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Boris Becker, el León domado: un tenista explosivo, un “animal impredecible” que se iba sangrando de los entrenamientos y tuvo juicios millonarios
Ganador de 49 títulos, seis de Grand Slam y exnúmero 1, el alemán deberá ir a prisión dos años y medio. Ganó Wimbledon con 17 años y fue conducido por Ion Tiriac, el célebre coach de Guillermo Vilas
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Nunca fue normal, estándar. Su vida, su carrera, la fama, los escándalos, los divorcios, los cambios físicos incluso estando en actividad. Y ahora la impactante noticia de que irá a prisión dos años y medio. Boris Becker irrumpió en la gran esfera del tenis en junio/julio de 1985. Era “Boom Boom” Becker. Un tenista explosivo. Un monstruo que hoy llenaría las canchas de cualquier Grand Slam, Masters 1000, ATP 500 y ATP 250 o exhibiciones. Aquella vez tenía apenas 17 años y 7 meses. Y de la nada, se le ocurrió ganar Wimbledon. Rey en el All England. El campeón más joven de la historia.
Fue denominado “El León de Leimen”, por la ciudad alemana donde nació. Boris contaba con un saque demoledor a partir de su 1,90m que lo hacía una mole, imponente, cuando todavía el global de los jugadores no eran altos en promedio como en la actualidad. Y tenía una derecha que era un cañón. Pero no sólo eso: Boris iba siempre para adelante. No entendía la especulación, el juego madurado y pensante. Era como un caballo salvaje circulando por los courts. Por eso gustaba. Por eso impactaba. Por eso la gente se volvía loca y sentía, en apenas dos games, que la entrada ya estaba pagada.
Era el Becker que patentó las famosas palomitas en la red. Porque atacaba tanto que a veces lo hacía por sistema y sin una pelota demasiado profunda, lo que lo dejaba expuesto a la réplica, a los especialistas del passing. Era entonces cuando se estiraba al máximo, volando, y la mayoría de las veces con éxito: la volea, esforzadísima, derivaba en un punto espectacular. Porque eso era Boris: espectáculo. Si jugaba en pasto o en polvo de ladrillo, normalmente era el jugador que terminaba con la espalda verde o anaranjada por los revolcones. A veces, sangrando por los raspones o con las tradicionales “frutillas”.
Fue uno de los mejores tenistas de los ochenta y los noventa e integró una era dorada de Alemania junto con la extraordinaria campeona Steffi Graf. Obviamente rendía mejor en canchas rápidas y le tocaba padecer en polvo de ladrillo. Pero ni siquiera la lentitud de la superficie cambiaba su identidad. Era Becker en cualquier cancha. La gente sabía perfectamente qué iba a ver cuando asistía a uno de sus encuentros. Por aquellos tiempos, cuando chocaba con el sueco Stefan Edberg, una delicia de tenista y también “120%” ofensivo, brindaban partidos para el recuerdo. Varios de ellos fueron en finales de Wimbledon. Un deleite en la Catedral.
Becker conquistó en su carrera 49 títulos, seis de ellos de Grand Slam. Tres veces levantó la copa en el All England (1985, 1986 y 1989), dos en el Open de Australia (1991 y 1996) y la restante en el US Open (1989). En total, disputó 10 finales de Grand Slam. Además, logró 13 títulos de los llamados Masters Series (Masters 1000 de ahora) y en 3 ocasiones se adjudicó el Torneo de Maestros. Dos veces ganó la Copa Davis, fue oro olímpico en Barcelona 1992, número 1 del mundo durante 12 semanas y obtuvo unos US$ 25 millones en premios. Eso sin contabilizar los ingresos publicitarios.
Los conflictos no tardaron en aparecer en su vida. Su primera pareja, la modelo Bárbara Feltus, de raza negra, fue de las relaciones más equilibradas, hasta que naufragó. Se casaron en 1993 y hubo una gran acción marketinera cuando posaron desnudos para una portada de la revista “Stern”. Fue el comienzo de una campaña mucho más amplia y que se extendió en el tiempo como mensaje contra el racismo. Con Feltus tuvo dos hijos: Noah y Elias.
Mientras jugaba, en el circuito explotaban los rumores sobre una vida ajetreada fuera de las canchas. Hasta llegó a circular una versión, durante un Wimbledon, de que en una relación fugaz con una modelo rusa Angelika Ermakova, se habían guardado restos de semen para hacer figurar que había tenido un hijo con esa persona. Y que eso había desatado hasta un conflicto diplomático, mencionando a la Mafia Rusa. La historia después se confirmó: Anna Ermakova era su hija y tuvo que pagarle cerca de 5 millones a la modelo rusa como resarcimiento. Así era la vida de Becker. Dando espectáculo en la cancha y tormentosa fuera de ella.
El divorcio con Feltus, que incluyó una suma de cerca de 15 millones de dólares, propiedades en Miami y la tenencia de los hijos, fue el comienzo del descalabro y las alteraciones de su vida personal, con influencia directa en la personal. Y los signos de sus vaivenes emocionales se advertían en el juego propiamente dicho y también en las alteraciones físicas.
Sus cambios corporales eran notorios. Por momentos lucía espigado, fortalecido, imparable. En otras épocas del año, además de más lento, se lo veía hinchado, el cuerpo y la cara. Sus detractores, que abundaban (incluso en su país), decían que obedecía a la ingesta abusiva de alcohol, especialmente la cerveza. Hasta le habían inventado un apodo para esos casos: era “Boris Bieckert”, en juego con la marca de cerveza.
Tiempo después de terminar su relación con Feltus (fue en 2001), Becker tuvo un segundo matrimonio con la holandesa Lilly Becker. La nueva pareja se conoció en 2005 y estuvieron 13 años juntos, nueve de ellos casados. En el medio hubo varios alejamientos y reconciliaciones, hasta que la convivencia no dio para más. Demasiadas turbulencias. Se separaron en 2018 y tuvieron un hijo: Amadeus.
La mirada de Ion Tiriac
Becker tuvo una cercana relación con nuestro Guillermo Vilas, el mejor tenista argentino de todos los tiempos, en virtud de que, con Willy, fue conducido por el rumano Ion Tiriac, uno de los coaches más respetados del mundo. Hace unos años, durante un Roland Garros, Tiriac, poderoso empresario y hoy multimillonario, nos contaba anécdotas de Vilas y de Becker.
Sobre Vilas, apuntó: “Guillermo fue un libro, el mejor jugador de todos los tiempos. Porque con un talento muy limitado, con un trabajo enorme, llegó a ganar Grand Slams, títulos importantes, un Masters. Un gran jugador, una gran personalidad. No conocí ningún sudamericano con la personalidad de Vilas. Trabajaba 35 horas a la semana sólo para mejorar un golpe. Nadie hacía ni hace eso”.
Cuando le preguntamos si Vilas había sido su satisfacción personal más importante como coach, Tiriac habló sobre Becker. “Todos son distintos. La fuerza en el golpe de Becker no la tenía ninguno, pero Boris era diferente de los otros. Era el contestatario. Vos le decías ‘Buen día’, y él te decía ‘Buenas noches’. Le decías ‘Sacá con más efecto’, te decía ‘No, no’. Le decías ‘No podés pegar de fondo contra Jimmy Connors en pasto’ y te contestaba ‘¿Cómo no? Connors no tiene más que yo, tengo más golpes que él’. Entonces, iba, le jugaba de fondo, le ganaba y te reprochaba: ‘¿Viste que podía pegar de fondo contra él? Tengo razón yo’. Y no, no tenía razón, porque en verdad jugó 30 minutos más de lo necesario para llegar al mismo final, podía ganar de otra manera. Así era Becker, otro que trabajó mucho en sus comienzos. Te digo: a veces se iba sangrando de los entrenamientos por la manera como se entrenaba. Un animal impredecible”.
Boris Becker cuando ganó Wimbledon con 17 años
Con el tiempo, y una vez retirado del tenis, Becker no se alejó de los torneos. Primero porque fue comentarista de las principales cadenas de transmisión, al igual que John McEnroe. Pero además siempre estuvo vinculado como empresario a numerosas firmas que lo conservaron como imagen.
Lo que ocurrió este viernes, con la sentencia de prisión por dos años y medio por haberse declarado en bancarrota cuando en rigor no lo estaba, no es algo que llame la atención teniendo en cuenta lo que ha sido su vida. De hecho, hace 20 años, ya había tenido un problema judicial al ser declarado evasor de impuestos. Fue por una declaración jurada, cuando decía que vivía en el Principado de Mónaco cuando en realidad residía en Alemania. Quedó en libertad condicional, pagando una multa de 500.000 dólares.
A veces se timbeaba para ganar puntos en la red. Llevó indirectamente la receta a su vida personal y a los negocios y en ese terreno, ríspido e indescrifrable, la palomita esta vez no llegó a destino. El passing shot de la justicia lo tomó a contrapierna a los 54 años y fue inexorable para Boris Becker.
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