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Juan Ignacio Londero, tras su temporada soñada: se metió entre los top 50, jugó contra Federer y Nadal y hasta celebró un título
Cuentan que, agotada por la hiperactividad de su hijo, Mariela Picco decidió sumarle otra ocupación a Juan Ignacio Londero y lo llevó a tomar clases de tenis en la Asociación Atlética Huracán, en Jesús María. "Es un cohete. Rompe todo. Ya no sabemos cómo controlarlo", le explicó la madre del Topito a Eduardo Suárez, profesor de la escuelita del club cordobés. "No me olvido más. Siete años tenía cuando me lo trajo su mamá. Me vio y me dijo: ‘¿Y vos quién sos?’. ‘El que te va a enseñar a jugar’, le respondí. Se reía; siempre se reía. Era caradura, tenía actitud, carácter, chispa y se hacía notar. A veces renegaba. Pero desde chico tenía en claro que quería ser tenista profesional. Le encantaba tirar drops, toquecitos. Se destacó pronto", apunta hoy, a la distancia y con una mueca divertida, quien fuera su primer entrenador. Dicen que el actual 50º del ranking, que cerró una temporada valiosa y de consolidación en el ATP Tour, ganando su primer trofeo –el Córdoba Open, al que llegó sin triunfos en la categoría–, siempre fue "desafiante". Incluso, ante los más grandes.
"Cuando era chico usaba las paredes de mi casa como frontón y tiraba los cuadros. Mi viejo [Eduardo Londero] jugaba al paddle y al tenis, y yo empecé por él. Me gustaba mucho la vida de club; en verano iba desde las 9 de la mañana hasta las doce de la noche. Hacíamos algunas maldades también…", sonríe Londero, ante LA NACION, en el Racket Club de Palermo. "Jugábamos con pistolitas de balines. El club, además, tenía una terraza y desde ahí le tirábamos bombitas de agua a la gente. Al lado hay una iglesia y le tirábamos pelotazos a la campana. Me gusta mucho Jesús María; cada vez que puedo voy, me desconecto. Ahí no hago otra cosa que estar al vicio. Ahora recibo un poco más de reconocimiento en la calle. Mis viejos tienen un negocio de quiniela y lotería, y muchos los felicitan por mi año", narra el jugador de 26 años y posa para las fotos en un paisaje porteño teñido de amarillo por las flores del árbol de tipa, tan tradicionales en la Ciudad.
–Dicen que de chico eras desafiante.
–Sí, sí; iba al frente en todo. Incluso, ahora soy más tranquilo y tímido que antes. En mi primer año de Sub 16 me vine a Buenos Aires. Estaba feliz de pasar a la gran ciudad; no me quería volver a Córdoba. Desde el día uno me manejé bien, me tomé el subte, el tren, caminaba por todos lados; era como si hubiera vivido toda mi vida acá. Estuve viviendo un mes en una pensión en el Círculo de Suboficiales, al lado del Planetario, con el que Fabi [el entrenador Fabián Blengino] tenía un convenio y donde había muchos jugadores. Entrenábamos juntos y los fines de semana era la gloria: salíamos para todos lados.
–Nunca olvidarás este año: ganaste tu primer ATP, con el agregado de ser el primer jugador desde 2007 en lograr un título sin victorias previas en el circuito; sumaste 22 triunfos, debutaste en Grand Slam y hasta alcanzaste los 8vos de final en Roland Garros.
–No me imaginaba tanto. El 31 de diciembre de 2018 brindé pidiendo que pudiera entrar en el Top 100, es la verdad. Ese era mi primer objetivo. Estaba 112º en febrero cuando empecé el torneo de Córdoba y no sabía si iba a terminar el año entre los mejores 100, porque tenía que defender como 500 puntos de 2018 y lo máximo que había sacado eran 250, 280 puntos. Además, siempre había tenido que luchar. Estuve como tres años entre el 180º y el 250º. En 2017 me fui al 350º, al 400º. En 2015 tuve paperas: me agarró en la pretemporada, cuando estaba hecho un avión y era la mejor preparación de mi vida. Fue durísimo, estuve un mes en cama, con fiebre altísima, tenía el labio abierto como una flor, no podía ver el brillo del teléfono. A mí me cuesta sostener el peso, sin embargo, con esa pretemporada era la primera vez que llegaba a 70 kilos y con las paperas bajé a 64, 63 y medio. ¡Me quería morir! Por todo eso, lo que me pasó este año es inolvidable.
–¿Cómo viviste el Córdoba Open? ¿Cómo creció tu expectativa a medida que ganabas partidos?
–Tenía muchas ganas de jugarlo. Mi entrenador [Andrés Schneiter] me venía diciendo que ya estaba en nivel ATP, que podía ganar partidos. Me tocó el debut contra Nicolás Jarry, no era fácil porque en nuestro último partido me había ganado 6-1 y 6-2, hacía un año en Montevideo. Pero lo encaré con muchas ganas, le gané y a medida que fueron pasando los partidos me enfoqué más. Nunca me imaginé que podía ganar el torneo hasta el último punto.
–Encima, en la final ante Guido Pella estuviste 6-3 y 4-2 abajo. Luego ganaste 3-6, 7-5 y 6-1.
–Sí, 6-3 y 4-2..., qué increíble. Tenía muchas ganas de jugar ese tipo de torneos, nunca había hecho una gira de ATP así, con Córdoba, Buenos Aires, Río y San Pablo. En el 2018 había terminado jugando bien, ganando challengers en México y Marburg. Pero me daba miedo dar el siguiente paso en el circuito, tenía pocos partidos, pero fui un poco inconsciente y lo logré. Igual, en Córdoba no alcancé a disfrutar tanto. Fue todo tan rápido que ni me di cuenta.
–¿No pudiste celebrar como hubieras querido?
–Después de la final me fui con mi familia a una zona reservada del torneo, nos quedamos charlando, pero mis viejos y mi hermana [Milagros] se iban de vacaciones esa noche a Brasil, habían ido al club con el equipaje, salían a la una de la mañana. Nos despedimos como a las once y media de la noche y nosotros, mi entrenador y Agustín [Caceras, su manager], a las doce y pico ya estábamos arriba de un auto rumbo a Capital Federal porque yo jugaba el ATP. Paramos en una YPF de Leones y seguimos. Diluvió todo el camino. A las pocas horas debuté en Buenos Aires, perdí con Joao Sousa; estaba fundido. Además, me pegó el cambio brusco: estaba todo el mundo viéndome, de la nada me hacían más entrevistas que a Dominic Thiem. Me quedé con ganas de jugar bien en Buenos Aires.
–¿Volviste a ver la final del Córdoba Open?
–Dos o tres veces; no más que eso. Y no fue apenas terminó: fue ahora a fin de año. Pero quise verlo para saber cómo me estaba moviendo en febrero y después vi otros partidos más cercanos para estudiar si había diferencias, ya que había pasado un proceso. No noté muchos cambios, porque en Córdoba ya estaba bien; quizá noté algunos detalles en los apoyos. Recién tomé dimensión de lo que significaba el título en Córdoba después del US Open, cuando me bajó todo el cansancio del año. Es que antes yo iba, iba, iba para adelante. Mi cabeza lo tomaba como si fuera normal y eso me recontra ayudó para jugar.
–¿Qué diferencias notaste entre challengers y ATP?
–La intensidad es mucho mayor en ATP, obvio. Y noté la diferencia en el profesionalismo que tiene cada uno cuando encara los entrenamientos, la alimentación, el descanso. Los Top 10 son mejores porque son buenos y también porque están en todos los detalles; saben cómo manejarse. No soy de ver mucho tenis, no soy fanático, no es que llego a mi casa y me pongo un video de cómo le pegaba Federer a la bola a los 15 años, pero sí presto atención. Y este año fue de mucho aprendizaje. Observé el comportamiento de todos.
–En solo un año jugaste contra los "4 Fantásticos", algo que muchos no logran en toda una carrera. ¿Cómo fue la experiencia?
–Sí, fue como hacer un Master. Me encantó. Contra Nadal [8vos de final de Roland Garros; ganó el español 6-2, 6-3 y 6-3] estuve muy nervioso antes del partido porque era mi primera vez contra un grande. Hice bien la entrada en calor y cuando puse el pie en la cancha dije: ‘Listo, ahora a tirar’. Pero tenía miedo de pasar un papelón, porque veía que Nadal les ganaba a todos 6-1, 6-2 y 6-1. Yo solo quería entrar a jugar bien y, al final, competí bastante bien.
–Contra Federer perdiste 6-3 y 6-4 en la segunda rueda de Cincinnati. ¿Cómo lo viviste?
–Lo disfruté, pero fue otra cosa. Como dijo él en una entrevista: ‘Sé cuándo voy a ganar y cuándo a perder’. Él sacaba y yo ni la veía. Eso es lo que más me sorprendió: los efectos del saque. Después, tiraba drops que parecían que no iban a pasar y pasaban justos, o hacía toquecitos increíbles. El partido no lo jugué, no lo pude disfrutar porque lo veía a él durante el partido: me senté en el cambio de lado y lo miraba, en la entrada en calor le tiraba globos y pensaba que estaba por jugar con Federer. Jugar contra Roger fue como si lo hiciera contra Superman. Contra Djokovic, en el US Open [caída en la 2a ronda por 6-4, 7-6 (7-3) y 6-1], estuvo bueno porque pude hacer la entrada en calor en el Arthur Ashe tres horas antes del partido, me familiaricé con la cancha y me quedé sentado viendo el estadio. Estuve más tranquilo, pero el murmullo en esa cancha es tremendo, te vuelve loco. Djokovic estaba mal del hombro, pero lo que más me llamó la atención fue que yo apenas bajé un poquito el nivel y se me fue en el resultado; eso es lo que hacen estos grandes. Y con Andy Murray [en la 1a rueda de Shanghai; ganó el escocés 2-6, 6-2 y 6-3] entré con un poco más de expectativas por cómo venía él. Jugué muy intenso el primer set, después me bajó la energía. Tengo que saber controlar la energía, porque me pasó con ellos cuatro de entrar muy arriba y después desinflarme. Con Murray reaccioné golpeándome la cara, como se vio, pero fue porque ya estaba cansado.
–¿Qué problema tenés con el peso y la alimentación?
–Me cuesta comer. Incluso llegué un poco tarde a esta nota porque no podía meterme la comida en la boca. Hice estudios y análisis, me sale todo bien, pero es por ansiedad, me parece. Se me cierra el estómago. Quizás entreno tres horas y no te puedo comer ni un plato de pastas, cuando otros chicos se comen tres. Hoy peso 70, 70 y medio; tengo que estar en 72. Ando con una licuadora portátil todo el tiempo, que se carga con USB y me hago dos batidos por día. Le pongo el ganador de peso, leche, helado y fruta. Es una bomba; son como 1400 calorías por batido. Este año me estabilicé. La pasta frutti di mare es la única que me vuelve loco, es el plato que pido siempre.
–¿Qué te aporta el yoga y trabajar con un psicólogo?
–Incorporé el yoga hace un año y medio, y me hace bien. Voy una o dos veces por semana, con meditación. Me gusta. Voy al psicólogo desde hace cuatro años. Me sirve porque hablamos de tenis, pero también de la vida.
–¿Cómo creés que sos de mente? ¿Frágil, sólido?
–Siempre me tiro abajo en todo. Salía a jugar contra un rival de mi nivel y es como que, inconscientemente, mi cabeza iba a menos; no entraba con expectativa alta. Se me hizo un hábito. Pero en 2018 y 2019 mi cabeza se fortaleció mucho. Ahora sé mucho mejor cómo tengo que entrar en la cancha y se me van los malos pensamientos. Cuando empiezo a jugar se me reinicia todo, me concentro; lo estuvimos trabajando con mi equipo y encontré un equilibrio. El tenis es muy mental. Y yo quiero seguir disfrutando. Me encantaría quedarme en este nivel, jugando los grandes torneos. No quiero retroceder.
La Copa Davis, en el futuro: tras no ser convocado para Madrid, piensa en Colombia
Pese a su valiosa temporada, Londero no fue seleccionado por el capitán Gastón Gaudio para las Finales de la Copa Davis en Madrid. ¿Cómo lo digirió? "No puedo decir que me quedó clavada una espinita porque fue una decisión del capitán, este era mi primer año y había jugadores campeones y con más experiencia. Obviamente me hubiera gustado. ¿A quién no le hubiera gustado ir a la Davis? Pero también me sirvió para descansar un poco; fue un año muy duro. Estuve en contacto con Gastón, me avisó con tiempo, así que todo está bien. En el futuro me encantaría jugar la Davis, claro", explicó. El 6 y 7 de marzo próximo, la Argentina visitará a Colombia en Bogotá, por la clasificación para las Finales.
La única experiencia de Londero con la Davis fue en 2014, en el repechaje entre la Argentina e Israel, en EE.UU., como sparring del equipo que logró mantener la categoría. "Fue una linda experiencia. Estuve toda la semana con los chicos, pero el día que empezó la serie viajé a un torneo", recordó. Sobre el formato que se estrenó en noviembre en Madrid, aportó: "Me gustó porque es como un Mundial en una semana".
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