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La chica argentina que brilla en taekwondo en Estados Unidos
Mientras sus compañeros de colegio disfrutaban del verano californiano, Renata Ghiggeri viajaba a Minneapolis, Minnesota, para pelear el torneo más importante de su vida. Llegó al campeonato nacional de taekwondo de los Estados Unidos con el viento de cola de haber conquistado dos subcampeonatos estatales (California y Nevada) en menos de un mes. Entre sparrings, bloqueos y patadas, arrasó en cuartos, brilló en semis y llegó a la final. Perdió contra su amiga y número uno de su categoría. Se consagró, así, subcampeona nacional de taekwondo femenino en el segmento menores de 10-11 años (hasta 30 kilos).
Un mes después de la hazaña, Renata recuerda las preocupaciones de ese día: perder su primera pelea, decepcionar a su familia o recibir un golpe fuerte. Pero, también pensó, ¿qué pasaría si llegaba a la final? Ahuyentó los nervios, confió en sus habilidades y se concentró en el momento. "El taekwondo te da seguridad y autocontrol", declara en tono firme, más propio de una mujer adulta que de una chica que acaba de pasar a quinto grado.
Nació en la Argentina, pero vivió casi toda su vida en Bakersfield, California. Descubrió las artes marciales a los 7 años, en un video de Baby Einstein que mostraba niños haciendo karate. "Me pareció un deporte muy cool y le pedí a mi papá que me anotara", cuenta. Su padre le hizo una contraoferta: por ser una disciplina olímpica, el taekwondo le daría un mayor abanico de torneos y competencias. Además, la escuela de ese deporte (Han’s Taekwondo) quedaba más cerca de su casa que la de karate.
Los primeros meses fueron difíciles. No le gustaban las clases y le daban miedo las patadas. Llegó a pensar que el taekwondo era sólo para varones. Pero entrenó más fuerte, practicó más seguido y fue incorporando la filosofía del deporte coreano, hasta que se enamoró. "Es un arte marcial para cualquiera. No importa tu sexo, peso o edad. Podés ser mujer y luchar contra un varón, sin problemas", asegura.
Hoy, con 10 años, Renata esquiva patadas casi sin esfuerzo. Se mueve en el dojang? (ring?) con destreza y confianza. No festeja los puntos, mucho menos, cuando gana por más de 20 (point gap). Si pierde, abraza a su rival. Entrena dos o tres horas por día, de lunes a sábado—rutina que aumenta a seis horas diarias el mes previo al campeonato nacional. Son los valores que le inculcó el taekwondo: "Aprendemos sobre defensa personal, autocontrol y respeto. Pero, sobre todo, a ser responsables".
Un deporte social
No siempre tiene ganas de entrenar. La motivación viene, primero, con los juegos que incorpora su master, Francis Esposo, para practicar diferentes técnicas de elusión—por ejemplo, el quemado. Otra forma de mantenerse motivada es su grupo de amigos. "Nos juntamos antes o después del entrenamiento y nos alentamos. El taekwondo es genial como actividad social", explica. De hecho, tres de sus compañeras superaron casos de bullying gracias a la seguridad que les dio el taekwondo.
Su pasión por este deporte contagió a su familia. Su padre toma clases de taekwondo hace cuatro años y practica con ella cuando vuelve del trabajo—revisan las formas (poomsae), analizan peleas y concentran juntos antes de cada torneo. La hermana menor, de cuatro años, también expresó un interés por esta arte marcial. "Es muy chiquita, pero se puede empezar taekwondo a la edad que uno quiera", alienta Renata.
En su casa se habla español. Ella entiende cada palabra, pero responde en inglés. Y, aunque se considera estadounidense, admite tener un costado criollo. Para no perderlo, cursa el colegio argentino a través del Servicio de Educación a Distancia (SEAD). Lo hace en su tiempo libre, cuando no está en el colegio o entrenando.
Diarios de una luchadora
Renata se prepara todo el año escolar boreal (de agosto/septiembre a mayo/junio) para el campeonato nacional de taekwondo. Acaba de cambiar su cinturón azul por el rojo, algo que la deja un paso más cerca de su próxima meta: calzarse el cinturón negro, en agosto de 2020. Confiesa que va a extrañar su viejo color, y espera que el rojo le dé la mitad de lo que le dio el azul.
Nunca tuvo que aplicar sus habilidades a la defensa personal (Bakersfield es una ciudad tranquila, dice). Pero la llena de orgullo saber que, llegado el caso, "podría patear a cualquier ladrón".
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