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“El Mosquito” Ferrero, de N° 1 a dirigir a un N° 1: no quería ser coach, por qué aceptó dirigir a Carlos Alcaraz y lo que le dijo Rafael Nadal sobre Roland Garros
El español, líder del ranking en 2003, conduce al nuevo crack del tenis y revela algunos secretos
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Durante ocho semanas de su vida, todo cambió drásticamente. Ser número 1 del tenis mundial no es algo para cualquiera. De hecho, apenas 28 jugadores consiguieron tal distinción, el último de ellos, el español Carlos Alcaraz. Pero en aquel 2003, el que lo logró fue Juan Carlos Ferrero, curiosamente coach del “Joven Maravilla”. Tenía 23, es decir, cuatro más que su pupilo hoy, pero le provocó un terrible impacto. “Iba a los entrenamientos y de pronto me salían golpes increíbles. Entonces, pensaba: ‘Joder, cómo no le voy a pegar así si soy el mejor del mundo’”, admite Ferrero en una extensa entrevista con el diario El Mundo, de su país.
También de repente, como en aquel 2003, el oriundo de Onteniente, una ciudad de 35.000 habitantes ubicada al sur de Valencia, siente que todo cambia a su alrededor. Lo admite. “La verdad es que había olvidado lo que era ésto. Después de estar cinco o seis años en la sombra, muy feliz, ahora vuelvo a estar en boca de todos y noto otra vez que todo el mundo me señala y me mira. No es agradable, pero todo lo que estamos viviendo lo compensa”.
Muchos no lo vieron jugar. Le decían “El Mosquito”. ¿De dónde surgió ese apodo? “Me lo puso un chico jugando por equipos en Alemania siendo muy jóvenes. Fue una tontería de chavales, pero me fue quedando. Era por mi físico y la rapidez de mis piernas en la cancha. Después fui creciendo como jugador y cada vez me gustaba menos, pero no hubo nada que hacer. No sumaba mucho como apodo, la verdad”, apunta en la charla Ferrero, hoy con 42 años.
Alcaraz vive, y disfruta, de todo lo que provoca su suceso deportivo a los 19 años. Y alrededor suyo está nuevamente Ferrero, reciclando sus vivencias. ¿Cómo las llevaba él? “Al principio, muy mal. Después de ganar la primera Copa Davis, que realmente fue cuando me di a conocer, estuve dos semanas sin salir casi de casa porque era un sinvivir auténtico. Avalancha, fotos, autógrafos... No lo soportaba, me agobiaba, me abrumaba, pero al final comprendes que una de las consecuencias de jugar bien es que la parte de tu vida que creías sólo tuya también tienes que compartirla. Te vas adaptando a que todo el mundo te ponga los ojos encima y que cualquier cosa que hagas, para bien o para mal, se multiplique por cien. Poco a poco fui mejorando, pero es verdad que de joven yo era muy introvertido y me costó muchísimo. Lo que más añoraba era la soledad. Soy una persona bastante independiente y necesitaba estar mis ratos solo, tranquilo, con mis cosas. Cuando eres muy conocido, lograr esos momentos cuesta mucho. Y ahora lo he vuelto a notar. La diferencia es que ahora ya no soy Ferrero, ahora soy el entrenador de Alcaraz”.
Ferrero explotó en aquellos tiempos: campeón de Roland Garros, héroe de la primera Davis de España, número 1 del mundo, cuatro títulos de Masters 1000, finalista en el US Open, en el Masters y otra vez en París... Sobrados motivos para ser abordado por la gente.
De pronto (porque todo pareciera que fue así en su carrera) empezaron los problemas. Tuvo varicela a los 24 y lo sacó de su mejor forma durante seis meses. Luego padeció una fisura de costilla y el N° 1 pasó a ser un recuerdo. Pasó a ser el 90° del ranking. Algo que pudo mejorar en 2005, aunque no más allá del 16° lugar. “Fue difícil de asimilar ese infierno de año y medio. Y cuando uno ha estado arriba del todo, verte el 16º te sabe a poco. Y entras en una espiral de inconformismo que acaba siendo perjudicial. No le sacaba la misma calidad a los entrenamientos, se fue complicando todo y, a partir de ahí, no acabé de estar satisfecho con mi trabajo en ningún momento porque ya no conseguía llegar al nivel de antes. Tenía 25, 26, 27 años y estaba físicamente sano, pero...”.
Cómo era Alcaraz cuando empezó con él
Sobrevino el retiro en 2012, a los 32. Abocado a una academia de tenis, dejar la raqueta como profesional resultó menos traumático que para otros colegas. Como que tenía preparado su futuro. Se casó, fue padre. Ni pensaba en ser entrenador hasta que se cruzó Alexander Zverev en su vida cinco años después de haber dejado el circuito. “Fue una buena experiencia para mí. Me ayudó a darme cuenta de que, si me lo proponía, tenía la virtud de poder preparar a alguien para ser mejor. Adquirí más paciencia y aprendí a enseñar y transmitir. Son cosas que, cuando me retiré, no sabía que podía hacer ni, sinceramente, tenía ganas, pero fueron creciendo dentro de mí”, confiesa Ferrero.
¿Qué pasó cuando conoció a Carlos Alcaraz? ¿Vio de entrada que era bueno en serio? “Cuando empezamos a trabajar juntos, en el verano de 2018, tampoco es que estaba todo hecho, eh. No estaba tan claro que fuera a ser tan bueno (risas). Era un chico que jugaba muy bien, pero había muchísimo por hacer. En realidad, acepté esta aventura porque era totalmente diferente a lo que había vivido con Zverev, que ya era el 5 del mundo y estaba todo hecho. Con Carlos era todo lo contrario. Tenía mucha calidad, pero una forma de jugar bastante desordenada y estaba totalmente por hacer física y mentalmente. Era un reto fantástico a largo plazo. Me motivó mucho poder construir a un jugador así desde cero”, cuenta Ferrero.
El desafío con Alcaraz incluía otras cosas para Ferrero. Viajar con el adolescente en auto a los distintos torneos, ir a jugar a Brasil y salir del radio europeo, recorrer en el coche para participar en dos o tres torneos seguidos. Hoy la realidad es óptima: ya es 1. Y no dudo en expresar su deseo: que Carlitos gane 30 títulos de Grand Slam. Ferrero cree que su dirigido puede conquistar muchos de los grandes torneos y que dominará el circuito junto con el italiano Jannik Sinner. Protagonizando la versión moderna de Nadal-Federer.
Para el final, su propio balance. ¿Quedó conforme con su carrera o estaba para más? “Rafael Nadal me dijo que yo tendría que haber ganado tres o cuatro Roland Garros. Tengo la misma sensación. Pero me quedé con sólo uno. Perdí dos semis con Guga Kuerten, en 2000 y 2001, en las que tuve muchas chances de ganar como también las hubiera tenido en la final [los rivales hubieran sido Magnus Norman y Álex Corretja]. Y a la final de 2002 llegué muy mal físicamente [la disputó con una inyección de cortisona en el pie tras lesionarse durante el torneo] y Albert [Costa] jugó muy bien. Así que al final sólo me quedé con uno. Pero el resultado es el que es. Ganar un Grand Slam es espectacularmente difícil y eso pone aún más en valor lo que ha logrado el Big Three de Nadal, Federer y Djokovic, que es algo absolutamente apoteósico.
Aquel título en Roland Garros 2003
“Estoy muy orgulloso de haber conseguido muchísimo más de lo que logra el 1% de los tenistas, porque es dificilísimo tener éxito en este deporte. Y también me enorgullece lo que, creo, la gente piensa de mí: que soy trabajador, tengo valores y soy una buena persona que tiene el respeto de todo el mundo del tenis, pero... Me hubiera gustado ser un poquito más. Esa es la verdad”.
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