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La historia de la tenista puertorriqueña Mónica Puig: "Sufrí depresión después de ganar el oro olímpico"
"Mis últimos tres años han sido oscuros. No tenía un foco. Estaba muy enredada en muchas cosas y me fui descuidando a mí misma. No les prestaba atención a las cosas valiosas ni a las que me interesaban; sólo complacía a los demás. Pasé mucho tiempo en la cama. Dejé de salir con amigas y familiares. Siempre estaba con el teléfono y leyendo comentarios en las redes sociales, a los que sí les prestaba atención. Podía tener quince mensajes positivos, pero leía sólo uno negativo y eso me hundía. Estuve muy mal". Quien se confiesa es Mónica Puig. Tenista, puertorriqueña, de 26 años, actual 87º de la WTA y ex 27º (en septiembre de 2016). El relato impacta. Y es aún más contundente porque ese estado de confusión y melancolía la invadió después de un momento de absoluto bienestar: tras ganar la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Río 2016. "Sufrí depresión después de ganar el oro olímpico", afirma la jugadora con un récord de 303 victorias y 210 derrotas.
Semejante logro encumbró a Puig a un sitio para el que no estaba preparada. Había coqueteado con la popularidad y el éxito desde junior, pero nada comparable como después de vencer por 6-4, 4-6 y 6-1 en la final de Río a la alemana Angelique Kerber, por entonces 2º del mundo. Su vida entró en una suerte de montaña rusa. Desde Brasil voló directo a Cincinnati para borrarse del torneo y cumplir con decenas de compromisos con los sponsors y los medios. Pero desde allí viajó a San Juan, la capital de Puerto Rico, donde se estremeció desde el mismísimo momento en el que aterrizó. "Llegué a mí país y quedé en estado de shock. Me recibió un montón de gente en el aeropuerto. El camino hasta hotel fue una locura: estaba toda la gente en la carretera y tuve 18 policías escoltándome. La gente había salido a la calle, en los barrios, en todos lados y yo no podía creerlo. Esa medalla de oro significó mucho, porque en ese momento en Puerto Rico estaba en crisis financiera y social, todo el mundo la estaba pasando muy mal. Mi triunfo fue una pequeña noticia linda; ayudó a la felicidad de muchos. Fue como un soplo de aire fresco", le detalla Puig a LA NACIÓN, durante su paso por la Argentina. Preparada físicamente desde hace cuatro años por el rosarino Claudio Galasso (quien acompañó a David Nalbandian de 2007 a 2013), sumó, recientemente, a otra pieza argentina a su equipo: el coach Diego Veronelli, también subcapitán del equipo nacional de Fed Cup. Operada en diciembre pasado por un daño en el codo derecho, eligió nuestro país para hacer buena parte de la preparación. No compite desde octubre pasado y, tras la pesadilla, volverá a jugar esta semana, en un 125K en Indian Wells, Estados Unidos.
–Fuiste a los Juegos de Río siendo la 35a. del mundo y sólo habías ganado un trofeo dos temporadas antes (Estrasburgo). ¿Qué expectativas reales tenías?
–Ninguna [sonríe]. Llegué a Río para pasarla bien. Ese año fue un desafío porque necesitaba llegar a la tercera ronda de Roland Garros para clasificarme a Río y jugué un partidazo en segunda ronda contra Julia Goerges, que gané 7-5 en el tercero. Fue, en fin, un sueño mío estar en los Juegos. Solamente quería disfrutar el momento y representar a mi país. Cuando llegué era como estar en Disney. No me puse presión, pero ya cuando le gané a Muguruza en tercera vuelta la cosa se puso más seria, me lo empecé a creer más, estaba jugando un tenis muy bueno. Estaba suelta, con convicción, energía. Fue una semana de maravilla. Cuando yo estoy bien, no tengo miedo de competir con cualquiera. Me ponés a Serena [Williams] de frente, le tendré respeto, pero me valoro y sé que le puedo ganar. En esa semana yo creí que en cada partido tenía una oportunidad de ganar.
–Se combinaron todos los factores.
–Sí. Me pude desconectar del tenis cuando no jugaba, algo que generalmente en el circuito no me pasa. No pude ir a ver otros deportes porque tenía que recuperarme bien; los otros eventos eran por la noche, cuando yo tenía que estar descansando. Pero estuve con muchos de mis compañeros de Puerto Rico, fuimos una delegación de 48 atletas, muchos me fueron a ver, íbamos a comer juntos, tuve una distracción bastante saludable en esa semana. Pude hacer amigos que me apoyaron en ese momento y me sacaron las dudas y las ansiedades. Estaba divirtiéndome en la vida. Antes de viajar a Río pasaron cosas curiosas: mi mamá, mi hermano y mi papá me llevaron al aeropuerto y yo les escribí una cartita, pero les dije que la abrieran cuando me dejaran. Decía algo así como: ‘Aquí estoy, rumbo a mis primeros Juegos Olímpicos, gracias por dejarme en el aeropuerto, apoyarme en los buenos y malos momentos. No puedo creer ser una deportista olímpica y ojalá que me puedan ver ir por el oro’. Después, dos o tres días antes de irme a los Juegos adoptamos una perrita y la llamé Río. Antes de la final, esa perrita se puso a jugar con una botella de champaña, que tenía colores en oro. Es como que todo iba en ese rumbo. Fue increíble [sonríe].
No conozco personalmente a Gaby Sabatini. Sé que una parte del año vive en Miami, donde estoy yo, pero no he tenido el placer. ¡Me gustaría! Fue un gran ejemplo, una campeona para el tenis latino
–La explosión y la exposición que te generó aquel logro terminó perjudicándote. ¿Por qué?
–Me costó volver a jugar. Estaba débil. Sentía que la gente esperaba mucho de mí y yo no estaba lista para ese tipo de éxito. Había teniendo buenos resultados, pero nada tan grande como para decir: ‘Esto ya sé cómo se maneja’. No había llegado tan lejos en los Grand Slam, sólo había ganado un torneo. El éxito estaba ahí, pero no lo sabía manejar y me costó sentirme bien. Me faltaba madurez. Me di cuenta que estaba con depresión, no tenía ánimo, no tenía ganas de hacer cosas, estaba con mi familia y no podía disfrutar. Estaba con mucha presión. Tantas sensaciones de golpe se me vinieron encima, me abrumaron. Las redes sociales también me afectaron. Todo el mundo pone fotos cuando está sonriendo y feliz, pero no es asi. Muchos están enseñando una imagen muy falsa: quieres mostrarle al mundo lo bien que la estás pasando cuando en realidad estás en la cama. Yo quiero ser muy sincera, porque sé que los deportistas servimos de imagen para la juventud y quiero que sepan que no es todo color de rosa.
–¿Cómo y cuál fue tu peor momento?
–Los últimos tres años fueron así. Salía con mi familia y estaba distraída, estaba mirando en el espacio, triste. En una nota leí que se produce un trauma después de ganar algo tan importante y que le pasó a muchos campeones olímpicos, como a Michael Phelps y Missy Franklin. Es como una depresión después de estar en la cima del mundo. Es como que pensás: ‘¿Y ahora qué?’. Llegás al tope y mirás hacia abajo. Nunca llegué a odiar el tenis, pero tuve dudas de lo que significaron los Juegos Olímpicos para mí. Recién ahora me doy cuenta de que fueron algo muy lindo en mi vida y que me enseñaron que podía alcanzar ese nivel. Sueño con volver a jugar así. Tengo que amarme a mí misma y sanar todo lo que estaba dañado dentro y fuera de mí, salir a competir con la misma garra que tuve hace cuatro años. Me decía a mí misma que me quería retirar del tenis teniendo algo grande a mi nombre y cuando gané las olimpiadas dije: ‘Ahora sí puedo jugar más tranquila’. Me quité esa presión de encima, pero no supe tranquilizarme; me puse más presión todavía.
–¿Te apoyaste en la psicología?
–No, para mí es muy difícil porque a veces tengo ganas de hablar y a veces no. Me guardo muchas cosas para adentro y sé que no es bueno, estoy aprendiendo a expresarme mejor, a confiar en la gente sana.
–A fines del año pasado sufriste la primera cirugía de tu carrera. ¿Creés que la lesión se produjo, en parte, por tu frágil estado general?
–Había tenido problemas en el codo desde antes. Cuando tomaba semanas de descanso y arrancaba la pretemporada, tenía dolores, pero se me iban. Y en octubre, en el último torneo del año, me empezaron a molestar la muñeca, el codo y el hombro, pero creí que era cansancio. Descansé, luego volví, sentí un poco de dolor y me empecé a preocupar. Empezó a bajar la velocidad de mi pelota, me molestaba en los impactos. Pero cuando de verdad me preocupé fue cuando no pude ni lavarme los dientes ni cepillarme el pelo por el dolor. Me hice estudios, busqué opiniones de médicos, hasta que fui a ver a un especialista en Nueva York, me hizo tres resonancias, vimos el problema y me operaron. El nervio cubital estaba comprimido y me afectaba en cada impacto, me irradiaba al brazo, al hombro, a todo. No podía seguir así. Era hora de tomar una decisión. Después de muchas cosas malas que me habían pasado eso era lo que menos necesitaba. Pero el golpe me ayudó para reflexionar y empezar de nuevo. Ahora aprecio más el tenis.
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–¿Qué tan exigente es el circuito profesional?
–Es muy exigente. Por todo lo que tienes que hacer, cuidarte física y mentalmente, sacrificarte en muchas cosas, dejar salidas sociales, etcétera. Las últimas Fiestas fueron las primeras que pasé con mi familia como en diez años; siempre me tomaban viajando por el tenis.
–¿Cómo analizás el circuito WTA actual?
–Cualquiera puede ser campeona. Todas quieren ganar, todas trabajan fuerte, no importa en qué torneos están. Mucha gente dice que el tenis femenino no tiene consistencia, pero no lo veo así. Hay talentos diferentes: hay algunas que juegan más plano, otras con que le pegan con top, otras que tiene tiros distintos. Hay jóvenes con resultados increíbles, como Coco Gauff, que juega sin miedo, o como Sofia Kenin, que compite muy bien. Ambas pueden estar perdiendo pero no te dan oportunidades de bajar el nivel. Es muy interesante el tenis femenino actual. Y hay jugadoras muy ofensivas, los puntos se acaban en dos o tres tiros. El tenis masculino es lindo de ver porque construyen más el punto, es como un cuento que van contando. En el de mujeres el cuento se termina rápido [sonríe]. Es diferente, pero muy divertido.
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