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La cabeza (y el corazón) de Boris Becker, un campeón condenado a prisión: “Fui demasiado débil con mis emociones”
El ex número 1 recibió una condena de dos años y medio, por haber ocultado parte de su patrimonio; la relación directa que parece haber entre sus oscuridades internas y el delito
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Boris Becker no era el León a los 17 años y siete meses, cuando conquistó el mundo del tenis. Un adolescente con el trofeo más maravilloso, el de Wimbledon, en la Catedral. Una postal que quedó inmortalizada: el alemán se convirtió, desde entonces y durante más de diez años, en uno de los grandes de la historia. Lo tenía todo: talento, clase, aura, juventud, el mundo entero por delante. El viento, de su lado. Sin embargo, se mezcló en el pecado. Fue víctima –fue cómplice– de las tentaciones de la vida. Unas y otras. Y hoy, ahora mismo, está en prisión. Un ídolo detrás de las rejas.
La información es dura, cruda. Becker, triple campeón en Wimbledon, afronta el peor momento de su vida. Este viernes, el ex tenista se presentó ante un tribunal de Londres en relación con su insolvencia personal, tras ser acusado de haber ocultado su patrimonio monetario e inmobiliario para declararse en bancarrota en 2017 y no pagar sus deudas. La sentencia fue de dos años y medio de prisión. De ese tiempo, debe cumplir la mitad en la cárcel.
El ex número uno del ranking, de 54 años, se presentó en la corte con un traje y una corbata de Wimbledon. Subió los escalones con tranquilidad y entró de la mano de Lilian de Carvalho, su novia. Fue declarado culpable el 8 de abril, por haber transferido cientos de miles de libras esterlinas de su cuenta comercial y no haber declarado una propiedad en su ciudad natal, Leimen.
Su problema posiblemente tenga una relación directa con otros dramas de la vida. Más internos, personales. Un artista sin contención psicológica puede derrumbarse, en el tiempo, como un mazo de naipes. La cabeza, y también el corazón, desde luego, lo son todo.
Años atrás, en una charla con el diario El País, de España, abría su interior. Decía cosas como éstas...
–Se enfadaba mucho en la pista. ¿Lo ayudaba eso?
–No. Viví momentos de desesperación y frustración, especialmente al principio. Fui demasiado débil para esconder mis emociones. Eso mostraba a mis oponentes mis momentos de debilidad. [John] McEnroe lo usaba como una ventaja, eso lo animaba. Yo gritaba mucho, rompía raquetas...
–Novak Djokovic, por ejemplo, ha aprendido a controlarse algo más. ¿Tiene eso que ver con la mejora de sus resultados?
–Cuando se queja o lloriquea, no juega mejor. Al empezar, tenía talento, pero no era maduro para esconder sus emociones. Cuanto más las contenés, mejor jugás.
En otro tramo confesó con máxima crudeza: “Ahora que soy mayor, puedo hablar con más facilidad. Cuando vivís en los medios de comunicación, cuando tenés éxito en una profesión que depende de ellos, estás condenado a recibir críticas: sos demasiado alto o demasiado bajo, demasiado alemán o demasiado poco alemán... Para mí era muy fácil acallarlas: ganaba otro torneo. Ahora es más difícil: no puedo ganarlo. Es una lucha imposible. No puedo gustar a todos. Vivir la vida bien implica aprender cosas e ir cambiando algunas opiniones. Sería preocupante pensar lo mismo con 25 años que con 45. Cuando voy por las calles de Madrid o las de Berlín, mucha gente me aplaude: habré hecho una o dos cosas bien, ¿no?”.
El alemán que inmortalizó la palomita como respuesta audaz, ante la red –una acción que, hecha por otro, es graficada con la frase “a lo Becker”–, era un hombre vulnerable. Como tantos, tal vez como la mayoría de nuestra sociedad. No supo (no quiso, no pudo) recostarse sobre el diván. Eran otros tiempos.
“Es bueno que los jugadores más jóvenes se abran y comenten los problemas que tienen a la hora de soportar la presión de la competición. En mi época si hablabas de eso te llamaban «débil», te decían que no eras lo suficientemente fuerte. Pero no es así. Hay un problema real con la salud mental y es bueno que los jugadores hablan de ello. No todo es tan fácil como parece en este mundo. La cancha de tenis es un lugar muy solitario: aunque detrás tengas a tu equipo, estás solo. A veces, el mundo que cargás sobre tus hombros es muy pesado, así que para tu salud mental es muy importante ser capaz de hablar de ello y también saber cuándo decir «basta»”, contaba, meses atrás, en una mesa de elegidos, como uno de los padrinos de los premios Laureus.
Un gran campeón no debía mostrarse vulnerable. Debía ocultar sus debilidades. La sociedad se transformó tanto que la psicología es parte esencial en el mundo del deporte. Contaba Boris, años antes de sus despilfarros financieros: “Es importante encontrar la manera de convivir cada día con tus propias expectativas, descubrir el camino para explicar por qué uno siente esa presión pese a estar en una posición privilegiada, practicando el deporte que ama, le da libertad y le otorga beneficios económicos. Todo el mundo parece más abierto a la hora de hablar sobre lo que ocurre en su interior. Esto en mis tiempos no existía; teníamos una mentalidad diferente. A Novak lo llamo «Profesor de la Salud Mental» por la cantidad de acontecimientos que ha superado. Muchos jugadores jóvenes tendrían que escucharlo para aprender cómo hacerlo”.
El desastre que vive hoy es incomparable con otros dolores, tropiezos de una vida de película. En las reflexiones que brindó en los últimos años hay una puerta por donde se puede espiar. Qué le pasó. Por qué. Cómo no se dio cuenta a tiempo. Decía, tiempo atrás:
- “Éramos jóvenes, estúpidos y poco maduros. El tenis no fue fácil y mi experiencia en Wimbledon no era siempre placentera. Era muy egocéntrico en esa época”.
- “Los jugadores son seres humanos y a veces se enfadan si hacen una doble falta. Sin embargo, los tenistas deben comportarse como corresponde en la cancha”.
- “Jugar al tenis ha tenido sus consecuencias en mi vida. A los 17 años todavía estaba desarrollándome. Los médicos en 1985 me ayudaron bastante, pero ahora casi no puedo ni correr”.
Le cuesta correr. Como le costaba escapar de sus propios demonios.
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