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Guillermo Coria vs. Rafael Nadal, en Roma. A 15 años del partidazo en el que surgió un nuevo rey del polvo de ladrillo
El tenis, como la vida, tiene situaciones que lo cambian todo. Momentos que pueden modificar una carrera, encuentros que se convierten en un eje, una referencia insoslayable. De eso se trató la final del Masters 1000 de Roma 2005, con Guillermo Coria y Rafael Nadal como protagonistas. Un cotejo que se jugó el 8 de mayo de 2005, y que definía un título importante, en uno de los torneos más tradicionales del circuito, en la Ciudad Eterna, entre el argentino y el español, pero que iba a cobrar una trascendencia singular.
La historia merece un poco de contexto. Coria ocupaba el puesto 11° del ranking y era quizás el mejor jugador del momento sobre polvo de ladrillo, más allá de la final perdida once meses atrás, en Roland Garros, ante Gastón Gaudio; al mismo tiempo, intentaba volver al Top 10 después de someterse a una artroscopia en el hombro derecho, a fines de 2004. Nadal, que apenas tenía 18 años, empezaba a recorrer su paso hacia la leyenda con velocidad ascendente; en febrero de ese año había pasado por Buenos Aires, con una recordada caída en cuartos de final ante Gaudio, y algunos días antes de llegar a Roma había perdido en Valencia ante el ruso Igor Andreev. Esa derrota sería su último tropiezo en mucho tiempo: en el torneo siguiente arrancó el histórico récord de 81 triunfos seguidos en canchas lentas, que se extendió hasta Hamburgo 2007 (caída ante Federer).
La final en el Foro Itálico era el tercer cruce entre ambos, siempre sobre la tierra batida, tal como se conoce al polvo de ladrillo en España. Coria había ganado el primero, en los octavos de final de Montecarlo 2003, cuando su rival era un chavalito de 16 años, casi un alevín en el circuito mayor; el segundo cruce era bastante fresco: otra vez en el Principado, pero ahora en 2005 y en la final, con victoria de Nadal en cuatro sets. Por aquel entonces, vale recordarlo, buena parte de las finales de Masters 1000 se disputaban al mejor de cinco parciales.
"Entre el primer partido y el segundo, Rafa había mejorado muchísimo. Creo que él estaba ya en un nivel muy alto cuando jugamos la final, físicamente a full, con mucha energía y hambre de gloria. No había por dónde hacerle daño. Quizás en 2003 su revés era un punto por donde atacarlo, pero en 2005 no tenía puntos débiles". Quince años después, Coria toma la palabra en una conversación con LA NACION sobre aquel encuentro.
El Mago tenía 23 años y ya estaba acostumbrado a jugar partidos de alto voltaje: además de aquella final del abierto francés, había conquistado Hamburgo 2003 (con los cuatro semifinalistas argentinos), Montecarlo 2004 y el tradicional torneo de Basilea, y había caído en las definiciones de Montecarlo 2003, Miami y Hamburgo 2004. Si bien podía lucirse en canchas rápidas, claramente en el polvo de ladrillo era donde se apreciaba lo mejor de su producción.
En la ruta hacia la final, Coria eliminó sucesivamente a Fernando González, Nicolas Kiefer, Davide Sanguinetti, Fernando Verdasco y Andre Agassi; al de Las Vegas lo superó por 7-5 y 7-6 (7-0) con una producción sólida que invitaba a soñar. Del otro lado, Nadal eliminó sucesivamente a Mikhail Youzhny, Victor Hanescu, Guillermo Cañas, Radek Stepanek y David Ferrer. "Se veía venir que por un buen tiempo Nadal sería el encargado de ganarlo todo en clay, como antes habían dominado Guga (Kuerten), (Juan Carlos) Ferrero… Pero te soy sincero: nunca pensé que duraría tantos años ahí arriba", analiza Coria, y remarca el "tantos", consciente de la increíble vigencia que extendió el zurdo de Manacor a través de los almanaques.
Roma disfrutó una finalísima vibrante, un pulso electrizante, cambiante y de alto vuelo, entre un Coria que desplegaba todos sus trucos como en sus mejores tiempos, y un Nadal incandescente, un derroche de energía juvenil que jugaba cada punto como si no hubiera un mañana. Como lo hizo siempre, algo que se apreciaría con frecuencia luego, pero ya entonces llamaba la atención su intensidad y su espíritu batallador en cada pelota, su increíble capacidad para extender las fronteras del no doy nada por perdido. El Foro Itálico mutó en el Coliseo romano, con dos gladiadores dispuestos a todo, con 10.000 espectadores incrédulos; hasta una leyenda como John McEnroe no paraba de aplaudir en su silla al pie de la cancha, al lado de los fotógrafos.
Así pasaron las horas; la tarde le abrió la puerta a la noche. Con dos sets por lado, Coria dio un paso al frente en el quinto y último parcial: quiebre y 3-0. Más aún: se adelantó 30-0 en el cuarto game. Nadal parecía agotado, pero no se rendía. "Él miró a su banco y dijo: no doy más. Iban más de cuatro horas de juego. ‘Ya lo tengo’, me dije cuando estaba 3-0. Cuando el árbitro dijo ‘tiempo’, Rafa pegó una corrida y un salto tremendo para volver. Increíble", cuenta el Mago. Nadal empezaba a realizar una de esas proezas que el mundo de las raquetas vería luego una y mil veces. Recuperó el quiebre y forzó el desempate. Allí, el español pasó al frente; tuvo uno, dos, tres match-points… en el cuarto, Coria jugó un revés paralelo que Rafa trajo como pudo; el argentino voleó dos veces sin poder cerrar el punto, y su tercera volea se fue larga, detrás de la línea de fondo, mientras Nadal se dejaba caer sobre el piso, ese festejo que repetiría luego en decenas de finales. Victoria del español por 6-4, 3-6, 6-3, 4-6 y 7-6 (8-6), en 5 horas y 14 minutos que convirtieron a ese partido en el más extenso de la historia del Abierto de Italia. Parejo hasta el final: se jugaron 378 puntos y Rafa sacó ventaja mínima: 190 a 188. Los dos puntos del tie-break.
"La partida de Roma contra Coria fue bastante especial, está entre las que más recuerdo, junto con la final de la Copa Davis 2004, la final de Wimbledon 2008, Australia 2009 y Roland Garros 2010", consideró Nadal tiempo atrás. Lars Graff, el umpire alemán que dirigió aquella final, le contó a LA NACION cuando vino a Buenos Aires: "Después de la final de Wimbledon 2009, la que Federer le ganó a Roddick, el de Coria y Nadal fue partido el más largo que me tocó dirigir, pero lo recuerdo como un gran partido". El de Venado Tuerto señala: "Tengo un gran recuerdo, siento que fue uno de los mejores partidos de mi carrera, junto con la victoria sobre Agassi en Roland Garros. Di el máximo de mi nivel y mi físico durante más de cinco horas".
Semanas después, Coria se despedía de París con una caída en los octavos contra Nikolay Davydenko, y Nadal conquistaba su primer Roland Garros al vencer en la final a otro argentino, Mariano Puerta. Volvieron a chocar dos veces más, en la final de Pekín 2005 y los cuartos de final de Montecarlo 2006, nuevamente con triunfos de un Rafa ya imparable. Coria obtuvo su último título en Umag 2005 y luego comenzó la curva del declive; hace once años, el 28 de abril de 2009, anunció su retiro, con apenas 27 años: "Ya no tenía ganas de competir".
En el ranking de esa semana, Rafael Nadal era el número 1 del mundo, posición que había alcanzado después de perseguir con tenacidad y paciencia a Federer durante tres temporadas. Con casi 34 años -los cumplirá el 3 de junio próximo- es actualmente el 2 del ranking, ganó Roma ocho veces más y es el jugador que más Masters 1000 conquistó en la historia (35); es el máximo campeón en polvo de ladrillo con 59 títulos y una eficacia cercana al 92 por ciento en canchas lentas (436 triunfos y 39 derrotas).
Hoy, Coria sólo tiene palabras de admiración para su adversario de aquella final. "Lo hacía distinto su mirada asesina -en el buen sentido-, el ser competitivo en cada entrenamiento y estar en cada partido siempre a full, dando el máximo. Fuera de la cancha se lo veía siempre concentrado y muy profesional desde muy chiquitito. Pasaron muchos años y sigue con la misma ambición y hambre de gloria. Rafa es un fenómeno con todas las letras".
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