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Sumo: Hakuho Sho, el mongol de 1,93 metros y 158 kilos al que algunos creen el mejor deportista de todos los tiempos
El luchador se retiró a los 36 años tras padecer una lesión y Covid-19; ganó 45 de los 80 torneos en los que compitió y en su disciplina fue una suerte de Federer, Nadal y Djokovic sumados.
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El campeonato se redujo a apenas 20 segundos decisivos. Con 36 años, el indudablemente más grande de todos los tiempos acababa de regresar de una lesión y de una infección de Covid-19. Sus rodillas le dolían. El organismo rector del deporte parecía querer que se retirara. Frente a él estaba un hombre más grande, todavía en sus veintitantos, también con algo que probar, con sus rodillas tan fuertemente vendadas que parecía que tuviera un yeso en cada pierna. Ambos hombres tenían registros perfectos en el torneo hasta ese momento. Golpearon la arcilla con sus puños y se abalanzaron hacia adelante. Se empujaron, se abofetearon y forcejearon por todo el ring. Se agarraron del cinturón del otro. Entonces, el veterano aseguró el brazo derecho de su oponente, lo giró y lo lanzó al suelo.
Hakuho Sho, el mejor luchador de sumo de todos los tiempos –y posiblemente la figura que más logros consiguió entre todos los deportes a lo largo de todas las épocas–, agitó un puño y emitió un grito de victoria al ganar el certamen de julio. Fue una inusual muestra de emoción.
Los supervisores del sumo regulan con rigor el comportamiento de los luchadores, en el ring y fuera de él. El ritual sintoísta impregna todo el deporte, desde la laboriosa construcción del dohyo –el montículo de arcilla sobre el que se combaten– hasta el lanzamiento de sal en el ring antes de cada enfrentamiento y los movimientos de las manos que hacen los luchadores al reconocer sus victorias. Los deportistas de más alto rango, como Hakuho, entran al ring con dos asistentes y luego realizan una danza ceremonial, antes de pelear. Los participantes, en particular los que están en la cima, deben mantener cierta dignidad. Agitar un puño y gritar no son actitudes comunes ni tampoco fomentadas.
¿Se sintió Hakuho abrumado por la emoción de haber triunfado tras superar tantos obstáculos? O bien, ¿sabía que ése sería su último día como luchador? El mundo del sumo recibió su respuesta cuando llegó la noticia de que Hakuho se había retirado de manera oficial, tras 17 años en la máxima categoría del deporte. Probablemente usted nunca haya escuchado hablar de este mongol de 1,93 metros de estatura y 158 kilogramos. Pero debería, porque pocos seres humanos han dominado tan a fondo su disciplina como lo hizo Hakuho.
Grandes acciones del mejor de la historia
Es difícil exagerar sus logros. Hakuho era el Roger Federer, el Rafael Nadal y el Novak Djokovic del sumo, pero todos en un solo hombre. Fue un yokozuna –el rango más alto de su disciplina– durante 14 años; ha habido apenas 73 en toda la historia. Tras ganar su primer campeonato, en 2006, obtuvo la Copa del Emperador en 45 de los 80 torneos en los que compitió. Fue subcampeón en 18. A modo de comparación: Kakuryu Rikisaburo, el otro yokozuna en el ring que había hacia el final de la carrera de Hakuho, ganó apenas seis certámenes, en parte porque tuvo la desgracia de coincidir con Hakuho, que conquistó 13 torneos más que el segundo más condecorado de la historia, Taiho Koki, luchador hasta 1971.
Muchos cultores del sumo se especializan en un aspecto del deporte. Takakeisho es un empujador-propulsor; Tochinoshin es un maestro del agarre de cinturón; el pequeño Enho es un acróbata; Ichinojo domina a los contrincantes con su enorme tamaño. Hakuho combinó tamaño con gracia e inteligencia, y al parecer podía hacer todo bien. Con el tiempo comenzó a perderse competencias por lesiones. Luego se infectó de coronavirus.
Regresó en julio, y utilizó armas mentales. En uno de los enfrentamientos, puso algo de distancia entre él y su adversario, se irguió y esperó a que Tobizaru, de 29 años –que de manera algo molesta se autodenomina “El Mono Volador”–, hiciera un movimiento. Cuando Tobizaru fue a por él, Hakuho agarró su cinturón y arrojó a su oponente al suelo.
Y en otro combate, frente a Shodai, un contrincante de alto nivel, Hakuho comenzó en el borde del ring, una decisión insólita en un deporte en el que el objetivo es permanecer dentro de un círculo de 4,55 metros de diámetro. Pero, sin duda, esa estrategia logró confundir a su oponente. Hakuho explicó que había comenzado en ese lugar para proteger su rodilla derecha afectada. Era como un lanzador de béisbol que ya no tenía una gran recta pero que había aprendido lanzamientos tan confusos e intimidantes al plato que importaba muy poco que las pelotas viajaran más lentamente.
Siempre me ha resultado difícil justificar tener sentimientos tan fuertes con las figuras deportivas. ¿Por qué es tan triste que las leyendas se retiren? ¿Por qué los humanos dedicamos tanto tiempo y energía a juegos simples que ponen a prueba habilidades que son inútiles fuera de un campo de béisbol, una cancha de fútbol, un dohyo? Parte del atractivo es ver a personas realizar alguna habilidad arcana excepcionalmente bien. Es una muestra inspiradora de talento natural y años de práctica.
Pero a la gente también la cautiva porque los deportes son encantadoramente impredecibles. Quizás un equipo de béisbol pueda comenzar su temporada con una marca negativa de 19-31 y remontar hasta ganar la Serie Mundial. Quizás Federer, a sus 40 años, logre finalmente su título de campeón 21 en torneos de Grand Slam. Y aunque no lo consiga, ¿cómo alterará su presencia continua presencia los torneos? Mientras Hakuho fue un luchador activo siguió escribiendo su saga, y en julio mostró una vez más que seguía siendo interesante.
Como ocurre con todos los aspectos del sumo, hay un ritual que se realiza cuando un luchador se retira: el corte ceremonial de la coleta del luchador. Cuando corten el cabello de Hakuho, innumerables historias alternativas llegarán a su fin. No habrá nada más qué especular, y no habrá más dudas. La era de Hakuho habrá terminado definitivamente. Todo lo bueno tiene...
Stephen Stromberg
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