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Horacio Billoch Caride: el adiós a un noble caballero
Fue titular de la AAT, pero su corazón siempre estuvo ligado al Buenos Aires, que también presidió; dejó su huella
Bien puede decirse que el tenis argentino perdió a su último gran caballero. Y también, que el Buenos Aires Lawn Tennis Club, la casa que paternalmente condujo durante 35 años, ya no tendrá a su símbolo. Anteanoche, a los 88 años, falleció Horacio Billoch Caride, Tito, como era conocido por todos, alguien que vivió toda la vida alrededor del mundo del deporte y de las leyes. Sus restos fueron inhumados ayer en el cementerio de la Recoleta.
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Además de tenista, fue campeón argentino de natación y representante de waterpolo del Club Universitario de Buenos Aires. Después, cuando el tiempo de deportista le abrió paso al dirigente con pinta de dandy, Billoch Caride, juez de la Cámara Nacional de Apelaciones del Trabajo, de la que también fue titular, y miembro del Jurado de Enjuiciamiento de Magistrados de la Nación, se entregó con pasión y vida a la presidencia del Buenos Aires, que asumió en 1968, cuando el tenis era una actividad para pocos. Un puesto que dejó a fines de 2003, cuando el deporte de las raquetas ya había disfrutado de la explosión que generó Guillermo Vilas en los años setenta, una ola a la que luego se subieron otras dos exitosas camadas de tenistas.
Y Billoch Caride no estuvo ajeno a ese suceso, pues fue titular, en dos oportunidades, de la Asociación Argentina de Tenis (1967-73 y entre 1979-80), además de haber sido árbitro de Copa Davis y de haber ejercido la vicepresidencia de CUBA, entidad en la que, además, integró el Tribunal de Honor.
Aquel hombre que de lunes a viernes cumplía con sus obligaciones laborales en la oficina abarrotada de legajos en pleno centro de la ciudad y a pocos metros del Obelisco, fue el factótum de una época de esplendor de esos gajos de polvo de ladrillo que se abren como un surco entre la calle Olleros y las vías del Ferrocarril Mitre.
Fue allí donde Tito se lució en esos días de doblista con Alejo Rusell, el otro gran caballero del Buenos Aires; o los que vinieron, después, con Eduardo Soriano; días, también, en los que el doble mixto le permitió formar grandes parejas con Norma Baylon, Mabel Bove o Beatriz Araujo.
Porque para el gentleman simpático y de humor fino, que nunca elevaba la voz y siempre tenía una palabra cordial con cualquiera que se lo cruzase, todo pasó por el Buenos Aires, su lugar en el mundo.
Es que Tito Billoch Caride no fue alguien más en la historia de la Catedral. Se desvivía por ese Buenos Aires que se convirtió en el segundo hogar para los jugadores que venían del interior, a quienes les daba albergue en los departamentitos ubicados debajo de la Tribuna, como él llamaba al court central.
Billoch Caride fue alma y vida en ese sitio del que conocía hasta el último de sus rincones: desde la primera fila del palco oficial, que ocupaba siempre con sus anteojos de vidrios oscuros, hasta en el club house, donde despuntaba el vicio del truco en esa jugosa mesa que compartía con Ricardo Rivera, el Sueco Stalhandske, Ricardo Cano, Tato Soriano y Eduardo Polledo. Una cita de naipes obligada de sábado y domingo que el Viejo Tito también trasladó para los jueves por la noche, días de hombres solos en los que se mezclaban el tenis, la bohemia y la nostalgia.
Fue en el Buenos Aires, también, donde vivió la hora más dura como dirigente, cuando fue eje de la pulseada, nada menos que con Vilas, en esa famosa serie semifinal con Checoslovaquia por la Copa Davis, en septiembre de 1980. Match increíble, no sólo por el destape de Ivan Lendl y por la derrota de la Argentina, sino por la solicitada que un numeroso grupo de amigos publicó en los diarios para estar de su lado en medio de un conflicto con Vilas, que tiempo después se ocupó de componer, como lo hacen los verdaderos cultores de la amistad, como lo era Tito. Y aunque ese suceso lo haya obligado a dejar la presidencia de la AAT, Billoch Caride nunca se alejó del Buenos Aires. Su casa.
Esa que lo tuvo como anfitrión en el festejo del Centenario, el sábado 19 de abril de 1992, poco después de haberse asegurado la cesión definitiva de los terrenos. Esa por la que se paseaba orgulloso, en cada Copa Davis, en cada torneo. Esa que lo veía sonreír cada vez que entregaba el trofeo por el Campeonato del Río de la Plata, al que siempre presentó como el único certamen del mundo cuya disputa no se interrumpió por las guerras mundiales. Esa que desde ayer tiene a su espíritu flotando por siempre. En el recuerdo de todos. Porque con Tito Billoch Caride se va gran parte de la historia íntima del Buenos Aires. Y, por sobre todo, un noble caballero.
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