Juan Martín del Potro , con todo el peso que su figura representa para la historia del tenis, no es aquel que se salteó el primer grande del año: el Abierto de Australia . Tampoco es el que, después de ganar la Copa Davis con el equipo capitaneado por Daniel Orsanic , reapareció en el circuito en febrero (Delray Beach) sin entrenador estable pese a haber confesado que al ver a sus rivales con equipos de trabajo formados se daba cuenta de que, así como estaba (sin un guía diario), daba muchas ventajas. El campeón del US Open 2009 no se parecía en nada a aquel jugador que este año se despidió de Acapulco en la segunda rueda, prácticamente, sin golpear el revés de dos manos, entre penumbras y temores. Mucho menos se asemejaba a ese muchacho de gesto adusto e incómodo que tenísticamente pasó casi inadvertido en Indian Wells y Miami, los primeros Masters 1000 de los Estados Unidos, país donde obtuvo, probablemente, sus mejores rendimientos.
“Después de todas mis lesiones y de todo lo que me costó volver, estoy con la barrita llena de ganas de jugar”, declaraba Del Potro, en abril. Sin embargo, su discurso no coincidía, en nada, con lo que exhibía. Ese tenista al que le faltaba explosión en sus tiros y electricidad en sus piernas, desconcertaba. El circuito avanzaba y los mensajes eran cada vez más confusos. Porque Del Potro no tenía similitudes tenísticas con aquel deportista que dejó Roland Garros en la tercera rueda (perdiendo 6-0 con Andy Murray en el tercer set), ni muchos menos con el que ofreció una apatía alarmante en Wimbledon al dejar el césped más prestigioso del mundo en la segunda rueda (frente a Ernests Gulbis, por entonces 589º del tour). El espíritu de lucha fue una virtud que siempre caracterizó a Del Potro, por eso la incertidumbre cuando se lo observaba desganado, sin impulso. Ese no era Del Potro.
“Estoy en ese camino de encontrar la motivación. Es una realidad que no hay que ocultar, ni mentir”. El que lo decía, antes de jugar el Abierto de los Estados Unidos, era Del Potro. ¿Era realmente él? Difícil creer que uno de los deportistas más feroces y competitivos de la historia argentina estuviera tan desinflado. Arduo entender cómo ese mismo Del Potro “adicto al triunfo”, según la descripción de la propia gente que trabajó durante años a su lado, se mostrara tan frágil y disminuido. El verdadero Del Potro tampoco era ese que comenzó a actuar en el último Flushing Meadows siendo el 47º de la carrera al Masters de Londres. No, claro que ese no era Del Potro. “Tiene que creerle a sus propios instintos y así lo está haciendo. Creo en él como atleta, porque lo huelo. Tienen algo muy particular, es algo químico, de los neurotransmisores del cuerpo del chico. Esta pausa que se está tomando puede ser para esperar(…) Está tomando impulso (…) Aunque la Ferrari no corra tan rápido como siempre, no deja de ser una Ferrari”, aventuraba, optimista pese a los hechos, Patricia Wightman, responsable del Departamento de Psicología del CeNARD. Y, evidentemente, algo de ello había en su cuerpo, en su mente.
El sprint furioso que construyó en los últimos dos meses (18 triunfos en 22 partidos, título de Estocolmo, semifinales del US Open y Shanghai , y final de Basilea , como datos más destacados) lució al verdadero Del Potro. Inclusive, lo fulgurante de su figura va más allá de los destacados resultados. El tandilense volvió a exteriorizar la capacidad de competencia que lo pone a la altura de los cuatro fantásticos ( Roger Federer , Rafael Nadal , Andy Murray y Novak Djokovic ) y que lo distingue. ¿O alguien tiene dudas de que el argentino, con salud y motivación, debería ser un cómodo top 5? Nadie que sepa de tenis, al menos un poco, debería dudarlo. Del Potro es tan bueno como tenista que “se da el lujo” de competir en un Grand Slam (el último US Open) sin la mejor preparación y ayudado por un entrenador que originalmente se encontraba en Nueva York con otra tarea ( Sebastián Prieto , con Guido Andreozzi en la clasificación) y llega a las semifinales, inclusive venciendo a Federer en los cuartos de final.
La caída en la definición del ATP 500 de Basilea frente a Federer, por 6-7 (5-7), 6-4 y 6-3, en 2h31m, le impide a Del Potro quedar virtualmente clasificado al Masters de Londres , cuando resta un solo torneo para el final de la temporada regular (París Bercy). Que ya exista esa posibilidad es muy bueno. Podría jugar su quinta Copa de Maestros (lo hizo en 2008, 2009, 2012 y 2013) si es que pasa varias rondas en el último Masters 1000, pero si no lo hace nada se modificará de esta última imagen que deja. Porque con sus actuaciones Del Potro está enviando un mensaje a la mesa chica del circuito con miras a 2018. De esta manera, enfocado, con ganas y dominando el cansancio, Del Potro se anima a pensar otra vez en grande. "Iré a París a dejar lo último que me queda de energía. Trataré de hacer un buen torneo para irme a mi casa satisfecho o donde me toque. Estas semanas fueron muy positivas. (En París) Voy a jugar mi quinto torneo seguido. No he tenido ninguna lesión que me haga parar, puedo seguir entrenando, compitiendo. En el ranking estoy cerca del top 15 y tengo muchas cosas positivas para irme de vacaciones feliz”, dijo, antes de marcharse de Basilea. La tormenta parece haber pasado. Adiós al Del Potro impostor. El original está de regreso.
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