadas después, en 2017, se encumbró como el mejor tenista junior del mundo. En esa categoría fue finalista individual de Wimbledon y del US Open, además de ganar el trofeo de dobles en el césped del All England. De 1,91 metro, diestro, un saque fortísimo y revés de dos manos, en aquel momento se encumbró como una de las mayores promesas del tenis argentino (también había ganado el Orange Bowl Sub 14 en 2013). Pero dos situaciones distintas invitaban a tener cierta mesura con su futuro deportivo profesional. Tenía los tendones de Aquiles acortados, característica que no le impedía competir, pero sí lo obligaba a tener un cuidado especial de la zona. Y una carrera universitaria por delante, desde 2018, en Stanford (Palo Alto), enfocada en la economía y las finanzas.
Egresado del colegio San Andrés de Olivos y formado en una familia que alentó su desarrollo tenístico sin nunca quitarle la atención al estudio, Geller descubrió un nuevo mundo en la prestigiosa Stanford University. Si bien empezó a coquetear con el circuito profesional (entre 2018 y 2019 jugó Challengers y Futures, categorías en las que venció, por ejemplo, a los estadounidenses Maxime Cressy y Sebastian Korda, actuales 33° y 47° del mundo), mentalmente cada vez se fue distanciando más del ambiente de las raquetas. Paralelamente a su crecimiento universitario descubrió que el tenis no lo llenaba como creía. Lo meditó durante mucho tiempo, pero a fines del año pasado tomó la decisión y, hace unos meses, la hizo pública: Axel, que se recibió en Economía e hizo una maestría en Finanzas, encaró un “nuevo capítulo” en su vida (así lo describió en Instagram). Dejó el tenis, se marchó de California y se mudó a Manhattan. Se despojó del raquetero y hoy ya trabaja en el Distrito Financiero neoyorquino.
“Cuando fui a la universidad sabía que me faltaban algunos años para desarrollarme física y mentalmente. Y cuando llegué ahí, desde el principio noté que había un mundo diferente que me interesaba. Mientras fueron pasando los años me involucré más en ese mundo, tuve varios episodios en los que estuve cerca de dejar el tenis y sin embargo seguí adelante porque me había ido muy bien, porque existía la chance de que me fuera mejor. Cuando apareció el Covid-19 me estaba entrenado fuerte y enfocado, pero no podía competir y, por mi manera de ser, cuando hago algo lo encaro lo mejor que puedo, y dejé de disfrutar. No estaba contento. Estaba por cerrar la fecha para hacer un master en mi universidad y lo seguía pensando… Cada vez que estaba dentro de la cancha pensaba en eso. Una vez jugué una exhibición para agarrar ritmo y no lo disfruté para nada, estaba pensando otras cosas y me di cuenta que ya…”.
El que se abre y relata es Geller. Uno de sus últimos encuentros con LA NACION se había producido en Wimbledon, tras perder la final con el español Alejandro Davidovich Fokina (actual 31°). Pero la nueva charla se produce en un contexto muy distinto: en un café de Madison Avenue y la calle 53, a las 7.45, un horario que le dará margen para la entrevista y luego llegar puntualmente al trabajo.
Resumen de la final de Wimbledon junior 2017
“Había varias cosas del tenis que no me llenaban -confiesa Geller-. Me encantaba la competición; es lo que más extraño. Jugar contra alguien que te empuje a tu límite. Pero la vida del tenis, los viajes, estar muy solo…, eso no me gustaba. En 2018 gané mi primer Future, en Edwardsville, ganándoles a Creesy y a Korda. En ese momento estaba muy bien y creo que, si hubiera querido jugar profesionalmente, ese año me tendría que haber ido de la universidad, porque estudiás mucho y no te dan los tiempos. Al menos eso me pasaba: estudiaba demasiado como para hacer las cosas como un tenista profesional. La mayoría de los jugadores que llegan al circuito desde la universidad fueron a instituciones académicamente menos exigentes que Stanford. Steve Johnson (21° en 2016), Kevin Anderson (5° en 2018), John Isner (8° en 2018)…, fueron a universidades no tan exigentes. Pasa mucho en el fútbol americano: acá los jugadores tienen que ir tres años a la universidad, pero los cracks no van mucho a clase. Me acuerdo porque de mi universidad salieron varios que ahora están en la NFL y no los veía nunca (sonríe). Yo no sentí eso y pensaba: ‘¿Para qué voy a ir a la universidad si no voy a ir a clases?’. Cada vez fui sintiendo el tenis más lejos, estaba haciendo mi último esfuerzo y dije: ‘Basta’. A veces miro para atrás, me da un poco de lástima porque jugué tantos años y me fue bien, veo a muchos de los que les se metieron y que yo les ganaba, pero no me molesta. Es una vida diferente”.
-¿Tu problema en los tendones de Aquiles fue otra de las razones por la que no seguiste intentando en el tenis?
-Ese fue otro tema también. Los tengo un poco más cortos; el izquierdo mucho más. En el momento en el que decidí dejar estaba más o menos bien, pero ese problema lo tuve en la universidad tres veces diferentes. Y me dijeron que no tenía mucha solución: era jugar hasta que no aguantara el dolor. Además, yo todavía no entrenaba como hubiera tenido que hacerlo si seguía a full. Eso también me ayudó un poquito a decidir. Con ese problema no sabía cómo iba a influir en mi carrera. Había riesgo. Si se me cortaba el tendón de Aquiles significaba un año afuera y tener que volver para atrás hubiera sido muy duro. Proyectaba y decía: ‘A los 27 años puedo estar trabajando acá, mucho más metido en algo que me interesa también y sin romperme todo el físico’.
-¿El tenis te apasionaba?
-Me gustaba mucho competir y, el entrenamiento, también. Me gustaba el empujarme a tratar de ser cada día mejor. Me encantaba la parte mental, depender de uno. Pero los viajes y las otras cosas del mundo del tenis, en general, no me gustaban nada.
-¿Qué es lo peor del tenis, al menos desde tu experiencia?
-Dedicás tanto al tenis que, al final, si no estás un poco abierto de cabeza, es difícil que aprendas otras cosas. Yo, por ejemplo, cuando fui en 2017 a Londres, a Wimbledon, gané el torneo previo (en Roehampton), tuve un día libre, vino un amigo desde Argentina a visitarme y me dijo: ‘Vamos a caminar por la ciudad’. Y le dije: ‘No, no, porque caminamos diez o doce kilómetros y al otro día estoy cansado. Juego Wimbledon y quiero que me vaya bien’. Entonces no fui, descansé, jugué el torneo, llegué hasta la final, gané el dobles, después me fui a la cena de campeones, donde conocí a Roger (Federer) y al otro día me fui de la ciudad, sin conocer nada. Entonces, decís: ‘Fui a Londres y me fui sin conocer nada’. Y eso pasa mucho en el tenis: vas del club al hotel, del hotel al club, al aeropuerto. Y lo único que hay en tu vida es tenis. Es difícil abrirle un poco la cabeza a otras cosas y eso me costaba muchísimo. Un ejemplo: jugar en el tercer turno el single y en el sexto turno el dobles, significaba que te pasabas todo el día en el club, con toda la atención a la pelotita. Y yo tenía otros intereses.
-¿Qué te genera cuando ves carreras tan longevas?
-El tenis es y fue la vida de esos jugadores, y es muy difícil dejarla. Pasa con un montón. El último entrenador que tuve antes de dejar fue Grosjean (Sebastien; 4° en 2002) y me hablaba de los franceses que ya están grandes. Por ejemplo, de Richard Gasquet (36 años, actual 83°). Me decía que de físico ya está desgastado y que no puede jugar cinco sets, pero que no deja el tenis porque le gusta mucho y no sabe qué hacer. Por suerte nunca tuve ese problema y me daba mucho temor llegar a los treinta y pico y que el tenis fuera lo único que supiera hacer. Me iban a quedar un montón de años de vida y hay mucho más. Es lo que, al menos, sentí yo y por eso decidí lo que decidí. A otros los llena; a mí, no.
-¿Qué te dio Stanford, una universidad famosa por haber formado a tantos talentos de la tecnología y las finanzas, entre otros rubros?
-Es un mundo diferente. Allí hay 36 deportes, así que hay un montón de chicos compitiendo a cualquier cosa. Squash, fútbol americano, natación…, donde estaba Katie Ledecky, campeona olímpica. Al principio veía al que salió segundo en la votación de mejor jugador de todo el fútbol americano (Bryce Love). Y tenés un montón de gente top en sus actividades. En el primer año te hacen vivir en un edificio con gente random y en mi piso hubo tres personas que empezaron con una compañía propia que hoy la está rompiendo. Y uno pudo vincularse con ellos, me los encuentro, charlamos. Es muy interesante. Yo estudié economía e hice un master en finanzas. Fueron cinco años en total. Tomé clases de todo, pero esas fueron mis carreras. Lo bueno que tenés en Stanford es que no tenés que llegar y tener decidida tu carrera. Hay algunas clases que tenés que tomar sí o sí, pero después podés tomar otras, como hice yo, con gente diferente. Y sólo te vas dando cuenta. Conocí a una de las hijas de Steve Jobs, que estudiaba ahí y tiene más o menos mi edad; una vez fui a la casa. Y hay mucha gente así. La hija de Bill Gates, por ejemplo, pero es más chica. A él sí lo conocí una vez cuando Roger (Federer) fue a hacer una exhibición a San José y a todo nuestro equipo universitario nos llevaron para ayudar.
-¿Tuviste profesores que te marcaran?
-Sí. Tuve una clase con John Taylor, importante funcionario estadounidense durante la crisis argentina de 2001 (exsubsecretario del Tesoro de EE.UU.). Leí bastante sobre el tema, hablé con él, pero poco, porque le incomodaba recordar aquello. También tomé clases con Michael Boskin, a quien mandaron a Rusia cuando se cayó el muro de Berlín para ver lo que pasaba en la transición y nos contaba historias muy interesantes, como por ejemplo que tenían tres libros: uno sobre lo que estaba pasando, otro sobre lo que se le decía a la gente y otro con lo que se le decía al mandamás. Esa clase la tuve en primer año, éramos sólo diez alumnos, tenías que aplicar para ir, hubo como 350 candidatos y yo entré.
Axel Geller, además de alcanzar el N° 1 junior en noviembre de 2017, tuvo ranking ATP: fue 539° de singles en agosto de 2019. Pero no llegó a disputar partidos en el ATP Tour.
Geller no reniega de su pasado; al contrario. Pero afirma que no le sirve mirar hacia atrás y hacer especulaciones. La decisión ya está meditada y tomada. “Haber sido número 1 del mundo es un muy buen recuerdo y nada más. En su momento me molestaba un poco que me escribiera tanta gente, que aparecieran los amigos del campeón, como se dice. Me molestaba eso. En la universidad, en mi primer año, varios me conocían por eso, pero nunca me la creí, no salía a decir que era el número 1, para nada”, apunta Geller, a los 23 años.
-¿Cuáles son las diferencias de oportunidades entre los tenistas sudamericanos y los de EE.UU. o Europa?
-En ese sentido, muchas. Cuando me fue bien me ofrecieron buenos contratos, pero ni cerca de lo que me hubieran dado si era norteamericano. Me acuerdo que al chico que me ganó la final del US Open junior (Yibing Wu), que se empezó a meter ahora después de unas lesiones, le ofrecieron muchísima plata, pero porque es chino, un mercado enorme. Muchos asiáticos y los nacidos en los países de los Grand Slam tienen otras posibilidades, les dan mucho apoyo. A muchos chicos argentinos les resulta imposible desarrollarse y viajar. Es muy difícil con la situación económica en la Argentina. Es un país que exporta lo mejor que tiene, lamentablemente. Cuesta mucho. Otra cosa que pasa en el tenis es la distancia: los europeos que pierden, se toman un tren y a la noche están en sus casas. Y eso es muy diferente emocionalmente. Obvio que te ayuda a madurar un montón de cosas, pero es difícil. Estando en la universidad me pasó algo parecido: cada vez que teníamos una semana libre muchos volvían a sus casas y yo no vuelvo al país desde 2019, desde antes de la pandemia. Mi hermana (Ana; de 20 años) está en la universidad, así que la veo, y mis padres (Guido y Verónica) me vinieron a visitar un poco, estuvieron en mis últimos partidos. Mi hermana terminó el colegio en Estados Unidos, visitó varias universidades y terminó en la mía: estudia medicina.
Las virtudes tenísticas de Axel Geller
-¿Haber sido N° 1 en junior hizo que inconscientemente te presionaras y te hicieras expectativas muy altas?
-Sentía que si no me metía rápido en el circuito me lo iba a cuestionar todo el tiempo. Me pasaba dentro de la cancha: estaba pensando que podía estar haciendo otra cosa y me maquinó la cabeza. Lo hablé con un compañero de la universidad: él estaba en su último año de estudio, trató de jugar en profesionales, no le fue bien y pensaba en eso todo el tiempo. Quizás estaba jugando un Future en Turquía, perdía en primera ronda, estaba toda la semana pensando qué hacía ahí. Y a mí me pasaba lo mismo. Estaba todo el tiempo pensando que perdía el tiempo y era duro para la cabeza. Me sentía atrapado. Me costó bastante, tuve bastante ayuda, hablé con un montón de gente. En la universidad había ayuda de psicólogo deportivo gratis.
-¿Cuándo tomaste la decisión de dejar el tenis te sentiste aliviado?
-Sí, me acuerdo que… (sonríe) Estaba haciendo físico, entrenando duro, me estaba por ir a Túnez para jugar unos Futures, estaba 600 y pico del ranking sólo con un par de torneos, a fines de 2020. Por la pandemia tenía que hacer 200 trámites para entrar y, cuando me salió el permiso para viajar, dije: ‘Uh, tengo que ir’. A la semana siguiente, antes del viaje, entrené duro, hacía mucho calor, estaba medio duro y dije: ‘No tengo ganas de ir, le digo a mi entrenador que me duele la panza o algo’. Le dije eso y ese día me lo tomé para pensar. Y a la noche dije: ‘Basta’. Al otro día lo conté y empecé a aplicar para hacer el master en finanzas. Faltaba una semana y no había preparado nada. Lo hice todo en un par de días. Dejé de jugar por un mes, la pasé bien y cuando me empezó a caer la ficha me quedé tranquilo.
-¿Cuál es el nivel de competencia en el tenis universitario estadounidense?
-Está bueno. Es una experiencia diferente. Cuando estás entrenando con alguien, en un Challenger en Italia, por ejemplo, estás para vos y listo. Acá te importa el equipo. Estás jugando una derecha cruzada y no te estás fijando sólo en eso. Quizás tu compañero no lo hizo bien y tratás de ayudarlo, de apoyarlo. Cosas que no pasan mucho en el tenis profesional. Y está bueno porque te hacés amigos, viajás junto con gente diferente, de diferentes ascendencias y lugares. Tenés una experiencia de vida diferente. Los tenistas no son robots. Lo recomiendo, más que nada, si no sos crack de chico.
-¿Qué hacés en Manhattan?
-Trabajo mucho (sonríe). Hay días en los que termino de madrugada. Lo que hacen muchas empresas grandes para conocer potenciales empleados es un campus recruiting y los egresados de mi universidad, como es muy buena, son buscados. Yo estoy en finanzas de una empresa bancaria. Por lo general se trabaja en pasantía en todo el verano y las entrevistas se tienen un año y medio o dos antes. Yo hice entrevistas fuera de ciclo, pero hablé con un montón de gente que había estado conmigo y aparecieron opciones. Me mudé hace tres meses, tuve entrenamiento y empecé. Tengo contrato por dos años.
-¿Y al tenis, al menos en forma recreativa, jugás?
-Desde que llegué acá a Nueva York, hace unos meses, prácticamente no jugué. Tengo dos raquetas, pero están con las cuerdas cortadas. Dejé todo mi equipo en la universidad. No es económico conseguir canchas acá. Estando en Stanford jugué con uno de los fundadores de Google, Sergey Brin. También con gente muy famosa en el mundo de las finanzas.
-¿En el futuro te gustaría tener emprender algún proyecto vinculado al tenis?
-Sí, eso siempre lo pensé. El trabajo que ahora hago es un primer paso que la gente toma para los primeros dos años. Trabajás muchísimas horas, pero también te abre puertas para ver qué es lo que te interesa y conocer diferentes mundos. Quiero saber bien qué es lo que deseo hacer de mi vida. Hasta hace poco pensaba que sólo iba a jugar al tenis, pero ahora estoy buscando mi nueva pasión. En un futuro sí me gustaría ayudar en el tenis. Por ejemplo, no sé si hay alguna manera de cambiar que sólo sean 110 los jugadores que pueden vivir del tenis en el mundo. Eso me parece triste, pero es la forma en la que funciona el sistema. Por lo menos ahora, por hacer una primera ronda de un Grand Slam, pagan bien, algo que antes no. Para los que están entre el puesto 80 y el 120 los ayuda un montón. Pero es terrible que el 140 del mundo, que juega muy bien, le cuesta llegar a fin de mes. No vuelvo al país desde 2019 y tengo varias cosas de mi vida por las que podría estar un poco melancólico, pero no me serviría para nada. Hay que tirar para adelante. Estoy feliz por lo que hice en el tenis y con mi nuevo camino. En mi cuarto de la universidad tenía dos fotos: una con mis padres y mi hermana, y otra con Roger, cuando lo conocí en la cena de los campeones de Wimbledon. Y eso será imborrable.
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