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Gustavo Fernández en Roland Garros, dos meses después un grave problema de salud: “Se salvó porque es joven y el corazón bombeó, pero estuvo al límite”
El cordobés, uno de los tenistas adaptados más destacados del mundo, hace dos meses sufrió una hemorragia interna a partir de la operación de amígdalas y estuvo cerca de lo peor
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PARÍS (Enviado especial).- La escena puede parecer cotidiana, casi una diligencia, sin luces fulgurantes ni sorpresas. El cordobés Gustavo Fernández, una referencia global del tenis adaptado, comienza su tarea en Roland Garros venciendo con comodidad (6-0 y 6-3, en 57m) al estadounidense Casey Ratzlaff, en el court 7 del Bois de Boulogne. Claro que si se piensa en lo que le ocurrió al tenista hace dos meses…, resulta prácticamente milagroso que esté girando con su silla de ruedas sobre el polvo de ladrillo del segundo Grand Slam del año.
La situación, de sólo imaginarla, eriza la piel, impresiona. Fue el 7 de abril pasado: Soledad Fiandrino, tía de Gusti (hermana de Nancy, la mamá del Lobito), manejando a toda velocidad por la ruta nacional 36 desde Río Tercero a Córdoba capital, con Gustavo en el asiento de atrás vomitando sangre dentro de un balde y Florencia Tagliaferro en el lugar del acompañante dándole la mano a su esposo para que no se desvaneciera y llamando desesperadamente al hospital al que se dirigían. El actual número 3 del ranking venía padeciendo distintas e inesperadas dificultades de salud (pasó Año Nuevo internado en un hospital porteño por un absceso en la laringe), pero aquello superó todo lo imaginado.
“La verdad que es medio surrealista estar jugando al tenis. No planeaba estar tan bien. El único problema es que me sacó la excusa de decir que vengo a ver qué pasa…, ahora vengo más entusiasmado”, se permite sonreír el dos veces ganador del Abierto de Francia, charlando con LA NACION, en los pasillos del Suzanne-Lenglen, el segundo estadio en importancia del torneo.
Y relata lo ocurrido, con crudeza y cronológicamente: “En los últimos seis meses salió todo mal, pero en su peor versión. Me agarré una angina que se convirtió en faringitis, que pasó a faringitis con estreptococo, que fue absceso, una bola de pus en la garganta. Fue a fin de año, estuve tres días internado, no pude hacer la pretemporada. Estuve veinte días tirado en la cama y pasé Año Nuevo internado. Entrené como pude una semana y me fui a Australia. Desde ahí y hasta abril, que me habían programado la operación de amígdalas, ya que el absceso se iba a volver peor, sufrí una infección distinta cada diez días. De garganta, urinaria, lo que sea... Entrenaba una semana, paraba cuatro días y me fui arreglando como podía. En teoría, con la operación se solucionaba. Me operé de las amígdalas y me dijeron que había posibilidad de sangrado. Y pasó, efectivamente, pero como tenía la zona debilitada por el absceso, el músculo estaba deteriorado, cuando se abrió…, se rajó entero”, describe Fernández.
Y prosigue: “Estaba en Río Tercero, durmiendo, pero en la mitad de la noche me levanté, empecé a escupir sangre y a los cinco minutos me paró. Me habían dicho que hiciera gárgaras con hielo cuando me pasara. Hice eso y listo… A las 10 de la mañana me levanté con otro sangrado y fue cada vez peor. Una película de terror. Coágulos, vómitos, todo. Hablé con mi tío (Raúl Colla), que es médico en Córdoba capital y me dijo que fuera con urgencia, porque si se había abierto una arteria me tenían que estudiar y cerrarla rápido. Teníamos una hora hasta Córdoba y no paraba de vomitar sangre. Me pasó a buscar mi tía en el auto, yo estaba al borde del desvanecimiento, perdiendo sangre, perdiendo... Iba con un balde en el auto, lo llenaba de sangre, la tiraba, lo llenaba y la tiraba. En el momento no fuimos conscientes de la gravedad. Cuando llegamos fue horrible, la primera vez que lo vi a mi tío asustado. Llegué y me metieron directo al quirófano. Había perdido muchísima sangre. Me salvé de la transfusión porque estaba al límite de lo que podés perder. Me dejaron cuatro días en el hospital. Después, cuando pasó todo lo peor, una médica le dijo a Flor: ‘Gusti se salvó porque es joven, sano, deportista de alto rendimiento y el corazón bombeó, pero estuvo al límite de lo peor’”.
-En definitiva, ¿qué tuviste?
-Una hemorragia interna a partir de la operación. Me dijeron que se abrió un ramal de la carótida. Fue un susto gigante. Dije que me tomaría todo el tiempo necesario para recuperarme. En tres semanas había recuperado 0,5 de hemoglobina, es decir que casi nada. Entonces, dije: ‘No llego ni loco a Roland Garros’. Cuando cerró la herida a las tres semanas y me empecé a mover y a hacer vida normal, empecé a tomar pastillas de hierro, a buscar la forma de recuperarme y en quince días recuperé tres puntos de hemoglobina.
-Es increíble cómo actúa la cabeza del deportista, porque en medio de la gravedad pensaste en Roland Garros.
-Sí, de hecho, me cuenta el anestesiólogo que apenas me levanté le digo: ‘¿Cuándo voy a volver a entrenar?’. No me acuerdo, pero es el instinto (sonríe). Perdí ocho kilos y más de dos litros de sangre. Cuando me dieron bien los estudios, que me dejaron volver a entrenar, fue a principios de mayo. Empecé muy leve, viendo cómo respondía. El temor fue durante las tres semanas posteriores a la operación. Ahí estuve con ataque de pánico, miedo, una vez fuimos al hospital porque escupí un poquito de sangre y me agarró pánico. Los doctores me atendieron espectacular en el hospital Privado de Córdoba capital; tengo palabras de agradecimiento enormes. En el Instituto Arauz de Buenos Aires también me atendieron muy bien. Cuando volví a entrenar respondí bien. Entonces, dije: ‘Bueno, si no hay riesgo, todo lo que venga es para sumar’. Vine con esta perspectiva a Europa. Y todo fue para mejor. Sabía que físicamente iba a estar con limitaciones, pero si mentalmente estaba sin miedo, en el tenis me acomodo muy rápido. Apostamos a ganador y a bancármela si algo salía mal. Fui a Barcelona, perdí la final con Martín (De la Puente). Y la semana pasada acá en Francia (Royan) gané el título. Sé que no estoy hecho un toro, como en otros momentos, pero mentalmente estoy en sintonía y voy a competir. Es todo para ganar. No lo digo para sacarme presión, sino sabiendo de dónde vengo.
-¿Qué sentiste volviendo a jugar?
-Los médicos te dan una perspectiva, pero después cuando entrás en la cancha querés ganar, no se te viene a la cabeza la salud. Sí por momentos sentí: ‘Qué lindo estar acá, qué bueno poder hacer lo que me gusta’. Pero vuelvo a pensar en lo que me pasó y es todo positivo. En ese momento no sabíamos la gravedad. En cuanto llegué al hospital, mi tío me vio y me metieron directo en el quirófano. Les costó estabilizarme. El pulsómetro no les daba. La luché un montón para no desvanecerme. Me acuerdo de todo, aunque tengo un momento en el que sentía que se me apagaba el tele, ya estando en el hospital. Esa sensación no me la voy a olvidar jamás. Por dentro pensaba: ‘Luchala para quedarte despierto’. Lo veía a mi tío asustado, a las chicas de Urgencia que tampoco le encontraban la vuelta, yo seguía vomitando sangre… Aguanté, me estabilizaron. Nunca pensé vivir una experiencia así a mi edad (29 años), en la que me siento un toro. Tuve suerte y va a terminar siendo todo positivo, porque hay que encontrarle ese matiz a las cosas. Así lo hice siempre con mi familia, desde chico.
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