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Gustavo Fernández: "Estoy cansado de sentir que mendigo cosas, quiero que me valoren"
A los 23 años llegó a la cima del tenis adaptado; la historia conmovedora de un gladiador que hace todo a pulmón y hasta se compra la ropa para competir; cómo afronta la discriminación
LONDRES.– Gustavo Fernández estaba ansioso pero trataba de disimularlo ante Fernando San Martín, su entrenador. Por los cálculos que habían hecho, el cordobés sabía que el nuevo ranking individual lo posicionaría en lo más alto del tenis adaptado. Pero el lunes al mediodía, por problemas de sistema o falta de interés, la Federación Internacional de Tenis todavía no había actualizado el ranking. Mientras almorzaba junto con San Martín en el restaurante de Wimbledon, el Lobito Fernández, de 23 años, chequeaba permanentemente la página. El británico Gordon Reid no se movía del primer lugar.
–Che, el ranking no se mueve. ¿Qué mierda pasará? A ver si estaban mal los cálculos y quedamos en ridículo ante todo el mundo –comentó Fernández, mientras su preocupación crecía.
–No te preocupés. ¡Pará un poco! Ya va a aparecer –trató de serenarlo San Martín.
Hasta que luego de actualizar decenas de veces la web, el argentino se vio en el número 1, con 3985 puntos, superando a Reid (3838). Y allí se quebró.
“Estaba como loco, porque no se actualizaba. Yo trataba de seguir comiendo. Hasta que lo veo que se calla, mira el teléfono con seriedad y empieza a moquear. Se le caían las lágrimas. Evidentemente había cambiado el ranking”, le confiesa San Martín a la nacion y no puede evitar emocionarse. Y prosigue, como puede, con un hilo de voz: “Lo mejor que tiene Gusti es la naturalidad con la que toma su discapacidad. Nunca piensa que algo es imposible. Además, logra ser el 1 del mundo con la mayor discapacidad que hay en la categoría, porque él es parapléjico completo, es el único top ten así. Hay jugadores amputados debajo de la rodilla, que se paran y caminan. U otros que tienen toda la zona media perfecta y para entrenar es la mitad de fácil”, destaca el entrenador.
“Venía llevando bien las emociones, estaba demasiado tranquilo. Y de golpe, cuando me vi arriba de todo fue como que me tiraran una torre de tierra encima y me quebré. Es fuerte. Es una satisfacción enorme. Fueron muchos años de renegar y renegar, de trabajar y trabajar. Se me cruzó todo por la cabeza, no fue una cosa puntual. Son muchos años de esfuerzo, de sacrificios. Llegar a mi casa y tener a mi novia que me junte con la pala por estar destrozado físicamente, lesionado o lastimado. Fue mucho el esfuerzo el que hicimos con el equipo de trabajo, con mi familia, con el Enard. Hace diez años que estoy viajando solo o con mi entrenador, desde los 13”, cuenta Fernández, nacido en Río Tercero. Con un año y medio, sufrió un infarto medular. Ello no le impidió salir adelante.
–¿Alguna vez soñaste con llegar al número 1?
–Siempre lo soñé. Siempre. No sé si por ese grado de inconciencia que tenés de chico. Cuando quería ser basquetbolista, decía que quería llegar a la NBA de silla de ruedas. Cuando empecé a jugar al tenis, dije que quería ser número 1 del mundo. Cuando era chico todo el mundo se reía, parecía simpático. Pero no, yo lo decía convencido. Cuando uno es chico no sabe todos los sacrificios que hay que hacer para aspirar a algo así. Pero cuando me fui dando cuenta, de todos modos quería ser número 1. Quería llegar a ser el mejor tenista que yo pudiera ser y si eso traía ser número 1, perfecto. Pero no necesitaba ser número 1 para sentir que vale la pena tanto esfuerzo. No me cambia el respeto y el valor que yo siento como deportista. Obvio que siempre es lindo tener un momento de satisfacción, por eso la emoción. Pero ni el apoyo de todas las empresas del mundo, ni todo el reconocimiento de las personas, ni haber logrado estos resultados, me va a cambiar el placer y el disfrute que me generó todo el camino.
–Ser número 1 en singles en el tenis de la Argentina es muy simbólico.
–Sí, pero para mí Guillermo (Vilas) es uno y Gaby (Sabatini) también. No me considero el primer argentino número 1 en singles, para nada.
–Contás con el apoyo del Enard. Pero no de empresas privadas. ¿Por qué no se suman?
–Creo que es un problema filosófico ya, por el tabú que se tiene con el discapacitado. Al ser discapacitado no te respetan como el deportista que sos y no terminar de valorar. Además, al no tener tanta difusión y llegada, para las empresas no deja de ser un negocio y lo ven de esa manera. Siento que si una empresa me apoyara sería como un mimo para tantos años de esfuerzo que se han hecho. Sería una valoración en ese sentido. De todos modos, estoy cansado de sentir que mendigo cosas. Porque últimamente con los sponsors privados que he tenido pareció como si yo estuviera mendigando, y no me quiero sentir así. Yo quiero que ellos me respeten y me valoren como el deportista que soy. Entonces, la decisión que tomamos ahora es de no aceptar más nada hasta que no me respeten como lo que soy, como hizo el Enard, como hizo Yonex (lo provee de raquetas), como hizo Invacare (la silla de ruedas deportiva), que son mis tres sponsors. A mí no me quita el sueño el tema de los auspiciantes, para nada, pero sería un buen reconocimiento. Creo que me lo he ganado.
–Para venir a Wimbledon, donde empezarás a competir desde el jueves, ¿fuiste a comprarte la indumentaria en un local?
–Sí, sí. Por suerte en Europa no es como en la Argentina, donde tener que comprar ropa de buena calidad significa dejar un riñón (sonríe). Entonces fui a un famoso local en Barcelona con 250 euros y compré de todo para este torneo. Ya había ido antes al mismo lugar para Roland Garros.
–¿Cuánto vale la silla con la que competís?
–Estamos hablando de siete mil a diez mil dólares. Es mucha plata. De hecho, las mutuales en la Argentina te las cobran mucho más que eso. La diferencia entre la silla convencional y la de competencia es amplia: las ruedas están inclinadas para tener mejor giro, tiene ruedas atrás, tiene otra aerodinámica, va toda a medida, es deportiva. La primera silla buena la tuve estando cinco del mundo, en 2012. Antes, era un poco un invento la que usaba. Teníamos una silla de carbono que no pesaba nada, la habíamos armado nosotros con mi entrenador, se rompía toda, estaba emparchada. Yo llegué a ser cinco del mundo con una silla de carbono, rota por todos lados, pegada con cinta de embalar.
–La distancia entre el prize money del tenis tradicional y el adaptado es inmensa. ¿Te indigna?
–Sí, ya me parece mucho. Entre los jugadores lo hablamos, porque nos afecta a todos. Estamos en la misma situación. Estamos tratando de lograr beneficios. Lo planteamos a la Federación Internacional de Tenis (ITF), pero no está muy interiorizada del tema, se ve que no le interesa mucho… Estamos viendo la manera de cambiarlo; así es una locura.
–¿Cómo sentís que se trata la discapacidad en la Argentina?
–Hablando en términos generales de discapacidad, en la Argentina tenemos la mente muy chiquita todavía. Y trasladado al deporte no hay diferencias. Vos vas por las calles de Barcelona, de Londres o de Estados Unidos y ves mucha gente en silla de rueda desarrollándose, siendo felices, teniendo su pareja, trabajando. Y eso en la Argentina no pasa tanto. Se cree que porque sos discapacitado no podés hacer nada; antes de encontrar tu propia limitación, ya te las ponen. Si la gente entendiera que un discapacitado puede desarrollar su vida naturalmente, estudiar o trabajar, entendería que un deportista en silla de ruedas es profesional. En la calle se ve falta de respeto, pero muchos argentinos están acostumbrados a no respetar al de al lado. Si no podemos hacer una fila en el banco y no podemos ser medianamente civilizados en el tránsito, ¿ podemos esperar que la gente se acuerde de que hay una rampa y no se puede estacionar?
–¿Te sentiste discriminado en algún momento?
–No, pero es un tema personal. Sí creo que existe la discriminación. Pero en mi caso, el que intentara discriminarme sería problema de él, porque no me va a hacer sentirme menor. Estoy muy tranquilo con mi forma de ser. Yo me pondría mal si la discriminación me la hiciera alguna persona querida. Sí viví situaciones con las que otro se podría sentir discriminado, porque convivís con eso en la vida diaria. Me gusta ser así y me gustaría que los discapacitados adoptaran esa manera, porque se relajarían un poco más. Soy igual que todo el mundo: me levanto, voy al baño, me lavo los dientes, voy a desayunar. En vez de ir a una oficina o irme a estudiar, como hacen mis amigos, me voy a entrenar.
–¿A qué lesiones estás más expuesto? ¿Cuáles han sido las más frecuentes?
–Afortunadamente no tuve muchas lesiones severas. Sí, en un momento tuve que lidiar con una escara. Además, con un problema de espalda, problemas de hombro, pero lo normal. Como se disminuye el uso del cuerpo de la cintura para arriba, lo más común son molestias de codo, hombro y muñeca. Nunca tuve ningún problema grave de eso, pero también es por el trabajo físico que hacemos. Estoy muy preparado para estar a tope. Entonces, me la aguanto. Pero el deporte de alto rendimiento no es saludable. Estoy sacrificando mucho de mi cuerpo para estar donde estoy. Tengo deportólogo, nutricionista, kinesiólogo, una persona con la que trabajo la concentración, preparadores físicos, entrenador y otros que lo reemplazan cuando está ocupado.
–¿Qué es lo mejor que tenés como tenista?
–La terquedad y la valentía. Para estar ahí en la cancha y con silla de ruedas hay que ser valiente y yo lo fui en varios aspectos: tomando la decisión de hacerlo, sacrificándome, para confiar en mi equipo ciegamente, más allá de que a veces te sale el ego y discutís. O cuando estaba practicando el saque y yo decía ‘No puedo, por mi discapacidad’ y ellos me decían ‘Hacelo’. Y lo hice. Y así fue todo. Y mucha perseverancia. Esa imagen mía ganando un punto en Wimbledon después de caerme me resume un poco. Lo hago, me caigo, ya está, sigo adelante, le pego, me levanto y le pego de vuelta. Y eso es así, la vida es así.
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