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El debate: ¿por qué David Nalbandian fue el mejor y por qué no lo fue?
Las opiniones de Ariel Ruya y Claudio Cerviño sobre el retiro del cordobés del tenis, a los 31 años
Por qué fue el mejor
Por Ariel Ruya
Estaba en la Patagonia, divertido, con el grupo de siempre. La conversación con acento cordobés, caña en mano, ese día no salía nada, misteriosamente. David compartía pasiones: raquetas, autos, velocidad, adrenalina y pesca. En eso andaba cuando una llamada oficial lo tomó por sorpresa: debe tomarse un avión de inmediato. Si quiere, claro. Desfachatado, irreverente, no lo tomó muy en cuenta. Era el viejo Masters Cup, el grupo de los ocho mejores del mundo, noviembre de 2005. "Vas como suplente", le indicaron. Shanghai, la verdad, queda del otro lado del mundo. Otro idioma, otro continente, el horario del revés. Para qué. El paraíso es este: el lago en el sur argentino, la charla con camaradas. Placeres y tentaciones de final de temporada. Se decide. Lo convencen, se convence. Vuela, al fin, y llega dos días después. A Andy Roddick lo sorprende un repentino dolor de espaldas: el Rey David, de pronto, cae en la cancha. Diez días sin apretar una raqueta, diez días sin sudor, ese sudor en la frente que borra de un plumazo bajo el sol ardiente en tantas batallas que ya es su marca de serie. No es el caso: el paraíso asiático es bajo techo.
No se sabe cómo, no se sabe por qué, el Rey está en la final contra el Gran Roger. Cuando Federer apenas escribía el prólogo de su leyenda. Pierde el primero, ahí nomás. Pierde el segundo, ahí no más. Gana el tercero y el cuarto con soberbia y sutilezas. La final es emocionante y el final, épico: 6-7 (4-7), 6-7 (11-13), 6-2, 6-1 y 7-6 (7-3). La perfección se escribe con tenis.
Apenas un ejemplo, apenas un título, de los 11 (más 13 finales) que exhibió en una trayectoria tan compleja como maravillosa: David es así, un atorrante de la magia. Un desfachatado, enemigo del cerrojo de la disciplina. Un librepensador. Con un estilo que hoy apenas defiende Federer en las torres. O Gasquet desde el subterráneo. Un buen servicio, una derecha peligrosa, un revés a dos manos de salón y un repertorio de toques y sensibilidades propios de otra generación. La verdadera generación dorada que se acaba, que se despide, que casi no va más entre palazos desde el fondo y rodeado de lágrimas de nostalgia de un tiempo que fue hermoso. David no es del presente.
Con 20 años, finalista de Wimbledon, allí donde se creó esa pasión de redes y raquetas. Semifinalista de los cuatro grandes: ningún argentino a su altura. Dos antiguos Masters Series, en un final de temporada 2007, en Madrid y en París, suerte de festín de voleas. Les gana a todos: a Novak Djokovic, a Rafael Nadal y a Roger Federer.
Un exquisito. Experto en todos los terrenos. Los atrevidos suelen exagerar: dicen que es el mejor de nuestra historia. Los analíticos suelen frenarse: está, eso sí, en el círculo de los más grandes. Apenas Guillermo Vilas lo supera en el ranking: el cordobés alcanzó el tercer puesto en marzo de 2006, un escalón perfecto para su recorrido, aunque algunos crean que debió ser número uno. Nunca, pero nunca, un argentino fue número uno a pesar de aquel cimbronazo de la computadora a Vilas en 1977. El Mago Coria lo iguala: otro lagrimón. Los fuera de serie se despiden jóvenes. El Rey abdica a los 31 años. Dolores embusteros.
Símbolo nacional de la Copa Davis, entre epopeyas y desbarrancos, alcanzó tres finales y arrasó en el calor popular. Se va Nalbandian, el héroe irreverente. El cabrón del talento.
Por qué no fue el mejor
Por Claudio Cerviño
Lo recuerdo con 17 años, ya campeón junior del US Open y a punto de jugar la final de juveniles de Roland Garros con Guillermo Coria, caminando por la Suzanne Lenglen para ir a hacer la foto del día. Junio de 1999. La Asociación Argentina de Tenis había invertido 400.000 dólares en el programa para desarrollo y ellos, junto con la Pitu Salerni, eran las gemas, las grandes esperanzas para emular a Guillermo Vilas. David ya exhibía su carácter, una personalidad definida...
-Si ganás, vas a ser el único argentino que no dirá que su sueño siempre fue triunfar en Roland Garros...
-Por supuesto que quiero ganar, pero disfruté mucho el éxito en el US Open ?98, ésa es mi superficie.
Catorce años después, Nalbandian dice adiós. Para algunos, el mejor tenista argentino de todos los tiempos; para otros, incomparable respecto de Vilas. Con aspectos que los unen y los separan. Porque Vilas fue un obsesivo por ser el N° 1 del mundo y no pudo -polémica del ranking de 1977 al margen-, aunque sus logros resultaron extraordinarios. Como dijo Ion Tiriac, "Chapeau por Guillermo, que con un talento muy limitado, pero con un trabajo enorme, ganó Grand Slams y un Masters".
David estuvo lejos de ser un obsesivo, pero sí dispuso de talento; con una cuota de ese don, Vilas se habría regocijado contra los Connors y los Borg. Con una cuota de la capacidad de trabajo y de obstinación profesional como las que tuvo Vilas, a David le hubiera permitido mirar desde arriba a Federer y a Nadal. Nalbandian no tuvo mala suerte por compartir la época con Roger y Rafa; al contrario, fue una bendición poder competir con ellos y muchas veces ponerlos de rodillas con su tenis. Si no fue N° 1 es porque no se lo propuso. Alguna vez dijo que no le interesaba; en otras ocasiones, que disfrutaba de los pasatiempos, para sentirse un ser normal y no un autómata. ¿Alguien puede culparlo de ello? No, en absoluto. Fue su elección. Respetable.
Se va David, con muchas páginas gloriosas, pero también con una cuenta pendiente: la Davis. Ejemplo de incondicionalidad para jugarla en cualquier estado físico, su otra ambición desvirtuó parte de su sentimiento. La primera patinada la tuvo antes de la final con Rusia en Moscú 2006, cuando en medio de un entrenamiento con Chela discutió durante más de una hora con el capitán Mancini por dinero; la segunda, la más grave, en Mar del Plata 2008, con la elección de la sede, la nociva irrupción política (vía Daniel Scioli) que destruyó el objetivo con una obscena tentación económica, lo que terminó haciendo pedazos las relaciones humanas, en especial con Del Potro. Así como la Davis le rinde honores con jornadas memorables en la cancha, también le guarda rincones de decepción fuera de ella.
El capítulo de la descalificación en Queen's 2012 por un incidente involuntario con un juez de silla, al que hirió por un patadón al cajón, constituye un mojón que no condice con la mayor parte de su carrera, aunque resulta imposible de soslayar. O como aquella vez, en una Villa Olímpica, cuando ya fuera de competencia, unos días después fue invitado a dejar el predio para permitir el ingreso de otros atletas y no quería irse. "¿Pero usted sabe quién soy?", le preguntó a una veterana dirigente, que le dijo: "Sí, es Nalbandian. Pero se tiene que ir igual". A lo que David arremetió: "¿Y sabe que si quiero me puedo comprar la Villa entera?" Motivando la última respuesta: "Seguro. Pero las reglas hay que respetarlas".
Nalbandian en esencia pura. Con la personalidad con la que construyó una enorme carrera; con la personalidad que no supo de términos medios.
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