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Javier Frana: 2800 dólares para ser tenista, la medalla olímpica peleado con su compañero de dobles y quién es el mejor de la historia
El rafaelino, con 57 años, fue finalista de Wimbledon en la prueba por parejas y campeón en mixtos en Roland Garros
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Es el único momento, de una larga y enriquecedora charla, que Javier Frana se emociona. No ha sido un año fácil para él a nivel afectos. Pero los recuerdos de Phillippe Noiret y Salvatore Cascio se le vienen encima. No es difícil coincidir con él cuando elige la mejor película que vio en su vida y que lo marcó a fuego. Pasan unos segundos hasta que se larga a contar la última historia…
“Cinema Paradiso. Tengo una historia relacionada muy personal. Tenía un vecino en Rafaela que era mi abuelo de la vida: Agustín Rey. Su hija, Nenucha, me tenía en brazos, me llevaba de bebé a pasear. Cuando mis padres se iban de viaje, yo iba a tomar mate con él, hacía las tareas del colegio en la casa, Agustín venía a casa y hasta se sumaba en las Navidades a comer. Era como nuestro abuelo. Mirá la conexión: hice esa relación del que se va del pueblo… Me la pasé llorando en la película. Como que me decía ‘Yo no sé si la película es buena o no, pero lloré porque me identifiqué mucho’. Y lamentaba que él no me haya llegado a ver en mis mejores momentos. Sí pudo verme a nivel nacional cuando todavía estaba en juniors. Falleció en el 86, cuando hice esa gira por Europa en la que me fue bien y me convocaron a la Davis. “Vos, cuando estés nervioso en la cancha, tomate una bayaspirina”, me decía. Ese era su gran consejo. En esa época llamábamos por teléfono cada tres semanas. Llamé y pregunté “¿Cómo está Agustín?” Y me respondían “Bien, bien, no te preocupes”. Fue como que algo presentía, pero me propuse no hacerme la película. Cuando llegué al aeropuerto habían ido mis padres. Mi mamá lloraba a mares. La noticia era esa, del fallecimiento de Agustín. Fue muy linda la relación y la película reúne mucho de mi historia”.
Javier Frana es rafaelino y hoy anda por los 57 años. Nació en la Navidad del 66 y pudo ser profesor de educación física o ingeniero agrónomo, pero eligió el tenis, hacerlo profesionalmente. No le fue mal: llegó a 30 del mundo, con tres títulos, alcanzó la final de dobles de Wimbledon (1991, con el mexicano Leonardo Lavalle), ganó el dobles mixto de Roland Garros (1996) con Patricia Tarabini y, por sobre todas las cosas, conquistó la medalla de bronce en los Juegos Olímpicos de Barcelona 1992, en dobles, junto con Christian Miniussi. Y además de lucirse en los courts, sobre todo en canchas rápidas, durante más de dos décadas se destacó como comentarista de ESPN en los principales torneos del circuito.
Hoy, integra la escudería de Sebastián Gutiérrez como asesor del entrenador, que trabaja con Sebastián Báez, Francisco Comesaña, Solana Sierra y Bautista Torres. Tiene cinco hijos: Lucas y Valentina, de su primer matrimonio; Nicolás, hijo de su pareja, Viviana, y Francesco y Stefano, de ambos. “Somos familia numerosa”. Los padres de Javier, Edgar (Bambi) y Mabel, fallecieron este año. “Eran grandes ya. Fueron bendecidos con salud y años”, apunta. Y tiene dos hermanos mayores: Daniel y José Luis. “¡Ya son abuelos! Yo todavía no”.
En el Racket Club, durante el ATP Challenger de Buenos Aires que ganó recientemente el Tiburón Comesaña, Frana habla como si estuviera al aire: con claridad conceptual. No hay relleno en sus conceptos. Y fluye en el tiempo.
–De aquel chico de Rafaela que soñaba a este Frana de hoy, ¿qué lectura hacés del camino?
–Superó las expectativas sin dudas, que no eran altas. En aquella época no tenía una ambición. Lo que quería era intentar jugar profesionalmente al tenis, ver de qué se trataba. Eso hizo que superar etapas fuese más largo. Pero como todas las cosas vistas para atrás, se valora más el recorrido, lo vivido y aprendido, las experiencias. Y después se te suman los logros concretos y específicos, que son como un trofeo más. A veces, a la vida de un deportista se la mide por los trofeos que tiene en la vitrina y ése es en realidad un agregado. Porque en la cuenta tenés otras cosas muy valiosas, como lo que aprendés en un deporte donde necesitás estar convencido de los procesos. Porque todo es a largo plazo, no es sembrar hoy y ver si cosechás el año próximo o el siguiente.
–Todos esos procesos tienen su cuota de sacrificio. Hay chicos que llegan, otros que no. Chicos que se endeudan, incluso las familias. ¿Te bancó tu familia? ¿Tuviste un prestamista que financiara tu carrera?
–Mi papá tenía una pyme. Le iba bien, pero para el día a día en una ciudad pequeña como Rafaela. Mi carrera, la inversión inicial, fueron 2800 dólares. Con eso hice mi carrera. Para ir a Estados Unidos a jugar lo que en aquella época se llamaban Satélites. Cinco o seis semanas. Era mi primer viaje. Los Satélites tenían el sistema House-In, o sea que vivía en casas de familia. Ïbamos al club, volvíamos a comer a la casa y regresábamos al club. Era tratar de optimizar la plata al máximo. Gasté muy poco: el pasaje y algo más. Después hice otra gira, y una más a Brasil. Ahí me empezó a ir mejor y terminé punteando la general. El Satélite eran 4 semanas y un Master. Lo que hoy serían los Futures. Me fue bien. Viajé a España, también me fue bien. Fijate que en diciembre del 84 terminé el secundario en el Nacional de Rafaela, en el 85 fue esto de Estados Unidos, en el 86 fue lo de Brasil y Europa, y en octubre de ese año Tito Vázquez me convocó para la Copa Davis. En un año y medio pasé de estar en el patio del colegio a jugar la Davis. Fue demasiado rápido ese salto.
–Con 2800 dólares resolviste tu carrera entonces.
–Eso y dos cosas más. Tuve un entrenador como el Chino Jorge Gerossi, que generosamente apostó por mi. Aun pudiendo mi padre pagarle, él vio la situación y me dijo: “No te preocupes por la plata. Yo te ayudo y vamos juntos en el camino”. Eso para mi fue un alivio y una gran ayuda. Y después, hice las cosas rápido y bien para que ese proceso fuese muy vertiginoso. Pasé a jugar en el estadio Nacional de Chile la Davis, que era una caldera, una olla, cerrada, durísimo. Y no tenía la mínima experiencia. Lo máximo que había jugado era un Rumbo a la Davis en el Buenos Aires. Lo que viví en esa historia en Chile ya fue increíble. Me tiraron a los leones y arreglatelá.
Octubre de 1986. Final de la Zona Americana, por el ascenso al Grupo Mundial. En la primera jornada, Argentina le gana a Chile 2-0 con los triunfos de Horacio de la Peña y Martín Jaite. El clima es hostil. En el primer partido, a De la Peña le tiraban monedas para intimidarlo: en un momento, el Pulga se cansó de las agresiones y empezó a devolver los monedazos a la tribuna. Para el dobles, Tito Vázquez eligió una pareja debutante: Frana-Miniussi. Ninguno llegaba a los 20 años y enfrentaban a una de las mejores parejas del mundo: Hans Gildemeister y Ricardo Acuña. Un partido dramático.
–Fue muy brava esa serie. Un curso acelerado en todo sentido.
–Deportivamente hablando, uno podría decir que te llevan a hacer instrucción a los bosques de Palermo y salís de ahí y directamente te meten en el medio de una guerra. No me gusta la violencia. Ahí me di cuenta de que sí tenía la inconsciencia, el carácter. Y encima pasé una situación que fue casual, pero dramática y que pudo ser trágica. Porque en un momento pegué un smash y le di un pelotazo en el cuello a Ricardo Acuña. Él se desplomó, quedó seco en el piso y los médicos entraron a asistirlo. No le encontraban el pulso, se le habían ido los ojos para atrás. Veía la angustia en la mirada de los médicos. Todo el estadio gritándome “asesino, hijo de puta”, tirando almohadones a la cancha. Miraba a mi mamá y estaba llorando. A la distancia, siento que nunca me sentí intimidado. Sabía que no había tenido intención. Cuando se recuperó fue un alivio enorme. Después terminó jugando mejor incluso. Y era mi debut en la Davis. Perdimos 9-7 en el quinto. Después definimos 4-1 el domingo y ascendimos.
–¿Ese partido con Chile y el de Ecuador en Guayaquil en 1988, con otra victoria de visitantes (4-1) e incidentes afuera y en los vestuarios, fueron los más bravos para vos?
–Sí. En Copa Davis me pasaron las más difíciles. Ahora, no me preguntes por qué, pero a mi me salía una furia inexplicable. Yo no era peleador ni nada, pero si en ese momento me decían que me tenía que cagar a trompadas con todos los de la tribuna… Sentía que no me iban a intimidar. Era decir yo tengo una responsabilidad, yo estoy bajo bandera, laburando por mi país, dejando el lomo acá, y no me van a sacar del partido con agresiones.
–Jugabas con la gente como John McEnroe.
–No, no jugaba con la tribuna como John, era como que los desafiaba. De hecho, parte de lo que se armó en Guayaquil… Van a buscar al que necesitan tumbar. Estaba el hermano de Ricardo Ycaza (ex jugador ecuatoriano), que era un poco el cabecilla de la prepoteada, era el que me molestaba directamente. Cuando salgo de la cancha, los puteo en el descanso del tercer set. Y él me persigue por un pasillo, gritándome en la nuca e insultándome. Me doy vuelta y me frenaron, porque le rompía la raqueta en la cabeza. Y después nada, cuando terminamos, ganamos, estaba él en el vestuario para felicitarnos como si nada. “Ya pasó, ya pasó”, decía”. Y yo seguía con la adrenalina encima.
–¿En el circuito eras bravo así también?
–Yo era calentón conmigo, de enojarme mucho. Me costaba controlar la frustración. Lo aprendí con los años. En esa época no existía la psicología deportiva como hay ahora, el tema del manejo de las emociones. Pero en Copa Davis sentía que no podía enojarme y tirar un partido, frustrame y pegar un pelotazo a 200km/h para sacarme la rabia. En el circuito quizá lo hacía. Pero estando en la Davis sentía que yo tenía la obligación de dejar lo máximo. Mi consigna era honrar la decisión de que me hubieran designado para representar los colores. Llevaba mi mente a que no quede presa la cabeza de los factores externos, algo que suele pasar en la Davis. En la Copa, te tocás el hombro y enseguida te vienen a preguntar qué te pasa. En los torneos se te tiene que caer el hombro para que alguien se preocupe... Te vas cargando de tensiones y se acumula mucha adrenalina. Siempre traté de tomarlo como ese desafío que es un honor. Podré jugar mal, pero no por estar esclavo del temor.
-¿El dobles te gustaba realmente o fue algo en lo que desembocaste por calidad, resultados?
–El dobles me gustaba mucho. A diferencia de hoy, no había solo jugadores que viajaran por el dobles. Siempre me gustó y naturalmente me desenvolvía bien en los Nacionales. En el 84, con Miniussi nos va bien en la Copa Rolex, en Port Washington, antes del Orange Bowl. Les ganamos la final a los hermanos Luke y Murphy Jensen, que después fueron campeones de Roland Garros. E hicimos cuartos en el Orange. Jugaban los mejores juniors del mundo. Muchos cracks.
-O sea que con Miniussi ya habías jugado antes de aquella Davis en Chile.
–Claro. Esa vez de la Copa Rolex llegamos tarde a la final, nos perdimos manejando. Tenías multas. El partido era a las 10, te daban 15 minutos de perdón y después cada cinco minutos te iban quitando un game, hasta llegar al total de 30 minutos. Llegamos 10.27, empezamos 3-0 abajo y ellos tenían la opción de elegir si sacar o recibir. ¡Ganamos igual el partido! Después de eso, Tito Vázquez pensó en la posibilidad de formar un dobles a futuro, nos vio jugar, a mi me fue bien en dobles sin Miniussi, con Gustavo Guerrero. Y nos convocó. Yo tenía 19 y Christian 18. Y lo loco es que siendo casi los dos juniors, casi le ganamos a una de las mejores parejas del mundo de ese momento, Hans Gildemeister, que había sido 1, y Ricardo Acuña, que fue cuartofinalista de Wimbledon en singles y ganador de muchos torneos en dobles. Fue un debut extraordinario el de Chile.
-¿Qué fueron los Juegos Olímpicos en tu vida?
–Uno de los regalos más grandes que me dio el tenis. Como decir “por haber hecho todo esto, te voy a dar la posibilidad de vivir todo esto”. Fui a Seul 88, Barcelona 92, donde sacamos la medalla, y Atlanta 96. Lo olímpico, a diferencia de ahora, lo veías a cuentagotas. No se televisaba, pescabas algo en las revistas. O flashes de la inauguración. Lo veía como algo mágico. Hoy los atletas se sienten muy cerca de todo, de Scaloni, de Messi, de Di María, y si los ves no pasa nada especial más allá del momento. Para nosotros, si veías a alguno de los Juegos Olímpicos era como una revelación mística. Fueron momentos muy emocionales. Después, ganar una medalla fue una locura. De las experiencias más lindas. Convivís en una Villa que es un barrio por lanzarse en algún caso, donde todos los que te cruzás son los mejores atletas de su país y en algunos casos del mundo. Es la elite. ¡Lo que menos tenía eran ganas de ir a jugar al tenis! Si podía me levantaba temprano y me sacaba de encima el tenis de 7 a 9, para poder ir a ver los otros deportes o a los deportistas. Lo más lindo era eso. Disfrutarlo.
-¿Los del Dream Team estaban ahí? Jordan, Magic, Bird, Barkley.
–Sí, pero no pararon en la Villa. Sí me pasó que en una de las paradas dentro de la Villa veo que llega un micro y empiezan a bajar los del Dream Team, que habían ido a conocer. Barkley, Magic. En esa época tenías que tener la máquina de fotos encima. El celular no existía. Todo era maravilloso. Ibas a comer, que era como un supermercado muy grande con distintos puestos de comida, y te encontrabas con los físicos más diversos. “Este debe ser tal cosa”, arriesgabas. Te encontrabas con esas cuestiones.
-¿La anécdota más curiosa?
–En Barcelona una noche no podíamos dormir. Dos de la mañana, mucho calor, sin ventilador. Las mismas cosas que hoy en día se siguen escuchando. Nos fuimos con los chicos del hockey a una especie de minishoping a tomar algo. No había nadie. Y de repente aparece Lindford Christie, el inglés que había ganado los 100 metros ese mismo día. ¡Increíble! Y no teníamos la máquina de fotos la puta madre. Nos pusimos a charlar. Y ahí caés. “Loco, este pibe es el más rápido del mundo”. Es una fascinación que te pase eso.
-Son personajes ilustres del deporte que…
–Me pasó otra. Yo me entrenaba con Javier Valdecantos en el Tarek Nautilus. Ahí había una foto de Daley Thompson, el mejor decatlonista del mundo. De pronto, aparece un tipo bigotudo, fortachón, que estaba festejando. Lo tengo enfrente y me volví loco. “¿Y a este de dónde lo tengo?”. Me quedé mirándolo. Todos se sacaban fotos. A los dos días caí: “El de la foto del Nautilus”. Y así te pasan cosas en la Villa Olímpica. Por eso te decía que los trofeos van a decorar algo que ya tiene mucho valor, indistintamente de cuánto hayas ganado.
-Jugaste una final de Wimbledon en dobles. ¿Tuviste algún presagio?
–¡Increíble! Iba a la escuela primaria en Villa Rosa y todos los años nos llevaban a una salida cultural. Nos llevaban a una sala y nos proyectaban lo que había sido el Wimbledon del año anterior. Así veíamos Wimbledon. Imaginate el embole de los chicos a los que no les gustaba el tenis. De los 40/ 50 chicos, el único que estaba fascinado era yo. Veía Wimbledon, con el señor que entraba en delantal, con las raquetas de Björn Borg. Ahí quedó el tema. La película se me revela otra vez cuando con Leo Lavalle llegamos a la final de dobles. Era viernes y llegamos distraídos al vestuario, hablando fuerte. Cuando entramos había cuatro personas nomás. Los de atención, con sus delantales. Y los otros eran John McEnroe, a quien había visto en los videos, Iván Lendl, Stefan Edberg y Boris Becker. Dos por entrar a jugar las semifinales y otros dos para irse a practicar. En ese momento, un shock. Pensando en aquella película, me dije: “Yo voy a jugar una final de Wimbledon”. Cuando sos chico creés que todo es normal. Jugar una final de Wimbledon por ejemplo. Hasta que caés. Pasé de ver la película en Rafaela con mis compañeros a estar en el vestuario y con la final por delante. Se te hace un nudo en la garganta... ¿Qué más puedo pedir?
-Llegabas a un mundo que creías irreal para cumplir un sueño inimaginable…
–Es que nosotros no teníamos el más allá que hoy tienen. El chico hoy no puede controlar la pelota con el pie, pero está fantaseando que dentro de cuatro años quiere jugar la Champions League para el Manchester City. O la Play Station que los confunde porque resulta que todos los goles de Messi fueron con pases de ellos. Nosotros no teníamos esa inmediatez, no había un más allá, porque Wimbledon no lo veías: te mostraban una foto como si fuese una reliquia. Vivíamos el día y jugábamos porque nos gustaba jugar. Pero no teníamos el objetivo de decir que queríamos ser profesionales: íbamos jugando. Por Bahía Blanca, por Salta, con faltas al colegio. Vivíamos así. Te digo más, mi último año de colegio, yo estaba haciendo los test vocacionales para ver qué hacía. Si estudiaba para profesor de educación física, si Agronomía. Si sabía que me gustaban las cosas al aire libre. Fui a un Sudamericano en Carrasco pensando: “Si hay uno peor que yo, me vuelvo tranquilo”. Y terminé ganando singles, dobles y por equipos. Vuelvo, gané los Nacionales, terminé número 1. Entonces dije “Pruebo profesional”. Papá me dijo: “Te doy dos años. Acá tenés. Arreglatelás”. A los dos años estaba en la Copa Davis. Todo fue estrepitoso. Vivir eso para mi ya era tocar el cielo con las manos.
-Jugaste con cracks: Becker, Sampras, Agassi, McEnroe, Edberg. Uno llega a pensar que después de eso no hay nada. Y luego llegaron tipos que ganaron 20, 22, 24 Grand Slams. ¿Cuál es el límite?
–Con Agassi empezamos prácticamente juntos. Cuando fui a mis primeros torneos en USA, él tenía 15 y le dieron un par de wild-cards. Ya era una estrella, iba con todos los pelos largos. Jugué dobles con McEnroe dobles, con Edberg también. Sampras hace lo que hace y decís, “guau, qué bestia”. La vida útil del tenista era más corta. Si hasta los 23-25 no habías ganado 8 Grand Slams, no hacías sombra para romper récords. Era difícil predecir lo que vendría después. Si sentía que había lugar para la evolución. Todos ellos tenían ciertos puntos débiles. No eran tan fáciles de encontrar, pero existían. Ahora, romper lo de Sampras parecía una locura. Y hoy estamos en duda de si van a romper lo de Djokovic. Al menos tenés que decir “no lo descarto”. Me cuesta creer cuanto mejor se puede jugar al tenis. Podrá ser Alcaraz, Sinner. Es muy posible que pase un tiempo largo para romper eso. Con Laver debían decir “nunca vamos a ver algo mejor” y después surgieron Borg y tantos otros. Y si pasó con Sampras, puede pasar con Djokovic.
-¿Djokovic es el mejor de la historia?
–Sí. Es el que más ganó. Después entrás en la otra discusión, que pasa por los gustos personales. No es tu preferido quizá. Es como cuando vas a la heladería y decís “el mejor gusto es tal”. Pero te marcan que el que más se vende es otro. ¿Cuál es el más popular: el que me gusta más a mi o el que más se vende? Djokovic es el que más ganó, el que tiene récords positivos sobre su competencia. La gente tiene una adoración por Federer, por lo que representa, por lo que es. Es imposible no ser hincha de Federer. A mi me pasa. O tener una admiración por Rafa. Su carrera es un ejemplo. Me cuesta decidir... Porque Djokovic tiene cuestiones con las que no me identifico, pero a la vez tiene cosas de generosidad que contrasta con lo que a veces puede llegar a generar y que los otros dos no han tenido. Los jugadores lo defienden y lo valoran, porque participa de los debates y se preocupa por los jugadores de menor ranking, porque escribe cuando hay problemas, o llama a una tenista que no la estaba pasando bien y le dieron todo lo que necesita. Después de estar 21 años trabajando en ESPN es como que aprendí a disfrutar de lo mejor de cada uno. Cuando a nadie le gustaba ver jugar a Andy Murray porque decían que era aburrido, en mi gusto yo descubrí que el tipo era un genio. Y me entretenía ver qué podía aprender estratégicamente de él. Como hace un tipo para no pegarle tan fuerte y tener a todo el mundo corriendo.
-Se va Nadal. Mencionaste la admiración por Rafa.
–Nadal enaltece y enarbola todos los valores del competidor ideal. Los tiene todos. Su humildad, su resiliencia, su respeto por el deporte, por sus rivales, por la gente. Por su humildad a lo largo de todo su recorrido. Por su fortaleza, entereza, en tener todos los días de ir y dar lo máximo. De ir a partidos en los que su actitud es inmutable, no se diferencia cuando va ganando o perdiendo. Todos los partidos los afronta con la misma actitud, con la misma energía, no importa la instancia, no importa el rival. Se podrá discutir si fue, si no fue el más grande de todos los tiempos, qué le faltó, pero de lo que no hay dudas es que ha sido, por lejos, el atleta más grande que existió en este planeta.
Su salida de ESPN
-¿Qué tanto disfrutaste de la experiencia periodística en TV?
–Muchísimo. Fueron 21 años haciéndolo. Todas las finales de Grand Slams, Masters 1000, y en lo personal, lo disfruté. Por momentos sentía haber sido tenista me dio un poco para lo otro. Fue como una universidad para lo otro. Porque fui más años comentarista que jugador de tenis. Jugué 12, 13 años, profesionalmente hablando. Son situaciones en la vida que te ponen en la realidad de que cuando una etapa termina empieza otra y que hay que encararla, desarrollarla y vivirla. Lo disfruté. Si el partido no tenía grandes nombres, te enganchabas con la posibilidad de ver cómo hacerlo más entretenido. Ahí te das cuenta de que lo disfrutás en serio.
-Con Luis Alfredo Álvarez formaron una dupla bárbara. Buen feeling.
–Sí, nos divertíamos mucho trabajando. Nos complementábamos muy bien, sabiendo cuál era el rol de cada uno. Como en un dobles. Sabía que en un momento muy emocional o de ponerle adrenalina entraba él y si había que poner análisis él se corría para que entrara yo. Y empezamos a tener un balance entre una cuestión de calidad de comentarios analíticos y diversión y buena vibra que a veces no es fácil de conseguir en dos personas. Lo fundamental que entre los dos sabíamos que teníamos que complementarnos para ser mejores que invidivualmente. Y con Juan Szafrán también lo hicimos muy a gusto en su momento.
-¿Te dolió la salida de ESPN en 2019?
–Sí, sí. Lo que duelen son las formas. Porque hay decisiones que no son objetables. Si somos amigos y mañana no me querés invitar más a tu cumpleaños, estás en tu derecho a hacerlo. Pero de repente son las formas las que llevan a decir “no comparto tu decisión, pero la tengo que aceptar porque la fiesta es tuya”. Y acá es como que lo que más me dolió, porque uno se encariña con dónde está, es que yo no tenía problemas con nadie ni inconvenientes y de golpe aparecen ofertas tendientes que digas que no…
-Te cambiaron las reglas del juego.
–Cambiaron, sí. Y a la vez, cuando pasa, decís de sentarse a hablar del tema y resulta que al final no se sentó nadie con vos. Termina siendo un trato que…No era merecedor de eso porque no había tenido conflictos con nadie en 21 años. Es un error cuando a veces uno se enoja con la empresa. Porque en verdad, en la empresa hay uno, dos o tres responsables de que vos lo puedas hacer bien, humanamente, y honrando los valores que tenés y que llevás a la empresa. Porque la empresa en sí no tiene valores: los valores los tiene la gente que trabaja ahí y decide poner esos valores. Cuando vos no aplicás esas cuestiones es porque no las tenés. Acá la culpa no la tienen las cuatro letras, sino las personas que están decidiendo de qué manera se quieren relacionar y tratar a la gente con la que estuvieron 21 años.
-El público siempre elogió tus comentarios, tu trabajo. ¿Vos cómo te veías?
–Siempre fui muy analítico de mi función. Pensando en qué es lo que la gente quiere, qué es lo que la gente no quiere, qué es lo que yo quiero. Y siempre entendí que lo importante era lo que se estaba viendo, no yo. Nunca me gustó la autoreferencia. Sabía que si me quedaba callado la gente veía el partido igual. Eso fueron cosas que me ayudaron. Le pregunté a la gente, los escuchaba. Cuando tengo que dejar, todavía estaba en un proceso que sentía que estaba mejorando. Empezando a descubrir otras cosas, viendo y leyendo de otros deportes. Mi desafío fue dejar de ver el tenis siempre del mismo lado. Si no, siempre decía lo mismo. Y a mi la gente me decía cosas que eran elogios, pero que me empezaron a sonar como una alarma. “Yo con vos aprendí tanto que ya sé lo que vas a decir. Y es más, cuando veo un punto, le digo a mi señora, ‘ahí la tiró corta, ahí le pegó así, porque eso lo aprendí de vos’. Y ahí me dije “cagué”. Si la gente ya lo está diciendo, yo ya no tengo nada que hacer. Entonces empecé a buscarle la vuelta, otra manera de plantearlo. Y ahí quedó.
-Con Miniussi debutaste en la Davis, ganaste una medalla olímpica. Pero en algún momento se habló de una pelea y que cortaron la relación. ¿Fue así o no pasó nada?
–Eramos muy amigos. Debuté con él en la Davis en Chile y Christian ya tenía un partido previo ante Perú. Éramos novatos. Es loco, porque cosa de pendejos, en un momento no supe bien qué pasó y sentí algo…como que me quitaban el saludo, como que se armaban estos grupitos de más amigotes y me sentí excluido, como que me boludeaban. Y entre que hacíamos giras distintas, porque yo iba más por canchas rápidas, no nos veíamos un tiempo, y cuando volvíamos a vernos me preguntaba: “¿Ché, qué pasa que éste ya no me saluda?”. O no me hablaba. O que se sentó en una mesa con alguien con el que hace dos meses se estaban reputeando los dos y ahora están amigos. No entendía nada. Y ahí es como que bajé la cortina. Si me preguntás qué pasó, cuándo, en qué momento, no lo tengo claro.
-Y nunca lo hablaron.
–No, nunca lo hablamos. Nos tocó jugar los Juegos Olímpicos de Barcelona 92 así. Nos encontramos directamente ahí.
-En Barcelona ya no había relación.
–No, veníamos de un año y pico sin hablarnos.
-Un milagro fue ganar la medalla entonces.
–Fue un milagro y también marca que, en el fondo, no había nada grave. Porque si hubiera existido algo serio, grave, lo limpio de mi vida y ni en pedo juego con él. Lo cual no fue el caso. Eran cosas de pendejo, que cuando los agarran los grandes les dicen “¿cómo que no van a hablar?”. Los entrenadores tienen una responsabilidad. Eso es lo que aprendí. No me interesa enseñarle sólo de tenis a un jugador. Si así fuese, me dedico a otra cosa, me pongo a dar clases de tenis. Creo que un entrenador tiene que ser un formador en 360. Preparar a esa persona no sólo para que juegue lo mejor posible al tenis, sino para que tenga una vida después del tenis lo más integra y que saque del deporte los aprendizajes más necesarios. Para que cuando esté set abajo y break point 4-4 en el segundo, pueda referenciar al tenis y decir “¿Cómo salgo de ésta? ¿Cómo me dijo mi entrenador que tenía que encontrarle la vuelta? ¿Había que romper todo o frenar, parar, y por dónde voy?”. Ahí, Minuto y yo no tuvimos la suerte de tener los entrenadores que nos frenaran y dijeran “Paren, encerrémonos en una habitación y si se quieren pelear, peleen, o hablen”.
-Se podría haber arreglado en una charla entonces.
–Sí, se podría haber solucionado, hablado en su momento. Nos faltó eso. Llegamos a Barcelona y los dos tuvimos la inteligencia de decir “hay cosas mucho más grandes que nosotros dos y que nuestra pelea. Yo no voy a perderme los Juegos Olímpicos por no jugar al lado tuyo”. Nunca nos dijimos eso, no pasó, pero creo que los dos lo entendimos igual. Eso reveló que las diferencias no eran grandes, nadie había estafado al otro. Nada, fuimos, hicimos un alto, tuvimos una muy buena convivencia y terminó siendo una ayuda. Porque en esos Juegos tuvimos un respeto muy fuerte, una distancia con alguien a quien conocés, con el que tuviste un problema, con el que no querés tener roces ni darle de comer. Nos cuidamos en la cancha de hacer lo que tenías que hacer. “Yo con éste no tengo margen para cagarla”. No nos afectó para nada. Los dos queríamos ganar. Nos necesitábamos y estábamos los dos en la misma canoa. A mi no me fue difícil. Somos socios de uno de los logros más importantes de nuestras carreras. Nunca volvimos a lo anterior, pero hicimos como un respeto de acá en adelante. Hoy nos cruzamos, nos saludamos respetuosamente. Las grandes peleas tienen su origen en una pelotudez. Tipo de “me borró mi nombre de la cancha de práctica”. Que está mal y da para calentarse. Pero veinte años después lo ves de otra manera. No voy a seguir peleado por esto.
-Un tema siempre caliente son las apuestas en el juego. No recuerdo en tus tiempos de jugador que las hubiera a este nivel. ¿O sí?
–Las apuestas deben ser más viejas, pero no estaban instaladas, no eran un tema. Hoy sí es un tema. Y la tecnología tiene su parte. Antes tenías que irte a las casas de apuestas para jugar. Ahora es todo on line. Todo cambio va generando que algunas cosas desaparezcan y que tengas que ir viendo de qué manera protegés ese cambio. El problema es la tentación que le ponen al jugador, sumado a una eventual urgencia económica. Un jugador que está muy bien económicamente no se corrompe por más que le digas “vas a ganar un millón de dólares si hacés tal cosa”. El tipo no lo va a hacer, no está en su cabeza. Los que caen son aquellos a los que o no les interesaba un corno su carrera deportiva o nada, cuando la panza aprieta, como todo aquel que está en una situación desesperante, puede cometer un error. Hoy ves que las apuestas están instaladas en el deporte. Hay que generar conciencia y a la vez atender el tema para que los jugadores estén mejor. Esto tiene que ver con la sociedad también. El policía, si tuviese un mega sueldo y estuviera bien, estaría despegado y no tendría que andar desafiando su moral para quedar bien parado.
-El caso de violencia denunciado por Guillermo Pérez Roldán contra su padre Raúl fue un bombazo. ¿Cuando contó su historia en LA NACION que te provocó? ¿Sabías lo que pasaba?
–Cuando habló Guillermo tomé conciencia de la dimensión del caso. Si me preguntabas a quien podría haberle ocurrido algo así, te decía “Y, sí”. No me fue una sorpresa en cierta manera, pero sí el nivel de las cosas que se conocieron. Compartíamos torneos y ya veías cosas que podrían ser catalogadas como reprochables, pero capaz que estabas viendo el 20 por ciento de la película. Porque muchas de las cosas ocurrían fuera la vista del resto. Y lo que nos pasó, a mi y a muchos de los que estábamos en ese momento, es que veíamos cosas sin tener la dimensión. “Sí, se fue a la mierda, ¿viste lo que hizo en el vestuario?”, decíamos. Pero era una relación padre-hijo… Sos chico, pensá que yo tenía apenas dos años más que Guillermo, no sabría como actuar ante una situación así, y desgraciadamente en esas épocas estaba más naturalizada la violencia, a veces de un padre a su hijo, y las cuestiones de género. He visto a un padre darle un chirlo a un hijo. Pero de pronto pasa que ves darle un coscorrón medio fuerte en la cabeza… Es muy triste. No sabía que era tal la dimensión. Pensaba que lo que pasaba era lo que se veía. Y lamentablemente no era así. Era muchísimo peor.
-Ahora formas equipo con Sebastián Gutiérrez. ¿Cómo es esa función?
–Me convocó el año pasado para sumarme a su equipo, con Sebastián Báez. Mi rol es el de asesor técnico. El entrenador es él. Yo brindo dos ojos más en la estructura general, la persona de confianza de Sebastián y juntos pensamos en cómo encarar los nuevos desafíos. Hablamos mucho. Pero el que le baja las ideas a Báez es él. Es bueno que haya un orden para no confundir y que queden claras las funciones. Fuimos conociéndonos. Sebastián es un excelente entrenador, de los mejores que yo vi, y a la vez entendimos que en los desencuentros está la riqueza del tema. En el intercambio de ideas. Lo aceptamos como un valor agregado. Es un grupo y buscamos encontrar la fórmula para cada uno.
-¿Cómo ves esta camada de los argentinos?
-Es muy buena. Joven. Báez, Comesaña, Solana Sierra, Bautista Torres son chicos que tienen un lindo recorrido. Por sobre todas las cosas, tienen un tenis que se adapta a todas las superficies, como tiene que ser hoy en día. Seba Báez, a veces uno se olvida, antes de la pandemia estaba empezando a jugar Futures. Hoy ya ganó todo lo que ganó. Tiene 23 años, fue 18 del mundo. Y está ahí. O Fran Cerúndolo, que tuvo una carrera superestrepitosa, ganó en una superficie nada más ajena que el césped. Eso habla del espíritu competitivo que tiene. Ahí anda Tommy Etcheverry, ves cómo creció y evolucionó en cuanto al provecho que le saca a su porte físico. El tenis argentino está plantado sobre muchas patas que hacen que la mesa esté firme, una gran estructura. Hay una muy buena base de entrenadores para la formación y los coaches, porque los jugadores solos no llegan. Los entrenadores tienen esa capacidad para hacerlos sobresalir. El circuito está muy difícil en cuanto a la velocidad y dentro de eso la estrategia. Antes la estrategia era cantada. En tres puntos te dabas cuenta de los puntos fuertes y débiles del rival. Hoy la velocidad te obliga a habilidades como jugador mucho mayores para manejar la pelota y el entrenador debe tener un ojo más fino para ver por dónde es que hay que jugar.
-Sos un tipo culto, con inquietudes. ¿No se te dio por estudiar después del tenis?
-Terminó el tiempo de la raqueta y al toque surgió lo de la televisión. Fue casi inmediato. Dejé en el 97 y en el 98 arranqué con las transmisiones. En un momento tenía la intención de estudiar periodismo deportivo. Para mi era una responsabilidad, sabía que era un territorio delicado, donde no alcanzaba con la experiencia de jugador, sino que había que saber transmitir los conocimientos. Me generó un enorme desafío. Me capacité mucho, leyendo, no sólo de tenis. Siempre fui de leer mucho. En mi época de jugador no había nada para leer en los viajes. Era llevar libros, que intercambiabas con los otros jugadores. Eran nuestro pasatiempo: sentarnos a esperar y a leer. Creo que eso me ayudó. Hice también un curso interesante de coaching deportivo. Muy bueno.
-¿A Viviana le gusta el tenis también?
-Viviana es health coach, coach de salud. Obviamente, eso lleva a que yo la acompañe en eso de tomar cuidados en la alimentación, hacer las cosas que nos llenan de una manera saludable. Ella hizo un descubrimiento en su vida que terminó generando una transformación bastante importante en cuanto a hábitos. Es una cuestión 360. No es sólo comer sano o hacer gimnasia: es eso, más salud, finanzas, amigos, relaciones sociales, tu creatividad. Estar todos en un estado equilibrado y divertido.
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