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Super Bowl. Joe Burrow superó las burlas, los rechazos, una grave lesión y se prueba el traje de Tom Brady en el finalista que dejó atrás la racha más adversa de la NFL
En su primera temporada completa en el fútbol americano, el mariscal de campo de los Cincinnati Bengals acapara las miradas de cara a la final del domingo tras el retiro de la estrella de ese deporte
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Joe Burrow era un niño que, como tantos otros norteamericanos en su pueblo, en Athens, se apasionaba por el fútbol americano. Se reunía con amigos o compañeros de juego eventuales para disfrutar de una tarde deportiva y soñaba con atrapar la pelota lanzada, aferrarse a ella y correr hacia la línea final para marcar un touchdown y gritarlo a cielo abierto. Deseaba más que nada poder tener ese balón ovalado en sus manos el máximo tiempo posible.
Con ese sueño llegó al club en el que comenzaría a probarse en infantiles. “En mi primera práctica, el coach Sam Smathers me preguntó si quería ser quarterback y le respondí que no. Sin embargo, él de inmediato me dijo que sí, que lamentablemente iba a ser el quarterback del equipo”, recuerda quien hoy, a los 25 años y en su primera temporada completa en la NFL, es el mariscal de campo estrella de los Cincinnati Bengals, que el domingo próximo jugarán el Super Bowl, la gran final, frente a los locales Los Angeles Rams, en el Sofi Stadium de California.
A casi 16 años de aquella situación revelada hace poco por el propio jugador en una conferencia de prensa, Burrow y Smathers se siguen cruzando a menudo en algún lugar de la ciudad cuando Joe regresa a su casa y recuerdan el hecho con una sonrisa. “Supongo que pensaba que no íbamos a lanzar el balón demasiado en esa etapa, y yo quería tenerlo en mis manos. Hoy estoy agradecido de cómo se han dado las cosas. Creo que no habría podido ser un receptor externo o un jugador ofensivo en la NFL, pero sí soy un buen quarterback”, amplía la confesión.
Su padre Jim jugó como defensor y entrenó durante más de 40 años. Sus dos hermanos mayores, Jamie y Dan, estuvieron en Nebraska. Un tío despuntó el gusto a nivel universitario. El fútbol americano corre por sus venas, además de lo que veían sus ojos desde pequeño. Cuando quiso dar un paso firme se le cerraron las puertas. “Tuve sólo una oferta al finalizar mi penúltimo año de preparatoria y era del equipo donde entrenaba mi padre (Ohio). Yo quería ir a Nebraska, pero me dijeron que no era lo suficientemente bueno. Yo soñaba jugar para los Cornhuskers e insistí años después, y otra vez no me aceptaron”, sostiene. El rechazo no lo detuvo. Nada lo detiene.
Así llegó a los Bengals como la primera selección global del draft en 2020, después de ganar con los Tigers el campeonato nacional y el Trofeo Heisman, el premio que se le otorga al mejor jugador universitario. Y ese primer año en el equipo se esfumó pronto, luego de 16 partidos de la etapa regular. Una rotura de ligamentos cruzados en una rodilla puso fin a su temporada de novato. Salió del campo en camilla en pleno partido. Pocos apostaban a que el quarterback pudiera iniciar el actual torneo, pero luego de una intensa rehabilitación, el joven mariscal estuvo detrás del centro y fue determinante en la primera jornada de Cincinnati, que en el certamen anterior quedó en el último lugar de la división del Norte de la Conferencia Americana, donde ganaron apenas cuatro juegos.
A nadie le sorprendía eso, de todas formas. El año anterior había sido peor, con apenas dos éxitos. De hecho, la decepción parecía moneda corriente para las nuevas generaciones en los Bengals, que perdieron sus dos definiciones en el Super Bowl, en 1989 y 1982, y hasta esta temporada no habían ganado ni un partido de playoffs en 30 años, la racha adversa más larga de la historia en la NFL. Esta final no hace más que magnificar la resiliencia del conjunto de Ohio, donde Burrow se mudó con su familia a los 8 años, y de su estrella naciente, justo en días en los que el retiro de Tom Brady, la gran figura récord de ese deporte, todavía no pudo ser digerido por muchos.
Tranquilo, confiado, auténtico y extrovertido pero con una personalidad ganadora, sus compañeros se muestran dispuestos a ponerse delante de un tren sin frenos para cuidar a su lanzador. “Ves muchachos que pasan toda su carrera sin llegar al Super Bowl, por eso cuando llegas aquí, tienes que aprovechar esas oportunidades”, es el mensaje que transmite Joe en el vestuario. Lo escuchan cada vez con más atención. Sobre todo luego de que mostró sus garras al llevar a los Bengals a victorias como visitantes sobre los Titanes de Tennessee y los poderosos Chiefs de Kansas City, que se vieron impedidos de llegar a su tercer Super Bowl consecutivo.
“Al crecer en Ohio, realmente no había muchos fanáticos de los Bengals en la escuela. Todos eran de los Steelers (de Pittsburgh) y de Browns (de Cleveland). De los pocos fanáticos de los Bengals se burlaban. Entonces, como equipo, estamos emocionados de poder poner hoy un producto en el campo del que nuestros fanáticos estén orgullosos”, se infla el pecho quien en la primavera de 2016 comenzó a trabajar en este presente, cuando sentía carencias en su desempeño y recibía gritos humillantes.
Por entonces, visitó a Tom House, antiguo pitcher de la MLB y experto en biomecánica, que había trabajado con Brady, y tras una semana de pruebas su equipo determinó que el problema de Joe no estaba en el brazo, si no en sus pies y que la transferencia de fuerzas desde la zona inferior del cuerpo era nula. Trabajando en eso consiguió mejorar la potencia de su lanzamiento. Aquel encuentro fue en California. Allí, justamente, el número 9 volverá este domingo para lanzar a Cincinnati a la gloria.
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