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El “escándalo Djokovic” y la ironía de las dos vacunas
El número 1 del mundo, en medio de una controversia en Australia
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La parte de la historia de la exención médica que recibió Novak Djokovic que se desconoce, la razón por la que se otorgó, es la que impulsó el escándalo. Ese motivo es privado, porque una de las alternativas es que se trate de una afección severa en la salud. La persona que se pone bajo análisis, tiene derecho a resguardar información si considera que forma parte de su intimidad.
Pero hay muchas cosas en el camino que no ayudaron a Djokovic. Primero, que si se tratara de una dolencia severa, se supone, podría ser un inconveniente para su condición de deportista de alto rendimiento. Y sus logros en tantos años lo mostraron saludable hasta ahora. Pero la más importante de todas es su posición pública respecto de la ciencia: dijo muchas veces que descree de las vacunas en general (no sólo de la del Covid-19).
Aquí puede dejarse de lado la discusión en la que hay gente que lo apoya, porque considera que tiene derecho a elegir si quiere vacunarse o no, y los que dicen que al no hacerlo (pero al mismo tiempo exponerse en eventos masivos) puede poner en riesgo la vida de otras personas.
El punto en cuestión es que hubo dos casos confirmados de tenistas que solicitaron el mismo permiso y fueron rechazados. Son dos jugadores de los que no se conocía casi nada hasta que se informó la negativa de los organizadores del Australian Open para permitirles participar. Lo curioso es que ninguno de los dos son antivacunas: una, la rusa Natalia Vikhlyantseva, cumplió con el proceso sanitario en su país, con dos dosis de Sputnik, pero el gobierno australiano no aprobó esa vacuna todavía. Otro, el indio Aman Dahiya (17 años), no pudo recibir las aplicaciones porque en su país aún no fueron incluidos en la campaña los menores de 18 años. Incluso solicitó que le permitan vacunarse en otro país antes de llegar a Australia. Se lo negaron igual.
El director del torneo, Craig Tiley, afirmó que los tres procesos: la aprobación original para Djokovic y los rechazos a Vikhlyantseva y Dahiya, fueron transparentes y “a ciegas”. Asegura que los médicos que revisaron los datos no sabían los nombres de los solicitantes. También dice que hubo otras exenciones… pero la única que se comunicó fue la del número 1 del mundo. ¿Quién le cree a Tiley? Casi nadie. Pero lo único que importa ahora es que Scott Morrison, el primer ministro australiano tampoco le creyó. Y exigió que, en contra de las reglas de la evaluación sanitaria, se hagan públicos los motivos de la excepción que se hizo con Djokovic. El derrotero por el que se condujeron los eventos en las últimas horas terminaron en un escándalo icónico para la historia del deporte. Los organizadores le dieron el permiso, pero el gobierno de Australia le negó el ingreso al país.
Djokovic no cree en las vacunas y casi nadie cree que Djokovic tenga un motivo valedero para no aplicárselas.
Está claro que el deporte se nutre económicamente de sus ídolos. La participación del número 1 del mundo iba a definir, en buena parte, si el rating televisivo del torneo era bueno o malo. Pero fundamentalmente, su presencia era también decisiva para la venta de entradas. ¿Cuántos tickets menos se venderán por la ausencia del N° 1? Curiosamente, la gente que estaba dispuesta a pagar por ver a Djokovic está obligada a tener al menos dos vacunas. No hay alternativa de panel médico para evaluar excepciones con los espectadores. El que tiene su pase sanitario entrará. El que no lo tenga se quedará fuera.
Esos pequeños detalles amenazaban con ser el aleteo del efecto mariposa que podía desatarse contra el serbio. Muchos imaginaron que el público iba a rechazarlo en las canchas si lo dejaban jugar. Claro que el deporte puede terminar tapando todo, como tantas otras veces. Alguna jugada maravillosa, una de esas defensas en las que se abre de piernas cual si fuera bailarina de ballet… Esas acciones seguirán despertando admiración. Y puede ser que los que hoy están enojados lo ovacionen otra vez. Todo puede pasar.
Djokovic irrumpió en el circuito hace más de una década y conquistó al mundo por cosas que exceden su genialidad deportiva. Su buen humor, sus recordadas bromas con las imitaciones a Rafael Nadal o a Maria Sharapova. Fue, durante mucho tiempo, un personaje desestructurado que generaba simpatía. Esos actos, indirectamente, también construyen la identidad de un gran campeón.
Si lo dejaban jugar y obtenía el título, se hubiera convertido en el más ganador de la historia, por sobre Roger Federer y Nadal, dos ídolos adorados por el gran público. El elemento peculiar es que justo el certamen en el que los datos podían ubicarlo como el mejor de todos los tiempos era el mismo que puede provocar la mayor herida en su carrera. Acabar con el cariño que le tienen y alejarlo cada vez más de Federer y Nadal.
Djokovic llegó muy alto, tal vez más que nadie. Probablemente sienta que merece ser tratado de manera especial por eso, que tiene derecho a permisos a los que otros no pueden acceder. Todavía no se dio cuenta de que esos actos, directamente, deterioran el proceso de construcción de un gran campeón.
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