Leandro Usuna tiene 30 años. Nació en Mar del Plata, pero se crió en California. Es uno de los surfistas más reconocidos de nuestro país. Fue campeón argentino en dos oportunidades (2010 y 2017), campeón latinoamericano (2011) y dos veces campeón del mundo. Léle, como le dicen los más cercanos, tuvo muchas victorias. Sin embargo, el respeto dentro del mundo del surf se lo ganó una tarde lluviosa, fuera de competencia, cuando le ganó una apuesta al mejor surfista del mundo. Y no fue un desafío cualquiera, sino uno con riesgo mortal. ¿Todo por los 500 dólares que estaban en juego? No, definitivamente no. Todo por ganarse un reconocimiento que no todos los campeones consiguen.
La historia de Usuna en el surf comenzó hace muchos años en Mar del Plata, cuando su papá lo llevaba a la playa y lo metía en las olas, empujándolo desde atrás para que pueda barrenar algunas hasta pararse. Así aprendió. Al cumplir ocho años, Léle se mudó a San Diego, La Jolla, California, en donde se terminó de enamorar del deporte de la tablas.
Con el tiempo, se transformó en un surfista local en Windansea Beach, donde consiguió sus primeros patrocinandores y comenzó a competir. “Me apasioné con el surf y empecé a dedicarme. Allá pasé mi infancia y me perfeccioné. Muchos dicen que tengo estilo californiano para surfear porque viví allí muchos años y me crié allá, en olas poderosas de líneas largas”, le cuenta a LA NACION.
Léle conoció a Gabriel Medina, un brasileño que transformó el surf competitivo y lo llevó a un nivel más evolucionado en todo el mundo, cuando comenzaron a ser compañeros de equipo. “Lo conocí hace varios años por la competencia. Lo admiro mucho. Es campeón del mundo 2014 de la máxima categoría (Championship tour de la World Surf League) y tenemos una relación muy buena, somos amigos. Yo le llevo 8 años y cuando lo conocí de muy chico, él ya era un surfista que se destacaba, la rompía. Lo admiro porque competitivamente es el mejor del mundo, no hay nadie que tenga su cabeza ni su garra, ni sus ganas de competir. Es un luchador”.
La apuesta
“Estábamos en la casa de nuestro sponsor en Hawaii, como todos los años, mirando el mar en un día de enorme tamaño. De pronto, se calmó por un instante breve. Le comenté a Gabriel y a los demás: 'Miren, ahora se puede entrar a surfear'. Gabriel se rió y me ofreció 100 dólares si yo entraba derecho desde la casa, justo donde las olas rompían. Luego otro sumó sus 100 y otro, hasta que me ofrecían 500 dólares”, recuerda Léle.
“Dudé un poco en hacerlo. Habían olas de 4 metros, cerradas. Era un día tormentoso y no podía usar los canales al costado de la rompiente, esa era la condición del desafío que me proponían. Estaba muy difícil, pero yo sabía que podía lograrlo. No temía poder ahogarme, pero sabía que podía pasar un muy mal momento en el intento”, confiesa Léle en diálogo con LA NACIÓN.
Léle tuvo que concentrarse y leer muy bien el mar antes de meterse. Ya había tomado una decisión: ganar esa apuesta y quedarse con los 500 dólares que se habían puesto en juego. Medina estaba ansioso. Sus compañero, cómplices y participes, también. El marplatense ya tenía la tabla indicada en sus manos, un surfboard largo que pudiera sumergir en el incesante intento para filtrar las gigantes olas y avanzar hasta pasar la rompiente. Seguía observando el mar, contando cuántas olas entraban por serie y tratando de dilucidar para dónde lo empujaría la corriente.
Hasta que se decidió y salió en busca de su objetivo, juntando valor para no cometer ningún movimiento equivocado. Luego de varios minutos de contemplar la rompiente hawaiana, encontró una tregua de explosiones de agua para infiltrarse hacia el fondo del océano. Y sucedió lo que pocos esperaban. Leando Usuna, el surfista profesional que representa a la Argentina en el mundo, no sólo logró su cometido, sino que salió del agua surfeando una ola tan inmensa que fue casi más sorprendente que verlo ingresar en ese infierno.
“Ese día no estaba sólo Gabriel Medina. Habían otros surfistas de elite con nosotros: Italo Ferreira, Jacob Willcox, Matt Wilkinsen, pero el que pagaría finalmente sería Medina. El dinero salió de su bolsillo”, cuenta Léle, entre risas. “Esa noche teníamos una fiesta y con parte del dinero ganado en la apuesta invité una ronda de tragos a todos los hawaianos allí presentes. Al otro día, una vez más en la casa frente a la playa, compré carne y pollo y les cociné milanesas, los invité a todos (éramos como quince)”, agrega. No le importaba gastar los 500 dólares en pocas horas. El reconocimiento ganado duraría por siempre.