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Andy Murray, la leyenda que regresa a Wimbledon, con LA NACION: “No me podía atar los zapatos, pensé que no volvería a jugar”
El escocés, ex N° 1 del mundo, reaparecerá en el Grand Slam británico luego de cuatro años en los que sufrió dos cirugías de cadera; charla a fondo con un integrante del Big 4
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“Yo podría haber sido uno de esos niños. Hermanos y hermanas de algunos de mis amigos fueron asesinados…”.
Andrew Barron Murray (Andy Murray en el mundo del deporte) tenía ocho años el 13 de mayo de 1996 cuando Thomas Hamilton, de 43 y ex jefe de los Boy Scouts de la Escuela Primaria de Dunblane, una localidad escocesa de 9400 habitantes ubicada a 65 kilómetros de Edimburgo, irrumpió en el gimnasio y abrió fuego con varios revólveres, matando a dieciséis chicos -la mayoría de cinco años- y a una maestra. Doce niños más y tres adultos fueron heridos. Luego, se suicidó. Andy y su hermano, Jamie, estaban allí y sobrevivieron.
Durante doce años y ya siendo profesional del tenis (desde 2005), Murray evitó referirse a la masacre. Lo mortificaba por dentro. Fue recién en 2008, con 21 años, en su biografía ‘Hitting Back’ (Contraatacando), cuando Murray se desahogó. Confesó que su hermano (un año mayor) y él se dirigían hacia el gimnasio aquel día y al escuchar los tiros alguien se acercó a comprobar qué ocurría, tras lo cual regresó desesperadamente y exigió al grupo a correr hacia el despacho del director. Se escondieron bajo un escritorio. Aterradas, las maestras tuvieron valor para sonreírles a los niños y pedirles que susurraran canciones hasta que pudieran salir del cuarto.
“Conocíamos a ese tipo (al asesino). Una vez se subió en el coche de mi madre. Es extraño pensar que tuviste a un asesino en tu coche, sentado junto con tu mamá”, amplió Murray, atormentado. Efectivamente, algunas veces Judy Murray lo llevaba desde el campo de los Boy Scouts a la estación de trenes. Nunca lo habían visto como alguien peligroso.
Novak Djokovic, líder del ranking de tenis y criado en la Belgrado de la antigua Yugoslavia cuando los bombardeos de las fuerzas de la OTAN sacudían las almas, nunca deja de recordar que el arte de las raquetas le “salvó la vida”. Para Murray (1° del mundo el 7 de noviembre de 2016 y en la cima durante 41 semanas) el tenis también fue (es) más que un deporte: fue (es) una vía de escape.
“Lo de Dunblane ocurrió cuando tenía casi nueve años. Doce meses después, nuestros padres se divorciaron. Fue una época difícil. Y poco después mi hermano se fue de casa. Lo hacíamos todo juntos, así que fue duro para mí. Durante más de un año tuve muchísima ansiedad. De más grande, compitiendo, tuve problemas respiratorios. Pero la ansiedad desaparecía cuando jugaba al tenis. El tenis me permitía escapar. Por es tan importante para mí”, relata el británico en el documental ‘Andy Murray: Resurfacing’ (Resurgiendo), estrenado en noviembre de 2019. Y allí se entienden un montón de cosas.
Tenista sanguíneo, ambicioso y ácido, de brillante lectura del juego, estupenda capacidad atlética para defenderse y contragolpear y con una devolución de altísima jerarquía, Murray fue -durante años- uno de los artistas del Big 4, con Roger Federer, Rafael Nadal y Djokovic. Es el único con al menos siete victorias sobre el suizo, el español y el serbio. Ganador del US Open 2012; primer británico campeón de Wimbledon en 77 años (en 2013; repitió en 2016), desde que Fred Perry lo hiciera en 1936; ganador de la Copa Davis 2015; y único con dos medallas olímpicas de oro en singles (Londres 2012 y Río 2016), sólo lo detuvo su maltrecha cadera.
Los dolores, insoportables, lo llevaron a alejarse del tour después de Wimbledon 2017, cuando ya ni podía atarse los cordones de las zapatillas. Se sometió a una primera cirugía en enero de 2018 y volvió a jugar a mediados de junio de ese año, tras 342 días de inactividad. Pero no mejoró y, en enero de 2019, antes de debutar en el Abierto de Australia, se quebró durante una rueda de prensa y anunció que su retiro sería inminente porque ya no lograba tolerar las molestias. El 28 de ese mes volvió a entrar en un quirófano: le hicieron una reconstrucción de cadera, en la que le extrajeron una articulación y se la sustituyeron por un implante metálico. Médicos británicos llegaron a aseverar que Murray debía conformarse con mejorar la calidad en su vida cotidiana y jugar al tenis en forma recreativa o evaluar ser entrenador. Siendo 324° del ranking, volvió a jugar en agosto, en Cincinnati. Siguió compitiendo en cuenta gotas y bajó de nivel a un Challenger en Mallorca, pero en octubre sintió revivir. En el ATP de Amberes, Bélgica, se coronó campeón (el primer título en 31 meses, una eternidad para un tenista de su categoría). Fue su último trofeo. Por problemas en la espalda y la cancelación del tour por la pandemia, apenas disputó siete partidos en 2020.
Esta temporada suma diez partidos (cinco de ellos en un Challenger) y, si bien convive con una molestia en la ingle, casi milagrosamente no se piensa en su retiro. Hace algunos días, como 124° del tour, compitió en el prestigioso torneo de Queen’s (su primer certamen en césped desde 2018) y volvió a quebrarse frente a los micrófonos, tras vencer a Benoit Paire. Pero esta vez sus ojos no se humedecieron por la tristeza, como en Melbourne 2019: se conmovió por haber podido expulsar sus demonios, por haber vuelto a hacer lo que ama desde que era chico (luego cayó en la 2ª ronda con Matteo Berrettini). Este lunes se levantará el telón en Wimbledon y él será uno de los 128 tenistas en el cuadro principal: recibió un wild card y debutará, en el último turno del Centre Court [la acción comienza a las 9.30 de la Argentina], ante Nikoloz Basilashvili, de Georgia. Es 119° y no compite en el All England desde 2017, cuando su cadera terminó de reventar.
“No quiero que sea mi último Wimbledon. Ese no es mi plan. No quiero estar en el torneo pensando que me estoy despidiendo. Quiero seguir jugando”, advierte Murray, en rueda de prensa. Pero en medio de la vorágine londinense y los preparativos para el tercer major del año, acepta, por primera vez, embarcarse en una charla exclusiva con LA NACION. Lúcido, reflexivo y agudo.
-¿Cómo ilustrarías el proceso intermedio entre las lágrimas de dolor en Australia 2019 cuando creíste que no podrías volver a jugar y las de alegría tras haber jugado hace pocos días en Queen’s? ¿Cómo ha sido el viaje entre un extremo y el otro?
-Seguro que han sido un par de años difíciles. Hubo momentos en los que no podía ponerme mis propios zapatos porque me dolía mucho la cadera y realmente pensé que tendría que retirarme en ese momento. Australia fue extremadamente emocional: el tenis ha sido toda mi vida y parecía que iba a tener que renunciar a él. No sabía lo que me depararía el futuro. Estar de vuelta en la cancha ahora se siente genial. Trabajé duro para llegar aquí, con la rehabilitación y el entrenamiento, y me siento bien físicamente de nuevo. Hubo momentos en los que pensé que nunca volvería a jugar, así que jugar y ganar partidos se siente muy especial.
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Murray (34 años) y Juan Martín del Potro (32) tienen dieciséis meses de diferencia. Se enfrentaron siendo juniors [claros triunfos del escocés en el US Open 2004 y en Roland Garros 2005], la relación entre ambos nació siendo tensa y, ya como profesionales, empeoró en Roma 2008, cuando discutieron en un partido, el argentino le lanzó “Sos siempre igual. Vos y tu mamá”, y el umpire intervino para intentar calmar los ánimos. Pero todo cambió a partir de 2010, en el período de oscuridad de Juan Martín luego de la cirugía de muñeca derecha. En aquellos momentos recibió mensajes de apoyo de sus colegas, entre ellos de Murray. Desde entonces, pasaron de tener un vínculo espinoso a construir una amistad adulta con sufrimientos compartidos.
-¿De dónde sacan la fuerza junto con Juan Martín para no bajar los brazos?
-Creo que encontrás la fuerza para seguir adelante porque amás el juego. Ciertamente esa es mi motivación y creo que siempre existe la sensación de que aún no estás listo para rendirte. No puedo hablar por Delpo, pero mostró una fuerza real y determinación para seguir adelante cuando tuvo repetidos problemas con su muñeca y estoy seguro de que eso fue impulsado en parte por su amor por el tenis.
-En 2016 jugaron dos partidos históricos con Del Potro: en la final olímpica [triunfo del europeo por 7-5, 4-6, 6-2 y 7-5] y en las semifinales de Copa Davis en Glasgow [victoria del tandilense por 6-4, 5-7, 6-7 (5-7), 6-3 y 6-4]. A la distancia, ¿cómo recordás cada match?
-Ambos fueron partidos agotadores. El de los Juegos Olímpicos duró más de cuatro horas y en la Copa Davis duró más de cinco horas; fueron bastante intensos. En Río, obviamente mucha gente estaba detrás de Delpo, pero yo estaba decidido a defender la medalla de oro olímpica que había ganado en Londres. Jugó un gran partido y estuvo cerca hasta el final. Afortunadamente pude llevarme la victoria. El partido de la Copa Davis en Glasgow fue otra dura batalla en la cancha. Obviamente tuve a la multitud de mi lado esta vez, pero él jugó mejor ese día. Creo que estaba bastante motivado para ganar después de los Juegos Olímpicos.
-Generalmente te involucrás en temas que para muchos deportistas de elite son incómodos o callan, como diversidad de género, racismo, maltrato doméstico, distribución de dinero para ayudar a los jugadores más necesitados, etc. ¿Por qué te despierta hacerlo? Sos consciente de que el peso de tu voz puede generar cambios, al menos en el deporte, ¿verdad?
-Sí, creo que es importante que si tienes una plataforma la uses para hablar sobre las cosas en las que crees. Me he hecho conocido por ser franco en ciertos temas, pero veo las cosas con bastante claridad cuando se trata de feminismo o racismo, todos debería tener las mismas oportunidades. Por supuesto que voy a hablar si creo que está sucediendo algo malo.
-Tuviste una fuerte influencia de tu madre en tu formación y carrera. ¿La sensibilidad que mostrás como persona se debe a ella?
-Ciertamente, mi mamá [entrenadora de tenis] jugó un papel decisivo en la definición de mi carrera, pero mi papá [Will] y mis abuelos también jugaron un papel importante. Siempre nos animaron a mostrar nuestras emociones y creo que eso es saludable, especialmente como hombre.
-En una entrevista de 2019 dijiste que a la “cena de tus sueños” invitarías a Ricky Gervais (actor, cómico y guionista), Barack Obama y Muhammad Ali. ¿Por qué lo harías en cada caso?
-Muhammad Ali siempre ha sido una inspiración para mí, por lo que hizo en el ring de boxeo y fuera de él. Me encantaría preguntarle sobre competir como hombre negro en esa época y cómo encontró la vida siendo el atleta más famoso del mundo de su tiempo. Barack Obama es una persona tan elocuente e interesante, y tiene un gran sentido del humor. ¿Quién no lo querría alrededor de una mesa para cenar? Y creo que Ricky Gervais me haría reír toda la noche. Amo su trabajo y he sido un gran admirador de él durante años.
-Vemos que tenés otras actividades comerciales fuera del tenis, incluido un hotel en Escocia, en Kinbuck, a 5 kilómetros de Dunblane, donde te criaste. En su momento, tu mamá contó, muy divertida, que trató de convencerte de que no compraras el castillo porque se estaba “cayendo en pedazos” y tenía murciélagos. ¿Por qué te involucraste en eso?
-Compré Cromlix en 2013, el hotel estaba a punto de cerrar. Mi familia vivía cerca del hotel y proporcionaba muchos puestos de trabajo para la gente en el área local; sentí que era importante mantenerlo abierto, así que lo asumí y le hicimos una renovación total, por lo que ahora es una propiedad de cinco estrellas, con un restaurante. Es donde Kim [Sears, su esposa; se casaron en 2015] y yo tuvimos la recepción de nuestra boda. Intento subir allí siempre que puedo, ya que es un lugar hermoso.
-Al margen de tu conexión con varios tenistas sudamericanos, a los 15 años viajaste a Barcelona para perfeccionarte en la academia de Emilio Sánchez Vicario y Sergio Casal, pero aprender hablar en español es una de tus cuentas pendientes. ¿Crees que estás a tiempo de aprenderlo?
-Me encantaría aprender español; aprendí algo cuando vivía en Barcelona y entiendo más de lo que puedo hablar, pero está muy oxidado. No tengo mucho tiempo en este momento, ¡con tenis y cuatro hijos! [NdR: Andy y Kim tuvieron su cuarto hijo en marzo]. Pero espero aprender más cuando me retire.
-Sos un gran fanático del fútbol, de chico pudiste haber jugado en Glasgow Rangers y tenés muchas referencias del fútbol argentino. En noviembre pasado hiciste un posteo tras la muerte de Maradona, a quien conociste en el Masters de Londres 2010. ¿Qué sentiste con la trágica noticia?
-Me entristeció ver la muerte de una leyenda así. Fue uno de los grandes del fútbol y murió antes de tiempo. Lo conocí una vez, como dije en la publicación de Instagram, y tenía una personalidad tan carismática; puedo ver por qué tuvo tanto impacto en el juego.
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Murray acarreó el peso de la historia sobre sus hombros durante años, a medida que Gran Bretaña seguía sin un campeón propio en Wimbledon. Soportó una presión irrespirable y que despectivamente lo trataran de escocés si perdía y de británico si triunfaba. En 2012, al perder la final en el All England con Federer, se quebró delante de todos, provocando un cambio emocional profundo. Ante la multitud que lo veía como un personaje malhumorado y frío, se volvió más humano. Ello liberó a Andy. Tanto que, a las pocas semanas y en ese mismo césped, ganó la medalla olímpica. Y un año después quebraría el maleficio local en Wimbledon, ganando el trofeo dorado. Su reconocimiento fue tal que en 2019 fue nombrado Caballero por el Príncipe Carlos en el Palacio de Buckingham por sus aportes al tenis y compromiso en temas benéficos.
-Andy, ¿recordás qué pensaste el primer momento en el que quedaste solo y frente a un espejo luego de ganar Wimbledon en 2013 y te despojaste del peso que tenías sobre tus hombros?
-De hecho, fue un momento realmente surrealista para mí. Ganar Wimbledon fue para lo que trabajé toda mi vida, así que haber logrado ese objetivo se sintió muy extraño. No recuerdo mucho sobre el partido [vs. Djokovic por 6-4, 7-5 y 6-4] o las secuelas inmediatas porque creo que estaba muy aturdido, así que en los días posteriores solo traté de reflexionar sobre lo que había sucedido. Descubrí que disfruté más de la victoria de 2016 porque me aseguré de hacer un balance de lo que estaba pasando y disfruté más del momento.
-En 2013, tras Wimbledon, fuiste el protagonista de una de las mejores fotografías deportivas de la historia, luego replicada en la portada de The Times. Es muy simbólica porque es como si de una vez te hubieras liberado de la presión del público. ¿Qué te generó la imagen? ¿La tenés encuadrada? ¿Conociste a Julian Finney, el fotógrafo que la tomó?
-De hecho, es bueno tener esa foto, porque me ayuda a recordar ese día y el momento en que gané. Realmente no pensé en lo que estaba haciendo cuando trepé entre la multitud, solo quería llegar a mi familia y mi equipo, ya que habían sido una gran parte de mí para llegar a ser campeón de Wimbledon. Tengo la foto enmarcada en las oficinas de mi empresa, 77 Sports Management, que representamos y asesoramos a los jugadores de tenis y futbolistas emergentes.
-Al margen de los títulos y las virtudes técnicas/físicas, ¿el hilo conductor entre los integrantes del Big 4 es el amor que tienen por el juego de tenis? ¿Se sostienen por la pasión que poseen?
-Sí, creo que la pasión es un factor común. Creo que también hay una ética de trabajo común y un enfoque que quizás otros jugadores más jóvenes no tienen de la misma manera.
-Jugaste en Wimbledon por primera vez en 2005 [derrota en la 3ª ronda ante David Nalbandian] y ahora regresarás por primera vez desde 2017. ¿Qué sentimientos tenés?
-Tuve muchos problemas en los últimos años, problemas de lesiones. Me preparé mucho para esto y será un desafío mental importante. Cuando entre en la cancha y juegue será muy diferente, competiré por cada punto y si me duele el cuerpo después, estará bien. En 2005 sentía un poco de nervios. Ahora es distinto. Estaba deseando volver, extrañaba las presiones. El tenis es algo que he hecho toda mi vida y quiero seguir en este viaje.
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