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Alejo Lingua Lavallén: una tragedia familiar en medio del tenis, ataques de pánico, el tatuaje premonitorio y la redención con un título
“Sentía que me iba a morir”, le confesó el jugador cordobés a LA NACION; el domingo pasado ganó su primer trofeo en el Challenger Tour
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Sofocantes 34 grados se derramaban sobre el court del Tênis Clube de Santos el domingo pasado cuando el libanés Hady Habib, con match point en contra, se invirtió de derecha y falló el tiro. El público, que llevaba dos horas observando con atención el juego, reaccionó con un rugido. Del otro lado de la red, el argentino Alejo Lorenzo Lingua Lavallén, de 23 años, se derrumbó, conmovido, sobre el polvo de ladrillo. Se tapó el rostro con las manos, cerró los ojos y señaló al cielo un par de veces, con la respiración agitada. Tras unos segundos, como pudo, el rostro con lágrimas y sudor, se puso de pie y saludó a su rival, que cruzó para felicitarlo con calidez. Alejo, campeón, volvió a cubrirse la cara. Los espectadores lo endulzaron con una ovación, como si se tratara de un jugador nacido en esa porción paulista. Agradecido, revoleó sus muñequeras, una a cada costado.
El triunfo en la final del Challenger de Santos (4-6, 6-4 y 6-3) le permitió cerrar una semana de ensueño, la mejor de su carrera, en la que ganó siete partidos (dos de la qualy, cinco del cuadro principal). Fue el primer título para Lingua en el circuito Challenger, la segunda división del mundo profesional de las raquetas. Sin embargo, sus afectos saben que el significado del logro es mucho más profundo.
Nacido en Marcos Juárez, Córdoba, Lingua tuvo una productiva etapa junior: fue top 30, ganó el dobles del Mundial de Yucatán 2018 en pareja con Román Burruchaga, perdió la final de Santa Croce (Italia) 2019 con el danés Holger Rune (el actual 12° de ATP), hizo gran parte de su formación en la academia que por entonces tenía Guillermo Coria en Fisherton (Rosario) e integró equipos juveniles nacionales cuando Daniel Orsanic y Sebastián Gutiérrez (actual coach de Sebastián Báez) estaban en la conducción del departamento de Desarrollo en la Asociación Argentina de Tenis. La transición al profesionalismo, como para la mayoría, fue desafiante, con ilusión y altibajos. Sin embargo, ningún revés deportivo fue comparable con el mazazo en el pecho que recibió en agosto de 2021, mientras jugaba un Future en Gdynia, una ciudad portuaria de Polonia, muy lejos de su casa.
A moment @AlejoLingua2 will never forget 🥲#ATPChallenger | @AATenis pic.twitter.com/xmvGJeuKK6
— ATP Challenger Tour (@ATPChallenger) May 12, 2024
Aquel día, Lingua venció por la mañana al británico George Loffhagen y por la tarde tenía previsto competir en dobles, junto con el hijo de Jorge Burruchaga. “Estaba todo impecable. Pero de golpe me empieza a llamar mi mamá (Luján) por teléfono, tres o cuatro veces y le digo: ‘Ma, estoy entrando en calor para el dobles con Román, no te puedo atender’. Le dejo el teléfono al que era mi entrenador, Julián Guarnieri, y sigo con lo mío. Pero enseguida viene con los ojos llorosos, con el teléfono en la mano, me lo pasa y mi mamá me arranca a hablar... No sabía cómo decírmelo. Hasta que me dice que mi papá, con quien yo había estado haciendo una videollamada un rato antes, había fallecido… En ese momento se me cayó todo. Sentí que caía por un tobogán sin salida”. Las palabras de Alejo, casi tres años después del hecho, estremecen. Sacuden.
Alejandro Lorenzo Lingua, papá de Alejo, falleció sin que nadie lo esperara, de un problema cardíaco. El mundo del tenis lo despidió con dolor. La Asociación Argentina de Tenis, a través de sus redes sociales, manifestó su pesar. Alejo, de una valiosa categoría 2001 también integrada por Juan Manuel Cerúndolo, Mariano Navone y Thiago Tirante, entre otros, era (es) muy querido.
“Mientras hablaba con mi mamá, Román fue a dar walkover del dobles y me fui al hotel. El teléfono me explotaba de mensajes, mi sponsor me decía que le avisara y me sacaba el pasaje para volver… Pero en ese momento sentí que, sin estar en Marcos Juárez, prefería esperar a que se enfriara un poco todo y volver pasado un tiempo. Incluso decidí jugar al otro día, sentí que lo quería hacer, porque encima me tocó contra un jugador (Wojciech Marek) con el que me había enfrentado en mi primer Orange Bowl de Sub 12, donde yo había estado con mi papá. Gané el partido, pero al otro día ya no podía moverme. Llevaba dos o tres noches sin dormir. No podía más”, relata Lingua, ante LA NACION.
Alejo siguió con la gira programada y, en el cuarto torneo, en Ulcinj, una ciudad costera de Montenegro, ganó el título (un M15, ex Future). Solo entonces decidió regresar al país para estar con su familia. Había pasado un mes de la muerte de su papá. Hasta el final del año jugó tres torneos, únicamente en la Argentina. Atravesó el duelo como pudo y se preparó para seguir compitiendo en 2022. Incluso, en marzo, ganó un M25 en Anapoima (Colombia). Se sentía bien tenísticamente hablando, acercándose al 400° del ranking. Pero en una pausa de la gira, regresó a su pueblo y le tocó sufrir otra pérdida familiar. Se le removieron los recuerdos del papá, se le dispararon los pensamientos. Y se hundió.
“Después del título en Colombia, estaba en mi mejor momento, volví a casa a parar un poco la máquina”, rememora Lingua. Y prosigue, tratando de tomar fuerza: “Estando ahí fallece mi abuela materna. Estaba procesando todo lo de mi papá y pasa esto... En el velorio de ella empecé a pensar en mi papá y me sentí mal. Era un jueves y yo viajaba el domingo a Quito; lo llamé a Luli [Alberto Mancini, cabeza de su equipo] y le dije que me sentía mal, pero me dijo que ya habían sacado los pasajes, que era una semana y que era importante para agarrar ritmo. Voy, pero al segundo o tercer día, de la nada, me despierto en la madrugada sin poder respirar. Me entré a bañar y era cada vez peor. Despierto a Ale Lacourt, mi preparador físico, y le digo: ‘No me entra el aire’. Fuimos al hospital, no había nadie, al rato llegó una doctora, me hizo chequeos, me hizo preguntas, le conté la situación y me dejaron internado un día y medio. Me hicieron chequeos del corazón, estaba todo bien, pero fue horrible. Cuando me dieron el alta fui a jugar, gané, pero me volví a marear y pegué la vuelta”.
Lingua comenzó a sufrir ataques de pánico. “Me cayó la ficha de todo lo que había pasado. Empecé con mareos, me costaba estar parado y no podía competir. Llegó un momento en el que no podía ni disfrutar de una merienda fuera de casa. Sólo quería estar en Marcos Juárez con mi familia. Fue mucho tiempo así”, narra Alejo. Y continúa: “El resto del año jugué cuatro o cinco torneos, todo el mundo me preguntaba qué me pasaba, el ranking se me estaba yendo a la mierda, pero a mí lo que menos me importaba era el ranking [terminó 2022 en el puesto 510°]. Yo sólo quería disfrutar de un almuerzo y entrenar un día sin marearme en la cancha. Viajaba y volvía: no podía más. Me hacían los chequeos y salían todos bien. Era emocional, pero no lo podía manejar, era tan feo… Sentía todo el tiempo que me iba a morir. Dejaba de tener el control de mi cuerpo y me asustaba. Era emocional, pero no lo podía controlar. Me rascaba las manos y no sentía nada. Caminaba y no sentía los pies. Algo tremendo, tremendo…”.
Lingua temía no volver a disfrutar del tenis, el deporte que lo había arropado desde su infancia, en los clubes marcosjuarenses de San Martín y Atlético Argentino. “Sentía muchas dudas, no tenía nada claro. Sólo quería estar bien, en el deporte, estudiando o donde sea… No podía programar ni una gira de dos semanas: era ir a un torneo y volver, ir y volver. Era insostenible. Así y todo, sentí que volvía a repuntar, a sentirme algo mejor, pero murió mi abuelo materno. Fue todo junto. Tres muertes importantes en menos de un año y medio. Ver a mi mamá muy bajoneada era fuerte. Entonces, en noviembre (de 2022) paré como un mes, me quedé en casa. Luli (Mancini) me dio la libertad de volver a jugar cuando me sintiera bien y preparado, sin obligaciones. Con esa paz de no tener que pensar en el ranking se me empezó a ordenar la cabeza”, dice, lúcido.
Poco a poco empezó “a respirar”, como él mismo lo describe. Se apoyó en su familia y en su equipo, con el psicólogo Andrés Dal Lago (trabaja con el plantel de Newell’s) y el médico Alberto Cianfagna como estandartes. Con medicación incluida, empezó un proceso de recuperación emocional. “Confiando en mis entrenadores, en mis sponsors, que me siguieron apoyando, y mucho en mi psicólogo y mi doctor, que hicieron un trabajo increíble, muy de a poco pude ir recuperando las buenas sensaciones -celebra-. Con mi entrenador (Franco Pertusati) lo llamamos ‘pequeñas grandes cosas’, como disfrutar de un almuerzo. Los pensamientos dejaron de ser todos negativos. El año pasado encaré la pretemporada con mejor espíritu, entrenando en el Jockey de Rosario con el alemán Daniel Altmaier, que es entrenado por Luli. De juego, bien; físicamente, muy bien; de cabeza, cada vez mejor... No lo pude plasmar en la primera gira (de cinco semanas en Antalya, Turquía), pero después llegó un título en Argentina (en el M15 de Bragado) y ahora en Brasil... Una locura”.
La celebración de Lingua al ganar el título en Santos dejó al descubierto un tatuaje en la zona del bíceps izquierdo. Una imagen que tiene una emotiva historia detrás. “Después de ganar Bragado, me voy a mi casa y le digo a mi mamá: ‘Tengo ganas de hacerme un tatuaje con algo de papá’. ‘Bueno, fíjate, porque tenés torneos cerca y no sea cosa que te duela el brazo’, me dice mi mamá, que es antitatuaje, antiarito [sonríe]. ‘No, tranqui’, le digo. Fui y me tatué el contorno de nuestros cuerpos de una foto que tengo con mi papá, que me encanta, y una frase (‘Veni, Vidi, Vici’, una expresión en lengua latina que se traduce ‘Vine, vi, vencí’). Me lo hice una semana antes de viajar a Brasil y llegó el título. Es el destino o no sé… Además, justo se vio en la cámara cuando me tiré al piso. Después del partido llamé a mi casa y estaban todos llorando, muy emocionados”.
Lingua ahora está en Neuquén, compitiendo en un M15. Todavía está respondiendo mensajes del domingo pasado. “No puedo parar de agradecer a todas las personas que se alegraron. Román (Burruchaga) y su familia, que me aloja siempre en su casa cuando voy a Buenos Aires. Juanma (Cerúndolo), Bauti (Torres), Thiago (Tirante), Facu Díaz Acosta, Seba Báez, Come (Francisco Comesaña), Mariano Navone… Son todos buenos amigos. También a Luisito Pianelli, un profesional espectacular como encordador, a quien le doy mis raquetas con los ojos cerrados y me aporta buenos consejos. No quiero quedar mal con nadie, todavía sigo contestando mensajes”, cuenta Lingua.
Y se permite hablar sobre su papá, ya desde otro lugar emocional. “Lo que más quería mi papá, lo que quiere mi mamá y también yo, es que disfrute en el tenis. Recién cumplí 23 años y quiero seguir dando lo mejor de mí, llegue a estar diez del mundo o 400 y pico, como ahora (en el ranking en vivo figura 446°). Yo era una persona muy cerrada. Siete meses después del fallecimiento de mi papá no podía ni hablarlo con mi mamá. Lo que me pasaba no lo podía hablar y esos problemas se canalizaban en otras cosas. Hoy intento dialogar más y me hace bien sacar los temas afuera. Mi psicólogo y mi doctor están todo el tiempo ayudándome. Los llamo a cualquier hora. Siempre están ahí”, agradece Alejo, con otra perspectiva. “¿Cuáles son mis objetivos? Antes del torneo de Santos era tener un ranking para llegar a la qualy de Roland Garros 2025; ahora que se dio el título y no defiendo tantos puntos de acá en adelante, quiero seguir creciendo y, quién te dice, llegar a la clasificación de Australia, en enero. Igual, lo más importante es que volví a sonreír, a sentirme bien”. Su papá, en algún lado, estará orgulloso.
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