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Juan José Moro, pionero del periodismo de tenis: sus días con Vilas, sándwiches de salame con Carolina de Mónaco y el día que Macri le ofreció ser intendente
Protagonista de un mundo radial que marcó una época, hace un recorrido por su vida: hizo 25 flashes diarios, vio el debut de Maradona y Macri quiso que fuera intendente de Mar del Plata
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Charlar con Juan José Moro implica entrar en una dimensión abundante sin horarios límite ni puerta de salida. A Juano, protagonista de un mundo radial deportivo que marcó una época desde los 70, se le caen las anécdotas de los bolsillos. Encarar un tema puntual con él significa detenerse varias veces en detalles periféricos antes de llegar a destino. Vivió todo (y más también). Nació un 28 de junio; coqueto, no revela el año (sólo dice que tiene poco más de 80). Nacido en Tres Arroyos, al igual que su padre (Marcelo, bandoneonista), criado desde muy chico en Mar del Plata, se encumbró como el pionero del periodismo de tenis en la Argentina, viajando por el mundo (con fieles patrocinadores y hasta 25 flashes diarios) para describir un fenómeno deportivo y social llamado Guillermo Vilas.
Claro que antes y después de aquellos relatos sobre el zurdo que había conocido en el club Náutico marplatense a fines de los 60, su historia entrelazó el amor por el fútbol y las inquietudes por la política, la costa bonaerense, el arte y el boxeo, las transmisiones radiales y la escritura, las relaciones públicas y la estrategia comercial para desarrollar una forma inexplorada de comunicar. De Alfredo Di Stéfano a Plácido Domingo, de Lolita Torres a Gaby Sabatini, de la Legión y Juan Martín del Potro a Tony Bennett, Mirtha Legrand y Mauricio Dayub. De Boca a Real Madrid. De Mar del Plata a París.
Durante su infancia vivió en el barrio La Perla, en la calle 3 de Febrero. En su casa estaba encendida la radio a toda hora. “Fioravanti transmitía el fútbol. Era chico, escuchaba los partidos, en un papelito escribía los cruces y cuando hacían un gol le marcaba una rayita al lado. ‘Qué suerte tienen los comentaristas, mañana no van al colegio’, decía yo, muy infantil, je. Soñaba con estar en la transmisión”, narra Moro, café de por medio ante LA NACION, en la terraza del Buenos Aires Lawn Tennis Club, en Palermo. Aquel hecho, rememora, fue una suerte de acercamiento al periodismo radial. ¿Qué lo aproximó al tenis más tarde? No duda: “¡LA NACION! Teníamos dos casas iguales, una de un tío y otra de mis padres, con un patio intermedio, mi tío recibía el diario todos los días, yo lo agarraba y me fascinaban las clases de Stan Smith [Historietas publicadas desde los 70 en distintos medios en las que el estadounidense enseñaba los secretos del tenis]. Es más: el año en el que Vilas gana Roland Garros, en el 77, lo crucé a Stan y se lo dije; se puso contento”. Juano retrocede un poco: “De chico tenía inclinación por el fútbol; los sábados íbamos a un potrero con mis hermanos y amigos. En la calle de mi casa pasaba un coche cada media hora, entonces, después del colegio jugábamos ahí, con una pelota colorada. Y cuando hacíamos goles yo relataba: ‘¡Goool!’. Ya había una connotación con el periodismo”.
Ana Bertolone, la madre de Juano, falleció en marzo de 1968. Poco tiempo antes, mientras intentaba estudiar la carrera de Derecho, Moro vivió en la Ciudad de Buenos Aires con unos amigos que cursaban Arquitectura. “Cuando estaba en Buenos Aires extrañaba a mi mamá más que estando en Mar del Plata; allá me parecía sentirla cerca. Una vez por semana iba a la calle Hornos, en Constitución, donde venían los micros de Mar del Plata y veía cómo la gente iba y venía… Me hacía sentir más cerca de mi madre. Claro, no había psicólogo en ese momento y esa era mi terapia”, se emociona. Finalmente dejó la facultad, regresó a Mar del Plata y un amigo lo acercó al diario El Trabajo. “Era un diario socialista, que había empezado por suscripciones y en un momento vendía 25.000 ejemplares por día y 30.000 los fines de semana. Dije que me gustaban los deportes, hice pruebas, al director le gustó cómo escribía y me dijo que me quedara en la redacción”, relata.
Y agrega: “Un locutor al que había conocido, me lleva a radio Mitre y, para poder hacerlo, convenzo a los dueños del diario de que me permitieran venir los fines de semana a Buenos Aires. Cubría el clásico de fútbol, los sábados a la noche la pelea en el Luna Park, pasaba por Crónica los domingos a la tarde, me daban fotos, me iba a tomar el avión, llegaba a Mar del Plata a las nueve de la noche, dejaba las fotos en el diario y las publicaban. También seguí a Estudiantes durante toda la Copa Libertadores que ganó, en el 68; me agarraron como una mascota del equipo, tuve una gran relación con los jugadores de ese equipo, entre ellos Raúl Madero. El debut en radio Mitre fue de vestuarista 2 en un partido River-Independiente. ‘¡Moro con la formación!’, me presentaron. De los nervios apreté la perilla para abajo y para arriba varias veces, entonces al aire salieron sólo cinco o seis jugadores, jaja”.
Con empuje y apetito por progresar, a Moro poco a poco se le fue cumpliendo el sueño infantil, el de trabajar en los medios. También en 1968 conoció a Vilas: fue después de que ganara el Orange Bowl en Estados Unidos. “Héctor Cota Valdivieso, que era profesor de tenis en Ferro, Belgrano, Estudiantes… y quien me enseñó todo en el tenis, me llevó a verlo a Guillermo al Náutico. Llegué, estaba en el patio. Pelo corto, tímido, sabiéndose mirado por propios y extraños del verano. Lo felicité. No fue muy expresivo, no estaba eufórico. Fue un saludo apresurado, una aproximación”, evoca Moro. Y amplía, con entusiasmo: “En el diario yo escribía una columna de la categoría grumete de náutica y otra de tenis. Me hice más cercano a Guillermo, entonces lo iba a ver a la casa de la calle Peña, cerca del barrio Los Troncos, comíamos milanesas, hablábamos y eso me servía para escribir. La mamá, Maruxa, todos los viernes, antes de que Guillermo viajara a Buenos Aires a jugar, le hacía un montón de milanesas. Ese Guillermo no era muy dicharachero, hablaba poco, no hacías bromas”.
Moro se fue acercando cada vez más al tenis, pero todavía trabajaba cubriendo fútbol, en Mitre. “Estuve cinco temporadas consecutivas haciendo vestuario, hasta el 73. A principios de 1974 paso a radio Rivadavia, donde ya había estado en enero del 73, con el que inventó los programas de verano: Sergio Velasco Ferrero, con el programa Música para tu piel de verano”, describe. El cambio de emisora, al final, terminaría siendo un salto consagratorio. A los pocos meses, las autoridades de Rivadavia lo sorprendieron designándolo para el Mundial de fútbol de Alemania. Vivaz, arregló viajar antes a París para ir a Roland Garros por primera vez (y ver a Vilas, claro).
“Me presento en la puerta del club con la credencial provisoria del Mundial. Pensé que entraba como un rey, pero me dijeron: ‘No, acá hay que estar acreditado’. Faltaba poco para el partido, sabía que por Guillermo no podía preguntar porque iba a estar en los camarines. Pregunto por Raquel Giscafré, me hace entrar y me dice: ‘Te voy a presentar a la futura número 1 del mundo’. Era Martina Navratilova. Salgo al aire para La Oral Deportiva. Grabé un parte de que se había suspendido el partido de Vilas por falta de luz. Yo era el único argentino ahí. Voy al día siguiente, pierde con Manuel Orantes, le grabo una nota larga, llamo a la radio por cobro revertido, el operador me pregunta quién era Vilas y le dije: ‘Va a ser un jugador de fama mundial’. Al día siguiente salimos para Alemania. Pero a la vuelta empiezo a transmitir todo lo relacionado con Vilas, que empezó a jugar y a ganar finales desde agosto del 74 en adelante. Y (José María) Muñoz se empezó a entusiasmar...”, apunta Moro. Hasta entonces, Vilas sólo tenía un título en singles (en Buenos Aires 1973), pero luego de ese Roland Garros ganó siete trofeos en 1974, entre ellos el torneo de Maestros, en Melbourne.
“Muñoz pasó de no conocer a Vilas a fanatizarse con él y quería que todos los domingos estuviera en los micrófonos. Un día lo llevé a la La Oral Deportiva: Guillermo esperó sentado al lado del piano durante gran parte del programa para que Muñoz lo entrevistara. Hoy eso sería casi imposible de hacer con un protagonista”, afirma Moro. Rivadavia era un parlante imponente: ostentaba el 70% de la audiencia del país, con Cacho Fontana, Antonio Carrizo, Muñoz y, luego, Héctor Larrea. “Empiezo a transmitir con flashes desde el torneo República del 74 y dije: ‘Mañana todos con Vilas’, y se llenó el estadio del Buenos Aires”, recuerda Juano. Algo muy fuerte comenzaba a gestarse alrededor de Vilas y Moro lo advirtió. “En 1975 decido hacer la gira europea, cubrir Roma, Roland Garros, Nottingham, Wimbledon, Gstaad, Hilversum… Me daban un Renault 5 y viajábamos; muchas veces llevaba a Guillermo, a Felipe Locícero (formador de Vilas) y a Viviana, su sobrina y jugadora. También estaban el Cholo Vilas y Belfonte (padre y preparador físco de Vilas, respectivamente). Empecé a hacer la producción comercial de las salidas. Nunca decía en la radio cuándo me iba ni cuándo volvía; trabajaba y viajaba con libertad absoluta. ¡Llegué a hacer 25 salidas por día! Era una Rivadavia de comunicación ágil. Yo estaba en cualquier lugar y salía: una vez llamé desde Nueva York, en el Central Park, para contar que se había desbocado un caballo de paseo con la gente arriba. Llamaba y me ponían al aire. Inicié las giras por Europa de las que también LA NACION fue anunciante durante años y me presentaban inicialmente como Eurotenis 75. Ese año estuve pegado a Guillermo, empezó nuestra gran amistad y ese Roland Garros fue mi primer torneo íntegro. El día de la final Vilas-Borg, que luego gana Björn, se entrenaron juntos a la mañana. Tenían muy buena relación”.
A esa altura, Moro ya vivía más tiempo afuera del país que en Buenos Aires/Mar del Plata. En abril de 1976 se casó con su gran compañera, Juliana Signato, y ella también empezó a sumarse a varios viajes. Más tarde llegarían los hijos de la pareja: Ana (en 1977), Juan Tomás (en 1979) y los mellizos Nicolás y Lucía (en 1985; el propio Larrea le contó al aire la noticia a Juano, que todavía estaba en París, sobre el nacimiento de los chicos). En 1977, la temporada mágica de Vilas, en la que ganó 16 títulos, entre ellos Roland Garros y el Abierto de los Estados Unidos, Moro vivió sensaciones encontradas. En París, antes del comienzo del Abierto de Francia, se enteró del fallecimiento de su suegra. “Quique Fernández Cortés, productor e ideólogo de esa inolvidable Rivadavia, en París me dijo si quería volver que él me cubría, pero hablé con Juliana y ya no iba a solucionar nada volviendo. Me quedé. En ese torneo no estuvo Borg y ese Roland Garros no podía terminar de otra manera: con Vilas campeón”, describe Moro, que se convirtió en un puente entre Vilas y el público en la Argentina. “Después de recibir el premio en Roland Garros, se vino a la cabina todo transpirado y lo puse en vivo con Muñoz”, dice Juano, un adelantado en las coberturas de tenis y muy querido por los colegas que compartieron viajes con él. Ocurrente, con calle y personalidad alegre, se hacía entender en cualquier lugar del mundo sin hablar inglés fluidamente. Moro inventó la cobertura de un nuevo deporte para la Argentina. Previamente, los enviados especiales eran únicamente para el fútbol, el automovilismo y el boxeo.
Los lobos marinos, el puerto, el mar, los sorrentinos, los alfajores, el casino… Juano también es un símbolo de Mar del Plata, un embajador. Fue jefe de prensa de los Juegos Panamericanos de 1995 que se realizaron en la ciudad balnearia y hasta Mauricio Macri lo tentó para ser candidato a intendente en 2015. “Tenía buena relación con Mauricio, incluso cuando él era presidente de Boca llegué a decirle que tenía que contratar a Carlos Bianchi. Bueno… pero en 2015, en el estadio Mundialista, él estaba con Emilio Monzó y me dijo que me habían medido en la ciudad y que daba bien. Pero no quise meterme en política”, descubre Moro, que estuvo tres veces invitado en los almuerzos de Mirtha Legrand.
Las anécdotas van y vienen. Moro afirma que el 20 de octubre de 1976 fue testigo de otro hito del deporte argentino, al participar de la conexión radial de Rivadavia en La Paternal, del partido entre Argentinos Juniors y Talleres, el del debut de Diego Maradona en primera división. “El partido fue un miércoles. No bien terminó, Diego salió por una puerta de metal roja y yo le hice la primera nota: bajé rápido de la cabina con un handy y lo atajé. Yo hice la conexión de ese partido y Muñoz estaba transmitiendo en otra cancha”, recapitula Moro. Claro que once meses después, el tenis, nuevamente, le tendría reservado un gran momento deportivo, simbólico y determinante para el resto su carrera como periodista/comunicador.
El 11 de septiembre de 1977, Vilas conquistó el US Open, en Forest Hills. Moro fue uno de los 12.600 espectadores en el West Side Tennis Club. La narración del triunfo ante Jimmy Connors por 2-6, 6-3, 7-6 (7-4) y 6-0 fue una de sus “mayores hazañas”, en tiempos sin Internet ni redes sociales. “El torneo tenía un tráiler de prensa muy chiquito, afuera del estadio, separado de la cancha por una ligustrina -evoca Moro-. Eran casi todos periodistas locales. También estaba Guillermo Salatino. Me instalan un teléfono fijo y, como vi que Guillermo podía llegar a la final, estudié el recorrido desde el tráiler a la cancha y les pedí a los operarios telefónicos un cable largo. ¡Me consiguieron uno que tendría cien metros! El día de la final lo tiré por arriba de la ligustrina y me ubiqué en un rincón del estadio, debajo de un techito. ‘¿Cuánto duraré acá?’, pensé, pero nadie me sacó. Yo me cuidé de no gritar fuerte o de hacerlo sólo en el bullicio. Y de ahí salí en vivo. Muñoz, que estaba en Belo Horizonte relatando fútbol, nada menos que el segundo partido entre Boca y Cruzeiro por la final de la Copa Libertadores, estaba loco con mis salidas. Encima la transmisión de la televisión (por Canal 9) se cortó porque el satélite empezó a ser utilizado por el programa 300 Millones, que desde España se emitía los domingos para los países de habla hispana de América. En ese momento había una sola señal de satélite, que era de la OTI (Organización de Telecomunicaciones de Iberoamérica) y lo usaron para el envío de ese programa famoso. Cortaron el tenis: Silvio Soldán y Orlando Marconi siguieron con Feliz Domingo. El único que continuó transmitiendo en vivo hasta el final fui yo”. La resolución del partido, con la recordada demora del juez de línea para cantar como “mala” la pelota de Connors, desconcertó a Juano: “Sí, hice una pausa, me vi confundido hasta que Vilas saltó para festejar. Desde ahí fue todo alegría”.
Vilas, definitivamente, se encumbró como un fenómeno social. “Guillermo era la selección argentina. Generaba una revolución en todos lados. La gente me paraba para hablarme de él, me contaban que en los pueblos se paraban arriba de los autos para agarrar la onda de la radio y no perder los relatos. Un abogado en Mar del Plata me dijo: ‘Sabe, Moro, que por usted casi me peleo con mi mujer el día que nació mi hija. Usted relataba uno de los partidos grandes de Vilas y ella estaba en el sanatorio por parir, pero no podía perderme el relato ni tampoco irme de la sala. Entonces, estuve con la puerta abierta, con ella pariendo y yo iba y venía a escuchar la radio’. ¡Una locura! Yo notaba ese reconocimiento también. Guillermo muchas veces me llamaba Jack Nicholson, porque decía que me parecía al actor: una vez, en un restaurante, les hizo creer a unas personas que yo era el verdadero y tuve que firmar autógrafos, jaja. ¿Si yo jugaba al tenis? Muy poco. Tomé clases, pero no era bueno”.
Entre sus valiosos logros profesionales, Moro atesora otros dos. La transmisión por TV de la final de la Copa Davis 1981 entre EE.UU. y la Argentina en Cincinnati (3-1 para los locales), en la que estuvo acompañado por Ion Tiriac (coach de Vilas) y José Chiche Almozny, uno de sus grandes y fieles compañeros de ruta en el mundo del periodismo. Y haber relatado en la primera transmisión internacional de tenis en español para ESPN: en febrero de 1992, en dupla con José Luis Clerc, en la serie de Copa Davis entre la Argentina y EE.UU., en Hawaii (5-0 para los norteamericanos).
Claro que las maniobras para narrar en vivo para la radio la victoria de Sabatini ante la alemana Steffi Graf en la final de Boca Ratón 1988 fueron dignas de una película. Hoy, 36 años después, Moro lo recuerda: “Había un teléfono de línea en la carpa de prensa, ubicada a unos cien metros de la cancha. Entonces, yo iba y venía. De golpe Gaby se coloca 4-1 en el último set y dije: ‘¿Qué hago? ¿Me quedo en la cancha, miro el final en vivo, no transmito y lo hago después o qué?’. De repente veo a una señora en la platea con un teléfono celular tipo Movicom, los que parecían un ladrillo; todavía no eran comunes. Sólo se lo había visto a Michael Douglas en la película Wall Street. ¡Ni lo dudé! Fui y le expliqué que era periodista, la mujer aceptó prestármelo, hizo un llamado de cobro revertido a la radio en Buenos Aires y me colocan al aire. Muñoz estaba transmitiendo en vivo, pero cortó el fútbol. ‘¡Adelante Moro! ¡Cabecera de transmisión en Miami!’, jaja”.
Y aporta más detalles: “Todavía no habían apuñalado a (Monica) Seles, si no, me hubieran metido preso. ¿Por qué? No había tanta seguridad, entonces me metí en la cancha cuando terminó el partido. Gabriela y Graf se dan la mano y le meto el teléfono a Gaby. Empiezo a hablar unos minutos con ella, sigo, sigo y Muñoz me pide que me acerque a los padres, les paso el teléfono a Osvaldo y a Betty, fuimos caminando como 200 metros hasta la sede del club. ¡A la dueña del teléfono la perdí de vista! Seguimos transmitiendo, nunca cortamos la comunicación. A la mujer la encontré como dos horas después; no estaba enojada. Me explicó que tenía el teléfono porque era médica y la primera entrega de esos modelos que hicieron en Estados Unidos fue para ellos. Después el teléfono se hizo popular, obviamente. Esa fue la primera transmisión en vivo de un partido de tenis con celular. Encima se vio todo por televisión. Quisieron llevar el caso a los récords Guinness, pero nunca lo hice”.
En 1988: Moro, el “ladrillo” y una nota para los Guinness
Moro conserva un afecto muy especial por Sabatini. “La conocí en la playa, en Mar del Plata. Su familia estaba en una carpa detrás de la mía. Un día me encara el tío, Daniel, y me dice: ‘Acá tenemos a una jugadora que va a ser una figura mundial’. Y me pide: ‘Véala’. Había una cancha de tenis en el balneario, Gaby peloteó ahí para mí, era ultra tímida. La vi y le hice un reportaje para la radio. La vida nos hizo compartir Años Nuevos, cumpleaños, bautismos, viajes… Incluso Osvaldo, en 1984, cuando él no podía viajar, me pidió que la acompañara a Gaby en la gira europea en la que terminaría ganando Roland Garros junior. Gabriela es una persona encantadora”, expresa Moro, que está lidiando con la recuperación de una fractura del húmero derecho sufrida hace diez meses. En la actualidad conduce La Ronda (viernes a la medianoche, en Rivadavia) y hace algunos micros de tenis en la programación. Poco a poco, además, avanza con la escritura de potenciales capítulos de un futuro libro.
Juano vivió de cerca muchas situaciones privadas de los protagonistas, pero se mantuvo discreto. Incluso hoy lo sigue siendo. Por ello se incomoda al recordar el romance entre Vilas y Carolina de Mónaco. “A Carolina la conocí. Fue en un desayuno en el que también estaban Borg, su entrenador (Lennart Bergelin), Belfonte y Guillermo, obviamente. Me sentía un colado, pero yo estaba con ellos todo el tiempo”, reconstruye Moro. Y añade: “Cuando Guillermo empieza a ser figura en el tenis, en Montecarlo se convirtió en un Dios para el príncipe Raniero y su esposa Grace Kelly; lo querían con locura, tenían debilidad por él, le entregaron el trofeo en 1982. Esa noche fuimos a un boliche, Jimmy’z, que estaba casi metido en el mar, estábamos bailando, vuelvo a las mesas y de la nada sale Carolina y me pega un golpe, pero no a propósito, sino que se levantó embalada y me chocó. El romance empezó ese año. Después del torneo yo fui a pasar un día al departamento de Vilas, en la avenida Foch, estaba Carolina, que también tenía un piso en el mismo edificio. ¡Los tres comíamos sándwiches de salame! Yo seguí para el Mundial de España y cuando llegué a Madrid un periodista español me ofreció 20.000 dólares para que escribiera la historia del romance en la revista Cambio 16, un faro periodístico de la España post franquista. Le dije que no. No lo podía traicionar a Guillermo. Nuestra relación fue muy fuerte. Es el padrino de Nico, uno de mis hijos”.
-Existe un respetuoso silencio sobre el estado de salud de Vilas. ¿Lo extrañás?
[Por primera vez en la entrevista, Moro se pone pensativo, nostálgico]-Sí… Me gustaría verlo. Había arreglado todo para visitarlo en 2022, cuando Phiang (Phathu) y Andanin, la mujer y la hija mayor de Guillermo, vinieron al Argentina Open. La crucé a Phiang una noche en el torneo y me dio un abrazo que me sorprendió, porque ella se había enojado algunas veces por tonterías. Un abrazo de cinco minutos. Le dije: ‘Me gustaría ir a darle un abrazo a Guillermo’. No le pregunté cómo estaba. Y me dijo: ‘Vos venís y entrás directamente’. A los meses fui a Roland Garros, tenía pensado seguir para Montecarlo y veo en las noticias que anuncian el crecimiento de los casos leves de Covid... La llamo a Phiang y me dice: ‘Lo internamos, porque con el Covid tiene que estar más protegido’.
-Si pudieras ver a Guillermo una vez más, ¿qué le dirías?
-Le diría que una gran parte de mi vida ocurrió con él y que fueron tiempos gloriosos, que la pasé siempre bien, que me he divertido y que lo quiero mucho.
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