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Guillermo Pérez Roldán y su paso por el tenis: la final de Roma con Lendl, el rol de Vilas y lo que piensa de Del Potro y Nalbandian
Desde que a los 4 años empuñó por primera vez una raqueta, una Dunlop Maxply, en Independiente de Tandil, Guillermo Pérez Roldán se enamoró del tenis. "Me gusta jugarlo y enseñarlo. El deporte individual es más verdadero", le dice a LA NACION quien fuera el primer junior argentino campeón de un Grand Slam en singles varones (en el Abierto de Francia 1986). Apasionado, suele recurrir a ejemplos concretos para afianzar sus pensamientos. Experimentó un sinfín de situaciones en los courts y ostenta un gran conocimiento sobre tenis. Anécdotas, alegrías, enojos y vivencias de Pérez Roldán, en primera persona:
El vínculo con el Kid de Las Vegas. "El primer partido que jugamos con Agassi fue Roland Garros, en cuartos de final de 1988, me ganó y al saludarme me dice: ‘No quiero volver a jugar contra vos’. Me respetaba mucho y que lo hiciera un gran campeón como él era muy reconfortante. Después supe que me nombró en su biografía [N. de la R.: en Open, cuando Agassi se refiere a ese Roland Garros al que llegó a las semifinales, dice que logró batir "al gran maestro de tierra batida Guillermo Pérez Roldán"]. Él se dejaba ver poco y hablaba con muy pocas personas, pero conmigo hablaba, intercambiábamos algunas ideas, porque creo que en esa época había más respeto".
Emociones y el llanto de Sampras. "El tenis es exigente, la gente puede hablar de afuera pero no sabés si el jugador durmió bien, si está mal de la panza, si se peleó con alguien, si tiene mal a un familiar. Es un deporte muy emocional. Hay jugadores superlativos que pueden esconder esos sentimientos y jugar bien igual, el caso de Pete Sampras, que tenía muy mal el coach y gana llorando contra Courier en Australia [N. de la R.: en los cuartos de final de 1995; Sampras estaba afectado por el grave estado de salud de Tom Gullikson]. Pero a veces es difícil superar la barrera emocional, porque necesitás una concentración importante y más en un juego donde cada pelota es muy importante".
Un partido con Medvedev en Roland Garros
Marian Vajda, título y cómo llegó a Djokovic. "En la final de Munich 1987, mi primer título ATP, jugué contra Marian, que jugaba muy cerquita de la línea y bastante rápido, entonces yo le jugaba profundo, fuerte, intentando no perder la cancha. He jugado dobles con Marian, era un muy buen muchacho, trabajador. Con los años, yo estaba trabajando como entrenador de Francesca Schiavone y me lo encuentro a Vajda en Roland Garros, en la entrada de los vestuarios. Tuvimos una conversación del pasado y le pregunté con qué jugador estaba. ‘Con nadie, estoy buscando’, me dijo. Y, bueno, salió con Djokovic (sonríe). Y Djokovic no era este Djokovic [N. de la R.: fue en 2006, Nole era 63° del mundo]. Con el profesional bueno tiene que haber una conexión, compartir conceptos y convencimiento. Muchas veces los entrenadores muy buenos no tienen resultados con jugadores de primera línea. Por ejemplo, Ion Tiriac entrenó a Agassi y no anduvieron bien, y Nick Bollettieri entrenó a Boris Becker y fracasaron. Pero al revés, los dos estuvieron número 1".
Su poderoso drive. "Mi derecha era bastante trabajada y desde ahí no tenía ningún temor, la decisión era 100%, y por más que errara no me arrepentía. Cuando ganaba la cancha y tenía una pelota de definición, pensaba en apurarme para ganarle el tiempo al otro, dar los pasos, avanzar y golpear".
Su salud actual. "Tengo cuatro clavos y una barra estabilizadora en la espalda, con una segunda operación de más de seis horas. Y eso que jugué en tierra, si hubiese jugado en cemento hoy estaría en silla de ruedas".
Perfil bajo y sin trofeos. "Cuando mi hija más chica tenía nueve años (hoy tiene 14), la llevé a Roma, fuimos a ver el torneo, me metí en la cancha de entrenamiento con Nadal, lo vi a Federer, algunos me pedían fotos y ella no sabía que yo había jugado la final de ahí. Hasta que no me lo pidió, no me puse a ver un video mío del pasado con ella. No conservo ni un trofeo en casa. ¿Por qué? El pasado te trae recuerdos lindos, más o menos y desagradables. Además, trato de no hacer alarde, siempre tengo un perfil bajo. Casi no doy notas. Yo hago que no me encuentren".
Filosofía ganadora. "Yo quería ganar. Todo lo que había hecho hasta ese día ya era pasado y lo que me quedaba era trabajar para superar el escollo del día. Si se llamaba McEnroe, Wilander o el 400 del mundo, daba exactamente lo mismo, tenía que superar el obstáculo. Ese era mi concepto".
La seguridad de su generación. "Nuestra camada no era relajada. Tengo una anécdota de Luli Mancini, que tenía que jugar contra Carl-Uwe Steeb en Montecarlo [N. de la R.: en los cuartos de final de 1989] y la gente quizá no lo sepa, yo siempre me llevé muy bien en la época de jugador con Mancini, nunca ni un sí ni un no. Y él se estaba vendando la muñeca y le digo: ‘¿Cómo estás hoy, Luli?’. ‘Tengo un dolor en la muñeca que no me deja levantar la raqueta. Voy a entrar a ver qué pasa’, me respondió. Y ganó Montecarlo y Roma seguido. Obviamente que le dolía. Yo lo vi, no me lo contaron. Pero antes, la automatización y la perfección de la técnica era muy importante y te ayudaba".
La final de Roma 1988, contra Lendl y con apenas 18 años. "Llegué a la final y no dije: ‘Uy, juego contra Lendl, pierdo’. A mí Lendl no me importaba, era el número uno del mundo, pero yo estaba ahí para luchar por el título, lo que había hecho el día anterior no me importaba. Después, como se llamara el rival y si era un gran campeón, no me interesaba, trataba de enfocarme. Perdí [2-6, 6-4, 6-2, 4-6 y 6-4] porque tomé una mala decisión en un momento clave: fue una volea de revés que decidió el partido, pero no me arrepiento de haber atacado en ese momento, porque era lo que sentí. Él esperó que yo lo respetara e hiciera un buen espectáculo, que me pusiera de rodillas. Y yo salí a jugar igual que siempre".
Formar una familia. "Yo me casé muy joven, tengo dos hijas del primer matrimonio, ahora tuve un varón. Y a los casi 51 años estoy luchando por mi mayor ideal, que es formar una familia. ¿De qué me sirve tener 50 trofeos colgados de mi pasado en vez de tener un lindo cuadro o un buen libro? Mi hija mayor, Agustina, que es psicóloga deportiva, jugaba bien al tenis y me dijo: ‘Quiero que me entrenes vos’. Y yo le dije: ‘No, yo quiero ser tu papá’. Y no agarró nunca más una raqueta. Mis dos hijas viven en Italia y yo me reparto entre mi trabajo en Italia, las veo a ellas y estoy acá en Chile".
Miedos en el tenis. "Existen dos miedos: uno a perder y otro a ganar. Los que tienen miedo a perder son los grandes campeones; es el único miedo que tienen, porque si te tienen que ganar, lo hacen. Y todos los demás tenemos miedo a ganar y perder. Ellos tienen una presión terrible en las primeras vueltas porque si pierden se les van mil puntos. Por eso están siempre tan concentrados".
Rocky, su apodo. "No tengo ni idea quién me lo puso. En un momento me dijeron Martillo, después quedó Rocky, pero a mí con Guillo me alcanza. Uno estaba expuesto como cualquier jugador o conocido, lo viví y me la tuve que bancar, si no me tenía que ir a jugar los fines de semana al club. Tuve que aceptar las críticas, los halagos y tener la autocrítica necesaria para que eso no me afectara más o menos".
Evolución de la pelota y la raqueta. "En la época que yo jugaba las pelotas eran más lentas, las raquetas despedían menos. El instrumento era muy inferior a lo que hoy existe. Mi raqueta pesaba 412 gramos. Tenía que salir fuerte la pelota, entonces le ponía peso, pero había que moverla, ¿eh? Antes la raqueta tenía un punto de impacto y dos centímetros de diámetro para que la pelota saliera correctamente, pero hoy tenés ocho".
Vilas, el trabajador incansable. "Lo vi por primera vez en el 77: fue a Tandil con Tiriac a hacer una clínica de tenis a Independiente. Duggan Martignoni, que era el presidente del club, hizo un estadio cerrado y para la inauguración vinieron ellos. Vilas representaba el respeto, la condición de la responsabilidad, de tomarse este deporte como una pasión, que las cosas se ganan por mérito propio. Un trabajador incansable. Te daba algunos consejos. Generó una imagen de envolverte en sus gotas de sudor. Esa garra sin tener que hacer tantos gestos elocuentes de que está luchando. Es un ejemplo del deporte en general. A los 14 años yo estaba con Franco [Davin} en el Buenos Aires Lawn Tennis y le hacíamos de sparring: nos poníamos los dos en la cancha, íbamos aprendiendo conceptos de cómo trabajaba. Era perfeccionista. Una vez estaba entrenando un golpe cruzado y dijo: ‘No lo voy a poner en práctica en el próximo partido porque no van cien de cien donde yo quiero, entonces lo voy a seguir practicando’. Tal vez un poco exagerado, pero la idea es buena, la realidad no era exagerada para su cabeza porque caso contrario no hubiera podido hacer lo que hizo. Él y Borg cambiaron el tenis".
Ganarle a Vilas, un recuerdo ingrato. "Jugamos dos veces, en 1987 [en Barcelona] y en un challenger de Bucarest en 1992 [N. de la R.: Pérez Roldán triunfó en ambos]. Yo no voy a decir que le gané a Vilas. Fueron partidos que yo no quería ganar. El trabajo mío era ganar y lo logré, pero el hecho de ganar frente a él, al contrario de sentir algún tipo de satisfacción, me hizo sentir como el culo. Me tuve que abstraer al ambiente, pensar que yo estaba haciendo mi trabajo y él el suyo, pero no sentí ningún tipo de satisfacción. Uno de mis recuerdos malos fue ganarle a Vilas, por el sentimiento. No me suma nada, seguía siendo mi ídolo y queda como una anécdota".
Del Potro. "Lo veo jugar y es superlativo. Pero las lesiones estuvieron siempre al orden del día. Hay que tener en cuenta que mide 1,98, es muy grandote, son físicos difíciles de mantener y más que él es un jugador de fondo de cancha. La lesión siempre es la peor derrota. Tenemos mucha diferencia de edad y lo conozco muy poco, casi no tuve vínculo".
Nalbandian. "Cuando él jugaba bien no había Federer, no había Nadal ni Djokovic. Cuando jugaba bien y completaba las jugadas en las semanas que quería, sobre todo al mejor de tres sets, era un jugador que te desarmaba por todos lados. Tenía claridad mental para jugar y tomar las decisiones correctas".
Federer, en su casa. "Yo vivía y trabajaba en Cerdeña, teníamos un amigo en común con Federer que le aconsejó ir a descansar después de Wimbledon 2004, que lo ganó. Era un lugar donde iba a poder estar tranquilo. Yo no le dije a nadie, lo fui a buscar al aeropuerto y después de estar una semana ahí, con su mujer, me agarra y me dice: ‘Bueno, te agradezco todo lo que hiciste, ahora quiero ir al club y jugar con todos los chicos de ahí’. Le digo: ‘Pero no necesitás hacer eso, si viniste a descansar’. ‘No, pero es que yo quiero hacerlo’. Había unos 95 chicos en Geovillage, el club donde yo trabajaba, peloteó con todos".
Infantino, amigo y referencia. "Eduardo es un amigo, un tipo muy capaz, que estuvo muchos años dirigiendo el tenis italiano. Debe ser de los argentinos en vigencia, el coach con más horas dentro de una cancha y más tiempo viajando, siempre está en la vanguardia. El sistema del tenis italiano es de los más fuertes del mundo y él es uno de los responsables. Lo conozco desde que tengo cuatro años. Fue ayudante de mi padre".
Cómo llegó a Chile y el desarrollo de Garín. "Fue muy casual. Estaba en Italia, pero en ese momento uno de mis alumnos eran Nicolás Massú, también estaba con Puerta, hacía poquito que había terminado con Calleri, con Vassallo. Y Nico me pidió hacer una pretemporada en Chile, fuimos y me quedé. Estoy muy agradecido a Chile, me permitió trabajar muy bien y yo di el máximo. Estuve involucrado en la formación de Christian Garín unos años. Es un extraordinario jugador. Me alegra mucho verlo donde está hoy".
Tandil, en la mente. "Es un lugar que adoro. Por supuesto que extraño, pero la vida se va haciendo. Todo lo que uno quiere no está, a veces hay que elegir, la elección más frecuente es la excusa y la justificación de por qué no se hacen las cosas. Si uno quiere progresar hay que cruzar las fronteras, más en un deporte internacional. Hay que ir mejorando, tomando elecciones y tienen sus consecuencias".
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