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Del Potro y el estímulo de competir contra los que son una amenaza
El tandilense lució, desde chico, aptitudes para vencer a los mejores; en Shanghai, en un año sin brillo, venció a Zverev (4º del mundo)
“No se puede ser deportista de elite sin ego. Los egos nuestros son gigantes, por más que los tratemos de disimular”, explica Pepe Sánchez, uno de los más talentosos de la Generación Dorada de básquetbol, durante el Coloquio de IDEA, en Mar del Plata. A pocos metros, lo escuchan Fabricio Oberto y Chapu Nocioni. Ambos, con una mueca alegre, asienten. El ego, tomado desde el costado de la confianza y el optimismo, es una pieza clave en la maquinaria de aquellos deportistas que son distintos, de aquellos que buscan superar límites. Se dice que el ego, mientras sea saludable, los eleva, los potencia y distingue. Esta clase de atletas intenta imponer sus voluntades contra las de otros todos los días, todas las semanas, en cada desafío, y ello es todo un desafío. Necesitan encumbrarse desde lo psicológico. Sienten orgullo, se alimentan del fuego interior.
A Juan Martín del Potro le gustó el sabor de la competencia desde chico. Jugaba al fútbol, al tenis, al básquetbol y nunca quería perder. Se zambullía en la pileta del club Independiente, en Tandil, y con sus amigos jugaba a ver quién nadaba más rápido. Jugaba a las cartas y se proponía vencer hasta a los adultos. Perdía, se enojaba y volvía a intentarlo. “Una vez fuimos a jugar el torneo Les Petits As, en Francia, y nos dejaron en el aeropuerto como veinte horas antes de que saliera el vuelo. La cantidad de partidos que jugamos al truco, a la escoba de 15, al chinchón en ese tiempo libre fue una locura. Jugábamos por un euro y quedó debiéndome como 50. Se enfocaba en algo y lo quería hacer. Y si perdía, era peor, quería jugarte de nuevo. Y otra vez y otra vez. Tenía 12 años y yo era adulto, entonces era bastante difícil que él ganara. Pero insistía, insistía; era un plomo. Pero para el tenis era buena esa característica, porque si perdía, salía enojado de la cancha y te decía: ‘En el próximo torneo quiero volver a jugar contra este y ganarle’. Era obsesivo. Le encantaba el desafío de intentar ganarle al mejor o al más grande”. La anécdota, contada por Marcelo “Negro” Gómez (formador de Del Potro) a quien escribe estas líneas durante una soleada mañana de enero pasado en la ciudad serrana, es todo un símbolo.
Durante sus etapas de formación, Del Potro compitió, mayormente, ante rivales más grandes. Fue una estrategia estudiada y ajustada por Gómez y por Daniel del Potro, padre del tenista. Independientemente de la apuesta potenciada por las virtudes de Juan Martín, a éste le encantaba el desafío de competirle a los, supuestamente, superiores. Y más allá de la exigencia, siendo preinfantil se llegó a imponer ante los Sub 12; como infantil les ganaba a los de 14 años; y con 13, en 2001, ganó etapas Sub 14 del circuito COSAT en la Argentina y Colombia.
Con los años y ya inmerso en el circuito profesional, el reto de Del Potro fue siempre ganarle a Roger Federer , Rafael Nadal , Novak Djokovic y Andy Murray (de juniors, el escocés le había ganado varias veces). Vencer al 50 del mundo no lo inspiraba. “Desde la motivación, a Juan siempre le costaron un poco más los partidos contra los que están más abajo que él, que ante los top”, reconoce Franco Davin, el entrenador que acompañó al campeón del US Open 2009 durante ocho años. Eso puede explicar, en cierta manera, el desgano que muchas veces exhibe Del Potro ante adversarios inferiores. Ello quedó expuesto esta temporada, en la que se esperaba que luego del milagroso y explosivo 2016 irrumpiera en lo más alto del ranking, y sin embargo no fue así. Pero en las esporádicas demostraciones de su fulminante categoría (cuartos de final en Roma, semifinales en el US Open), el rendimiento fue de la mano con la motivación ante el obstáculo.
A los 29 años, con cuatro cirugías en las muñecas, la Copa Davis, dos medallas olímpicas, 19 títulos de ATP y casi US$ 18.000.000 en premios oficiales, Del Potro se estimula ante rivales y circunstancias puntuales. Más allá del ranking o el presente que lo acompañe, siente, frente a adversarios especiales, un apetito distinto. Y esos momentos los vive en forma diferente. “Son los partidos que le gustan jugar”, apunta Davin. Del Potro llegó a Shanghai, el penúltimo Masters 1000 del año, luego de una opaca tarea en Pekín. No lo afectó. Venció, jugando mal, al georgiano Nikoloz Basilashvili (59º). Eliminó, con mayor seriedad, al ruso Andrey Rublev (35º). Y cuando se podía esperar un traspié en los 8vos de final ya que enfrente tendría al alemán Alexander Zverev (4º del tour; con cinco títulos en el año, incluidos los Masters 1000 de Roma y Canadá), el argentino crispó el puño y se impuso por 3-6, 7-6 (7-5) y 6-4, logrando 12 aces y un 89% de puntos con el primer servicio. Movió los cimientos en Shanghai y puede seguir haciéndolo –este viernes, con transmisión de ESPN, desde las 7 de la Argentina, se medirá con el serbio Viktor Troicki –. Ya no juega al truco con el “Negro” Gómez, pero Del Potro todavía disfruta de la adrenalina que le genera jugar ante los mejores.
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