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Guillermo Vilas: obsesión, siete vidas en una y el cuento de la mariposa
La curiosidad de “Willy” por aprender fue la herramienta que moldeó su mente; no dejó ninguna puerta sin abrir: se transformó en un coleccionista de libros, vinilos, películas y guitarras
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La obsesión de Frederick, un coleccionista de mariposas, por una chica llamada Miranda, lo lleva a secuestrarla y ocultarla en el sótano de su casa con el deseo de poseerla, no como un objeto sexual sino como una hermosa mariposa, con el fin de que ella lo ame de la misma manera que él lo hace. Esa es la trama de la novela El coleccionista, de John Fowles.
La obsesión es el estado de una persona que tiene una idea fija, tenaz, un deseo permanente, y ello muchas veces puede traer ansiedad, desesperación o producir un estrés psicológico importante. Sin embargo, la obsesión de Guillermo Vilas por el tenis es una historia de amor con un final feliz.
Willy era un niño inquieto, inteligente, metódico, estudioso. A principios de los años 60 el futuro asomaba con esperanza, no había plata en el mundo del tenis, no era necesario tener sponsor para mejorar y seguir practicando con pasión el deporte que amaba. Su amor por el tenis se transformó en una obsesión, corría cuando nadie corría en Palermo, jugaba horas y horas contra la pared, el viento de Mar del Plata era su aliado y su curiosidad por aprender fue la herramienta que moldeó su mente y su voluntad.
En 1968 le ganó el Orange Bowl a Jimmy Connors en la categoría de 16 años. Nadie imaginó que aquella final iba a ser un anticipo de la del US Open en 1977, cuando se consagró campeón. Ese año, Vilas obtuvo lo que ningún argentino había logrado ni hubo de lograr: ser campeón de Roland Garros y el Abierto de los Estados Unidos. Tenía 25 años y el tenis mundial se rindió a tus pies.
En 1974, antes de ganar el Torneo de Maestros en Australia, conocí al verdadero Willy al convivir con él en el mismo cuarto de un hotel en Tokio mientras jugábamos uno de los torneos de World Championship Tennis. La faceta de su persona que más me impresionó no fue su tenis, ese revés impecable de top spin o ese passing shot alucinante, ni tampoco la paciencia que tenía para estar horas pasando pelotas y moviendo al contrario por toda la cancha para ganar un partido. Lo que más me deslumbró fue la curiosidad, la extrema atención a todos los detalles, el interés por aprender, la tenacidad y, sobre todas las cosas, la obsesión por alcanzar los objetivos que se proponía. En otras palabras, era un jugador inquieto, diferente, un apasionado, no solo del tenis, sino de la literatura, la música, el cine…
Esa mente tenaz fue moldeando su personalidad y lo llevó a lograr muchos de los objetivos que se propuso como jugador. Su imagen de joven tenista, una especie de hippie con pelo largo, sostenido por una vincha, que escribía poesía, canciones y que tenía numerosas inquietudes, recorrió el mundo. El éxito, la fama y el dinero sucumbieron ante su presencia, y una vez que terminó su encierro voluntario con Ion Tiriac (con quien logró los mejores resultados de su carrera), no dejó nada librado al azar para vivir una vida plena, llena de inquietudes. Se transformó en un amante de la vida y logró vivir siete vidas en una. En París, lugar donde residía en un apartamento de la avenida Foch, se despertaba tarde, se entrenaba varias horas como un rito que llevaba tatuado en su cuerpo, luego iba al cine, a cenar a un buen restaurante, y, antes de dormir, recorría dos o tres boliches, como el Buddha Bar. Luego regresaba a su casa, a altas horas de la madrugada. Conoció a muchos personajes: Keith Richards le regaló una guitarra, Carolina de Mónaco fue su pareja y el Flaco Spinetta le escribió el prólogo en uno de sus libros de poesía...
La rutina se repetía en Nueva York, donde el luthier argentino Rudy Pensa le hizo una guitarra del tamaño de una raqueta y le presentó a Mark Knopfler. Y al igual que Frederik, Vilas se transformó en un coleccionista de libros, vinilos, películas, guitarras… No dejó ninguna puerta sin abrir y con la misma obsesión de siempre escribió poesía, se dedicó al rock, a la música techno, formó diferentes bandas e incluso lo oí cantar en algún que otro escenario.
Un día le contó a un amigo que quería casarse porque en su lecho de muerte, su tía Rola, hermana de su padre, se lo había pedido. En un viaje a Tailandia conoció a Phiangphathu Khumueang. Ella, una hermosa mujer treinta años menor, le dio tres niñas y un varón, formando una familia numerosa. Phiangphathu lo hizo feliz y ahora, cuando por decisión propia se recluyó en Montecarlo, ella sigue a su lado como la fiel compañera que eligió por vida.
En este momento me viene a la memoria una de las charlas que tuvimos sobre filosofía zen. Aquel día me contó un cuento de Chuang Tse que me quedó grabado a través de los años.
‘Soñé que era una mariposa, revoloteando de aquí para allá, a todos los efectos una mariposa. Solo era consciente de mi felicidad como una mariposa, sin saber que era Chuang Tse. Pronto desperté, y allí estaba yo mismo de nuevo. Ahora no sé si yo era entonces un hombre soñando que era una mariposa, o si ahora soy una mariposa, soñando que soy un hombre’.
(*) El autor fue tenista, jugó torneos de dobles en pareja con Vilas y fue capitán del equipo argentino de Copa Davis en dos períodos. Además, escribió novelas y varios libros de poesía.
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