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Dante Bottini, un coach argentino de exportación que añora a Federer y se asombra por la velocidad actual: “Los nuevos tenistas casi no piensan”
Radicado en EE.UU. desde 2008, habló con LA NACION del circuito actual: la falta de atención de la nueva generación y el ritmo frenético
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Las limitaciones que históricamente padeció el tenis argentino (financieras, de infraestructura y distancia geográfica con los centros más desarrollados) se suelen suplir con rasgos resistentes al paso del tiempo: rica materia prima, esfuerzo y creatividad, deseo de progresar y una escuela artesanal de profesores y entrenadores. El perfeccionamiento en la elite y la búsqueda de oportunidades en economías más sólidas produjeron que numerosos argentinos se integraran en equipos de jugadores extranjeros. Entrenadores, pero también preparadores físicos, kinesiólogos y fisioterapeutas hoy se derraman en los circuitos ATP y WTA. En ese contexto, como coach, Dante Bottini (44 años, nacido en Coronel Pringles, provincia de Buenos Aires; 827° de singles en 1997 y 380° de dobles en 1998) ya es una suerte de “veterano”; es uno de los argentinos con más tiempo de trabajo en el exterior.
Jugó Futures y Challengers. Vivió en Europa, con limitaciones: llegó a dormir en una casa rodante. Lejos de su anhelo de ser top 100, aprovechó una beca universitaria en EE.UU. (en West Florida), se graduó en Sport Management y, en 2007, se sumó a la academia del legendario Nick Bollettieri en Bradenton (actual centro de la agencia IMG). Radicado en esa porción de la Florida desde 2008, comenzó desde abajo, “haciendo canasto”, y conocer a Kei Nishikori le cambió la vida. El japonés lo sumó a su equipo y trabajaron juntos durante nueve temporadas, en las que el asiático alcanzó el número 4 del mundo (en 2015) y obtuvo doce títulos ATP. Esa etapa, para Bottini, fue como hacer una maestría. Luego, el búlgaro Grigor Dimitrov, el chileno Nicolás Jarry y el chino Juncheng Shang (hasta el último US Open) fueron los jugadores más destacados que el argentino entrenó.
“Los argentinos estamos bien vistos en el circuito. Hay entrenadores, pero también fisios, preparadores físicos... Es impresionante. Además del conocimiento de tenis y de la base que nos dio Argentina, nos destacamos por la garra que le metemos al día a día, el no bajar los brazos, no cortar caminos. Eso tiene mucho que ver”, apunta Bottini, ante LA NACION, durante un encuentro en el parque Las Heras de Buenos Aires. Estuvo en el país durante algunos días porque se casó, en Coronel Pringles, con Melanie, su pareja norteamericana.
“Con los profesionales actuales tenés que estar día a día; no es que vas a un club y le das la clase a todos por igual. En esta función tenés que convivir todo el año, decir las cosas en la cara, no bajar los brazos, explicar el porqué de cada decisión. Eso te lo da el conocimiento y eso se respira en la Argentina. El tenis es uno de los deportes más importantes de nuestro país, casi todo el mundo sabe de tenis…, algo que no pasa en tantos lugares. Está bueno cruzarse con argentinos en el circuito, es interesante. Siempre hay uno para compartir una comida, un café”, agrega el entrenador, hábil observador del circuito actual.
-¿Cómo fue, en su momento, trabajar junto con Bollettieri?
-Yo arranqué en 2008, bien de abajo, con grupos reducidos, donde ni lo veía a Nick, porque él estaba con los mejores de la academia. A los pocos meses me dieron grupos de chicas de 9 a 11 años por la mañana y de 15-16 años a la tarde, y ahí ya lo empecé a tratar más. Teníamos reuniones de muchas horas. Aprendí un montón. Fue un fenómeno, un apasionado del tenis, efusivo, exigente al máximo y optimista. Con una autoestima altísima, yendo siempre para adelante, buscando lo mejor. Todo el tiempo compartía sus historias de vida. Teníamos reuniones varias veces a la semana, en las que se hablaba de todo lo que se hacía en la academia y él contaba muchas anécdotas. Era bastante gracioso también. Vivía a la vuelta de la academia, a las 5 de la mañana ya estaba dando clases o en el gimnasio. Hacia fierros y no paraba, era el último en irse, era una máquina con 80 años [falleció, a los 91 años, en 2022]. Un apasionado.
-¿Qué radiografía hacés del tenis actual?
-Está habiendo un cambio. Con Federer afuera, con Nadal habiendo estado afuera todo el año y probablemente por jugar el último en 2024... A Djokovic le veo un par de años más. Pero ya está la nueva generación, con Alcaraz, Sinner, Rune. También con Medvedev, Zverev y Tsitsipas. Además de muy físico, al tenis lo veo con mucha potencia y muy mental; los jugadores tienen que estar fuertes de la cabeza. Los nuevos jugadores casi no piensan. Se está jugando muy rápido, muy fuerte. Antes ya había poco tiempo para pensar…, ahora menos que menos. El segundo saque lo hacen, quizás, a 200 km/h, lo cual era impensado que se la jugaran así. ¿Es bueno o malo? No sé; es más difícil armar una estrategia para el coach, porque vos le podés decir algo, pero después todo cambia en segundos. El jugador te dice: ‘Pero me dijiste que en el segundo saque me hacía un kick al revés y me sacó a 200 a la T’. Se la están jugando más.
-Ese nivel de alta exigencia está generando lesiones en los talentos jóvenes, como le pasó a Alcaraz y a Sinner, nada menos.
-Y a Korda, a Rune… Todos han tenido dolores y lesiones. Se está jugando a un nivel tan fuerte que cada vez son más las exigencias que incorporan los jugadores en la parte física. Y el cuerpo no da abasto. Hay otro problema que los jugadores están planteando: el cambio de pelotas de un torneo al otro. ¡No se puede jugar tres torneos seguidos con pelotas diferentes! Las marcas de pelotas tienen modelos muy distintos y a la hora de jugar provoca cambios en la manera de impactar. Las más pesadas te hacen jugar peloteos más largos, el cuerpo va sumando y se va sintiendo en el hombro, en la muñeca, en las piernas.
-Siendo entrenador, sobre todo de Nishikori y Dimitrov, compartiste varios momentos con Federer. ¿Qué provocó su retiro?
-Por suerte tuve la oportunidad de compartir varios momentos con él, sí; también con Djokovic y Rafa. Pero la ausencia de Roger se siente; se lo extraña. Era un jugador diferente. Es el que hizo el cambio después de la época de Sampras y Agassi. No sé bien cómo explicarlo, pero los torneos eran distintos cuando estaba Roger. El tenis sigue, pero cuando él entraba en el vestuario era una presencia…, la gente se quedaba un poco muda, lo miraba. El tipo manejaba una presencia…, imponía respeto caminando, no solo jugando al tenis. Después era un tipo normal, divertido, con sentido del humor. Un fenómeno. Si entrenabas con él por primera vez te hacía preguntas y después ya sabía cosas de vos. Era increíble. Varias veces me habló de Argentina. Me preguntó cosas de religión y hacía referencia a cómo juegan los argentinos en polvo de ladrillo. Una vez quise sorprenderlo, porque en 1997, siendo juniors, compartimos un torneo: el Prato International, en Italia. Yo tenía 17 años y, él, 15. Le mostré el cuadro del torneo y le conté que si yo ganaba iba a enfrentarlo, pero perdí. Se acordaba de todo y me dijo: ‘Ese torneo lo gané y ahí empezó mi ascenso’. Se acordaba de que le había ganado a un francés, que era el número 1 en la categoría (Julien Jeanpierre). Un fenómeno.
-¿Cuál es el secreto de la vigencia de Djokovic?
-Es una locura; es para sacarse el sombrero y admirarlo. Todavía tiene un hambre…, y no tiene vergüenza en decirlo. ‘Yo quiero batir todos los récords’, dice. Y está muy bien que lo haga. No tiene miedo. Es increíble. Conozco cómo se cuida, cómo se entrena…, así que no me sorprende tanto. Sé lo exigente que es con él mismo y con su equipo. Lo más sorprendente es que el físico le dure de esa manera. Se alimenta de una manera única, estando en cada detalle. Hace yoga desde hace muchos años, por eso es tan elástico. Vos podés tener hambre y muchas ganas de seguir, como puede pasarle a Nadal o como pudo haber tenido Roger, pero el cuerpo les dijo basta. Roger hubiera seguido porque ama el tenis. Lo mismo le pasó a Del Potro.
-¿Qué sabor te dejó la carrera de Juan Martín?
-Fue un jugador increíble; de mis favoritos para ver. Cuando le pegaba la derecha, que sonaba como una escopeta, era algo único. Si no fue la mejor, su derecha fue una de las mejores de siempre. La más potente y más segura. Es una pena que haya tenido tantos problemas. Yo no soy de mirar tantos partidos por TV, pero cuando jugó el último, contra Delbonis en Buenos Aires, lo seguí, quería ver cómo volvía, pero me dio tristeza verlo así, sin poder correr un drop, sin poder luchar. Yo tenía la ilusión de que iba a volver bien. Era lindo verlo en el circuito. Sé que podría haber hecho todavía más en el tenis.
-¿Lo ves en alguna función vinculada al tenis en el futuro?
-Sí, estaría bueno. No me cabe la menor duda de que sabe un montón de tenis. No sé si a él le interesaría o si es el momento, pero quizás más adelante le pique el bichito y tenga ganas de acompañar a algún jugador como entrenador. Vivió muchas cosas en este deporte.
-¿Cómo vive el deporte de EE.UU. la aparición de Ben Shelton, que comenzó el año siendo 96° y terminó top 20?
-Tuve la oportunidad de enfrentarlo con Shang, el chico chino que entrené por diez meses, y le ganamos en Atlanta y Washington. Ahí fue donde lo vi más y lo conocí mejor. ¡Es pura potencia! Tiene un saque de locos, pero después parece que no piensa cuando juega. Es pegarle a la pelota más fuerte y más fuerte y más fuerte… Pero le hace bien al tenis. Me gusta su actitud. Gritar los tantos, reírse y esas cosas vienen de su etapa en el tenis universitario, donde su padre (Bryan) fue uno de los mejores entrenadores. Es un momento saludable para el tenis de Estados Unidos, con Tiafoe, Fritz, Korda, Shelton, Tommy Paul. Los norteamericanos venían de tener sólo a Isner para el top ten. También entre las mujeres viven un buen momento con Pegula, con Coco Gauff.
-A la distancia, ¿qué observás del tenis argentino?
-Veo que hay muchos jugadores metidos dentro del top 100 y que sigue surgiendo. Los veo con mucha garra, con ganas. Fran Cerúndolo tuvo un año muy bueno; lo respetan en el circuito, tiene un juego agresivo, una derecha increíble y juega en todas las superficies. Eso es lo que me gusta de los nuevos argentinos, que juegan en polvo y en cemento. (Tomás) Etcheverry puede jugar en todas las superficies también. Y Sebastián Báez también; este año lo demostró ganando el torneo de Winston-Salem, compitiendo muy bien. Cerúndolo ganó en césped. Hay jugadores nuevos como (Mariano) Navone, a quien he visto poco, pero lo suficiente para darme cuenta de la garra que le pone y de la frescura que tiene. Este año, la Argentina quedó segunda en cantidad de títulos Challengers, después de Francia, lo cual es muy importante. Que la gente en Argentina no piense que al tenis actual le está yendo mal; no. La época de la Legión no sé si va a volver a pasar; aquello fue único, histórico. Esto es lo más normal.
Un puñado de reveses sobre césped
-¿Qué diferencias observás entre la generación actual y la tuya?
-Para el entrenador hoy es mucho más difícil. Hay menos atención. El jugador no escucha tanto, entonces eso hace más difícil el proceso, el día a día. El jugador es el que te contrata y el entrenador tiene que ir con paciencia y pensar: ‘Bueno, ésta la voy a dejar pasar, pero después lo agarro en la otra’. El jugador actual tiene un déficit de atención. Antes te escuchaba más y te miraba a los ojos; hoy sigue caminando o mira para abajo. Le decís: ‘Che, te estoy hablando’. ‘Sí, te estoy escuchando’, responde y por ahí está con el teléfono y te está escuchando igual. Es raro, raro…, es un cambio raro.
-China vive su mejor momento, con Zhizhen Zhang (58°), Yibing Wu (121°) y Juncheng Shang (183°), a quien entrenaste. ¿Cómo fue tu experiencia con él?
-Shang es muy talentoso, muy joven (18 años), con un juego como para llegar lejos. Después, no sé, tiene a la familia atrás todo el tiempo y a veces no lo deja respirar. El padre, que fue futbolista, está las 24 horas en los entrenamientos, en cada detalle, es asfixiante y se vuelve difícil para el entrenador dar una opinión. Estuvimos juntos diez meses, lo vi crecer bastante. Tuvimos la mala suerte de que después de hacer historia en Australia (pasó la qualy y se convirtió en el primer chino en ganar un partido del main draw en Melbourne), tuvo mononucleosis y estuvo tres meses sin hacer nada. No sabíamos que era y hubo que volver a empezar. Después del US Open dejamos de estar juntos. Zhang y Wu también juegan muy bien. Lo importante es que los tres se fueron de China y se entrenan en Estados Unidos o Europa; eso los hará crecer más.
-Nishikori vive en una pesadilla desde hace años debido a sus lesiones. ¿Qué te genera que no haya podido recuperar el nivel?
-Me da una pena enorme. Cada vez que lo veo, hablamos y quiero que le vaya bien. Lo veo entrenar, empieza y para, empieza y para... Hoy es muy difícil volver al máximo nivel. Me apena mucho porque es un jugador que le puede ganar a cualquiera. No te digo que podría ganar muchos torneos, pero sí dar un buen show, un tenis muy lindo de ver. Espero que se mejore. Sé que sigue intentándolo. En su momento era una locura lo que él vivía, sobre todo cuando iba a Japón: era el deportista más reconocido del país y hasta se tenía que camuflar en la calle. Hoy está en otra etapa, tiene un hijo, está esperando otro. Kei vive acá cerca, en Bradenton y sé que se está entrenando.
-Entrenando a Nishikori también compartiste tiempo con una figura como Michael Chang (2° en 1996), cuando se sumó al equipo para dar su mirada.
-Sí, aquello fue muy bueno. Somos dos tipos muy diferentes, pero nos respetamos, nos entendimos y luchamos con el mismo fin: darle una idea superadora a Kei. Es un tipo con un conocimiento de tenis increíble, un perfeccionista del tenis, muy aguerrido y con mucha disciplina.
-¿Cómo describís a un tenista exquisito como Dimitrov?
-Es un jugador excepcional, de los más talentosos que tiene el circuito. Físicamente también es extraordinario, se cuida muchísimo, es una bestia. Tenísticamente es uno de los grandes talentos, tira golpes que casi no hace nadie. El revés con slice es una locura, el de una mano también. Es un jugador que da gusto verlo; pagás una entrada por él. Cuando está mal te dan ganas de irte porque casi que no compite, esa es la gran debilidad. Sufre cuando no está bien emocionalmente y lo traslada a la cancha; se nota. Ahora…, cuando está contento, puede hacer un desastre y te da el mejor show de todos.
-¿Cómo manejás las diferencias culturales con los jugadores que entrenás?
-Trato de observar mucho, de respetar sus tiempos. Hay que ir acostumbrándose. Uno quiere enseñar desde la cultura de uno, pero hay que aprender de la de ellos también, para que todo sea lo más ameno posible. El objetivo es tener paciencia para entrarle lo mejor posible al jugador. No es fácil, es todo un desafío, pero me gusta mucho lo que hago.
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