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De los miedos y las suplencias eternas, a lucirse en Roland Garros: la dificultosa evolución de Diego Schwartzman
El Peque cayó con Monfils en cinco sets, pero se llevó los aplausos en el estadio Chatrier; un día a pura emoción, incluida su familia
PARÍS.- Ricardo está temblando, con la piel enrojecida y los ojos humedecidos. Hace pasos cortos y por momentos busca equilibrio sosteniéndose de las paredes. Cada tanto gira la mirada hacia atrás, buscando a Silvana, su esposa. También a Natali, la única mujer de sus cuatro hijos. Ricardo está emocionado. La cabeza le trabaja a mucha velocidad; los tiempos de dificultades económicas, como por ejemplo cuando intentó, sin quórum, que los socios de Náutico Hacoaj pusieran "20 o 30 pesos cada uno" para socorrer la carrera de su hijo, ya son parte del pasado. Ricardo es Schwartzman, padre de Diego, ese pequeño gran tenista de 1,70 metros que recibió una ovación inolvidable de los 14.000 espectadores que poblaron el Philippe Chatrier en una tarde soleada, la de temperatura más agradable desde que, el domingo, comenzó Roland Garros.
Diego perdió. Se despidió del Bois de Boulogne en la 2ª rueda, tras caer por 4-6, 6-4, 4-6, 6-2 y 6-3 frente a Gaël Monfils, el superatleta francés, 13er favorito aquí. ¡Qué importa! En realidad, Diego ganó. La inexperiencia en el circuito grande quizá no le permitió aprovechar esos pequeños tramos en los que la Pantera vaciló. El saque (21 aces) salvó al jugador local, todo un imán para el público. Deportista emocional y efervescente como pocos, Monfils se nutrió de los gritos cuando estaba titubeante ante los hirientes ángulos que Schwartzman dibujaba con el revés. "Diego ha hecho un gran partido. Lo felicito", dice el francés, y la gente aplaude de pie, mientras el Peque abandona el court más prestigioso del torneo. Algo similar ocurrió hace un puñado de días, en otra ciudad y ante otro rival: en la semifinal de Estambul, con Roger Federer. Poco a poco, el argentino conducido por Sebastián Prieto se hace respetar.
Se me mezclan los sentimientos. De chiquitito no se animaba a despegarse de mí. Yo iba a todos los torneos. Y verlo hoy (por ayer) ante miles de personas me emociona. Me sorprende que tenga tanta soltura, porque hasta los 14 años no se me despegaba
Ricardo se sienta en un banquito de la sala de jugadores. El corazón le suena cual si fuera un tambor. No pasaron más de 10 minutos desde que su hijo se lució por primera vez en el Chatrier, en un horario central, ante el juicio de millones de televidentes en todo el mundo, frente al dictamen de managers y hasta de Ion Tiriac –sentado en el palco de siempre–, exhibiendo los parches publicitarios de Guinot y Mary Cohr en las mangas de su remera, como todos aquellos que no son de la elite y juegan en el estadio central. A su conferencia de prensa también se acercó un cronista del servicio inglés de la agencia AP. Hasta Diego Maradona, en Dubai y en declaraciones a Radio La Red, dijo: "Estoy viendo a Dieguito por la tele, el del apellido más difícil que la tabla del 9".
"Tuvimos muchos problemas para que Diego pudiera viajar. Desde los 16 años tiene un sponsor, una gente muy buena, pero pusimos muchísima plata. Yo soy comerciante, hoy vivimos de alquilado y ya habremos gastado el valor de más de un departamento en él. Pero le hemos dado una ayuda a Diego como les dimos a nuestros otros hijos para la enseñanza secundaria y universitaria. Diego, que es el menor, no terminó la secundaria. Hizo algo a distancia por Internet después de recibir una beca de la Asociación, pero no terminó", dice Ricardo a la nacion. Es la primera vez que acompaña al Peque en un torneo. El tenista, de 22 años, le venía insistiendo desde hacía rato, pero no se animaba a viajar porque se pone muy nervioso. Ya de a poco se va serenando. Silvina llega a su encuentro, eufórica, orgullosa. "No me asustes. ¿Estás bien?", le pregunta. Ricardo la mira, pero no responde. Sigue en las nubes.
"Se me mezclan los sentimientos. De chiquitito no se animaba a despegarse de mí. Yo iba a todos los torneos. Y verlo hoy (por ayer) ante miles de personas me emociona. Me sorprende que tenga tanta soltura, porque hasta los 14 años no se me despegaba. Él jugaba la Copa Coria y muchas veces ganaba el premio al Fair Play, pero no iba a recibirlo porque yo no lo podía acompañar. Era miedoso de la noche. Tenía miedo a dormir solo cuando se iba a los viajes. Tuvo una analista que lo recontraayudó, Andrea Douer. Ella le salvó la vida", confiesa mamá Silvana, que en los tiempos en los que Diego era junior iba a los torneos cargando bolsos llenos de pulseras de goma hechas por Ricardo. Las ventas eran otra ayuda económica.
La baja estatura de Schwartzman también fue un obstáculo. "Al principio hubo gente que nos decía que iba a medir entre 1,72 y 1,82 –cuenta Silvana–. Mis otros hijos son altos. Le hicimos estudios. Pero todo lo que le falta de altura lo tiene de cabeza. Siempre fue el último de toda su camada, suplente en los odesur, en los Sudamericanos, suplente, suplente. Tenías siempre a Collarini, Argüello, velotti por delante. Estaba en el pelotón de los mejores, pero quedaba relegado."
Ricardo ya recuperó el aliento y afirma que el momento más duro para Diego fue en 2010, cuando viajó solo a jugar la qualy del US open sin estar convencido de hacerlo, pero con el pasaje pago por parte de la AAT y con la presión para no hacerlo de sus sponsors, ya que jugaba futures. "Llegó con ranking 500 de ATP, salió de primer preclasificado en la qualy y perdió. Un entrenador iba a viajar con él, pero un día antes se bajó. Quedó solo en Nueva York, pero al rato que perdió apareció Rubén Ré. Diego estaba muy angustiado, no quería jugar más al tenis. Esto no es para mí, decía. Tenía presión. Cuevas y Daniel orsanic, que en esa época era el coach de Pablo, lo ayudaron y lo sacaron a pasear. Él los quiere mucho. Y el que le dio una mano impresionante fue Tito vázquez, que lo encontró en el avión de regreso, lo vio mal y lo llevó a entrenarse a la Copa Davis".
Schwartzman perdió en Roland Garros, es verdad. Pero, también en verdad, ganó. Jugó cinco sets por primera vez en su carrera, ante los ojos del mundo, y aprobó el examen. "No entré en la cancha a ver qué pasa, apichonado. Sabía que Monfils usaba mucho al público, pero entré a ganar. Disfruté de la gente. Fue muy lindo. Algo que recordaré siempre", reconoció Diego, sonriente. Ricardo ya puede estar tranquilo.
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