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Jazmín Ortenzi, la tenista resiliente: aprender en la tierra colorada, la angustia por una cirugía y la enseñanza de vivir con judocas no videntes
A los 23 años y tras destacarse en la BJK Cup, disfruta de su mejor ranking (254°): fanática de Del Potro, superó una dura lesión y su próximo objetivo es jugar los Grand Slams
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Máximo Nieto, bisabuelo de Jazmín Ortenzi, construyó -a fines de la década del 70- las primeras canchas de tenis en la ciudad de Chilecito, La Rioja, a unos 1100 metros de altura, entre los cordones serranos de Velasco y Famatina. Fueron courts de polvo de ladrillo, en el Club Atlético Chilecito. En realidad, de la “tierra colorada” típica de la zona, aclara la tenista de 23 años, actual 254° del ranking, su mejor posición alcanzada luego de llegar -la semana pasada- a los cuartos de final del Argentina Open, el WTA 125 que se jugó en el Tenis Club Argentino. Se despidió de Palermo con una mueca de dolor después de sufrir un fuerte golpe en la mano derecha ante la egipcia Mayar Sherif (finalmente, la campeona), pero los estudios médicos le dieron tranquilidad. Su temporada, la mejor de su carrera, finalizó. Ahora tendrá un puñado de días de vacaciones y, luego, la pretemporada, con el anhelo de seguir evolucionando en el tour.
El mes pasado la Argentina perdió 3-2 ante Brasil en San Pablo por los playoffs de la Billie Jean King Cup, pero Ortenzi la tuvo casi KO a la top 20 mundial Beatriz Haddad Maia [estuvo 6-3, 5-2 y 40-15] y superó a una mejor posicionada en la WTA como Laura Pigossi. Estuvo muy cerca y su valiosa tarea en el equipo le demostró que tiene recursos para “meterse”. Se la vio con un tenis fresco, moderno y atrevido. “Cuando salí del partido con Haddad Maia me dijeron que estaban orgullosas de lo que había hecho, pero no veía nada del enojo que tenía... después, en frío, fue lindo recibir ese apoyo y darme cuenta de que estoy ahí. ¿Con qué sueño ahora? Me gustaría seguir subiendo en el ranking y jugar los Grand Slams. Veo un poquitín más cerca la posibilidad de estar”, le cuenta Ortenzi a LA NACION.
Alejandra Nieto, la mamá de Jazmín, nació en Chilecito. Luis Ortenzi, su papá, en Olta, en el sudeste riojano. Se conocieron estudiando el profesorado de educación física (ejercen en distintas escuelas). Jazmín, con su hermano Ismael (cuatro años menor), disfrutó de una infancia con mucha influencia del club. “Era ir de casa a la escuela, de la escuela al club, siempre caminando o en bicicleta, jugando a las escondidas en la calle, sin preocupaciones ni peligros”, apunta Ortenzi. Asistió, de jardín de infantes al secundario, a la escuela Normal de Chilecito. Pero el deporte era su motor. “Antes de dedicarme cien por cien al tenis hice atletismo, fui a natación, corría y saltaba en largo, jugué al hockey… Mis papás juegan al vóley y también es un deporte que me encanta. Hacer otros deportes te abre puertas para saber jugar en equipo”, recapitula.
Se acercó al tenis por rutina familiar del lado materno. Más allá de la obra de su bisabuelo (en la década del 80 construyó más canchas en otro club riojano, en El Porvenir), el plan de sus familiares era ir los domingos desde las 7 de la mañana a pelotear y, luego, prolongar la estadía para terminar compartiendo un asado. “Entre mis primos yo era la única que iba a esa hora a jugar y llenarme de tierra”, sonríe. Se formó en un lugar geográfico con leves movimientos sísmicos cada tanto. Y también con clima seco y altitud, condiciones que hacían que la pelota viajara más rápido que en el llano. Creer o reventar, pero muchos de los diez torneos profesionales que obtuvo, de categoría W15, fueron en ciudades con altura (en La Paz, Curitiba, Maringá). Como junior también se coronó por encima del nivel del mar, en Medellín, Bogotá, Cali.
Ortenzi comenzó a jugar con más dedicación desde los ocho años, con Julio Tití Morales como profesor. Viajaba por los torneos con él y con Luis, su papá. Más tarde, tuvo apoyo económico de la provincia y de la ciudad: “Dependiendo sólo de mis papás hubiera sido imposible viajar”. Le gustaba “mucho” mirar los partidos de Rafael Nadal y Roger Federer; también los de Juan Martín del Potro. “Tengo en mi mente, acá (se toca la cabeza), cuando ganó el US Open 2009. Dije: ‘Yo también lo quiero’. Fue ahí que me decidí a jugar solamente al tenis. Era chiquita, tenía ocho años, pero lo tengo muy marcado. Después pude verlo, compartimos preparador físico (Leonardo Jorge). Alguna vez tuve contacto con Juan Martín en el gimnasio, pero no le dije nada, no me animé. Me volvía loca con la derecha que tenía; era una locura...”.
Su etapa como junior la describe como “hermosa”, jugando el Sudamericano Sub 14, el Sudamericano y el Mundial Sub 16. A los 15 años tomó una difícil y trascendente decisión que terminaría siendo clave en su transición hacia el profesionalismo: irse a vivir a Buenos Aires, al Cenard. “Estaba en segundo año de la secundaria, pedí el pase en mi colegio para seguir estudiando por SEADEA (Sistema de Educación a Distancia del Ejército Argentino), como todos los chicos que compiten. Pero en mi escuela me dijeron que me iban a apoyar, que iba a tener un plan especial para seguir ahí y terminar. Así fue: me mandaban los trabajos prácticos por mail y cuando volvía a Chilecito asistía normal, coordinaba rendir y volvía a Buenos Aires. Así pude terminar los 3-4 años que me faltaban. Mantuve mis amigos de toda la vida, de jardín. No fui de viaje de egresados, pero llegué de suerte a la graduación. Me compré el vestido y fui a la fiesta. Pude vivir muchas cosas”, celebra la tenista.
“Al principio fue duro el cambio a Buenos Aires. Pero volvía bastante seguido a mi casa, una vez por mes y lo hacía por una semana -relata-. Además, vivía con Camila Romero, una cordobesa de la misma categoría; hacíamos todo juntas. Sí lloraba cada vez que volvía en el colectivo, pero los primeros quince minutos; me costaba irme, pero después se me pasaba porque quería jugar al tenis. Nunca pensé en dejarlo”. Durante el año que Ortenzi vivió en el Cenard compartió la habitación con las judocas no videntes Paula Gómez y Nadia Boggiano.
“Viví un año con las chicas; en la habitación teníamos cuchetas. No me pasaron inadvertidas sus historias, para nada. Tras conocerlas empecé a valorar muchas más cosas que tengo y que vivo. Lo canalicé más por ese lado. Me generó un clic… Ellas le metían para adelante con mucha fuerza. En la convivencia, lo único que me pedían era que, de un sector de la habitación, por ejemplo, en el camino hacia el baño, no les dejara obstáculos. Muchas veces me pedían que les acomodara la plata de mayor a menor. Grandes personas”, relata Ortenzi.
Así como otras jugadoras de su generación optaron por saltar desde la etapa junior al circuito universitario de EE.UU. (Ana Geller, Maia Haumuller), la riojana decidió seguir por el camino convencional. “Lo pensé. Recibí ofertas de universidades. Pero no estaba en mis planes”, aporta. Y no porque no le gustara estudiar (de hecho, hizo tres años de administración y para 2025 planea empezar psicología), sino porque su voluntad está enfocada en el tenis. Hoy sonríe, pero en 2022 vivió una pesadilla al lesionarse la muñeca izquierda.
Así lo narra: “Estaba jugando en Europa, pegué un revés y me dolió mucho. Me volví a Argentina; estudios, estudios… al principio no salía nada hasta muestra que se había roto un fibrocartílago, algo que casi todos los tenistas tenían, pero al 90% no le dolía y pocos caían en operación. Al principio probamos sin pensar en una cirugía; con kinesiología. Funcionaba por momentos; era un subibaja constante. Termino el año, me infiltré, me fui de vacaciones a pasar las Fiestas a Chilecito. El 2 de enero de 2023 volví, no me dolía, fui a ver al médico, me hice los prequirúrgicos, convencida de que me iba a operar. El doctor no tenía fecha para ese momento, pero sí para dentro de tres semanas. Ya estaba en Buenos Aires, entonces dijimos: ‘Entrenemos’. No me dolió, suspendimos la operación, empiezo a jugar, en Sudamérica; después me voy a Europa y me agarra un torneo en el que se juegan dos partidos por día. Me fue bien, pero me mató la mano y se me rompió otra cosa. Un padecimiento total, hasta que en septiembre del año pasado decidimos operarme, con Gabriel Clembosky (especialista en mano y muñeca, muy próximo a los tenistas). Estuve con yeso un mes y después empecé la rehabilitación, que fue bastante rápida. En diciembre ya estaba jugando un poquito. Salí bien y volví a jugar este año”.
Durante los meses de perplejidad, Ortenzi estuvo arropada por su familia y, además, por la tenista Paula Ormaechea, “una gran amiga”, quien también atravesó momentos de angustia por cirugías. Además, se apoyó en una pieza fundamental de su equipo: Agustina Lépore, psicóloga y extenista (227° en 2009). “En esos momentos de dudas es difícil no caer; es duro. Cuando ves que no mejorás… es complicado. Pero cuando tomamos la decisión de operarme, dijimos: ‘Listo, chau’. Y desde ahí fue todo para adelante. Pasé mucho tiempo en mi casa. Nunca tuve miedo de no volver a jugar, pero las preguntas aparecen, claro”, cuenta Ortenzi.
Y agrega: “Como tenistas somos autoexigentes, buscamos mejorar y dar todo en cada partido. Es lo normal. Hoy puedo decir que estoy contenta y agradecida por estar sana. Después de dos años sufriendo, agradezco estar adentro de la cancha y estoy disfrutando, pero no me conformo. Los resultados se están viendo y confío en que seguirán llegando”.
Se deleita leyendo, escuchando música y yendo a recitales, hábitos que encarará en estos días “fuera de la oficina”. ¿Sus artistas favoritos? Abel Pintos, la banda colombiana Morat y Luciano Pereyra. “¿A Luciano le gusta el tenis? ¡¿En serio?! ¡Le diría que cuando quiera jugamos!”, sonríe Jazmín, disfrutando de su presente tras haber superado el temblor. Va por (mucho) más.
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