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José Acasuso, de no mirar tenis durante años a convertirse en el cerebro detrás de Pella, el cuartofinalista de Wimbledon
LONDRES.– José Acasuso (20º del ranking en 2006; tres títulos ATP; finalista de Copa Davis en 2006 y 2008) disputó su último partido profesional en la primera ronda de la clasificación de Roland Garros 2011. Entre aquella derrota frente al italiano Alessio Di Mauro y el anuncio oficial de su retiro pasaron unos nueve meses. "Mi último año y medio como jugador fue duro por las lesiones de la rodilla izquierda y la cadera derecha. En el torneo previo a ese Roland Garros, jugué un challenger en Roma, gané un partido durísimo por 7-5 en el tercer set contra un holandés (Thomas Schoorel) y me levanté al otro día y no podía caminar. Tenía que jugar cuartos con Eduardo Schwank. Ahí me di cuenta de que el físico no me respondía más", rememora el exjugador misionero, de 36 años.
Después de esa etapa, hizo tareas sociales en su provincia, se sumó a una empresa que –en su momento– manejaba la comercialización de la Asociación Argentina de Tenis y en mayo de 2018 integró, como vocal, la lista que ganó las elecciones presidenciales en la AAT. Sin embargo, a mediados del año pasado le propusieron sumarse, poco a poco, en el equipo de Guido Pella, quien tenía a Gustavo Marcaccio como coach. Pero esa relación profesional se consumió en septiembre y Acasuso asumió como entrenador del bahiense. Chucho no quiere detenerse únicamente en los resultados y valorar el proceso, pero hay datos irrefutables: este año, Pella ganó su primer ATP (San Pablo), llegó a su mejor posición histórica (21°) y alcanzó los primeros cuartos de final en un Masters 1000 (Montecarlo) y, esta semana mágica, en un Grand Slam (Wimbledon).
"Es muy lindo ser entrenador y sentís una adrenalina que trabajando en una empresa no la conseguís –le dice Acasuso a LA NACION, en el All England–. Me pongo mucho más nervioso que cuando jugaba yo. Cuando las cosas no dependen de uno te genera ese estado. Me pongo nervioso también porque me pongo a pensar en todo el esfuerzo que hace el jugador, todo lo que invierte, las horas de entrenamiento y también quiero que le vaya bien por eso, para que sienta que ese esfuerzo tiene su recompensa. Cuando me vinieron a buscar para ser entrenador de Guido, dije: ‘Bueno, voy a probar’. La realidad es que durante años estuve afuera y poco a poco empecé a ver tenis de nuevo, es como que me amigué con el tenis. Si me daba cuenta que no me gustaba, lo dejaba. Pero si me gustaba, quería darme la oportunidad".
-¿Cómo fuiste asumiendo tu retiro como jugador? ¿Con qué cosas llenaste los espacios en blanco por la falta de competencia?
-No me fui enojado con el tenis, pero como son tantos años que le dedicás trabajo, horas y estando mucho tiempo solo o con tu equipo, es duro. Yo creo que a la mayoría le pasa: es como que terminás un poco harto y necesitás un tiempo para alejarte un poquito, descansar, limpiar un poco la cabeza, pero no por un tema de odio. El retiro lo asumí muy bien. El último torneo que jugué fue Roland Garros 2011, pero anuncié el retiro en febrero de 2012 porque si bien yo sabía que ya estaba retirado, no quería apurarme y arrepentirme.
-Y ahora, ¿cómo te definís como entrenador?
-Como alguien tranquilo, que trata de llevarle calma al jugador. Normalmente soy una persona que no exterioriza mucho, pero sí me pongo nervioso por dentro. Lo que trato es que Guido vea tranquilidad en mí, porque él está con los nervios y la adrenalina del partido y necesita un respaldo. Además, conociendo que le gusta; por ahí hay jugadores que quieren verte parado, que los alientes y le digas cosas. Él en ese sentido es más tranquilo, no le gusta ver eufórico a los de afuera y trato de respetarlo. Y estoy convencido de que el mejor entrenador es el que sabe llegarle al jugador y adaptarse a cada momento para sacarle el mayor jugo posible. Vos podés saber muchísimo de tenis, pero si no le llegás al jugador… Guido, en algunos aspectos es parecido a mí, en otros no tanto, pero trato de llegarle, que esté feliz adentro y afuera de la cancha. Él se convenció de que podía mejorar, sobre todo en la parte mental. Hicimos un buen trabajo ahí. Él tiene a su psicóloga, que no tiene nada que ver con el deporte y está bueno, porque le sirve para la vida.
-Era todo un desafío entrenar a Pella, porque era un jugador relativamente grande, con muchas alegrías y frustraciones. ¿Fue difícil que tuviera nuevas motivaciones y ganas de mejorar?
-Fue todo un desafío, sí. Él era negativo y tenía un tema muy pendiente que era ganar un título ATP. Después de perder la final de Córdoba (con Juan Ignacio Londero, en febrero pasado), que era la cuarta final y la primera en la que era favorito, fue duro. Él no quería jugar el ATP de Buenos Aires, quería ir a borrarse, estaba con bronca. Y lo único que le dije fue que la mejor manera de que se le pasara esa fea sensación estaba dentro de la cancha y buscando una revancha. Y lo hizo. Le costó mucho. el primer partido en Buenos Aires con Francisco Cerúndolo (el bahiense triunfó en tres sets) y fue olvidándose de a poquito. En San Pablo él no esperaba ganar, porque los primeros días no se sentía cómodo y, cuando se quiso dar cuenta, ya estaba en la final. Y ese día antes de jugar contra Garín, le dije: ‘Entrá, no pienses tanto en lo que te estás jugando, pegale a la pelota y mantenete en la táctica’. Y lo cerró muy bien. En ese partido hizo un clic y ganó y perdió partidos, pero su actitud cambió.
-¿Creés que para Guido perder la final del ATP de Córdoba fue comparable para vos con la final de la Copa Davis en Mar del Plata?
-No, no, porque él tenía una obsesión, algo muy adentro con el tema del primer título. A mí obviamente me dolió perder la Davis, pero cuando dejás todo en la cancha, hacés todo lo posible y perdés, te vas con tranquilidad. Y hoy, más que lamentarme por lo que perdimos como país, trato de valorar la posibilidad que tuve y todo lo que logramos. Pero lamentablemente en la Argentina muchas veces ser segundo no existe y es malo, pero trato de dejarlo de lado.
-En Wimbledon perdiste las seis primeras ruedas que jugaste. Así y todo, ¿qué recuerdo tenés de esa etapa como jugador?
-Sí, perdí siempre, pero me gustaba. El tema es que antes no había tanta preparación. Cuatro o cinco años ni vine y me quedaba en Buenos Aires haciendo la minipretemporada para la segunda parte del año. Antes, el pasto era mucho más rápido, había más jugadores especialistas. Obviamente me gustaba y te ibas un poco frustrado cuando perdías.
-¿Qué fue lo que más te impactó de Wimbledon en estas casi dos semanas?
-En general, desde que volví al circuito, fue bueno reencontrarme con jugadores que jugaban conmigo, charlar un poco, obviamente también que me feliciten por la evolución que ven en Guido. No sé, por ejemplo me crucé con Xavier Malisse y Max Mirnyi que jugaban conmigo y es algo muy lindo. Para mí, que estuve fuera del circuito más de siete años, volver a encontrarme con ellos, ver cómo van cambiando los torneos, es un poco un Déjà vu y me acuerdo de cosas de mi etapa como jugador. Pero hoy tengo otro rol.
-Tener la tarea de entrenador de un jugador top pone un paréntesis en tu función de dirigente de la AAT, ¿verdad?
-Sí. Viajando se me hace difícil estar en el día a día de los temas. Estoy viajando más semanas de las que tenía previstas. Sumamos al equipo a Kevin (Konfederak), que estuvo con Guido en los torneos de polvo en Europa y yo iba a viajar 12 semanas, pero voy a terminar viajando 17. No estar ahí en la Asociación en el día a día me complica para la función que tenía, porque todos los días tenés que ir, hay reuniones. Obviamente que sigo ayudando a los chicos, trato de acompañarlos en lo que pueda y esté a mi alcance.
-Ya habiendo vivido algunos meses como dirigente de la AAT, ¿es más difícil de lo que pensaban antes de asumir?
-Sí, es muy difícil y más en el contexto y el país en el que vivimos, por todas las cuestiones económicas. Es como yo le dije a los chicos: salvo Agustín (Calleri), que había sido diputado, casi ninguno tenía experiencia en política o en una gestión. Yo me senté con ellos y les dije: ‘Miren, muchachos, el ser dirigente es muy ingrato porque hay críticas, críticas y críticas, y cuando hacés algo bien es muy difícil que te lo digan. Entonces, si no estamos preparados para las críticas, vayámonos a nuestras casas porque va a ser así’. Y bueno, es así todo el tiempo, siempre se pide, se critica. Hay que estar tranquilos con los pasos que se van dando. Al principio fue duro, estaba todo muy desordenado, nosotros también estuvimos desordenados hasta que cada uno encontró su lugar y con el tiempo se fue acomodando. Y obviamente hay mil cosas por hacer, se van a cometer mil errores porque somos humanos y nadie es infalible.
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