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El día que Franco Davin puso en jaque a John McEnroe, pero un corte de luz impidió que ganara
Fue en el Abierto de Italia, en Roma; 35 años después, habla el responsable de la maniobra -por entonces manager de Johnny Mac- y también el argentino, a quien aún le duele recordarlo
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John McEnroe, la leyenda del tenis que más rock and roll lleva en la sangre, alcanzó el número 1 del mundo en marzo de 1980 y logró 77 títulos individuales, siete de ellos de Grand Slam. Su obra maestra en singles [también fue un exquisito doblista] la construyó entre 1978 y 1985. Pero durante ese período dorado no pudo dominar la superficie de polvo de ladrillo ni ganar Roland Garros [lo máximo que alcanzó fue la final de 1984; cayó con Ivan Lendl luego de tener ventaja de dos sets a cero]. En ese tiempo, el estadounidense les dio la espalda a algunos de los mejores torneos sobre superficie lenta. Por ello, cuando en el verano europeo de 1987 se anunció su presencia en el Abierto de Italia, Roma se revolucionó. Johnny Mac nunca había pisado el Foro Itálico.
Tras una inactividad de siete meses en 1986, en mayo de 1987 McEnroe ya había sido subcampeón en cuatro torneos sobre moqueta ese año [superficie notablemente rápida, ya eliminada, que beneficiaba a los buenos sacadores y voleadores como él]. Al llegar a Roma, el neoyorquino ocupaba el octavo puesto del ranking y, según distintas crónicas periodísticas, coqueteaba con su mejor condición tenística, aunque padecía un persistente problema en la espalda.
El cuadro de 64 jugadores sobre la terra battuta romana, con Lendl y Mats Wilander como máximos preclasificados, ubicó a McEnroe como sexto sembrado, ante un rival de la clasificación en la primera ronda, es decir que, en condiciones normales, debía tener un debut cómodo. Sin embargo, lo que pasó fue un bochorno, una comedia dramática. El rival de Big Mac fue el argentino Franco Davin, que tenía 17 años y recién había ingresado en el Top 100 (figuraba 98°).
Ese año, McEnroe se había preparado más que nunca para los certámenes sobre polvo de ladrillo. La semana anterior a Roma jugó exhibiciones sobre polvo en España y Francia. Y la semana posterior al Abierto de Italia, para completar su preparación para Roland Garros, competiría en la Copa Mundial por Equipos en Düsseldorf. “El estado de la lesión de espalda de McEnroe sigue siendo incierto. Fue tratado por un quiropráctico de Roma esta semana, pero aún no está seguro de cuándo -o si- sanará”, publicó The New York Times por aquellos días.
La presentación de McEnroe en la capital italiana se programó el 12 de mayo de 1987 en el horario central, por la noche, en un court principal con entradas agotadas. Lejos de amedrentarse, Davin ganó el primer set por 6-3 y logró otro quiebre en el primer game del segundo parcial. Todo parecía encaminarse hacia un batacazo. Para desamparo de organizadores y patrocinadores, el adolescente de Pehuajó se aproximaba al gran golpe. Pero, abruptamente, la luz del estadio se cortó. La confusión dominó la escena. Los jugadores se fueron al vestuario y cuando regresaron al court, 30 minutos después, McEnroe pareció revivir y ganó cuatro games seguidos (4-1). Davin mantuvo su servicio (2-4), pero, otra vez, se produjo un apagón. El nerviosismo y la incredulidad dominaron la escena. El juego se reanudó 55 minutos después y McEnroe pudo ganar el set, por 6-2. El norteamericano se potenció y pudo obtener el último parcial por 6-3, cerrando -para alivio de la organización- un polémico partido que duró más de tres horas y terminó después de la medianoche italiana.
McEnroe continuó en Roma durante unos días, hasta caer en las semifinales con Wilander. Y Davin, mascullando ira, viajó al próximo torneo, en Florencia, con una certeza más que una sospecha: le habían cortado la luz intencionalmente con el objetivo logrado, que detuviera su envión y McEnroe triunfara y siguiera “cortando tickets” en el Foro Itálico. El apuntado como responsable del escandaloso acto fue el italiano Sergio Palmieri, por entonces manager del estadounidense y un hombre con mucha influencia en el tenis de ese país; de hecho, luego sería el director del certamen romano durante años (aún hoy lo es). Desde entonces hubo distintas versiones y leyendas sobre el “problema técnico”, pero 35 años después…, el autor intelectual de la interrupción lo confiesa.
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Sobre el final del último US Open, el mes pasado, se produjo un encuentro entre Palmieri y LA NACION en el jardín del complejo Billie Jean King National Tennis Center. Al principio, algo distante; luego, expresivo y cordial. Palmieri destacó su vínculo con el tenis argentino, recordó los grandes partidos entre Guillermo Vilas y Adriano Panatta (“Eran un espectáculo; era estar en el circo”), evocó la final de Roma 1988 entre Lendl y Guillermo Pérez Roldán y se deshizo en elogios con Gabriela Sabatini, a quien rememoró haberla visto por primera vez en 1984 en el Trofeo Bonfiglio, en Milán (“Los tiempos de Gabylandia, en Roma, fueron maravillosos. Fue amada por el público inmediatamente”). Hasta que, avanzada la entrevista, se llegó a lo ocurrido en 1987. Palmieri escuchó la pregunta y sonrió. No hizo falta aclarar de qué partido se consultaba. Y así fue como se produjo un diálogo revelador, que no hizo más que confirmar la leyenda...
-Palmieri, ¿qué puede contar del partido…?
-¿Cuál? [Sonríe] ¿Cuál partido?
-Usted ya sabe cuál.
-No puedo contar.
-Ya pasó mucho tiempo.
-Sí claro, ya pasó [hace una pausa, como tomando envión]. Yo le conté esto a Franco después de muchos años. Ya no era el McEnroe número 1, pero nunca quería jugar en Roma y solo fue esa vez. Yo todavía no era director del torneo, pero…, me conocían en Roma. Antes de venir a Italia jugó una exhibición en Nimes, en Francia. Yo no fui porque tenía que estar en Roma. Pero el contrato lo hice yo…, esto es algo muy viejo… [dice, como arrepintiéndose de lo que narra, pero sigue]. Habíamos llegado a un acuerdo: el partido era a 3 sets y no a 5. Me llamó el día anterior del partido porque jugaba contra (Henri) Leconte. En Francia le habían dicho que era al mejor de 5 sets, me llamó y me dijo: “Pero, Sergio, al final es a…”, y yo le dije: “No, es de 3 sets, pero dejame hablar con los organizadores”, que eran Pascal Portes y Dominique Bedel (ex tenistas franceses). Hablo y le digo: “Muchachos, no era ese el trato”. Entonces hicimos un compromiso: quien fuera dos sets a uno, debía ganar el cuarto. Por lo tanto, como mucho eran 4 sets. Le explico a John del compromiso y me dice que estaba bien, pero se enojó. ¿Y qué pasa? Él va dos sets a uno, pero Leconte, con todo el público que lo motivaba, ganó el cuarto set. McEnroe se enojó y le dijo: “Sos una mierda; teníamos un acuerdo”. Y se fue, no jugó el quinto set. No se habló más con Leconte, pero tenían que venir a Roma. Yo le había preparado un avión privado para John y le dijo a Leconte que lo iba a dejar a pie. Cuando llegó a Roma, tenía los pelos de punta porque seguía enojado. Debía jugar con Davin, por la noche. Estábamos en el vestuario antes del partido y, cuando se estaba preparando para salir a jugar, entra Leconte. Yo lo tenía a John delante de mí, sin ver quién estaba detrás. Y él se transformó, lo agarró a Leconte y comenzó a pegarle. Estaba (Ion) Tiriac, que era el manager de Leconte. Tiriac y yo los separamos porque era una escena… Y luego llegó el árbitro general para llamar a McEnroe y a Davin a la cancha…
-Todo fue minutos antes del partido.
-Todo esto pocos minutos antes del partido. Entonces él llegó a la cancha… Ahí está Franco [en ese momento, a pocos metros de la charla entre Palmieri y LA NACION, aparece caminando Davin, que estaba en el US Open como coach de la rusa Veronika Kudermetova]. ¡Franco, estamos hablando de vos! Entonces, van a la cancha… este era el primer partido que John jugaba en Roma y Franco, que era fuerte, gana el primer set. McEnroe tiraba las pelotas a cualquier lado. Entonces le digo a uno de los técnicos de mantenimiento: “Si vos cortás la luz, ¿cuánto tiempo se necesita para que se vuelvan prender?”, y me respondió que un cuarto de hora o 20 minutos. Entonces le di 100 mil liras para que apague las luces. Se apagan las luces, todos van al vestuario. Y ahí le digo a John: “¿Pero qué carajo estás haciendo? Jugá este partido”. Carajeó un poco, pero se calmó y después fue y ganó el segundo y el tercer set con bastante facilidad. Yo, para hacer la cosa creíble, también hice cortar la luz una segunda vez y en el partido siguiente [el argentino Eduardo Bengoechea derrotó 7-5 y 6-1 al francés Yannick Noah]. Los diarios al día siguiente escribieron: “Las luces en el Foro Itálico son un desastre”. Otro, puso: “Esta falta de luz…, es un poco extraña”.
-¿Cómo se le ocurrió hacer eso?
-John no estaba en la cancha... Estaba, pero no estaba. Estaba enojado, pensando en Leconte. No jugaba, entonces… Entró a la pista y no pensaba en el partido. Y jugaba muy nervioso. Él siempre lo estaba, pero ahí…, yo lo conozco muy bien, ahí tenía realmente la cabeza afuera. Como jugador, seguramente, fue uno de los más talentosos de la historia. Como carismático, aún hoy, es fenomenal. No ganó tanto como…, no hablemos de estos tres [por Roger Federer, Rafael Nadal y Novak Djokovic], pero Lendl y (Jimmy) Connors ganaron algo más que él. Pero John fue muy especial. La gente lo iba a ver porque sabía que pasaba algo. Siempre.
-¿Después del partido, le contó a McEnroe la verdad?
-Sí, se lo dije. Pero no enseguida. Se lo dije después de un tiempo, después de algunos meses.
-¿Y qué le respondió?
-Se rio. Estábamos siempre juntos. Puedo contar una vida entera de lo que viví con él. ¿Si escribí mi biografía? No, no. Me la pidieron. Las biografías deben ser verdaderas y, para que sean así, tenés que decir cosas que no podés.
-A la distancia, ¿se arrepiente de cómo actuó?
-No, no. Son cosas que pasan.
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¿McEnroe se refirió alguna vez públicamente a aquel hecho? En 2018, durante su sección televisiva en la cadena Eurosport, “El comisionado del tenis”, unió un debate sobre supuestos privilegios del Big 3 con una anécdota que no desnudó hasta el final… “Hablando de trato preferencial: un viejo amigo, uno de los mejores tenistas de todos los tiempos, estaba jugando un partido vespertino en Roma en 1987. Estaba abajo por un set y un break y estuvo a punto de perder en la primera ronda ante un jugador que había pasado la clasificación, Franco Davin. Todo se oscurece por un “corte de energía”. Después de 50 minutos, se escuchó: “¡Mamma mia! ¿Cuál es el problema con la luz?”. Los jugadores regresan al campo. Mi amigo tiene tiempo para recuperarse y ganar el juego en 3 sets. Más tarde resultó que la falla de energía no fue un ‘accidente’. Ah, otra cosa que se me olvidaba: el director del torneo de Roma era el agente de mi amigo”, dice McEnroe, en su monólogo.
Quien lo acompaña en la escena, simulando arreglar el encordado de una vieja raqueta, le pregunta, sospechando: “Tu amigo..., ¿eres tú?”.
“Sí, fui yo”, responde McEnroe, sonriendo.
“Eso no es un trato preferencial. ¡Eso es una trampa descarada!”
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No hizo falta que Davin conociera la confidencia de Palmieri a LA NACION para saber la verdad. Asevera haberse dado cuenta de inmediato en aquella calurosa noche de 1987. Y fue el propio Palmieri quien se lo reconoció hace unos años, durante una comida grupal en Melbourne, aunque en un tono jocoso, lo que le revolvió los recuerdos todavía más.
“Me acuerdo del partido, de la expectativa de la ciudad porque McEnroe nunca había ido y de todo el show. Me acuerdo del vestuario, que estaban Noah y el Bengo (Bengoechea), que jugaban después. Pero lo que me mató fue darme cuenta de que me habían cortado la luz a propósito. Me mató, me mató…, porque me hizo pensar en muchas cosas. Me desilusionó. Yo venía de la etapa de junior, que es linda, y me encontré con eso, que me hizo pensar: ¿esto qué es? ¿Tienen que ayudar a un Top Ten para ganarle a un chico? ¿Estamos todos locos? En ese momento, el darme cuenta de lo que me habían hecho me dio más desilusión por el tenis que por ganar o perder el partido”, le reconoce Davin a LA NACION, desde Miami, donde está radicado.
-¿Te diste cuenta enseguida?
-Sí, al segundo y me volví loco. Sí, sí…, te dabas cuenta. Además, yo era bastante vivo para esas cosas. Arranqué jugando muy bien. En polvo de ladrillo me sentía cómodo, nunca tuve miedo ni un respeto extra por jugar contra esos jugadores o en las canchas centrales. En juniors, además, me había ido bien. Veía que le iba a ganar a McEnroe, más que nada porque él en polvo de ladrillo no era muy bueno y le estaba costando quebrarme el saque. Él no estaba para ganar, es la realidad. No sé si porque era su primer partido y no tenía mucho timing, o porque era de noche, lo que hacía que las condiciones fueran todavía más lentas. Yo estaba cómodo. Palmieri era fuerte en la federación italiana y lo sigue siendo. Lo conozco y siempre fue una persona con mucho peso.
-Palmieri te lo confesó. ¿Cuánto hace?
-Hace unos años. Yo estaba entrenándolo a Fabio (Fognini) y los italianos son de ir a comer juntos a los restaurantes italianos cuando están en los torneos. Estábamos en el Abierto de Australia y había un restaurante muy lindo al que siempre iba Palmieri con los de la federación y algunos jugadores. Yo siempre tuve buena relación con él; hoy también la tengo. Pero nunca le había preguntado por el partido en Roma porque sabía, no tenía dudas. Pero ahí estábamos en otro contexto, riéndonos con Fabio, había algunos más y saltó el tema. Y dijo que sí, que cortó la luz, que le preguntó al tipo del estadio cuánto tiempo tardaba en volver. Lo contó como una avivada, como una más. Yo acepto que he hecho algunas cosas. Por ejemplo, siendo entrenador de Gastón (Gaudio), un rato antes de jugar en Chile contra Feña González, al canchero le hice regar hasta que la cancha se inundara para que estuviera más lenta. Pero es una cosa más normal. Lo mismo hacía Tiriac con los cancheros en el Buenos Aires antes de que jugara Vilas, para que estuviera lenta. Pero aquello fue distinto.
-¿Y cómo tomaste que te lo reconociera?
-Me dolió. Yo no tenía dudas, pero escucharlo…, qué se yo, más que nada por la edad que tenía. Fue una desilusión grandísima para lo que yo creía del tenis. Ahí me cayó la ficha. Hasta ahí seguía siendo la parte linda del tenis, disfrutaba de jugar de igual a igual en cualquier lado, sin importar quién fuera el rival. Pero cuando hay plata de por medio la cosa cambia. Yo siempre digo lo mismo: en un partido de chicos de 12 años, que están jugando bárbaro y divirtiéndose, les decís que hay mil dólares para el ganador y cambia todo. Cambian los chicos, cambian los padres desde afuera, se va todo a otro lugar… Por eso también a los más chicos les hablo del amateurismo, de la cantidad de deportistas que hay en el CENARD y que no cobran un mango, que lo hacen por pasión y amor, que entrenan muchas horas más que los tenistas.
-¿Vos viste la pelea entre McEnroe y Leconte en el vestuario?
-No, no. McEnroe, seguramente, estaría hinchando las bo… como hacían muchos norteamericanos en Europa, que llegaban y pedían cosas de estrella. En esa época los estadounidenses sufrían mucho más que ahora el viaje a Italia porque el vestuario era chico, la infraestructura era chica…, todo distinto a como ya se estaba viviendo en Estados Unidos, que era todo cómodo y grande. Me acuerdo que una de las cosas que pedía (Andre) Agassi era una videocasetera con las películas en la habitación y en ese momento conseguirla en Europa no era tan fácil. En Roma te daban un hotel hermoso cinco estrellas en la Via Veneto, pero era antiguo y a algunos no les gustaba. El tránsito también los estresaba.
-Tenés muy buena relación con McEnroe. ¿En algún momento lo charlaron?
-No, no. Y si lo hicimos fue por arriba. Yo no tenía bronca contra McEnroe, para nada. No me enojé con él. Me di cuenta que él no pidió que se hiciera eso. Él no se fue al baño ni me quiso ensuciar el partido. Nunca lo sentí contra él, por más que dentro de la cancha era un tipo difícil, que armaba unos líos de locos. Insultaba, hacía todo el show, pero no sentí en ningún momento que quisiera sacar una ventaja extra. De hecho, cuando fuimos al vestuario la primera vez, él no se dio cuenta de que el corte de luz había sido intencional. En esa época en Italia se cortaba la luz como si nada. En los partidos de fútbol pasaba también. No era una locura que saltara la térmica. Pero yo me di cuenta que algo había pasado y me volví loco con la situación, no lo podía creer. Eso me quemó la cabeza. Los que más intentaban calmarme en el vestuario eran Noah y el Bengo.
-Y hasta hubo un segundo corte.
-Sí, lo hicieron a propósito para que no sospecharan.
-El hecho te marcó. ¿Es de las experiencias más ingratas que te dejó el tenis como jugador?
-Sí. Cuando lo pienso y me pongo en el momento, me mata. Creía que el tenis era otra cosa y eso me hizo pensar mucho. Cuando trabajo con chicos de esa edad, de 16, 17 o 15 años, algunos ya quieren jugar en profesionales, entonces les exijo que se preparen adentro y afuera de la cancha, porque desde el momento que juegan profesionalmente contra alguien no pueden hacer pavadas, tienen que estar preparados para lo que sea. Una vez se lo conté a mi hija (Juana) y se reía, no lo podía creer. Porque, además, McEnroe acá en Estados Unidos es muy famoso, obvio. Cada vez que volví a Roma, como jugador o entrenador, en algún momento me acordé del hecho. Me quedó grabado cuando se cortó la luz, fue un shock, nos quedamos por un rato adentro de la cancha pensando que podía volver rápido. Había alguien de la embajada argentina, con quien me puse a hablar y trataba de calmarme. Pero yo estaba como loco. Cuando en el tenis o en cualquier aspecto de la vida te pasa una cosa así, te hace ruido. Tenía la ilusión de chico por hacer un deporte, ahí no iba por la plata ni por nada, pero me pegaron un tortazo y me dijeron ‘Bienvenido a la jungla’.
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