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Cómo es Banjica, el humilde barrio en el que Novak Djokovic se refugió de las bombas durante la infancia
Monoblocks de hormigón descuidados, murales, heridas abiertas y gente respetuosa, la cuna del máximo campeón de torneos de Grand Slam
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BELGRADO (Enviado especial).– Banjica es un barrio dominado por moles de hormigón y ladrillo, arboladas plazas con aros de básquetbol, arcos de fútbol y tableros de ajedrez, siete kilómetros al sur de la ciudad. Está conectado desde la zona céntrica a través del amplio bulevar Oslobođenja (‘Liberación’, en el idioma serbio), pasando por el bosque de Byford y los paradójicamente linderos estadios de Estrella Roja y Partizan, los equipos de fútbol más populares de Serbia. El sitio, habitado por familias de clase trabajadora, antiguamente disfrutó de aguas termales subterráneas y de allí proviene su nombre: banja significa spa, por lo que Banjica se traduciría como el “pequeño spa”.
Después de la Segunda Guerra Mundial se produjo la urbanización de la zona. Se construyeron grandes bloques de departamentos con no más de doce pisos, mayormente destinados para quienes trabajaban en algún brazo del Estado (en los transportes, el correo, la construcción). Vladimir, el abuelo paterno de Novak Djokovic, quedó viudo y vivió en un departamento de dos habitaciones hasta su muerte, en abril de 2012; Nole, que lo adoraba, se enteró del fallecimiento durante el torneo de Montecarlo, antes del partido por los octavos de final contra Alexandr Dolgopolov (lo derrotó y lloró en el court).
Djokovic pasó una buena porción de su infancia viviendo en Banjica con Vlada -como lo llamaban los vecinos-, ya que sus padres (Srdjan y Dijana) permanecían bastante tiempo fuera de Belgrado, a unas cuatro horas de viaje en automóvil, trabajando en una pizzería/pastelería del monte Kopaonik, famoso centro de esquí en los Alpes Dináricos, intentando generar recursos para que sus hijos (además de Novak, los menores Marko y Djordje) pudieran desarrollarse.
Djokovic nació el 22 de mayo de 1987 (33 días antes que Lionel Messi) y, en 1999, cumplía doce años cuando las bombas de las fuerzas de la OTAN empezaron a caer en la ciudad, una tras otra, derramando horror, sacudiendo la tierra, provocando orificios en las construcciones y en las almas. Cada noche, durante interminables jornadas de ataques aéreos por el conflicto entre serbios y albanokosovares, Nole y sus familiares debieron resguardarse en el refugio del edificio, un pequeño espacio oscuro, húmedo y con poca ventilación. “Nos escondíamos del peligro que venía del cielo. Todas las familias del edificio, que tiene unos 50 departamentos, buscaban estar seguras. En los primeros días sentimos miedo, temblores, lágrimas… pero creo que después de cinco o seis días la gente empezó a cantar, jugar a las cartas y aceptar que esa era la realidad de cada noche y que había que rezar”, reveló el máximo ganador de Grand Slams (con 24), hace cuatro años, durante una visita al refugio, con el periodista estadounidense Graham Bensinger.
Hoy, recorrer y hurgar en el barrio en el que se crió Djokovic, permite viajar emocionalmente en el tiempo y advertir que hay heridas que continúan abiertas, pero que todo siguió fluyendo y que su gente mira hacia adelante (sin olvidar el pasado, claro). Los edificios, gigantes de hormigón, con fachadas descuidadas y poca pintura, con pastos silvestres crecidos en las juntas rajadas, lucen grafitis y murales de artistas, santos, referentes locales y letras de canciones y poemas. La mayoría de las escaleras en el complejo tiene las baldosas rotas. Hay locales cerrados y el paisaje aéreo muestra ropas aireándose colgando de sogas y hasta bolsas con verduras bamboleándose en los balcones de metal rojo. A nadie se le ocurriría llevarse algo ajeno: las calles serbias son seguras, incluso de noche.
En uno de los pasillos hay una pintura que no pasa inadvertida: sobre un fondo con los colores de la bandera serbia (rojo, azul y blanco), se ve el contorno del territorio kosovar y, por delante, el escudo de Serbia, que consta de un águila blanca bicéfala, una corona real y una cruz con cuatro letras en cirílico. Se lee: “Косово је Србија (”Kosovo es Serbia”; en el país se utiliza el alfabeto cirílico, además del latino)”. Kosovo fue provincia yugoslava hasta que los ataques aéreos de la OTAN (78 días entre marzo y junio de 1999) pusieron fin, al menos desde el fuego, a un conflicto bélico entre fuerzas del gobierno serbio y separatistas de etnia albanesa que dejó miles de muertos (las cifras de los caídos oscilan según el interlocutor). Al margen de los registros dolorosos, la tirantez continúa; Serbia no reconoce la independencia kosovar, declarada en 2008.
Nole, el embajador más distinguido de Serbia en el mundo, hizo la primaria en Banjica, en una escuela ubicada apenas a cuatro cuadras del edificio en el que vivía su abuelo; un colegio de amplias dimensiones, con un extenso patio de juegos al frente, cercado por rejas de color rojo, azul y amarillo, que lleva el nombre del escritor serbio Bora Stankovic y que sigue en funcionamiento. En 2015, en el diario serbio Blic, la directora de la escuela, Zdravka Marjanovic, reconoció que no habían sido lo suficientemente tolerantes con las ausencias a clase de Djokovic debido a los compromisos deportivos que ya tenía: “Fue una buena lección para nosotros. Según las generaciones actuales, somos mucho más tolerantes. De su ejemplo aprendimos que debemos apoyar a los deportistas y comprender al máximo sus ambiciones”.
Aquel niño Novak, que ya competía en el tenis y con el poco material que tuviera disponible se las ingeniaba para armar una suerte de trofeo de Wimbledon que había visto por TV e imaginaba ganar, corría, jugaba a las escondidas y andaba en bicicleta por la misma plaza, conocida como “Drugak”, en el corazón de las moles de cemento, que hoy ocupan otros chicos entusiastas que patean una pelota de fútbol imaginando ser Dusan Vlahovic (delantero serbio de Juventus) o, sobre todo, Leo Messi (lo gritan, lo relatan).
Caminar por allí permite toparse con dos emblemáticos murales de Djokovic, el hijo predilecto del lugar. Uno de ellos, en la base de un edificio, sobre el fondo de la bandera serbia, es una versión de Nole empuñando la raqueta con la mano izquierda (vaya curiosidad, ya que el tenista es diestro) y la frase en cirílico que se traduce “Confiamos en Dios”. Un poco más allá, cruzando la plaza, justo debajo del departamento que ocupó Novak con su abuelo, se exhibe otra simbólica ilustración: sobre una base de pintura celeste, Djokovic aparece en el centro; a un costado de él, su abuelo; del otro lado, Jelena Gencic, formadora de figuras como Goran Ivanisevic y Monica Seles, primera entrenadora de Nole y una suerte de segunda madre, fallecida en 2013.
Entrevista exclusiva con Djokovic
A unos metros de esa diapositiva ilustrada está el monoblock número 112. Al frente tiene una puerta de metal y vidrio, con ingreso eléctrico. El panel con los timbres muestra 52 propiedades y, en cada pulsador, el apellido de una familia: Mrsic, Radovanovic, Popovic, Stanisic, Pesic... Ya no están los Djokovic, aunque se rumorea que el antiguo departamento de Vladimir sigue perteneciendo a la familia de Nole. Detrás de la puerta se advierte el pequeño hall de ingreso con cerámicos claros y sutil iluminación, una reja cuadriculada roja cerrada que dirige al refugio, algunos adornos navideños que quedaron de otros tiempos y, unos pocos escalones arriba, la puerta roja del viejo ascensor.
Conscientes de lo que provoca el lugar, los vecinos parecen acostumbrados a encontrarse con rostros foráneos por allí; se muestran algo distantes, pero respetuosos. Es una suerte de sitio sagrado al que siempre quieren asistir los admiradores de Djokovic que llegan desde el exterior; lo certifica Silvina Funes, la argentina que en 2010 creó un club de fans de Nole, tiene contacto frecuente con él y su equipo, y hoy vive en Belgrado, casada con Vuk, que es serbio.
A algunos les puede resultar paradójico que de un lugar así, tan modesto, haya germinado uno de los atletas más cosmopolitas e impresionantes de todos los tiempos, una leyenda que tumbó cualquier obstáculo. Puede parecer inconexo que, habiendo vivido una infancia con tanta angustia por la guerra, haya forjado una personalidad jovial. Pero, probablemente, allí esté uno de sus secretos: las dificultades lo fortalecieron. “Estas experiencias me hicieron un campeón. Me hicieron más fuerte y tener más hambre por el éxito”, le contó a LA NACION.
En todos estos años Djokovic regresó al barrio algunas veces, pero por cortos períodos, ya que su presencia en la vía pública genera revuelo; con Nole en las calles de Belgrado ocurre lo mismo a que si Messi caminara por Corrientes y 9 de Julio o por el Parque Independencia rosarino. En Banjica, los chicos y adultos, incluso algunos que conocieron a su abuelo Vlada, lo reciben con afecto y lo toman como una inspiración, como un héroe. Y no es para menos teniendo en cuenta su obra durante más dos décadas en las canchas del mundo.
El barrio en el que Nole se refugió de las bombas
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