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Juan Carlos Ferrero, el Mosquito que conoció la gloria en el tenis durante los 2000 y ahora moldea el fenómeno Carlos Alcaraz
El valenciano de 44 años, N° 1 en 2003, regresó a Buenos Aires, donde fue campeón en 2010
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Juan Carlos Ferrero es el entrenador y una suerte de segundo padre. Es el faro, el confidente y el cómplice. Es quien sonríe y se enfada. Es el que se subió en la montaña rusa dos décadas antes y conoce a la perfección qué provocan los sacudones. Es el que salió de un sitio modesto de 36.000 habitantes (Onteniente, un municipio de Valencia), se endulzó con las mieles del éxito mundial y alcanzó la cima, del ranking y de la popularidad. Detrás del brillo de Carlos Alcaraz, el fenomenal tenista español de 20 años que encandila en el circuito y va por todo, está el respaldo de Ferrero, uno de los número 1 y campeones de Grand Slam que en los 2000 formó la Armada española, una generación que cambió la historia del tenis de ese país.
Profesional desde 1998, la última temporada de Ferrero fue en 2012. Se retiró con 16 títulos individuales (entre ellos, Roland Garros 2003) y tres Copa Davis (2000, 2004 y 2009). Nacido en 1980, compitió con una generación dorada que tuvo a Roger Federer, Lleyton Hewitt, Marat Safin, Andy Roddick y Guga Kuerten, entre otros. En aquel último año de actividad, uno de los doce torneos que jugó fue el de Buenos Aires: perdió en la primera ronda, aunque ya había sido campeón, en 2010. El Mosquito, apodo que se ganó por la velocidad y por estar buscando siempre el momento exacto para conectar el picante drive, está nuevamente en Buenos Aires. Ahora no lo hace como jugador, sino como coach del primer preclasificado del ATP porteño, de Alcaraz, que debutará en los 8vos de final esta tarde (a las 18.30), frente al argentino Camilo Ugo Carabelli.
“Había estado por última vez en Argentina en 2014, si mal no recuerdo, jugando una exhibición que organizaba (Luis) Lobo. Aquí siempre me han tratado súper bien. El idioma y el estar tan próximo siempre ayuda. Pero (el de Buenos Aires) es un torneo en el que siempre me sentí querido. La gente me apoyó muchísimo, incluso en los partidos contra cualquier argentino siempre hubo respeto. Se respira entendimiento en lo que es el tenis. Es un placer volver aquí. Este año, que me perdí en Australia por una operación, decidí venir porque normalmente estos dos torneos me los suelo tomar para luego ya enganchar Indian Wells y Miami [ambos, en marzo]”, le cuenta Ferrero a LA NACION. Tras haberse sometido a una cirugía en la rodilla derecha, lleva una protección en la pierna.
-¿El problema en la rodilla venía de tu época profesional?
-Sí, yo creo que sí, aunque también me lastimé el año pasado jugando al pádel. Creo que venía de tantos kilómetros y explotó ahí, pero me estoy recuperando. Va a tomar un poquito más de tiempo de lo que yo me pensaba porque tenía mal el cartílago, que es peor que romperte los ligamentos cruzados.
-Enfrentaste a la Legión argentina. Ganaste muchos partidos y también perdiste, como el recordado ante Agustín Calleri en la Copa Davis de Málaga 2003. ¿Qué recordás de los duelos?
-Siempre los partidos contra los argentinos eran muy duros, aguerridos, con mucha pelea. Contra Gaudio, Nalbandian, Coria, Chela… Partidos muy importantes. Contra Calleri en la Davis, con Del Potro en el US Open que gana (2009). Siempre tuve una relación fantástica con todos ellos. Y después de los partidos, a pesar de que eran batallas, nos podíamos ir a cenar tranquilamente.
-¿Con quién tenías mejor vínculo fuera del court?
-Con Nalbandian, muy bueno. Con Gaudio. Con Cañas también tenía muy buena. Con Chela. Eran los más cercanos a mí en aquella época.
-¿Y cómo se veía el fenómeno de la Legión desde el lado de ustedes?
-En España se veía que se estaba trabajando muy bien aquí desde chicos. Era un poco lo normal tener a tantos argentinos metidos, cada uno con su estilo, pero que siempre generaban esa pelea que tal vez otro extranjero europeo no te generaba, sobre todo en cancha de tierra. Lo teníamos más que aceptado y siempre que ibas a jugar con cualquiera de ellos, pues bueno, te ponías bien las zapatillas nuevas de guerra porque sabías que se iban a utilizar mucho, je.
-¿Hay algo que extrañes de tu época de jugador?
-El momento de salir a la cancha es algo que siempre, siempre se echa de menos. El momento previo al partido. Después, se echan de menos los momentos con el público, la interacción, la tensión… El que compitió, al final, quiere estar siempre ahí adentro. Siendo entrenador se vive de otra manera, con más impotencia diría yo, porque muchas veces no puedes hacer lo que realmente estás pensando. Antes, incluso, más, porque había muy poca comunicación con el jugador. Ahora está permitido el coaching y hay más interacción, te podés meter un poquito más. Antes le quería decir dos frases seguidas a Carlos y no podía. Ahora estás más liberado.
Grandes puntos del Mosquito Ferrero
-¿Tus hijos ya son conscientes de quién fue el papá?
-Bueno, el pequeño no, porque tiene tres años. Pero el mediano tiene siete y la mayor, diez; se van dando cuenta cuando vamos de viaje o en cualquier torneo, por el respeto que se me muestra por lo que he sido. Ellos lo van respirando; yo creo que todavía no son muy conscientes. Les he mostrado algunos videos, pero para ellos el ser número 1 es un poco normal, ¿no? ‘Papá ha sido número uno, ahora tiene un jugador que ha sido número uno’, dicen. Entonces, para ellos ser el número 20 es, uf… ¿Eso qué es? Pero bueno, ya se darán cuenta.
-¿Qué significa ser N°1 ?
-Es la consecuencia de haber hecho las cosas muy bien. Es un privilegio haber tocado la cima en algo, porque cuesta tantísimo. Es la recompensa del esfuerzo de toda una vida. Creo que en la historia del tenis hubo sólo 28 números uno, con lo cual ser integrante de un club tan selecto te hace sentir especial. Es algo que siempre quedará y que luego, además, genera mucho respeto.
-¿Alcanzar el N° 1 en 2003 te nubló?
-No, a mí no. Creo que la estructura de equipo que tenía alrededor siempre me generó la oportunidad de estar con los pies en la tierra. Mis padres, mi entrenador, la gente que trabajaba conmigo… Hemos salido de un sitio humilde, de una academia humilde, que partimos desde cero. Con lo cual, sabemos muy bien que las cosas cuestan mucho y a pesar de haber conseguido algo muy, muy, muy importante, seguimos con nuestra vida, no cambiamos nada. Obviamente tienes más oportunidades de comprar esto o aquello, tienes más posibilidades económicas, pero siempre he sido de la opinión de que el dinero no puede cambiar la personalidad de alguien y no puedes creerte más ni menos que otro.
-¿Esa misma línea le bajás a Alcaraz?
-Es una línea que ya la familia ha hecho por él. Ser de la manera que es, es totalmente mérito de la familia, pero obvio que el equipo que tiene alrededor debe estar formado por gente humilde, trabajadora. Y si en algún momento él se desvía junto con la familia hay que ponerlo en la vía correcta. Está viviendo cosas grandes, obviamente que le llega bastante dinero, pero son cosas que la familia las está manejando muy bien y están haciendo bien los deberes.
-Hace unos años, Carlitos contó que todavía no lo dejaban comprarse un auto.
-Todo tiene su momento. Era demasiado joven para pensar en este tipo de situaciones. Tenía que pensar un poquito más allá, en el tenis, en formarse un poquito más como persona y a partir de ahí, cuando uno se va haciendo un poco más mayor, se puede dar algún capricho, que al final de ilusiones también se vive. Conozco la anécdota de Rafa (Nadal), que quería comprarse un Aston Martin y el padre (Sebastián) le dijo que si ganaba Wimbledon se lo compraría, pero que no lo haría hasta entonces (sonríe). Y fue un objetivo que al final lo ganó y luego se lo compró. A mí también me gusta ponerle objetivos a Carlos, no solo que si gana esto se compra aquello, no solo cosas materiales. Y con eso mantenemos las ilusiones bien fuertes.
-¿Qué diferencias encontrás entre tu generación y la de Carlos, Jannik Sinner, Holger Rune?
-Obviamente esta es la generación de la electrónica; ya los hace diferentes. El mundo de las redes sociales, el estar todo el tiempo pendiente del teléfono es algo que puede ser preocupante, porque les nubla un poquito la realidad de las cosas. El teléfono es algo peligroso que hay que utilizar de una forma particular y determinada. En nuestra época no se hacía tanto eco en todo el mundo, al instante; pones una cosa y ya está en todo el planeta. Nosotros en ese aspecto no nos dábamos tanto a conocer, teníamos un poquito más de intimidad. Ahora, los jugadores son archiconocidos.
-¿Nunca llegaste a sentirte agobiado? ¿Ni siquiera al ganar Roland Garros?
-Desde el año 2000 que se ganó la Copa Davis en España… a partir de ahí ya se generó un boom muy importante que me cambió la vida en cuanto a la popularidad. Me costó digerirlo, pero luego le vas dando normalidad porque es un poco tu día a día. El éxito conlleva el ser conocido y el ser conocido conlleva cosas que te pueden gustar y otras que no. Pero ahora es distinto. Carlos, por donde va, lo conocen, lo aplauden en los restaurantes cuando entra. Son cosas a las que hay que ir adaptándose, todo pasa mucho más rápido. Nosotros, como jugadores, teníamos una vida bastante más tranquila.
-¿A Djokovic lo colocás más cerca de tu generación o de la actual?
-En las dos. Se ha ido adaptando igual que lo hicieron Rafa o Roger (Federer), que empezaron en la época nuestra y han ido pasando los años y al final acaban en esta de ahora. El mundo sigue moviéndose sin parar y las personas nos tenemos que ir adaptando.
-¿Qué te genera que Djokovic, con 36 años y a quien llegaste a enfrentar tres veces, siga haciendo lo que hace?
-Admiración y respeto. Cuando convivís con él en los torneos le ves las ganas, la razón por la que está en perfectas condiciones para seguir compitiendo, el cómo se cuida, cómo se entrena, esa motivación que todavía demuestra. Para mí es de una admiración máxima. Me gusta agarrar cosas de los jugadores y luego ponerle ejemplos a Carlos; Novak, obviamente, siempre es uno de ellos. De Rafa no tuve que mostrarle demasiado a Carlos, porque siempre se ha fijado mucho en él. De allí busca el nivel mental y la intensidad para el entrenamiento. Creo que la generación que viene es muy buena, en el que tal vez habrá un poquito más de lucha por ganar los Grand Slams. Con el Big 3 el círculo fue muy cerrado en los últimos veinte años. Ahora es bonito que haya cuatro, cinco o seis contendientes por los Grand Slams. Para mí, peor, porque yo quiero que Carlos gane y ojalá que no hubiera tantos, pero para la gente es espectacular.
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Para el Ferrero formador y entrenador, cruzarse en el camino de Alcaraz fue una bendición. El Mosquito tiene fresco en la memoria las primeras veces que lo observó: “Con doce años ya lo vi, porque en mi academia [en Villena, Alicante] se juegan torneos de categoría Sub 12 y 14, y él había ido a entrenar. Luego también lo vi en su primer Future, en el que empezó desde la qualy y llegó a los cuartos de final, consiguiendo su primer punto ATP con 14 años [en febrero de 2018]. Fue en Murcia, a mí me queda a una hora en coche, fui y vi el partido que perdió, pero ahí ya me estaban diciendo: ‘Oye, mira, hay un chaval, por qué no te lo piensas’. Era un trabajo mucho más completo que el que realmente tenía que hacer con (Alexander) Zverev, a quien entrenaba. Con Carlos había que viajar a torneos juniors, a Futures, a Challengers; todo desde cero. Con Zverev viajábamos con un avión privado y de repente empecé a viajar en coche a los torneos y me generó mucha ilusión ver a un jugador crecer y empezar a jugar poco a poco. La verdad es que con este trabajo estoy completamente satisfecho y a día de hoy todavía estoy muy motivado para que el equipo siga creciendo juntos y que él, como jugador, cada vez sea más completo”.
-Generalmente te mostrás como una persona discreta, que no exterioriza sus emociones. Pero con Carlitos derramaste varias lágrimas de felicidad en público, estando en el court.
-Al haber jugado, muchas veces sabés que lo que consigue es muy difícil, como Wimbledon, por ejemplo [en 2023]. Yo estuve toda la vida jugándolo y no pasé de cuartos de final. Sabés lo difícil que es ganar un Grand Slam a esas edades tan jóvenes. En el día a día vas viendo las dificultades y superar esos problemas… Al final, soy una persona bastante emocional a pesar de que se me considere más frío o de bajo perfil. Con los míos soy muy cercano y sentimental, y cuando llegan cosas tan importantes… A nivel entrenador también cuesta mucho todo. Todo el tiempo que pasás fuera de casa, sin la familia… Todo cuesta mucho y cuando hay esas alegrías, ¿pues por qué no sacarlas?
-Tu satisfacción como coach debe ser doble: entrenás a un jugador que te responde en el court y te demuestra su afecto y confianza.
-Aquí hubo un cambio grande: cuando yo entrenaba a Zverev y lo dejo para entrenar a Carlos, Zverev estaba 5° del mundo, era un jugador muy hecho, a pesar de que es joven. Me encontré con pocas posibilidades de cambiar ciertas cosas que, a mi entender, necesitaba para ser un mejor profesional y seguir mejorando. Él pensaba otras… Muy bien, hasta aquí hemos llegado. Y con Carlos pude cocinar a un jugador que ya obviamente se veía con unas características impresionantes, con un dinamismo que con 15 años se ve muy poco, pero que había que ordenar, pulir, fabricar. Creo que, entre la familia y el equipo… Su padre (Carlos Alcaraz González) es un entendido del mundo del tenis, ha sido tenista e hizo bien en saber rodearse de gente con experiencia. Hemos podido, entre todos, sacar a un jugador que lo llevaba adentro. Todavía le faltan muchísimas cosas por mejorar, pero por los veinte años que tiene. Es que es imposible que no tenga cosas por mejorar.
El Mosquito Ferrero obtuvo 16 títulos en singles: Mallorca, en 1999; Dubai, Estoril, Barcelona y Roma, en 2001; Montecarlo y Hong Kong, en 2002; Montecarlo, Valencia, Roland Garros y Madrid, en 2003; Casablanca, en 2009; Costa do Sauipe, Buenos Aires y Umag, en 2010; y Stuttgart, en 2011. Además, disputó 18 finales, entre ellas las de Roland Garros 2002 y US Open 2003.
-¿En la disciplina de Alcaraz ayuda que sea de un sitio muy tranquilo como El Palmar, con 23.000 habitantes?
-Sí, para mí eso es importante. Cuando se es de una ciudad en la que tienes muchas distracciones es muy fácil perder un poquito el rumbo. Cuando se es de una familia como la suya, de deportistas, y vives en un lugar que la atmósfera se vive de deportes, un lugar chico, ayuda. El ejemplo que tuve con mi mismo fue así, estaba en un sitio de 40.000 habitantes, pequeño, tranquilo, pero eso me ayudó a estar tranquilo en la academia, entrenando, no ser el foco de atención, que si sales a cenar te sacan una foto, en las revistas de tal o cuál, la discoteca muy a mano, muchas distracciones y yo creo que eso lo ayuda.
-Sobre el tenis de Carlos, muchas veces da la sensación de que no se conforma únicamente con ganar el punto, sino que siempre debe ser espectacular. ¿Eso a veces le quita energía?
-Cuando un jugador tiene un potencial que puede ganar puntos desde cualquier sitio, lo más peligroso es perder un poquito el orden. Estar en cualquier circunstancia y pensar que podés ganar el punto puede llevar a equivocarte. Eso es lo que se ha ido ordenando desde pequeño hasta ahora. Cada vez lo ha ido haciendo mejor. Ahora está leyendo los partidos mucho mejor, ha ido madurando, entendiendo mejor cuándo tiene que hacer ese tipo de puntos, cuándo tiene que aguantar el momento. Pero de todas maneras él también tiene un juego tan natural que a mí, por ejemplo, no me gusta que vaya 5-5 en el tercer set y decirle: ‘Ahora mete diez pelotas como sea, que hay que ganarlo’. No puedo hacerlo. Él tiene que entender la situación, pero tiene un juego natural. Si en un momento le viene a la mente tirar el paralelo y subir a la red, que lo haga. No me gusta cerrarle las puertas en ningún momento, lo único que hago es intentar que él entienda que hay momentos para ser más creativo, otros para ser más brillante y otros para ser más trabajador. Todo eso es ponerlo en la misma olla para cocinarlo y entender. Es un jugador con una explosividad y un talento para mezclar todo lo que acabo de decir y ser cada vez más completo.
-¿La explosión de Sinner es una alarma o es una motivación extra?
-A Sinner ya lo veíamos trabajar hace dos años muy bien y sabíamos que este momento iba a llegar; hace tiempo que viene tocando la puerta, se le veía tenis para ganar Grand Slams [en enero obtuvo Australia]. Físicamente tal vez era una pequeña duda porque era un jugador muy delgado, pero una vez que se formó y maduró, lo consiguió. Es un jugador muy a tener en cuenta para todos los torneos, un candidato importante para ganar, al igual que Carlos. Creo que su aparición fue un poco como cuando aparecieron Rafa y Roger, que entre ellos se iban tirando del carro, hasta que luego entró Novak, que ahora es un poco el que empuja a Carlos y a Sinner. Yo le decía a Carlos el año pasado, cuando Novak ganó el Master con ese nivel: ‘¿Has visto eso? Ahora lo que tenemos que hacer es entrenar como animales para llegar al nivel de Novak. Jannik lo va a hacer y nosotros lo tenemos que hacer’. Y me respondió: ‘Sí, sí, sí, vamos con todo’. O sea, es una motivación. Es contagio. Entre los tres, y a los demás les tienen que pasar, a Zverev, a Tsitsipas, a Rune, se tienen que retroalimentar.
-Como entrenador debe ser reconfortante que tu jugador te responda ante cada dirección que intentás tomar.
-Por supuesto. Si estuvieras a palos todo el día y peleando, siempre sería muy complicado. Pero Carlos es una persona que siempre pensó muy en grande; mucha gente piensa que, incluso, demasiado grande. Dice que se quiere meter en los récords del Big 3, pensar en los veintipico de Grand Slams… Por una parte, el pensar así de grande lo hace realmente entrenar a lo grande, tener una personalidad muy fuerte para creer que le puede ganar a cualquiera. Ya lo pensaba con 16 años, cuando juega contra Albert Ramos en su primer partido ATP, en Río de Janeiro. Yo le dije: ‘¿Tú piensas que puedes ganar?’ ‘Sí, yo pienso que sí’. Y lo hizo. Ya tenía un pensamiento grande. Él piensa que todo lo puede hacer. Luego se puede equivocar y no ganar igual cantidad de Grand Slams, pero si no tenés esa mentalidad, difícilmente vas a poder conseguirlo.
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