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Gustavo Fernández, un referente del tenis adaptado que celebra una década en el top ten
Campeón de cinco Grand Slam, el Lobito se rearma para lo que viene luego de un año no muy bueno: “Viví una tormenta fuerte, pero ya pasó”, dice en esta entrevista exclusiva
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Gustavo Esteban Fernández, el Lobito en el mundo de las raquetas, es una referencia mundial en el tenis adaptado. Campeón individual de cinco Grand Slam (dos veces en el Abierto de Australia, dos en Roland Garros y una en Wimbledon) y número 1 del ranking durante dos períodos (el primero, en 2017), el cordobés de 28 años alcanzó un prestigioso estatus en el circuito y, si bien todavía está en actividad y con firmes intenciones de continuar luchando en los courts, ya escribió un legado que trasciende el deporte y que, efectivamente, no conoce de límites.
Fue en un mes como el actual (mayo), pero de hace una década (2012), cuando el tenista nacido en Río Tercero ingresó por primera vez en el top ten. Logró el salto de calidad al obtener su primer título como “adulto”, el Abierto de Japón, de categoría Súper Series, comparable con los Masters 1000 del tour convencional. Gusti era el junior número 1 y el 15° de los mayores, pero derrotó en la final al francés Stephane Houdet por un doble 6-3 y se encumbró como uno de los mejores diez jugadores del circuito de silla de ruedas. Desde entonces nunca salió de ese sitio privilegiado e, incluso, terminó las últimas seis temporadas en el top 4. Hoy, a la distancia, más maduro, observa hacia atrás y, con LA NACION como testigo, valora el recorrido, orgulloso. Con fuego interno, además, se plantea más objetivos.
“Aquel de 2012 fue mi primer viaje a Japón. Fuimos con Fer [Fernando San Martín, coach], Mati [Matías Tettamanzi, PF], el Mono [Ezequiel Casco; actual 37° del ranking] y Apu [Agustín Ledesma; 35°], porque después de Japón estaba el Mundial en Corea. Esa semana se me prendieron todas las luces, pero cerró todo el círculo que venía buscando. En los cuartos de final le gané a (Maikel) Scheffers, que era número 1, levantando dos match points. Fue la primera vez que un junior le ganó a un número 1″, rememora, con entusiasmo, el actual número 3.
“Me acuerdo mucho de las habitaciones japonesas, con un pasillito muy chico, con la cabinita del baño en la que no podía entrar con la silla, tenía que saltar -sonríe Gusti Fernández-. En la tele pasaban sumo. En los desayunos te daban una especie de medialuna con un juguito y un café. Disfruté de la aventura. No me gustaba la comida de Japón, pero le buscaba la vuelta. Estuve cuatro semanas en Asia y volví con varios kilos menos y asqueado del agridulce”.
-Ya te tomabas el tenis con seriedad y había dejado de ser algo recreativo. ¿Pero aquel título fue un clic para creer en tu futuro profesional?
-Era chico, pero estaba convencido de que iba a llegar y que me iba a ir bien. En el camino vas pasando situaciones…, perdés partidos y se dan las charlas con el equipo: ‘Che, ¿estoy lejos o no?’. Y cuando sos chico no lo ves tan claro. Le preguntaba a mi entrenador: ‘¿Qué opinás?’. ‘Yo te veo ahí, cerca’, me decía. Listo. Si él me lo decía, confiaba. Pero claro…, de no haber ganado tanto a lograr un título grande de mayores…, fue groso. Inflé el pecho. Ya me venía ganando el respeto, pero otra cosa es decir: ‘Che, ojo que estoy acá’.
-¿Antes del torneo sabías que podías alcanzar el top ten?
-No. Me acuerdo que después de ganar las semifinales mi entrenador me dice: ‘Felicitaciones, loco. La semana que viene vas a ser top ten’. Ahí no le prestaba mucha atención, pero cuando llegué sentí un lindo cosquilleo, aunque una sensación como de estar donde merecía y buscaba. No me sorprendió tanto como sí fue llegar al número 1 o ganar un Grand Slam. Sabía que tenía las condiciones y me estaba sacrificando para estar ahí.
-En julio de 2017 llegaste a la cima del ranking. ¿Cómo asumiste ese logro?
-Antes de Wimbledon gano el BNP (Open de France) y Fer me felicita porque iba a ser 2. Y ahí le digo: ‘No, yo hice las cuentas y en dos semanas voy a ser 1′. Y se quedó así (abre los ojos). Él no había contado tanto. Yo había visto el ranking y sabía que si ganaba el torneo en Francia quedaba número 1. No lo tomé como una presión, sino como una motivación. En el momento no caí. Cuando llegó el momento y me vi ahí arriba… El día de la actualización del ranking estábamos con el teléfono y yo decía: ‘Estos culiados no lo actualizan’. Decíamos: ‘¿Habremos hecho bien las cuentas?’. Todo el mundo sabía que yo iba a ser 1, pero no se actualizaba. Fuimos a entrenar a Southampton. Yo estaba desbordado, mis entrenamientos habían sido un desastre. Volvimos a Wimbledon y estaba almorzando, con el celular viendo los puntos y en un momento…, pum, aparezco como 1. Y fue como si me tiraran mil kilos encima; me cayó todo. Me quedé con las manos en la cara y me puse a llorar. Fue muy emocionante.
-¿Qué balance hacés de estos 10 años en la élite?
-Primero, veo que han pasado varias caras por el Top Ten, y eso genera un sentido del tiempo. Lo que más me alegra es que siempre fui elevando la vara de mis expectativas y trabajando en consecuencia. Porque no es cuestión de decir: ‘Elevo mi objetivo’ y después hacer otra cosa. La vida del deportista, por lo general, es cíclica. Es difícil llegar y estar en un ambiente tan competitivo. Estoy orgulloso del trabajo en el día a día, de cuando viene la mala atajarla con la frente y pasarla como sea, y de cuando viene la buena seguir trabajando con ambición y hambre. Estoy orgulloso de mi equipo: siempre nos pusimos objetivos altos y nunca hicimos la plancha. He estado mejor, peor, desde hace años que no salgo de los mejores 3-4 del mundo. Naturalizamos tanto algunas cosas… Por ejemplo, naturalizamos que Federer, Nadal y Djokovic estén tanto tiempo en la élite que no nos damos cuenta de lo que conlleva estar ahí. Es un trabajo del día a día, es no tener un ratito para descuidarte para decir: ‘Esta semana la entreno más tranqui’. Cuando siempre querés pelear alto no podés hacer algo de taquito. El descanso, las rutinas, las comidas, la planificación, la toma de decisiones… Las cosas van generando un desgaste en las relaciones humanas y hay que buscar la manera de no perder la motivación, de reinventarse y regenerar la energía. Estar tanto tiempo en la elite es complejo por eso, más allá de ganar o perder partidos. Hicimos un trabajo de elite y por eso no nos movimos.
-¿Cómo cambió el circuito adaptado en estos 10 años? ¿En qué evolucionó, en qué se estancó?
-Creció un montón. En difusión, un montón. El nivel de los jugadores ha ido en alza constantemente. Se incorporaron elementos y preparación. Shingo [Kunieda, de Japón, el mejor tenista adaptado de la historia] siempre hizo un trabajo profesional. Después yo fui el primero en trabajar con la mente, fuera del psicólogo, teniendo un entrenador mental. Ahora lo adoptaron varios. Kunieda puso la vara altísima. Vinimos el resto y tratamos de pasarlo. Él tomó el desafío y la subió de nuevo. En 2019 yo la puse arriba [año en el que Gusti ganó tres de los cuatro majors]. Todos tratamos de subir el nivel. Las condiciones del circuito mejoraron, pero en comparación con nuestro profesionalismo a veces queda medio desfasado. Hay jugadores que ya están en condiciones de estar en grandes competencias, como se dará en el próximo Roland Garros [se amplía el draw: 12 jugadores en lugar de 8, como venía siendo hasta el momento]. En ese sentido hay falencias de la ITF [Federación Internacional], porque siempre va varios pasos atrás de lo que pide la situación y es una crítica que hago; hay cosas que no mejoran en el ritmo que deberían. Y después hay que hacer una reestructuración en el ranking, que tiene cosas prehistóricas en la puntuación. Por ejemplo: te podés meter en el top 15 jugando torneos chicos y eso no favorece a que los torneos grandes tengan a todos los jugadores buenos.
-¿Y qué ocurre con el prize money?
-Ha habido una mejora económica, eso no se puede negar. Pero estamos lejos de decir que tenemos una estabilidad para manejar nuestra propia estructura. Yo ahora estoy en un año en el que al no salir en las fotos de los Grand Slam me costó mucho conseguir sponsors de vuelta. Y con eso se me cae toda la estructura. Tengo a seis personas que trabajan para mí día a día, entonces es difícil desde ese lado. Entiendo que es un país exitista y que el contexto social económico está complicado, pero me gustaría tener una estabilidad independientemente de si me toca ganar un Grand Slam o no, porque yo hago las cosas al máximo gane o no.
-¿Sentís una fuerte presión de tener que ganar títulos grandes para lograr sponsors?
-Sí, es así y la realidad es que siempre le agradezco al ENARD y a los sponsors que tengo y que he tenido. No tengo rencor con los que pasaron y no han podido seguir con el proceso. Se los agradezco y los entiendo. Pero me gustaría tener más estabilidad para sostener un poco más la estructura, no porque quiero ser millonario. Lo entiendo y cuando la cosa esté más allanada, se allanará. Volviendo al circuito en general, ampliando los cuadros de los Grand Slam, le mostrás un tenis distinto al mundo. Si comparás las condiciones del ATP Tour y las nuestras son otro mundo: desde la alimentación a la cantidad de canchas disponibles, los árbitros, las pelotas. No queremos lujos. Pero que se siga tirando hacia arriba les hará bien a todos. Yo no quiero que el circuito me quede cómodo para que gane siempre, por eso no quería que se fuera Alfie [Hewett, británico, actual N° 1, cuyo futuro en el circuito adaptado estuvo en duda durante dos años porque las autoridades consideraban que su discapacidad -síndrome de Perthes, enfermedad degenerativa de la cadera- no era suficiente para acceder al tour, pero fue autorizado a continuar].
-Esa postura habla bien de vos: defendiste la calidad y el espectáculo del circuito pese a que individualmente puede perjudicarte.
-Hubiéramos perdido un activo muy importante. Si estuviera haciendo trampa, sí, lo lamento. Pero juega sentado en una silla. Tiene más ventaja física con respecto a mí, pero la tienen todos en realidad [Gustavo, que sufrió un infarto medular cuando tenía un año y medio, es el único parapléjico completo del top ten]. No me parecía una causa suficiente para sacarlo del circuito. En su momento, cuando se empezó a hablar del tema, le dije: ‘Mirá, si necesitás ayuda de mi parte y de mi opinión, yo te banco en esta, no me parece justo que te saquen’. Después no me pidió nada. Nos llevamos bien, normal.
-Se había planteado una lucha en la cima entre Kunieda (38 años) y vos, pero en los últimos tiempos apareció Hewett (24) para imponerse. ¿Cómo lo describirías?
-Está planteado un desafío interesante. Dio un paso para adelante muy grande. Hace tiempo, hablando con mi entrenador, le dije: ‘Si este pibe en algún momento se termina de acomodar mentalmente, va a ser muy complicado ganarle porque tiene todas las condiciones para jugar con mucha intensidad, con un buen equilibrio de ataque y defensa, físicamente está enterísimo’. A mí me motiva y me gusta jugar contra él porque se hacen partidos mentales muy duros. Y él está en un momento donde se siente que no puede perder. Yo estoy ahí, buscándole la vuelta. Esto va y viene. Por ahí en este momento la rueda está por abajo, pero en algún momento la cosa va a girar y cuando empiece a cambiar voy a estar preparado. Estoy trabajando para eso. Vamos a esperar la oportunidad.
-¿En qué etapa estás hoy?
-Así como pasa en el circuito convencional, que muchas cosas son cíclicas hay momentos mejores, peores. Viví una tormenta fuerte, pero ya pasó. Cuando no tenemos los mejores resultados es inevitable ir perdiendo la confianza, pero nunca la determinación ni el hambre ni la búsqueda. Hay que encontrar la perspectiva para ver cómo se encaran los problemas. La encaré de una forma, me choqué con la pared como un campeón; volví a intentar y me volví a chocar. Y después, en la tercera o cuarta búsqueda, apareció un claro, un poquito más, tomando buenas decisiones en equipo y familia... Es importante interpretar la situación, como dice Rafa Nadal. Saber qué herramienta utilizar en cada situación. Y como también dice Rafa: ni cuando ganás sos mega-archi-capo-ídolo, ni cuando perdés sos la escoria más grande del universo. Es cuestión de ser equilibrado en todas las situaciones. Hay que abrazar los momentos jodidos y saber que son parte del camino. La competencia es cruel.
-¿Cómo seguís cuidándote el cuerpo y trabajando en los problemas de columna?
-Haciendo todos los días kinesiología [con Juan Carlos Varela], estando muchas horas en el consultorio, dándole mucha bola. Con Jony [Abadie, uno de sus entrenadores], con Fer, hemos estado haciendo una lectura de mi situación y, por ejemplo, una semana estaba mal del hombro, entonces bajamos un poco la cantidad, pero no la intensidad. Es cuestión de maximizar las cosas. Antes me podía meter en la cancha cuatro horas, pero ahora estoy menos y lo hago con más calidad.
-¿También hacés el trabajo de prevención pensando en el día después de tu carrera?
-No, no lo veo como para decir: “Me cuido porque el día de mañana haré tal cosa”. Será hasta donde sea porque me hace feliz y me encanta lo que hago. Cuando no dé más, me iré. Quiero irme pelado. Si es en dos años, en dos. Si es en siete, en siete. Mi personalidad me pide que lo haga así. A medias no puedo hacer nada. Obvio que no quiero quedar hecho mierda para el día después, por eso estoy con la kinesiología.
-¿Qué tan poderoso creés que es el legado que dejarás para el tenis adaptado de la región?
-Tendré que decírtelo en unos años. Inevitablemente, quedará. A veces no soy tan consciente, pero me pasan cositas que me ubican en la realidad. Soy medio hermético, pero la relación con la gente es extraordinaria. Siento muchísimo respeto en general; la gente me lo demuestra y creo que, en cierta manera, me lo merezco. No le salvé la vida a nadie, pero dentro de lo que hago lo logré con sacrificio, respeto, en un gran nivel y merezco ser valorado por eso. Me gustaría que algunas cosas sean distintas en el tenis, pero no sé si puedo hacer mucho más desde mi lado. No soy político ni dirigente. Soy deportista y trato de llevar el tenis en silla de ruedas y el tenis argentino al máximo nivel. Hubo una evolución y me alegra, pero me gustaría que sea cada vez más popular para que más chicos y chicas lo practiquen.
Triunfo ante el N° 1 y Mundial en Portugal
El fin de semana pasado, pocas horas después de realizar esta entrevista con LA NACION, Gustavo Fernández se coronó en un torneo de exhibición en Múnich (realizado en forma paralela al ATP, que finalmente logró el danés Holger Rune), en el que venció en la final al número 1 del mundo, el británico Alfie Hewett, que había triunfado en los últimos ocho enfrentamientos entre ambos.
Esta semana, el desafío es diferente. Veintidós países, entre ellos la Argentina, compiten en la Copa del Mundo por Equipos de tenis adaptado, en Vilamoura, Portugal. El certamen, organizado por la Federación Internacional de Tenis (ITF), tiene acción en cuatro categorías: masculina, femenina, quad y juniors. Y la Argentina, por primera vez en la historia, presenta equipos en tres de esas categorías (masculina, femenina y junior).
El equipo masculino está integrado por Fernández (3°), Ezequiel Casco (37°) y Guillermo Camusso (203°). Jonathan Abadie es el el capitán (Agustín Ledesma, 35°, está lesionado). El año pasado, en la Copa del Mundo en Cerdeña, el equipo logró un histórico tercer puesto.
El equipo femenino en Portugal: Florencia Moreno (17°) y María Kristal Saadi (97°); Javier Zubiri es el capitán. Y los juniors son Benjamín Viaña Silvetti (14°), Matías D’Agosto Fernández (25°) y Gonzalo Lazarte (30°), con Mariano Mennielli como capitán.
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