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El hombre que amaba al tenis como muy pocos
Las entradas para Wimbledon ya estaban pedidas, Enrique Morea no pensaba perderse su visita anual al All England Club. Ya no podrá estar, es cierto, pero Wimbledon bien podría dedicarle un recordatorio en forma de sencilla frase en algún sector de ese fabuloso complejo londinense. ¿Qué diría la leyenda? “Morea vivió para el tenis y lo amó como muy pocos dirigentes en la historia”.
Quizás como ninguno. Con el tenis día y noche en la cabeza, todo se mezclaba en Enrique Morea. Obsesivo y trabajador, frontal y pasional, sincero y temible. Quizás un hombre de otro tiempo, pero uno que influyó como ningún otro en los éxitos del tenis argentino en las últimas décadas. Lo dejó en claro en la despedida David Nalbandian, del que bien se sabe que no es precisamente amante de regalar elogios: “Simplemente gracias Enrique Morea por todo lo que hiciste con el tenis en momentos más duros”.
Lo de “momentos más duros” es clave, porque Nalbandian es un producto directo de la última etapa de Morea al frente de la Asociación Argentina de Tenis (AAT), iniciada a fines de los años ‘90, al igual que Guillermo Coria y María Emilia Salerni. Cuando Morea arribó, el panorama era desolador: no había jugadores ni escuela, no había plan de desarrollo del deporte. Si Nalbandian, Coria, Salerni y varios otros llegaron lejos como tenistas, fue porque la AAT de Morea tenía un programa serio y persistente para detectar y formar jugadores. Ya había sucedido en los ‘70, durante el primer Morea en la AAT. Y nunca volvió a haber algo igual, no lo hay hoy.
Si la influencia directa de Morea derivó en la aparición de jugadores como José Luis Clerc, Coria y Nalbandian, la pregunta que surge es por qué ese exitoso esquema no se mantuvo. La respuesta tiene mucho que ver con ese mal tan argentino, el de borrar cualquier rastro del predecesor cuando el poder cambia de manos. Y las consecuencias nunca se pagan en el momento, sino años después.
Es cierto que la AAT de Morea tampoco llegó a explotar comercialmente el tenis argentino como su potencial sugiere que sería posible, es cierto también que Morea no era necesariamente simpático a la hora de relacionarse con los demás, que su estilo podía irritar o incluso ser contraproducente. Pero también es cierto que con Morea no había dudas: él era eso, lo que se veía y lo que se escuchaba. Podía gustar o no, pero no había doble discurso ni demagogia acomodaticia. No de todos los dirigentes del deporte se puede decir lo mismo.
Los jugadores lo reconocen hoy, porque saben bien todo lo que hizo como dirigente, aunque varios de ellos lo tuvieran entre ceja y cejas, sobre todo en la casi siempre tensa Copa Davis.
Sucedió en 2003 en la semifinal ante España en Málaga que la Argentina perdería 3-2. Gastón Gaudio cayó 6-4, 6-0 y 6-0 en el punto de apertura ante Juan Carlos Ferrero tras tener ventaja de 3-1 y 40-15. Morea ardía: “Así no se puede jugar una Copa Davis, a Gaudio le falta fuerza mental”. Aquella frase le generó enormes problemas con los jugadores, sobre todo porque muchos medios reescribieron el cable de una agencia noticiosa para titular con “Gaudio tiene un problema mental”.
No, Morea nunca dijo eso, pero el daño ya estaba hecho. Llegaría la famosa carta de 14 jugadores pidiendo la renuncia de Gustavo Luza a la capitanía y su margen de acción se estrecharía. Catorce años después está claro que nada de lo sucedido era tan grave, los jugadores son bien conscientes de quién era Morea, aquel dirigente capaz de, por ejemplo, seguir durante cinco horas sin pausa un entrenamiento en la segunda división de la Copa Fed. Hay que querer mucho al tenis y a los jugadores para hacer eso. Morea los quería como pocos.
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