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Julia Riera, una tenista argentina con presente y proyección: limitaciones económicas, una rifa de $ 2000 para poder viajar y dormir en un convento
De 21 años y 143° del mundo, la pergaminense es la segunda mejor rankeada del país y vive en el Cenard
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Julia Riera es una de las mejores 150 tenistas del mundo. Tiene 21 años y nació en Pergamino, en el norte de la provincia de Buenos Aires. Se crió a una cuadra de un club (Gimnasia y Esgrima), un lugar que adoptó para formarse no sólo como deportista sino como persona, jugando a todo y durante muchas horas al día, sin limitaciones y en un ambiente sano, “de club”, precisamente. Pateó la pelota de fútbol y tiró al aro de básquetbol, como hicieron su mamá (Florencia, profesora de educación física) y su papá (Antonio -o Tonito-, contador de profesión y futbolista y basquetbolista en Sports, otro de los clubes de la ciudad). Pero Julia se sintió más atraída empuñando una raqueta de tenis. Competitiva desde chica, se enfurecía si perdía.
“Mi papá me tenía que dejar ganar porque yo me enojaba mucho. Empecé a ir a la escuelita del club, me fue bien y empecé a jugar los Nacionales Sub 10. Jugué pocos meses al hockey; iba con mi prima y mi hermana, pero no me gustó mucho. El tenis me parecía divertido porque era muy competitivo y tenía que resolver todo sola. Era bastante difícil, pero me gustaba ese desafío”, rememora Riera ante LA NACION, en el Cenard, donde vive -desde el año pasado- cuando se encuentra en la Ciudad de Buenos Aires, tras recibir una beca del Enard. Hoy es la segunda mejor argentina del ranking WTA y entusiasma su proyección, sobre todo por lo bien plantada que se mostró en la temporada, ganando partidos en el equipo de la Billie Jean King Cup, en los W25 posteriores (logró, en semanas consecutivas, dos trofeos en Guayaquil) y en el torneo de Rabat, su primer WTA 250, donde alcanzó las semifinales tras derrotar a rivales de mayor jerarquía como la francesa Kristina Mladenovic, la egipcia Maiar Sherif y la kazaja Yulia Putintseva. Comenzó la temporada siendo 261°; hoy es 143°.
Puntazo en su mejor partido: vs. Sherif en Rabat
Riera nació en la misma ciudad de Paola Suárez, una de las mejores tenistas argentinas de todos los tiempos, número uno en dobles en 2002 y novena en el ranking individual en 2004. “Una vez ella hizo una clínica, pero yo era muy tímida y no me animé a preguntarle nada”, recuerda Riera, que adoraba sentarse frente a la TV para ver a Roger Federer y David Nalbandian, sus “ídolos” (también le gustaban Serena Williams y Maria Sharapova). Y relata: “Con mis amigas estábamos todo el día en el club. Los viernes, después de entrenar, nos quedábamos y jugábamos a la escondida, comíamos... Los sábados a la mañana volvíamos, llevábamos facturas, jugábamos al fútbol. Al colegio iba a la mañana, lo terminé presencial. Los últimos años falté un poco porque viajaba por Argentina; me gustaba ir al colegio, pero no pude estar en el viaje de egresados. Terminaba el colegio y desde las dos de la tarde me entrenaba como hasta las ocho de la noche. Tengo dos hermanos: Franco, de 17, que juega en el seleccionado de básquet de Pergamino, y Martina, de 23″.
-¿Cuándo se hizo más serio tu vínculo con el tenis?
-Cuando tenía 12 años empecé a tomar más clases particulares además de las grupales con mis amigos. Ahí tuvimos una charla con mis padres. En mi casa yo ya hacía ejercicios de técnica, muchas repeticiones de movimientos. Agarraba la raqueta o una manopla, me iba al patio o en el living, hacía los movimientos, mi papá me filmaba y después lo corregíamos con mi entrenador (Emilio Palena). Tuvimos una charla y mi entrenador nos dijo que por ahí en los primeros meses no iba a tener muy buenos resultados hasta que me acostumbrara un poco y fue lo que pasó, pero después me fue muy bien, empecé a viajar un poquito más por Argentina y todo fue tomando otro color.
Claro que no todo fue sencillo en el camino de Riera durante su desarrollo profesional. Incluso tampoco lo sigue siendo. En un deporte costoso, los malabares económicos para poder viajar la chocaron con la realidad, una y otra vez. Es más: hasta evaluó no seguir jugando al tenis.
“A los 13 o 14 años dejé el tenis por un tiempo, durante casi un año. Estaba un poco cansada de tanto entrenamiento y de no poder viajar para jugar. También mis amigas empezaban a salir y yo tenía que estar todo el día entrenando, no podía viajar mucho por el tema económico… entonces era como que no hacía ni una cosa ni la otra. En el verano, en vez de estar en la pileta disfrutando con mis amigas, tenía que estar haciendo la pretemporada. Me cansé y dije: ‘Ya está, no juego más’. Fue una etapa difícil porque yo quería seguir haciendo deporte; si no hacía nada me aburría. Soy muy hiperactiva”, recapitula Riera.
Y prosigue: “Mi entrenador viajó a un torneo con otros chicos del club y justo estaba Daniel Orsanic, que era director de Desarrollo (de la Asociación Argentina de Tenis) y con quien yo tenía muy buena relación. Le preguntó por mí, qué estaba haciendo, mi entrenador le contó y entonces Dani le dio la idea de venir a Buenos Aires al Cenard para entrenarme algunos días y así volví. Veníamos con mi entrenador a practicar con Dani y me empezó a ir muy bien en los torneos. Fue como un volver a jugar. Ahí dije: ‘Tengo que estar preparada para ver si en algún momento puedo salir a jugar torneos’. La carrera del tenista es muy cara. Me fue bastante bien en los torneos que jugué, gané algunos ITF y Grado 1 de Argentina. Yo sentía que jugaba bien, que podía llegar a hacerlo bien, mi entrenador estaba convencido y mis papás siempre me apoyaban y me decían que, si a mí me gustaba, que siguiera. Pero era difícil tener presupuesto para viajar. Dormíamos donde podíamos. Una vez, en Paraná, me quedé en un convento donde alquilaban dormis. Estuve con otras chicas, cocinábamos en medio de las monjas (sonríe). También me pasó de ir a departamentos en los que no había ni calefacción, nos moríamos de frío y teníamos que dormir con campera”.
En 2021, a través del entrenador de ese momento, Riera consiguió un sponsor, pero el vínculo con el coach se terminó en marzo del año pasado y el patrocinador también la dejó. La ayuda se esfumó. La tenista tenía una gira por Europa ya programada, lo cual fue un problema por la falta de recursos. A su familia se le ocurrió organizar una rifa a $ 2000 el número, con un premio de un fin de semana en Merlo (San Luis) para dos personas. La situación no dejó de alarmar porque Riera, además, ya era jugadora del equipo nacional de la BJK Cup y, así y todo con ese estatus, necesitaba ser creativa para tratar de seguir compitiendo y viajando.
“Perdí el sponsor antes de viajar a Europa. Encima, estando allá perdí los primeros partidos en el tie-break del tercer set; estaba dolida. Después me empezó a ir bien, pero me doblé el tobillo y me tuve que volver. Hice la recuperación, estaba lista para viajar, pero no tenía el dinero, entonces en Pergamino se organizó la rifa entre mi familia y amigos. La gente se sumó. Se difundió mucho por las redes sociales, la gente se contactaba con mi familia y la municipalidad también me ayudó. Lo duro fue que tuve que viajar sola, sin entrenador, pero era un esfuerzo que tuve que hacer. Me fue bien, gané mi primer título W25 (en Trieste, Italia), poniendo mucha garra. Encima, estando allá, falleció mi abuelo por Covid-19. Tuve que ser fuerte y dejar todo en la cancha. Por suerte coincidí con algunas amigas tenistas y se me hizo más pasable la situación. En esa misma gira tuvimos que dormir una noche en una estación de trenes porque perdimos la combinación. Me pasó de todo”, describe Riera, que desde abril del año pasado es entrenada únicamente por Juan Martín Aranguren, quien se había sumado al equipo en septiembre de 2020 y había compartido el trabajo con Palena, hasta que éste se fue por otro camino y las funciones siguieron a cargo de los integrantes de la academia Pancho Aranguren.
“El problema económico, la falta de infraestructura y la lejanía que padecemos los sudamericanos también nos ayuda a potenciar otros sentidos como la capacidad de lucha, el tratar de hacer todo lo posible para ganar porque no podés volver enseguida a tu casa”, sentencia Riera, presente esta semana en el W80 de Brasilia. E ilustra: “Esto que digo está reflejado en que a los europeos no les gusta jugar contra los sudamericanos porque luchamos todas. En eso somos un poco más fuertes. Tenemos que ir a Europa mucho más tiempo, varios meses, cuando ellos pueden volver pronto a sus casas. Si bien es duro, te hace fuerte de cabeza y sabés que hay que seguir luchando y dejar todo”.
Riera es fanática de River. Y asiste al estadio Monumental cada vez que puede. Además, fue una de las piezas más valiosas del equipo de Núñez que en 2021 ganó el campeonato de Interclubes de la Primera División de la Asociación Argentina de Tenis.
-¿Cómo es la experiencia de vivir en el Cenard cuando no estás en Pergamino?
-Está lindo porque cuando cenás y compartís momentos con gente de otros deportes te cuentan sus cosas, sus anécdotas. Está bueno relacionarse y saber que estamos, más o menos, todos en la misma, buscando cumplir nuestros sueños.
-¿En qué sentís que evolucionaste como jugadora desde el comienzo del año?
-Me siento mejor de intensidad. Mientras juego torneos más grandes y me acostumbro al ritmo, tengo que subir el nivel porque si no te pasan por arriba. La confianza ayuda. Hacemos un trabajo fuerte con todo mi equipo. Desde el año pasado, mi entrenador (Aranguren) confió en mí, sabía que iba a llegar, pero necesitaba tiempo. A veces hay que chocar en algunos partidos, la mayoría de las semanas perdés, pero de a poquito fui sumando buenos partidos, fui subiendo y este año gané confianza. Sé que puedo ganar buenos partidos. La mayor diferencia entre el circuito WTA y el ITF, el que venía jugando, es la intensidad y lo mental. En ITF las jugadoras van abajo y tal vez sueltan los partidos, pero en WTA buscan la manera de ganarte como sea.
-La actuación en Rabat, en mayo, ¿terminó de demostrarte que podés perseguir tu sueño de destacarte en el tenis profesional? Llegaste al torneo desde el puesto 195° y derrotaste a dos top 60 (Sherif y Putintseva) y a una ex top top ten (Mladenovic). Con esa actuación subiste 45 posiciones.
-Sí, sin dudas. Pasó algo muy loco: me había bajado de la qualy del torneo porque empezaba el sábado y yo estaba en un ITF en Turquía, pero me dejé inscripta en el cuadro por las dudas. Se empezaron a bajar otras jugadoras, mientras tanto perdí en cuartos de final en Turquía y ese mismo viernes tenía que decidir si me dejaba en Rabat o intentaba la qualy de Roland Garros, pero no iba a entrar en París. Hasta que me avisan que entraba a Rabat, saqué un vuelo y fui. En realidad fui a probar, sin tantas expectativas, ya que era mi primer torneo WTA. Me sentía jugando muy bien y tal vez podía ganar la primera ronda. Cuando vi el cuadro me gustó, sabía que eran todos partidos durísimos, pero el estilo de las rivales me gustaba. Llegué y enseguida noté la diferencia de jerarquía del torneo. Pero el primer partido jugué muy bien, ella (Mladenovic; 10° en 2017) estuvo un poco irregular. Después contra Sherif, que me grita todos los puntos, fue intenso; creo que fue el mejor partido que jugué en toda mi carrera. El torneo me subió el nivel y me hizo saber que estoy ahí, cerca. Obviamente que tengo que seguir entrenando y perfeccionándome, pero tengo mucha más confianza en mí.
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