El 10 de mayo de 1992, el por entonces árbitro se rebeló contra “el folklore” en pleno Monumental; los recuerdos de una tarde en la que River fue goleado por 5-0 y marcó a todos
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Porque todo lo que involucra a Maradona cobró siempre una dimensión infinita, aquella tarde del 16 de junio de 1996, en la que resultó uno de los tres expulsados por Javier Castrilli en el estadio José Amalfitani, quedó marcada a fuego en los amantes del fútbol. Su Boca, del que era el capitán, fue goleado por 5-1 por Vélez en medio de un escándalo en el entretiempo en el que el juez se quedó en silencio delante de un Diego que, desesperado e incontrolable tras enterarse que había recibido la tarjeta roja y antes de que su compañero Carlos Navarro Montoya lo apartara a los empujones, le recriminaba: “Explíqueme por qué. ¿Usted está muerto, Maestro? No está muerto. Explíqueme, por favor”. Pero el apodo de Sheriff que recibió el árbitro tuvo un kilómetro 0 un tiempo antes, hace hoy 30 años.
El 10 de mayo de 1992, por la fecha 12 del torneo Clausura, River, dirigido por Daniel Passarella, recibió en un Monumental con hinchas de ambos clubes a Newell’s, que tenía como DT a Marcelo Bielsa, en un partido clave por el campeonato, dado que ambos equipos se disputaban la cima de la tabla de posiciones a siete jornadas del final. La paliza de los rosarinos por 5-0 quedó envuelta en medio de la polémica que generó la expulsión de cuatro futbolistas del conjunto millonario, tres de ellos cuando el juego estaba 0-0, y de su entrenador, en medio de un vendaval de insultos del Kaiser a Castrilli a finalizar el primer tiempo. Esa primera etapa se evaporaba sin goles y lejos de la expectativa que había concitado hasta que, a los 40 minutos, todo se desmadró.
“Fui el primero al que echa y eso me crucificó también en River”, es el recuerdo que tiene Oscar Acosta, que llevaba la camiseta número 10. “Me sacan un lateral, la cubro con el cuerpo, pero a la vez agarrándome con un rival (Eduardo Berizzo) que también me estaba empujando, nos caemos los dos, Castrilli cobra falta y yo pensaba que era para nosotros, pero me cobra en contra. Levanto la mano con un gesto y mientras retrocedo le dije «Javier, dejate de hinchar las pel...». Automáticamente me saca la roja y cuando lo noto me sorprendo, me quería matar. Era un partido decisivo. River tenía un equipazo y fue el Newells de Bielsa que finalmente salió campeón”, agrega quien comenzó y terminó su carrera en Ferro.
“Fue una jugada tonta. En esa época había otro diálogo entre los jugadores y el árbitro, no era tan estricto como ahora. Había una camada de gente de fútbol y con calle, que dialogaba y se usaba más el sentido común”, compara Acosta, cuya sanción y reclamo fue el comienzo de la debacle. Enseguida, varios de los futbolistas de River rodearon al juez y desde el arco salió disparado Ángel Comizzo, que tras ponerse cara a cara con un petrificado Castrilli que no tenía grises recibió una amonestación y volvió sobre sus pasos aplaudiendo irónicamente la amarilla. De inmediato, el árbitro le mostró la roja y los ánimos se exacerbaron. Aquel día, el arquero declaró que el encargado de impartir justicia gritaba: “¡Yo soy guapo!”. Desde las tribunas bajaba cada vez más sonoro un “Tomala vos, dámela a mí, vamos a matar a un referí”.
El juez, que había comenzado a arbitrar en Primera el año anterior y arrastraba fama de inflexible, tiene una versión diferente. “Cobré la falta de Acosta, me insultó y se me vinieron todos los jugadores a protestar. Pero (Guillermo) Rivarola, que había jugado en Atlético Cipolletti de Río Negro y me conocía de haberlo dirigido en otras categorías regionales y de ascenso, agarraba a sus compañeros para advertirles que yo los iba a echar. Vino Pipa Higuaín, echando espuma por la boca, y me dice «¡Te estoy hablando bien! ¿Por qué lo echaste?». Le dije «porque me dijo cagón...». Él miró al cielo y me dijo «¿Y por eso lo echaste?». Por detrás se asomó Comizzo y me gritó «nos estás arruinando el campeonato». Cuando le saqué la amarilla veo que baja la vista para mirar el color de la tarjeta, me aplaudió y me insultó, así que le saqué la roja”, recordó hace un tiempo el que hasta un mes atrás fue Director de la Comisión de Arbitraje en Chile.
Desde ese país, en una conversación telefónica, amplió ahora a LA NACION: “Siento que con aquel episodio se puso a prueba el verdadero sentido del árbitro. Su valía, su figura. El folklore y el vocabulario dentro de la cancha permitían en esa época excesos que a mí me sorprendían y no estaba dispuesto a aceptar ni convivir con ellos. Una semana antes, sólo una semana antes, habían jugado en el Monumental River y Boca, con Juan Carlos Loustau de juez. En un momento hubo una violenta infracción de Sergio Berti sobre (Roberto) Cabañas y se arma un gran lío. Loustau echa a Berti y le dijeron de todo, pero no expulsó a nadie más. Eso era parte del escenario, estaban aceptados esos desbordes para con la figura del árbitro”.
Como si fuera poco, en medio de las discusiones con los jugadores de Newell’s que se habían apartado de la zona, Fabián Basualdo también se excedió con la protesta y terminó viendo la roja. “Cuando me acerqué al árbitro le escuché gritar: «¡Yo tengo huevos como para echar a todos!». Por eso no lo insulté ni le levanté la voz. Le pregunté por qué a nosotros nos amonestaba y nos echaba por protestar y a los de Newell’s por hacer tiempo no los castigaba igual. No dijo nada. Me miró y me sacó la roja”, aseguró Basualdo tras el partido. Eran tres bajas en 92 segundos, sin que el juego lograra reanudarse. Castrilli niega rotundamente que aquella expresión la haya dicho y, de hecho, se mantuvo en silencio la mayor parte del tiempo.
Un escenario inesperado
Para colmo, Passarella debió recurrir a Rodrigo Burela, el arquero de la Reserva que estaba en el banco esa tarde porque José Miguel, el habitual suplente, sufría una tendinitis y no pudo ser convocado. El juninense ingresó por Ramón Díaz en el final del primer tiempo y fueron los únicos 46 minutos que jugó en la primera de River. Soñaba con un debut muy diferente a lo que le tocó digerir. “Viéndolo a la distancia, me hubiera gustado debutar en condiciones normales y no tan desfavorables. Para peor, ante un rival como el Newell’s de Bielsa que después fue el campeón”, sostuvo quien hace 12 años es entrenador de arqueros en Sarmiento, donde jugó dos temporadas.
Al concluir el primer tiempo, con su equipo con ocho jugadores, Passarella encaró desencajado a Castrilli, le dedicó una seguidilla de insultos y no pudo dirigir, aunque pretendió hacerlo, en la etapa final, esa en la que el millonario logró conservar su arco en cero por 19 minutos, antes de la hecatombe. Alfredo Berti abrió la cuenta para los visitantes, a eso le siguió un gol de Fernando Gamboa, un doblete de Ricardo Lunari y el tanto casi sobre la hora de Lukas Tudor, los dos últimos festejos ya cuando River estaba con siete jugadores. Jorge Higuaín, padre de Gonzalo, se fue a los vestuarios por una falta violenta en la acción previa al segundo de los goles de Lunari.
Aquel 10 de mayo había comenzado para los argentinos con una situación gloriosa, porque Gabriela Sabatini venció en la final del Abierto de Italia a la por entonces número 1 del mundo Mónica Seles y recibió el trofeo ovacionada de pie por 10.000 personas. Y por la noche, el impacto de la goleada recibida por River en ese contexto convivió en las noticias con una censura al programa de Tato Bores “por escenas que aludían a la jueza del caso Yoma, Servini de Cubría”. Pero el mundo del fútbol también estaba convulsionado en el país.
Según consigna el informe publicado por LA NACION junto a la crónica del partido, Castrilli “dejó su vestuario a las 19.31 y cruzó por la oscuridad del campo de juego custodiado por ocho policías de civil”. Y detallaba: “Fue trasladado hasta la puerta por la que ingresaban los periodistas, sobre la Avenida Udaondo, y abordó un Peugeot 504 SR gris perla, vehículo que el comisario Roberto Garbarino, jefe de la seccional 51ª, definió como un móvil no identificable”. Además, aseguró que el juez deseaba quedarse hasta las 20 y le pidieron no demorar más el retiro por el personal que estaba afectado a la custodia.
La intimidad de los hechos
“Antes de la salida del árbitro, en la puerta de su vestuario, mientras la policía caminaba sobre una gran cantidad de vidrios rotos desparramados en el hall central como producto de varias piedras, botellas, bombas de estruendo y corridas, un dirigente de River que pidió la reserva de su nombre explicó que habían estado reunidos con el árbitro”, contextualizaba el relato. “Estaba sentado, pálido, nos pidió que lo ayudáramos a salir con vida”, aseguró ese integrante de la Comisión Directiva. El árbitro, perseguido por lapiceras y grabadores, llegó a decir: “Tengo la conciencia tranquila. Irme de esta manera de una cancha de fútbol es lamentable. Perdónenme, no puedo adelantar nada de lo que está escrito en el informe”.
Ahora, con el paso del tiempo, Javier quitó aquel blindaje y va más allá en el contexto: “Me criticaron, incluso árbitros de la época, por entender que yo los había expulsado por protestar a los jugadores. ¡Y no fue por protestar, fue por los excesos verbales, por los insultos! Me dijeron cag..., hijo de p... y tantas cosas más, todas las que uno se pueda imaginar... y no lo podía permitir. Esta todo asentado en los informes, hasta se podrían ir a busca a la AFA. Yo estaba apareciendo por entonces en Primera y acepto que me presentaba como una figura disruptiva”.
Los días siguientes de esa semana transcurrieron con la lupa puesta en el caso, presentaciones judiciales de la dirigencia millonaria y voces de todo tipo. River solicitó la suspensión de Castrilli, que en la fecha siguiente fue uno de los tres árbitros a los que no se les asignó un partido, aunque nadie indicó que fuera como castigo. Roberto Goicoechea, director de la Escuela de Árbitros en ese momento, manifestó: “Hay que evitar que los jugadores den rienda suelta a las discusiones, pero el árbitro que consiente un insulto debe dedicarse a otra cosa. En general, deben ser perspicaces y a Castrilli, tal vez, pudo faltarle algo de olfato. No debió quedarse ahí parado”. El veedor, Jorge Mikulca, le puso un “8 sobre 10″ al desempeño del Sheriff basado “en la personalidad, autoridad, estado físico y destreza para dirigir” y se consignó que “los dos puntos rebajados fueron por errores de manejo”.
Presiones y reencuentros
La voz de Julio Grondona como presidente de la AFA también se hizo escuchar y apuntó a los jugadores: “Se perturban fácilmente cuando deberían tener la cabeza fría y poner un poco de buena voluntad para que un partido de fútbol no se convierta en una guerra. Hay deslealtad y mala fe permanente, lo que llama la atención porque en ninguna otra profesión sucede lo mismo”. Aquel pensamiento parece haber tenido continuidad. De hecho, Castrilli revela hoy: “Nunca nadie me hizo una advertencia ni un reto después de aquello. Ni de la AFA ni del Colegio, de ningún lado. (Alfredo) Davicce, que era entonces el presidente de River, sé que fue a la AFA a pedir mi cabeza y Grondona no me entregó. Como años después (Mauricio) Macri también iba a pedir mi cabeza por el Vélez-Boca de Maradona y tampoco Grondona me entregó”.
Luego, el tiempo cicatrizó algunas heridas. “Nunca pase una situación incómoda ni comprometida con ninguno de los jugadores cuando me los cruce con el paso del tiempo. A Hernán Díaz, por ejemplo, lo he visto, sin problemas. Lo eché seis o siete veces (una mal y le pedí disculpas). Y con los años, una vez fui a dirigir a Tucumán, estaba caminando por la ciudad con mi terna, y siento que me llaman por mi nombre en repetidas ocasiones... Era Oscar Acosta, que ya jugaba en San Martín, y se acercó para pedirme disculpas por aquellos episodios”, recrea.
Incluso, con el propio Passarella, que siendo entrenador del seleccionado argentino invitó a Castrilli a ver el encuentro con Holanda en el que la Argentina quedó eliminada en los cuartos de final del Mundial de Francia 1998. El DT lo llamó por teléfono “exigiéndome que vaya a ver el partido y le contesté que no quería saber nada con la AFA. Pero me explicó que como yo ya no podía dirigir más en esa Copa, el cuerpo técnico era el que deseaba que fuera parte de la delegación y lo vi desde la platea junto a su señora y su hijo”. El Kaiser ya no lo quería “matar”, como asegura el ex árbitro que llegó a decirle en medio del Monumental hace 30 años.
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