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Juan Martín Del Potro, con LA NACION, a corazón abierto: “No estoy preparado para el día después”
El tenista más importante de la Argentina después de Vilas cuenta por qué, a pocos días de cumplir 34 años, no se resigna a hablar del retiro y busca calidad de vida antes que volver a jugar
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NUEVA YORK.- La vida (deportiva) de Juan Martín del Potro, el tenista argentino más trascendente de la historia después de Guillermo Vilas, fue un viaje vertiginoso y zigzagueante. Experimentó los escenarios y los estados de ánimo más diversos. Se endulzó con la miel del triunfo, el aplauso y los prodigiosos obstáculos superados. Se atormentó con las lesiones, los (ocho) ingresos en el quirófano, las exigencias y la depresión. Conmovió y sorprendió, una y otra vez, con sus resurrecciones. Dentro y fuera del court maravilló y desconcertó. Gigante gentil o de cristal, pero con un violento drive al estilo “Godzilla noqueando helicópteros”, como alguna vez lo describió The New York Times, dejó una huella.
El 8 de febrero pasado, en el ATP de Buenos Aires, el tandilense reapareció en forma oficial en el circuito después de estar 965 días inactivo, lidiando con su rodilla derecha y los demonios internos: en octubre de 2018, en Shanghai, sufrió una fractura de rótula de trazo vertical y sin desplazamiento, que en el tiempo no respondió a tratamientos menos invasivos, padeció otros daños no dados a conocer y, entre junio de 2019 y marzo de 2021, terminó accediendo a cuatro intervenciones. Sin embargo, Del Potro no halló la solución definitiva. Desde aquella melancólica noche en el Buenos Aires Lawn Tennis Club, en la que perdió con Federico Delbonis (6-1 y 6-3), no volvió a empuñar una raqueta con formalidad (sólo para algunas clínicas, acciones o peloteos con conocidos).
El court de tenis fue el sitio en el que Del Potro fue más feliz. Allí se sintió libre, poderoso, brutal. La adrenalina fue su combustible. Por ello, pese a que la rodilla hoy le cruje hasta para subir las escaleras y en lo último que piensa es en entrenarse, dice que no se resigna. Íntimamente sabe que imaginar un nuevo retorno suena a utopía, pero no cierra completamente la puerta. Juan Martín cumplirá 34 años el viernes próximo y, hace unos días, en Nueva York, antes del anuncio de retiro de su ídolo (Roger Federer), se sentó con LA NACION. La charla se produjo en el US Open, el torneo que lo llevó a una escala superior luego de su coronación en 2009 (en la final ante Roger, precisamente) y que lo trata como tal. Past champion (Ex campeón), se leía en su credencial con acceso ilimitado.
“Acá uno no siente si está activo o retirado porque te tratan como un campeón. Ando caminando libremente por los pasillos como cuando jugaba y esa sensación es la más linda que un tenista puede tener. También es lo que me hace extrañar demasiado y lo que me despierta algún sentimiento adentro… Pero me voy unos meses atrás, al mensaje que di en el torneo de Buenos Aires: primero la calidad de vida, porque no aguanto más el dolor, pero esto (el tenis) no lo voy a cerrar, lo quiero dejar abierto. Después, el tiempo y la vida dirán cómo termina”, relata Del Potro, que no suele abrirse con frecuencia. Pero el número 3 del mundo en 2018, ganador de 22 títulos (y trece veces finalista, incluida la de Flushing Meadows 2018, perdida ante Novak Djokovic), doble medallista olímpico (bronce en Londres 2012 y plata en Río de Janeiro 2016), y figura y campeón de la Copa Davis 2016, hace una excepción. Acepta profundizar en qué situación se encuentra.
-¿Cuándo fue la última vez que agarraste una raqueta seriamente?
-No…, ahí, en Buenos Aires. Después hice un par de clínicas…, pero no, la verdad es que me costó mucho la decisión de jugar en Buenos Aires. Muchísimo. Y una vez que lo hice y jugué, y todos vieron lo que fue, para mí en un punto fue un alivio y un punto de quiebre en mi vida también. Durante estos casi tres años, antes de Buenos Aires, nunca había pensado en ese momento. Siempre era volver, volver y volver. Recuperarme y volver. Hasta que, bueno, empecé a notar que eso ya era cada vez menos posible porque con los médicos se me habían agotado las instancias, los tratamientos, las posibilidades de probar cosas nuevas… Venía a Buenos Aires, me venía entrenando fuerte, en una pata, tomando antiinflamatorios, haciendo tratamientos y dije: ‘¿Qué hago? ¿Tiro todo este esfuerzo por la borda o entro a jugar con la posibilidad de que sea mi último partido?’. Y eso me llevó a decidir entrar y jugar. Y cuando terminé, mi mensaje y mi sensación fue: ‘Si este fue el último partido, fue súper emotivo, en mi casa, con mi mamá en la cancha, con mi hermana, con toda mi gente, en Argentina, en un torneo en el que había jugado una sola vez’. Creo que fue todo espectacular. Hoy busco un tratamiento para calidad de vida, no busco un tratamiento para jugar París-Bercy o el Australian Open. Y eso es una gran diferencia en mi día a día.
-Tras aquel partido con Delbonis tuviste un gesto muy simbólico, dejando tu vincha colgada en la red. ¿Sentís que allí también quedó el Del Potro tenista?
-Honestamente, ese momento me salió natural y desde el alma. No lo pensé. Fui genuino con lo que sentía en ese segundo. Pero, sí, yo creo que ese momento fue el punto final de un montón de sufrimiento y de un mensaje que estuve dando durante tres años y que no lo podía aguantar más, porque me estaba haciendo muy mal a mí. Yo salía a la calle y antes de preguntarme cómo estaba, me preguntaban cuándo jugaba. Esa es la pregunta que me hicieron durante tres años y pico. Y más también, con las [operaciones de] muñecas. Es algo que yo fui tomando de forma más natural, pero a lo último lo padecí mucho. Y yo tenía que mostrarme activo también en las redes, los mensajes que tenía que dar siempre eran con un tono alentador, de optimismo…
-Pero, ¿por qué? ¿Por un compromiso con los sponsors?
-Por un montón de cuestiones. También porque yo lo deseaba. No quería bajar los brazos, no quería rendirme. Pero después hubo un momento en el que tuve que tomar la decisión de jugar o no jugar, y ahí en ese gesto de la vincha fue un “hasta acá llegué de esta manera”. Del día siguiente a la vincha a hoy estoy viviendo otra vida, estoy con otros objetivos, estoy buscando médicos y tratamientos, pero para poder subir la escalera y no agarrarme de la baranda, que es mi realidad. Yo venía con esa realidad, pero también con la cabeza en jugar al tenis, pero era imposible. Entonces hay una realidad y una ecuación muy simple: en una pierna y querer jugar al tenis, no era posible. Entonces, ¿qué tengo que hacer? Por lo menos dejar de pensar en el tenis y tratar de recuperar un bienestar acorde a lo que merezco. Y por eso fue la decisión.
-Te operaste con cuatro médicos de primer nivel, en España, Estados Unidos y Suiza. ¿Por qué no hallaron la solución? ¿Qué pasó?
-Obviamente con el tiempo y hablando con muchos médicos, todos van opinando, todos hablan…, es muy difícil hacer opinar a médicos y hablar también de otros médicos… Pero acá hay una realidad, que es mi primera cirugía [NdR: realizada por Ángel Ruiz Cotorro, el doctor de confianza de los tenistas españoles] y que a partir de ahí mi historia cambió. Entonces yo también me hago muchas preguntas sobre el tema y, bueno, siempre fue en base a esa primera cirugía y a mi posterior rehabilitación, de que no me pude recuperar. Y siempre fui tratando de buscar los mejores tratamientos, los mejores asesoramientos médicos. He hablado con un montón de profesionales, atletas, deportistas, nutricionistas, tratamientos del dolor…, creo que de la lista pude tachar todo y es el día de hoy que no encuentro todavía una solución.
-¿Decís que en esa primera cirugía se cometió un error?
-Yo puedo tener mis propias definiciones o lo que yo puedo sentir. Hay una realidad y esa es la que me marca mi situación actual, pero más allá de eso voy buscando la solución. No me importa cuánto tiempo me lleve. Hoy yo quiero poder vivir bien y sin dolor, y no me importa lo que pasó para atrás porque ya pasó y sí me importa poder encontrarle la vuelta y decir: ‘Era por acá y este es el tratamiento correcto’.
-¿Hoy en qué etapa estás?
-Me fui a Suiza a ver otro médico [NdR: en la clínica deportiva Rennbahnklinik, en Muttenz], empecé otro tratamiento, fui recomendado por muchos tenistas y tampoco tuve un resultado muy positivo. Imagínate lo que es después de cada intento de un tratamiento o de una cirugía la frustración que puedo sentir cuando la cosa no funciona. Entonces, es demasiada ilusión, demasiada la fe y la esperanza que uno le pone a algo nuevo y cuando fracasa el golpe es duro. Y durante tres años y pico, con cirugías y tratamientos, siempre me pasó eso. Entonces, ahora, en la posición en la que estoy, tengo que aprender a que ese golpe no sea tan duro y volver a intentarlo. Ir buscando opiniones y tratamientos, estar abierto a cualquier cosa porque, como digo: no tengo el apuro de hacer algo para ir a jugar Australia y no tengo que hacer ninguna locura. Simplemente, seguir en esa búsqueda de encontrar el tratamiento correcto y vivir sin dolor y lo mejor posible.
-Hoy, al menos, ¿podés entrenarte, trotar en una cinta?
-No. No, no, no…, camino, camino, no corro en la cinta, no puedo subir una escalera sin dolor. Ya lo conté: a Tandil, que son cuatro horas manejando, tengo que parar y estirar las piernas. Esa es la realidad mía, que es dura, es triste, pero trato de no quedarme con eso y mi nuevo desafío es cómo tratar de procesar todo, asimilar lo que me toca y cómo me levanto todos los días para vivir lo mejor posible.
-En 2010, después de ganar el US Open, te lesionaste la muñeca derecha. En 2014, después de ganar cuatro ATP 500 en 2013 y ser N° 5, sufriste el daño en la muñeca izquierda. Y en 2018, después de ser N° 3, no pudiste recuperarte de la lesión de rodilla. ¿Es casual que en los tres momentos en los que tenías la chance de dar el último gran salto hacia el N° 1 aparecieran las lesiones o hay algo inconsciente detrás, algo psicológico o de sentirse presionado?
-No, yo no creo que hayan tenido que ver los resultados o mis mejores momentos con algo de lesión física. Mis lesiones fueron muy claras: en una me caí y me partí la rótula, y después tardé mucho más en recuperarme porque los médicos le erraron en los tratamientos. Y no hay mucha vuelta que darle: fue así. Uno me dijo: ‘En un mes y medio estás jugando el Masters de Londres’, por el 2018, y me puse bien recién en febrero o marzo del año siguiente. Después, en la muñeca, yo estaba sufriendo mucho dolor durante mucho tiempo, me infiltraba para no parar porque luchaba por los Grand Slam, por estar dentro de los cinco primeros, por un torneo, por un Masters y esta bola no podía frenar, hasta que un día hay que parar. Entonces paré a principios de 2014, después del torneo de Dubai. Y con lo del US Open 2009, yo lo gano y enseguida me quieren cambiar las raquetas. Y empecé a probar raquetas y empecé a tener dolores en mi muñeca que no tenía… De hecho, si van a ese momento, gané el US Open y terminé en la final del Masters de Londres con una raqueta y en enero arranqué con otra, amarilla y negra. Y esto es como una zapatilla. La raqueta, para nosotros, es como el botín para el futbolista. Estás acostumbrado a agarrar todos los días la misma raqueta, la misma tensión, el mismo material, el mismo sonido, todo lo mismo…, y de un día para el otro te dicen: ‘Bueno, ahora jugá con esta’. Y empecé a sufrir en las muñecas. Entonces, mirando hacia atrás, yo sí le encontré un por qué a cada momento de mis lesiones. Lo que a veces…, o es el día de hoy que me pregunto: ¿por qué todavía con la rodilla no he podido? Es una pregunta que me hago, pero yo no me la puedo responder a mí mismo, para eso consulto a los mejores profesionales, en todo sentido [acentúa las palabras], no sólo en la rodilla, desde lo emocional, desde lo espiritual, desde lo físico, desde lo clínico, lo científico. No me he quedado.
-Y eso que durante una larga etapa de tu carrera no fuiste abierto a la psicología, por ejemplo.
-No, en una época no estaba muy abierto. Porque también yo creo que los resultados un poco mandan. Cuando uno hace las cosas bien y los resultados acompañan, a mí me costó… Me acuerdo cuando empecé a trabajar con Diego Rodríguez [licenciado en kinesiología fisiátrica], que me quería inculcar un poco el yoga y ejercicios distintos a los que venía acostumbrado, era una lucha diaria sobre ese tema, hasta que me logró entrar por algún costado, yo acepté abrirme a nuevas rutinas, a nuevos tratamientos y me funcionó un montón. Pero con el tema médico imagínate que he consultado de todo tipo. Y me pasó en este US Open: llegué, conté un poco mi historia y al otro día tenía cientos de mensajes de médicos, tratamientos…, y también tengo que lidiar con eso, porque no hay ninguno que sepa mi historia clínica. Todos opinan. En un momento de tanta vulnerabilidad buscás cosas. En la desesperación uno busca cualquier cosa, dentro de todo me mantuve con cosas lógicas y me mantuve en el parámetro de los médicos, la ciencia, lo nutricional, lo espiritual y emocional. Son todos los rubros a los que yo ataqué para que no me quede una sensación de decir, por dar un ejemplo: ‘Bueno, tendría que haber comido lechuga en vez de papas fritas’.
-Mirando hacia atrás, ¿hay algo que hubieras hecho distinto?
-Y…, tal vez sí, pero hoy a mí no me sirve de nada. Seguramente porque he visto tantos médicos. Yo creo que ya soy experto en rodillas, en muñecas…, de hecho, me consultan otros colegas a qué médico ir. Con (Andy) Murray hablé, hemos estado discutiendo mucho sobre el tipo de cirugía que él se hizo y demás [en la cadera, con un implante metálico]. Pero no es viable en la rodilla.
-¿Y hoy con qué llenás los espacios en blanco de la inactividad?
-En mi caso, yo no estoy preparado para el día después. No, no sé lo que es. No tuve una transición al día después, no me preparé para el día después, no tengo ni idea qué hizo otro atleta en todo ese proceso. A mí me tocó ser tres del mundo, una lesión de rodilla y esta vida. Así [chasquea los dedos], en un segundo. Y durante todo este tiempo intenté recuperarme, como hice con cualquier otra lesión: cuál es el tratamiento que hay que hacer, tanto tiempo, hagámoslo, vuelvo a jugar. Y en Buenos Aires dije: ‘Basta’. Y desde Buenos Aires hasta el día de hoy estoy en ese proceso de pensar cómo será la vida sin el tenis definitivamente, qué cosas me pueden gustar, no sé. Cuando hablo con otros deportistas que ya no están activos me dicen: ‘Bueno, pero a mí me tomó los últimos dos años de mi carrera, el último año, me preparé de esta manera o de otra’. Yo lo estoy haciendo ahora. Estoy buscando cosas. Me enganché con la Fórmula 1, fui a un par de carreras.
-¿Te gustaría ser entrenador?
-Mirá yo creo que… En estos días hablé con [Juan Carlos] Ferrero [actual coach de Carlos Alcaraz, el joven N° 1, y ex rival del tandilense], hablábamos de lo que es ser coach y le decía: ‘¿Qué hacés viajando tanto?’. Y me dice: ‘Estoy viajando ahora porque es Carlos, pero también estuve cinco años en mi casa y me tomé el tiempo necesario para estar ahí’. Para mi es todo muy reciente y como digo: hoy me levanto, atiendo un montón de cuestiones de mi vida personal y termino al final del día hablando con un médico o viendo qué día hacemos tal tratamiento. Y la verdad es que estoy en un presente que no me deja tener tanta lucidez para pensar o ver qué me gustaría. Pero yo creo que eso me va a llegar con el tiempo. Me gusta asesorar y aconsejar a chicos, pero lo hago porque me gusta que me escuchen y siento que les llega mi mensaje, que pueden tomar nota, aplicarlo y hay un resultado positivo detrás. Pero estoy en esa búsqueda también.
-¿Alguna vez te detenés en esa especulación que afirma: ‘Del Potro sin lesiones hubiera sido número 1, ganado tantos Grand Slam…’?
-No, no, la verdad que ni lo pienso, ni lo pienso. Soy un agradecido de la carrera que tuve, con mis percances físicos, con mis lesiones. Pero también creo que hice algo en una época del tenis súper difícil y con eso me quedo. A ver…, todos sufrimos lesiones; a mí me han tocado algunas más graves que otras y sobre todo la última, pero creo que es parte de… Yo también a veces pensaba: ‘Pasé esto y terminé en el 2016 ganando la medalla en Río, ganamos la Copa Davis con los chicos, mi primer Masters 1000 [Indian Wells], llegué al tres del mundo y venía después de haber pasado todo lo de las operaciones en la muñeca [izquierda]’. Entonces, lo viví bien. Y creo que fue una gran carrera, la tomo así y quién sabe lo que puede pasar el día de mañana.
-Cumplís 34 años en pocos días.
-Treinta y cuatro años, sí. Yo creo que este cumpleaños, como el anterior, es un poco especial porque no está mi papá [Daniel del Potro falleció en enero de 2021] y la vida cambió mucho, entonces no sé, la verdad es que haremos algo familiar, íntimo y tranquilo. A mí siempre me tocaba festejar después del US Open y siempre me iba con buenas sensaciones. La última vez que volví del torneo fue después de hacer la final (2018), imagínate que había muchas cosas para celebrar. Y hoy…, hoy no, estoy un poco más grande también, me gusta celebrar de otra manera. Y también veo un poco cómo está el tenis, voy a cumplir 34 y si aparece esa señal a esta edad…, hay muchos más grandes que yo y siguieron jugando.
-¿Te proyectaste imaginariamente en algún duelo con los talentos nuevos, como Alcaraz o Jannik Sinner?
-Sí. Me hubiera encantado, pero recién ellos ahora se están formando y transformando en poderosos. Vi el partido de Sinner y Alcaraz [por los cuartos de final del US Open, ganó el murciano en cinco sets] y pensaba: un jugador de experiencia o uno de los top los podrían enredar tanto… Es un poco lo que a mí me pasaba en mis primeros partidos con Federer: donde yo estaba cómodo jugando, él empezaba con el slice, con el drop, me sacaba para acá, para allá, me tiraba una fuerte, una despacio. Si ves el partido entre ellos, que tuvo una intensidad altísima, nunca variaron los tiros: siempre fueron a las líneas, a ver quién iba más rápido y a ver quién metía el mejor tanto. Pero nunca hubo un tanto sorpresivo en un momento clave, un slice, algo distinto. Y yo creo que es parte del aprendizaje de ellos. Son dos fenómenos.
-¿Te quedaste con las ganas de jugar la exhibición con Federer en Buenos Aires, a fines de 2019?
-Sí, un montón. Y ahora va Nadal a la Argentina también [en noviembre]. Lamentablemente estoy complicado en la rodilla. Y después de lo de Buenos Aires quiero mostrarme en buenas condiciones, no vulnerable. Entonces, si lo hago, que sea porque lo siento y porque puedo estar a la altura.
-En tu carrera escribiste una historia de impactos y hasta lograste diez victorias sobre números 1, la mayor cantidad para un tenista que nunca alcanzó el primer escalón del ranking. ¿En Buenos Aires, en tu último partido, te costó aceptar que tu cuerpo no reaccionara como toda tu vida?
(Sonríe)-Sí, la verdad que sí. Pero más que por lo tenístico, por lo físico. No por la derecha…, más allá de que todos me decían que jugar en Buenos Aires en verano y de noche era lo más pesado que hay. Pero la verdad es que no pensaba en el juego: yo pensaba en ver cómo podía terminar el partido, en ver cómo podía correr y apoyarme, y en disfrutar de la gente. La verdad es que lo de esa noche fue inolvidable, histórico, de lo más emotivo que viví junto con algún partido en el US Open y es el gran recuerdo, el gran gusto que me pude dar. Y digo lo mismo que al principio de esta entrevista: la puerta está abierta, solamente se va a cerrar si no encuentro la solución y tenga que optar por una decisión mucho más drástica.
“Federer marcó el camino hacia la perfección”
Roger Federer, siete años mayor que Del Potro, advirtió desde el primer momento que el tandilense podía ser una amenaza. Por ello el suizo intentó amedrentarlo, sobre todo, durante sus primeros partidos en el tour. ¿Haciendo qué? En la entrada en calor, por ejemplo, golpeaba pocas pelotas en el fondo y subía rápido a volear, como para que el argentino no tomara ritmo. Indirectamente lo atosigaba para empezar el match. No era algo que Roger hacía con todos, claro. Además, le marcaba los pasos en la cancha golpeando fuerte las zapatillas contra el piso, como para que el tandilense se sintiera intimidado. Entre julio de 2007 y junio de 2009, se enfrentaron seis veces: Federer no sólo ganó todos los partidos sino que -salvo en el último desafío- logró hacer sentir mal al argentino, variándole las alturas y los efectos, mostrándole todo lo que tenía por perfeccionar.
En las semifinales de Roland Garros 2009, con Nadal eliminado por Robin Soderling, Juan Martín estuvo muy cerca de vencer a Federer (pero cayó en cinco sets, luego de 3h29m). Aquel día en París, Del Potro finalmente le perdió el respeto tenístico al por entonces N° 2 y tuvo su gran desquite tres meses después, en la final del US Open. Desde entonces, volvieron a enfrentarse 18 veces. La última, en la final de Indian Wells 2018, obtenida por el argentino (el historial terminó 18-7 en favor del suizo; Del Potro se dio el gusto de derrotarlo dos veces en la final de Basilea, la ciudad natal de Federer). Roger y Juan Martín construyeron una sincera amistad que se fue consolidando y hasta en algún momento se prolongó en el aspecto comercial. Incluso en 2010, durante la prolongada inactividad de Del Potro tras la cirugía de muñeca derecha, Federer lo protegió de las versiones sobre una crisis anímica.
El anuncio del final de la carrera de Federer, la semana pasada, tomó por sorpresa a Del Potro. Que así se lo expresó, en las últimas horas, a LA NACION: “Me puse triste por su noticia. No la esperaba para este momento. Tenía la ilusión de que jugara en Wimbledon del año que viene. Fue una sorpresa”.
Y prosiguió, describiendo su vínculo con la leyenda de 41 años que actuará, desde el viernes, en la Laver Cup, antes de retirarse: “Significó mucho para mí, para los que jugamos a la par de él y compartimos años en el circuito. Fue el primero del Big 3, el que marcó el camino hacia la perfección, el que elevó la vara. Cuando entraba en el vestuario todo el mundo lo miraba con admiración, con respeto, con ganas de saludarlo. Él siempre fue muy amable con todo el mundo, en especial conmigo. Llegué a crear una relación muy cálida por los partidos jugados, porque compartimos eventos, porque estuvimos muchas veces solos en instancias finales en los vestuarios y hablábamos de fútbol, de otras cosas, de Argentina… Él siempre mostró interés y querer saber otras cosas que no sean sobre tenis y con esas cosas fui forjando la relación que pudimos tener todos estos años”.
Después de tantos kilómetros recorridos en el circuito, a Del Potro le florecen los recuerdos con el exnúmero 1: “Fui el primero que le regaló la camiseta de Boca, creo que en 2009, en Roland Garros. Me acuerdo que le llevé la camiseta y estaba enloquecido. Y después una historia que siempre recuerdo fue cuando jugué las semifinales de los Juegos Olímpicos de Londres 2012, que él me gana en ese partido histórico [19-17 en el set definitivo, tras 4h26m], más allá de su felicidad yo lo sentía como que estaba sentido por la tristeza que yo tenía después del gran partido que habíamos jugado. Encima, sabiendo que yo jugaba por el bronce con Djokovic... Cuando termina mi partido contra Djokovic [triunfo del tandilense por 7-5 y 6-4], Roger y Murray ya habían terminado la final y estaban esperando la ceremonia de las medallas, me mandan a mí corriendo a la cancha principal y el primero que me ve entrar en la sala es Federer. Y creo que le salió natural preguntarme: ‘¿Qué hacés acá? ¿Por qué viniste?’. Y le dije: ‘Le gané a Djokovic y estoy súper feliz más allá de nuestro partido. Gané la medalla’. Me dio un súper abrazo, se puso contento y eso que acababa de perder la final por el oro”.
“Fueron lindos años, lindos momentos compartidos con él...”, reflexiona Del Potro, con una pizca de melancolía. Y aporta, rememorando: “Otra cosa que creo es que los dos en esa semifinal de Roland Garros 2009 sentíamos que era la final, porque Nadal había perdido, él nunca había ganado el torneo, yo nunca había ganado ningún Grand Slam y fue un partido a cinco sets, donde tuve mil chances para poder ganar. No lo hice y creí que nunca más le iba a ganar. Pero lo hice en la final del US Open, donde él había ganado el trofeo cinco años seguidos. Él una vez dijo que uno de los partidos que le gustaría volver a jugar en su carrera era esa final, pero obviamente yo no le doy la revancha (sonríe).
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