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Garbiñe Muguruza: la jugadora que sufría en el césped y que lo convirtió en su gloria mayor
Muguruza venció 7-5 y 6-0 en la final a Venus Williams; se consagró en una superficie de la que se quejaba y a la que aprendió a adaptarse
LONDRES.– Garbiñe Muguruza nació en Guatire, una localidad del estado venezolano de Miranda, el 8 de octubre de 1993. Su padre, el vasco José Antonio Muguruza, tenía una fábrica de tuberías de cobre, tornillos y otras piezas de metal en la bulliciosa Caracas. Su madre, Scarlet Blanco, había nacido en el país caribeño. Cuando era niña, Garbiñe se pasaba muchas horas en las canchas de tenis del club Mansión Mampote. Tenía facilidad para dominar la raqueta y golpeaba muy fuerte.
“Tenía un temperamento espectacular, era muy activa y aprendía todo con mucha rapidez”, recordó hace un tiempo René Fajardo, su primer maestro. “Tenía demasiada personalidad. No dejaba que su padre entrara en la cancha a darle instrucciones. Un día le dijo que él no sabía de tenis, que se callara porque era yo el que debía enseñarle cómo ejecutar los golpes”, añade, melancólico, Fajardo.
Cuando tenía seis años, Garbiñe se trasladó a Barcelona y se formó en la academia de Sergi Bruguera hasta los 16 años. Se vinculó con Alejo Mancisidor (120° de ATP en 1995) como coach. Su evolución, prácticamente no se detuvo. Pero jugó sobre césped por primera vez a los 18 años, cuando participó de la clasificación de Wimbledon (no la superó, claro). No le gustaba competir sobre esa superficie. Al principio, maldecía en cada partido, se sentía incómoda. Hoy, algunos años después, su nombre está inscripto en la famosa pizarra de los campeones. Muguruza, a los 23 años, conquistó Wimbledon al vencer en la final a una leyenda como la estadounidense Venus Williams por 7-5 y 6-0, en una hora y 17 minutos.
“Al principio no me gustaba jugar en césped. Sufría jugando y tratando de lidiar en esa superficie. Me llevó un tiempo calmarme y decirme, ‘Mira, hay que adaptarse’. Cuando llegué a la final de Wimbledon (en 2015; perdió con Serena Williams), todo cambió, porque me di cuenta de que debía dejar de quejarme, de que mi juego era bueno para esta superficie”, reconoce Muguruza, que reúne la demanda del tenis moderno, donde se impone el músculo y el temperamento antes que la técnica. Muguruza ya puede ufanarse de haber unido su figura a las de Manolo Santana, Rafael Nadal y Conchita Martínez como campeona española de Wimbledon. Con Conchita, puntualmente, la historia fue muy simbólica en esta edición del torneo. El francés Sam Sumyk es el entrenador de la jugadora de 1,82 metro y piernas interminables, pero por motivos personales –según la versión oficial de su hermético entorno– estuvo ausente en Londres. Así fue como Martínez asumió ese rol y terminó sucediendo lo mejor.
“Creo que esta locura estaba escrita en el destino. Yo creo en estas cosas”, lanzó, eufórica, Martínez, cuyo triunfo en el All England en 1994 tuvo muchas similitudes con la definición de ayer. Muguruza tiene 23 años y Venus, con 37, se encuentra en el ocaso de su carrera. Conchita tenía 22 años cuando conquistó Wimbledon ante Martina Navratilova, por entonces de 37 años y también en el final de su vida deportiva. “Ganar Wimbledon te cambia la vida, es el torneo más importante, el más prestigioso. Te coloca en un lugar privilegiado y con muchas posibilidades de lograr muchas cosas más”, aportó la ex número 2 de la WTA, que no descartó seguir trabajando con Muguruza, aunque en todo momento, durante las dos semanas del torneo británico, se preocupó por aclarar que su función era temporal.
Muguruza, que en octubre de 2014 decidió competir representando a España (mantenía la doble nacionalidad), es la primera tenista en vencer a las dos hermanas Williams en finales de Grand Slam. Porque además de hacerlo con Venus en Wimbledon, ya lo había hecho con Serena en Roland Garros 2016. Lo curioso es que el palmarés de Garbiñe es de apenas cuatro títulos y dos son de Grand Slam. “Es muy difícil hallar una receta para sentirte bien física, tenística y mentalmente en un torneo. Creo que en estos torneos grandes logró hacer encajar todo. No sé explicarlo”, se ríe, con simpatía. Probablemente porque está hecha para los grandes desafíos, para los momentos donde la tensión crece. Por ejemplo, en la final, Williams parecía tomar el control en el primer set, con ventaja de 5-4, mientras su rival sacaba abajo 15-40, pero en el primer punto de set y tras un intercambio de 20 golpes, la morena envió la derecha a la red. En el segundo punto para set, Williams lanzó una devolución larga. Muguruza crispó el puño, celebró en ese game y también en los ocho siguientes, para llevarse el trofeo que Venus ha ganado cinco veces.
La checa Karolina Pliskova aparecerá este lunes como la nueva número 1 del ranking. Muguruza, la fanática –casi adicta– del chocolate que debió cambiar su alimentación para mejorar como deportista de elite, saltará del 15° al 5°. Y todo hace sospechar que habrá una gran batalla entre ellas desde aquí y hasta el final de la temporada, sobre todo ante la ausencia de Serena Williams, embarazada. De todos modos, Muguruza no quiere seguir sumándose presiones. “El número 1 sería increíble, pero prefiero seguir ganando Grand Slams”, dijo, sonriente, la chica que creció viendo por TV a las Williams y hoy se da el gusto de vencerlas.
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