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Djokovic, en Nueva York o en el muelle del Sava, cada día más lejos de Federer y Nadal
La escena, narrada por el propio Novak Djokovic, se produjo en el corazón de Serbia. Nole paseaba en bicicleta, junto con su mujer y sus hijos, en Belgrado, su ciudad natal. Se detuvieron en una zona de juegos infantiles por el muelle del Sava, el río que recorre una buena porción de la Europa Meridional. "Vinieron otros padres, niños y un hombre se acercó a mí y me dijo: ‘¿Soy el único serbio que apoya a Roger Federer?’. Le dije: ‘Si eres el único, ¡genial!’. Bromeamos un poco. Me preguntó cómo era Federer como persona. Me dijo: ‘Esa volea, esa belleza del juego, no puedo resistirme a eso’. Le dije que estaba bien. Pero me rogó que no lo culpara". Es, apenas, una anécdota, pero lo que narró el tenista en el podcast Wish & Go de la web serbia Sport Klub ilustra con lo que debe convivir, día tras día, independientemente de sus estupendos logros.
Si en la tierra donde Nole es endiosado, donde ostenta (bien ganado, por cierto) popularidad, poder y voz, un hombre se le acerca para confesarle su preferencia por Federer, a quien el balcánico venció en 27 de los 50 enfrentamientos entre ambos (incluidas cuatro finales de Grand Slam), es todo un síntoma (o un karma). Aquel en las calles de Belgrado fue un hecho menor, probablemente, pero simbólico. Y es un peso con el que Djokovic carga y cargará. Es algo con lo que él mismo lucha internamente desde que empezó a hacer ruido en el circuito. Ostenta millones de fanáticos en el mundo, pero entiende que, más allá de lo que haga en el court y fuera de él, difícilmente pueda acercarse a la adoración que provocan Federer y Rafael Nadal.Lo reconoció él mismo, durante la cuarentena por el Covid-19, en un Live de Instagram con Stan Wawrinka.
"Cuando aparecí en el circuito dije que mi ambición era ser el número 1 y la gente lo tomó a mal. Fue como si se preguntaran: ‘¿Y quién es este jovencito para desafiar a Roger y a Rafa?'. De alguna forma sentí que era yo contra el resto del mundo (...) Roger es probablemente el mejor jugador de todos los tiempos. Por eso no soy ingenuo como para esperar, mientras él esté en actividad, tener a la multitud de mi lado cuando me toca enfrentarme con él. Lo mismo ocurre con Rafa. Es duro saber por qué es así", le explicó, virtualmente, Djokovic a Wawrinka. El suizo de revés a una mano lo escuchó, pensó y soltó: "En una película no podés tener a tres buenos; siempre tiene que haber uno malo, uno que haga la contra. Te lo digo con mucho respeto, Novak".
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Para el público de tenis, son intocables. Pero puertas adentro, Federer y Nadal no reciben únicamente aprobaciones. Algunos de sus colegas, quizás los que más aislados están de las luces, los llegaron a tildar de egoístas y astutos para manejarse políticamente sin ensuciarse los pies. Pero son únicos y las dos principales figuras que "sostienen" y hacen crecer el mercado del tenis. Son leyendas y el día que ya no compitan dejarán un hueco enorme. Eso nadie puede discutirlo. Cuando en junio se produjeron las desprolijidades del Adria Tour, el imprudente torneo exhibición en los Balcanes organizado por Djokovic que no contó con protocolos sanitarios serios y resultaron contagiados de coronavirus varios jugadores (incluido, Nole), protagonistas del mundo de las raquetas aseveraron, por lo bajo: "Algo así..., a Rafa y a Roger no les pasaba". Y, probablemente, esa afirmación fuera cierta. Como también fue real que ese hecho volvió a poner distancia entre la imagen de Nole y la de Roger/Rafa.
"A Rafa y a Roger no les hubiera pasado", se apuraron a sentenciar muchos el domingo por la tarde, luego de que Djokovic fuera descalificado en los 8vos de final del US Open por pegarle un pelotazo a Laura Clark, una jueza de línea. El hecho en el solitario Arthur Ashe, claramente, no fue intencional y el serbio, que en Nueva York aspiraba a ganar su trofeo de Grand Slam número 18 que lo dejara a uno de Nadal y a dos del récord de Federer, debió tragar saliva, aceptar las reglas y disculparse. Debe estar extremadamente mortificado por lo que sucedió. No es lo que buscó hacer, pero –una vez más– puso la cabeza dentro de la boca del león. ¿Les hubiera pasado algo similar a Nadal y a Federer? Es difícil saberlo. Probablemente, no. Ambos tienen buenos comportamientos en la cancha, pero puede llegar el día en el que se alteren (al suizo, de hecho, le pasó, aunque sin consecuencias importantes). Lo innegable, más allá del hecho accidental en el US Open, es que de Djokovic llama menos la atención que haya sucedido. Por su pasado, por sus discutidas formas, por sus posturas.
Djokovic creció en un contexto complicado, en un país en conflicto y sacudido por las bombas de las fuerzas de la OTAN. Salió adelante. "El tenis me salvó la vida", le dijo a LA NACION, en 2013. Se convirtió en un atleta fenomenal, en uno de los tenistas más exitosos de la historia, siendo contemporáneo de Federer y Nadal, dato que encumbran más sus números. Es el tenista que más dinero lleva ganado por premios de torneos (unos US$ 144.000.000) y, es factible, que termine su carrera con más trofeos que el suizo y el español. Pero sigue retrocediendo y distanciándose de ellos en comportamiento, en imagen, en legado. Si ese hombre serbio del muelle del Sava, que se animó y se acercó a Nole para decirle que admiraba más a Federer que a él, vio las últimas noticias desde Nueva York, debe haber sentido menos culpa de aquella confesión.
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